CAPÍTULO 20
—¡Corre!
Abby salió corriendo después de James, Peter justo detrás de ella, sus pies tropezaban en la acera por las botas desacostumbradas. Peter la tomó del brazo para sostenerla y la arrastró con él hasta que los enojados gritos detrás de ellos fueron amortiguados. Luchando por respirar, Abby se apoyó contra la pared del ensombrecido pasillo. James se llevó un dedo a sus labios.
—Shh.
Los faroleros apresurados pasaban aún murmurando amenazas e insultos acerca de los ociosos aristócratas y tiraban piedras. Abby apretó los dientes sobre su labio inferior cuando un repentino deseo de reír se estremeció a través de ella. Levantó la vista, captando el brillo de los blancos dientes de James cuando él la sonrió y apretó su rostro contra su pecho para acallar su risa. Ella era una respetable mujer casada. ¿Cómo había terminado ocultándose en un pasillo con dos hombres que realmente deberían saber mejor que burlarse de los empleados municipales?
Qué noche. Había odiado la pelea de gallos, incluso más que el boxeo. Por lo menos los hombres, a diferencia de los gallos, podrían decidir si deseaban o no luchar. El olor de la sangre y el aserrín y la amargura de la derrota permanecerían en la parte posterior de su garganta y en sus pensamientos durante días.
Peter se acercó por detrás de ella, las manos apoyadas en la pared, atrapándola entre él y James. Besó la garganta de Abby, luego la boca de James, un demoledor beso que lo tuvo a James silbando una maldición y lo besó en retribución. Atrapada entre los dos, Abby rápidamente fue consciente del momento en que el beso pasó del juego a la pasión, cuando las dos pollas erguidas se frotaron contra su vientre y nalgas. Ella envolvió su brazo alrededor del cuello de James y lo mantuvo apretado mientras se movían juntos en un sensual abrazo sin palabras.
James deslizó la boca sobre la suya, el beso tan áspero y salvaje como el que había compartido con Peter. Abby no se resistió cuando su lengua empujó dentro de su boca y los dedos le sujetaron la parte posterior de la cabeza para sostenerla exactamente donde quería. Tan impulsiva ahora como él, empujó una mano entre ellos y le frotó la polla, la otra la llevó a su espalda para acariciar a Peter.
La boca de Peter estaba en la de ella ahora, sustituyendo la de James. Ella trató de pararse en puntas de pie, anhelando el firme contacto de una excitada polla entre sus piernas para aliviar el dolor cada vez mayor. James la levantó hasta que la punta de su erección conectó dentro de su sexo. Ella se movía frotándose en su contra, de repente demasiado consciente de la gruesa tela entre ellos que embotaban sus reacciones.
—Por favor, James; por favor, Peter.
Ella gimió cuando Peter le desabrochó sus pantalones y los bajó exponiendo su trasero. James la sostuvo con una sola mano mientras abría sus propios pantalones, su húmeda polla quedó liberada y luego desapareció en su interior. Ella luchó para ampliar la abertura de sus piernas, pero sus pantalones la mantenían cautiva. La polla de Peter dio un golpecito a sus nalgas y se deslizó en su culo.
Él la sostenía también, un brazo apretado alrededor de sus caderas, el otro en torno a James. Ella trataba de moverse, no podía cuando ambos la llenaban tan profundamente.
—Rápido y duro, James, así como te gusta, y luego volveremos a lo de Madame y terminaremos nuestra noche.
Abby se entregó a la dicha de ser follada, la única palabra que realmente se ajustaba a la imposiblemente excitante situación. Estaba en un lugar público vestida de hombre, huyendo de una muchedumbre enfurecida, y dos hombres estaban dentro de ella. ¿Podría alguna vez haberse creído capaz de esto tres meses atrás? Ahogó un grito en el hombro de James cuando su clímax sacudió a través de ella. Tal vez no, pero no iba a cambiar ni una sola cosa.
Para cuando regresaron, la casa de Madame Helene estaba más tranquila, el ruido en los salones había bajado a un suave zumbido. Mientras caminaban por las habitaciones, Abby trató de no mirar a los hombres enredados unos con otros, o incluso más extraño, los hombres vestidos de mujer que abiertamente ofrecían sus servicios.
Para su sorpresa, Peter no les llevaba de vuelta a su habitual habitación azul, sino que subió otra serie de escaleras dentro de un pequeño nivel superior.
Se detuvo en la tercera puerta y miró a Abby.
—Si estás cansada, esta es la oportunidad perfecta para que te vayas.
Ella le devolvió la sonrisa. Él olía a sexo, cerveza, y a ella y a James. ¿Cómo podía no apoyarlo en el resto de la velada que había planeado?
—Quiero quedarme y ayudar.
—¿Estás segura?
James se aclaró la garganta.
—¿Podemos seguir con esto? Quiero follar en una cama, no en otro pasillo.
Peter abrió la puerta. La pequeña habitación estaba casi en penumbras, las paredes de un rico rojo oscuro, la única cortinada ventana vestida de negro. Un candelabro colocado junto a la cama ensombrecía más la sala que lo que la iluminaba. En el centro del desprovisto piso de madera había un gran aparato de madera en posición vertical.
James vaciló en el umbral hasta que Abby le empujó dentro de la habitación. Tragó saliva mientras giraba la estructura, tocó la madera con las puntas de los dedos. Peter le miró.
—¿Esto es parte de mi regalo de cumpleaños?
—Si quieres que lo sea.
James se detuvo y giró para mirar a Peter.
—¿Por qué creerías que estaría interesado en ser... restringido de esta manera?
—Porque he notado ciertas cosas acerca de tu comportamiento sexual que me llevan a creer que lo harías. —Peter se acercó. —¿Has visto uno de estos antes?
James asintió con la cabeza, su mirada fija en las cadenas y grilletes que caían desde lo alto de la estructura de forma rectangular.
—Sí, en Jamaica. El capataz que me entrenaba tenía uno.
Abby contuvo la respiración cuando James se pasó la lengua por los labios.
—¿Te entrenó con esto?
—Sí, entre otras cosas.
—Entonces sabes lo que quiero hacerte.
Abby se sentó en la esquina de la cama que estaba cubierta con sábanas de seda negras, enfrentando a James y observándole desvestirse. La piel de su musculosa espalda brilló cuando se inclinó para quitarse los pantalones y las botas. Su pene ya estaba erecto y húmedo. Se incorporó y fue a pararse entre los postes de madera, donde Peter le esperaba.
—El capataz. El que te "entrenó". Háblanos de él.
—Cuando llegué a la plantación de azúcar, mi tío me envió a trabajar para este hombre. Su nombre era Sr. Robert Hodges.
Peter tomó la muñeca izquierda de James, le ajustó las esposas alrededor e hizo lo mismo con la derecha.
—¿Y qué te hizo hacer el Sr. Hodges? ¿Te obligó a tener sexo con él?
—No, no fue así.
Peter tiró de la cadena unida a las esposas, levantando los brazos de James por encima de su cabeza y envolviendo la cadena firmemente alrededor del soporte de madera. James respiró hondo, apretando los músculos de su estómago. Su polla se hizo aún más grande.
—En ese momento de mi vida, yo no me sentía inclinado a escuchar a nada ni a nadie sobre lo que tenían que decirme. Yo tenía diecinueve años, había sido desarraigado de todo lo que amaba, obligado a casarme y a vivir una mentira. Robert no era mucho mayor que yo. Creo que estaba a punto de cumplir los veinticinco. Yo traté de hacerle la vida lo más difícil posible.
Peter se quitó la chaqueta y el chaleco e indicó a Abby que debería hacer lo mismo. Caminó detrás de James, deteniéndose para acariciarle las nalgas. Abby se mordió el labio cuando los músculos de James se apretaron mientras Peter le tocaba.
—Y ¿qué hizo él entonces?
James sonrió.
—Finalmente, perdió la paciencia conmigo y me empujó sobre la mesa para darme la paliza que me merecía. Él me bajó los pantalones, me dio diez golpes con el látigo y yo...
Peter dio un paso atrás dentro de las sombras junto a Abby y le apoyó la mano en el hombro.
—¿Y tú qué hiciste?
—Me corrí por completo sobre su escritorio.
Abby se estremeció cuando el dedo de Peter ahondó en su carne.
—¿Qué hizo él entonces?
—Me hizo limpiar el lío y me dio diez golpes más, esta vez doblado sobre una silla.
—¿Y tú te corriste otra vez?
—No, porque él me dijo que no lo hiciera.
Peter se alejó de Abby y regresó a James, un delgado látigo en su mano. Abby se puso tensa cuando arrastró la punta del látigo sobre el estómago de James, la ingle y las nalgas.
—Si te doy diez golpes, ¿prometes no correrte?
James se estremeció y cerró los ojos.
—¿Qué pasa si fallo?
—Entonces te daré diez más.
James bajó la cabeza y amplió su postura como si anticipara los golpes. Peter miró a Abby.
—¿Quieres pegarle?
Ella se quedó mirando el látigo y sacudió la cabeza. Se tragó su miedo repentino.
—¿No vas a hacerle daño, verdad, Peter?
—¿James?
—No lo hará, Abby. Yo quiero esto. Quiero que él me toque así.
Ella envolvió los brazos alrededor de sí misma cuando Peter se puso detrás de James y levantó el látigo. James no se inmutó hasta el séptimo golpe. El único sonido, aparte de su respiración y el silbido del látigo, era el goteo constante del líquido pre-seminal de su polla sobre el suelo de madera.
—Abby, ven y observa.
A regañadientes se unió a Peter y vio la espalda y los glúteos de James. Líneas rojas y delgadas estropeaban su piel, pero no había sangre.
—¿Estás bien, James?
Él asintió, sus manos apretadas en puños por encima de los grilletes. Peter colocó el látigo sobre la cama.
—¿Cuándo el señor Hodges decidió follarte?
James hizo una mueca.
—Cuando se cansó de mis súplicas.
—¿Tú le pediste que te hiciera eso? —Dijo Abby.
—Él sabía lo que yo quería. Él también sabía que era necesario que tomase la decisión por mí mismo o de lo contrario podría haber desatado el infierno con mi tío, si yo cambiaba de opinión.
—Por supuesto, el señor Hodges tenía un trabajo y él, probablemente, no podría darse el lujo de perderlo.
—Robert era como yo. El hijo menor de una familia noble que había fracasado por no estar a la altura de las expectativas, y fue enviado al extranjero para que tratase de hacer algo de sí mismo.
—Y entonces te conoció.
—Sí, así fue, y me enseñó más sobre sexo y deseo de lo que yo jamás hubiera creído posible.
Peter acarició la mejilla de James, rozó un beso sobre sus labios entreabiertos.
—¿Qué más puso en práctica contigo, James? ¿Jugaba juegos contigo, te atormentaba hasta que pensabas que no podías seguir, te hacía suplicar?
—Todas esas cosas. A veces, cuando trabajábamos juntos, él constantemente se frotaba contra mí, tocaba mi pene, apretaba mis bolas, retorcía mis pezones hasta que yo estaba duro y húmedo y luego él me mantenía así durante todo el día hasta que yo estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que él quisiera.
—¿Qué quería?
—Follarme. Hacerme gritar su nombre cuando me corría.
—¿Él te introdujo en el sometimiento?
—Él decía que yo necesitaba disciplina. Era otra manera de hacerme esperar, de hacerme rogar.
Peter salió de las sombras, el anillo de cuero para la polla que había elegido con Abby en la mano. James lo miró. Su respiración se aceleró y sus pupilas se dilataron, decolorándose de marrón a negro en la luz parpadeante.
—Abigail, ayúdame con esto.
Ella vaciló, miró a James. Él encontró su mirada.
—Por favor, Abby.
Ella se arrodilló junto a Peter cuando él le mostró los desabrochados círculos conectados de cuero.
—Estas dos cosas van alrededor de los testículos, la tercera alrededor de la base de su polla.
—Recuerdo.
Peter miró hacia arriba a James.
—Abigail me ayudó a escoger esto para ti en un almacén Oriental en Southampton.
—¿Abby lo hizo? —James soltó el aire. —Bien por ella.
Ella cuidadosamente encerró una de sus bolas con la correa de cuero y la abrochó. Peter hizo lo mismo con la otra y luego pasó un dedo hacia abajo de la esforzada polla de James.
—Pon el último alrededor de la base de su polla. No te corras, James.
Cuidadosamente colocó la gruesa banda de cuero alrededor de su eje y jaló a través de la hebilla. James gimió cuando ella vaciló.
—Más apretado, querida Abby, haz que duela.
Echó una mirada dubitativa a Peter, que asintió con la cabeza.
—Lo haré yo si tú no lo deseas.
Ella negó con la cabeza. Iba a hacer esto por James aunque la matase. Sus manos temblaban mientras apretaba todas las hebillas. Sus dedos volviéndose resbaladizos con su pre-semen. Él gimió, un profundo sonido en su garganta y su polla empujando hacia su rostro.
—¿Qué más conseguimos para él, Abigail?
Saltó cuando Peter se arrodilló detrás de ella, sus dedos acariciando sus pechos cubiertos. Sus pezones se endurecieron en un pico de dolor.
—No me acuerdo.
Él se rió entre dientes, el sonido suave en su cuello.
—No te preocupes, voy a buscarlo.
Peter la dejó de rodillas allí delante de James, mirando a su polla. Ella apartó una gota de líquido de la punta.
—¿Te duele, James?
—Es apretado. Atrapa la sangre en mi polla, me hace mantenerme más duro durante más tiempo.
—Y ¿te gusta?
Sonrió.
—¿A ti que te parece?
Estudió sus rasgos. No parecía tener dolor. Peter la entregó un frasco de aceite perfumado.
—Ven y ayúdame.
Se levantó tambaleándose y siguió a Peter a la parte posterior del armazón.
—Abre el aceite y cubre tus dedos con él.
Ella le obedeció, su mente fascinada por su confianza y por la extraña sensación de poder que ella sentía cuando miraba a James atado delante de ella. ¿Quién hubiera imaginado que su grande y audaz marido disfrutaría de ser amado de esta manera? Y era el amor, no el odio lo que ellos compartían.
—Desliza tus dedos dentro de él.
Ella vaciló, su mano rozando apenas las nalgas de James.
—Por favor, Abby —murmuró James.
Cerró los ojos y deslizó dos dedos dentro de él. Él gimió y movió las caderas, empujando los dedos más profundamente.
—Más, Abby, dame más.
Ella miró a Peter, que estaba observando atentamente. Le entregó el grueso falo de jade que había comprado en Southampton.
—Prueba con esto.
Ella quitó los dedos y lentamente deslizó el jade unas cuantas pulgadas. James arqueó la espalda y gimió.
—Dios, eso es bueno.
Peter le tocó el brazo.
—Ahora muévelo hacia delante y hacia atrás como una polla real mientras yo lo asisto. —Ella esperó tensamente hasta que Peter se arrodilló delante de James y lamió la impaciente polla de James.
—Ahora, Abigail.
Ella comenzó a deslizar el falo adentro y afuera, estirando el cuello para mirar alrededor del torso de James cómo Peter tomaba la polla de James en su boca y lo chupaba duro. James se estremecía y se mecía con cada brusco movimiento, sus bíceps estirados mientras él permitía a su cuerpo absorber sus atenciones. Él gruñó, con los músculos de los glúteos apretados.
—Detente, Abigail.
James estaba jadeando ahora, el sudor brillaba en su pecho y espalda, su polla tan llena y púrpura que parecía doloroso. Peter se levantó, dio un paso atrás, como si admirara su obra.
—¿El señor Hodges usaba juguetes contigo de esta manera?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo pasaba generalmente antes de que llegaras a tu clímax?
James se estremeció.
—Tanto como él quisiera. Toda la noche. A veces me enviaba a casa insatisfecho y luego comenzaba de nuevo a la mañana siguiente.
—Admiro tu resistencia.
Abby se estremeció.
—Pero eso es cruel, ¿por qué le permitías hacerte eso?
—Porque me daba placer.
—¿Placer?
Peter sonrió.
—El placer significa diferentes cosas para diferentes personas. Nunca disfruté lo que James está describiendo y probablemente tampoco lo haría. —Él tiró el pezón James. —Pero mírale, Abigail. Le encanta cada segundo de esto.
Abby estudió el perfil de James. Es cierto que se había mordido el labio con fuerza, pero no estaba pidiendo ser puesto en libertad. Estaba rogando por más.
—Ven aquí, Abigail. Deja el falo, a James le gusta ahí, ¿recuerdas?
Caminó alrededor de la estructura parándose junto a Peter, quién lentamente le quitó la camisa y descubrió sus pechos. Se paró detrás de ella de manera que ella quedase frente a James, una mano acariciando sus pechos, y la otra dentro de su pantalón ahuecando su sexo.
—Está húmeda, James. Se mojó observándote. ¿Te complace eso?
James levantó la cabeza para mirar a Abby. Se lamió los labios.
—Sí.
—¿Le permitirías hacerte esto? ¿Inmovilizarte? ¿Azotarte?
—Sí, si ella quisiera.
Peter besó el cuello de Abby.
—¿Y qué le darías a ella a cambio de tanta bondad?
James tragó saliva.
—Cualquier cosa.
Abby jadeó cuando Peter deslizó dos dedos dentro de ella y comenzó a bombearlos hacia adelante y hacia atrás. Su pulgar se apoderó de su clítoris, enviándola dentro de un rápido clímax.
—James te daría cualquier cosa si hicieras esto por él, ¿no es bueno saberlo? Podrías mantenerle preparado y duro toda la noche hasta que estuviera desesperado por correrse y entonces permitirle hacerlo dentro de ti, permitirle derramar su semilla en tu interior y concederte hijos.
Abby miró a James, su cuerpo aún tembloroso por su clímax. Ella podría dominarle así. Si ella quisiera. Peter quitó la mano fuera de su pantalón, frotó los dedos mojados en la boca abierta de James.
—Ella llegó a su clímax tan adecuadamente, ¿no? ¿No te gustaría que fueras ella? ¿Tu cuerpo estremeciéndose y disparándose dentro del placer mientras tu semen se derrama por encima de tu vientre?
—Dios, sí.
James movió los pies, lamió la crema de Abby de sus labios.
—Afortunadamente para ti, no somos tan exigentes como el señor Hodges. Dado que es tu cumpleaños, te permitiremos correrte. Él gentilmente empujó a Abby sobre sus rodillas. —Tú toma su polla, yo me quedo con su culo.
Mucho más tarde, Abby se sentó sobre el regazo de James en el dormitorio de su casa. Peter se había ido a casa, insistiendo en que tenía asuntos que atender en la mañana. Algo acerca de su explicación casual había molestado a Abby, pero él se había negado a aclararle más. Bebió el brandy que James la había dado y se quedó mirando al fuego.
—¿Estás realmente bien, James?
Él le sonrió, sus dedos jugando en su pelo corto.
—Esta es alrededor de la quinta vez que me has preguntado eso en la última hora. —Extendió sus hombros, ubicándola más profundamente en su regazo. —Me siento muy bien. Es el mejor cumpleaños que he tenido.
Abby jugueteaba con la solapa bordada de su vestido verde.
—¿Crees que Peter quería mostrarnos cómo podemos proceder sin él?
James dejó de tocar su pelo.
—Es posible. No lo había pensado así.
—No estoy segura de que si estaría cómoda haciéndote todas esas cosas por mí misma.
Él se rió entre dientes, el sonido reverberando en su pecho.
—Parecías disfrutarlo en ese momento.
—Sí, pero principalmente porque estaba observándoos a los dos, ¿me entiendes?
Él la tomó la barbilla con los dedos, mirándola a los ojos.
—Peter tenía razón, ya sabes. Te daría tantos hijos como desees si tú pudieras por ti misma tratarme mal de vez en cuando.
—¿Cómo puedes bromear sobre algo tan importante?
—No estoy bromeando. Me encantaría que me amarrases e hicieras lo que quieras conmigo.
—¿Estás seguro?
Sus ojos se estrecharon.
—Sé lo que quiero, Abby, incluso si tú no.
—¿Qué se supone que significa eso?
Se echó hacia atrás, su mirada pensativa.
—¿Cuándo vas a admitir que te has enamorado de Peter?