CAPÍTULO 03

¿Cómo un ocioso, titulado hombre como Lord Beecham pasaría su día? Peter se apresuraba hacia su trabajo mientras contemplaba su próximo movimiento. El tiempo había dado un giro para mejorar, y los finos rayos de sol estampaban su escritorio cubierto de papeles. Con Valentín lejos, le parecía que todos los problemas cotidianos terminaban amontonándose a su alrededor. Tocó el timbre y apareció Taggart.

—¿Podría usted enviar al señor Sokorvsky, por favor?

Taggart lustró sus gafas colgando en el borde de su flácida corbata.

—¿Va a llevarle con usted, señor?

Peter sonrió.

—¿Quiere que lo haga?

—Él ha estado revoloteando alrededor de la oficina principal toda la mañana, como un demente abejorro buscando algo que hacer. Estaría muy agradecido si pudiera mantenerlo ocupado durante unas horas.

Peter firmó la última página de su carta semanal a Valentín y la selló.

—¿Está convirtiéndose en una molestia?

Taggart parecía ofendido. Para diversión de Peter todo el personal de la oficina parecía mimar a Anthony.

—En absoluto, señor. Sólo que está tan ansioso de aprender que no podemos mantener el ritmo con él.

Peter dobló la carta y escribió la dirección de Valentín en él antes de sellarlo con cera roja y con el sello de la empresa.

—Voy a sacarle de su camino, no se preocupe.

Colocó la carta sobre la parte superior de la pila de trabajos terminados.

—¿Puede ocuparse de esto por mí? Yo podría no regresar hoy.

Por supuesto, si Lord Beecham resultara problemático y exigiera satisfacción, Peter podría no volver nunca. Empujó ese desagradable pensamiento atrás, junto con la pila de documentos.

Anthony demostró ser la persona perfecta para mostrarle a Peter cómo un aburrido aristócrata podría pasar su tiempo. A diferencia de Valentín, quien habría percibido al instante la perturbación de Peter, él era indiferente a las razones por las que Peter quería encontrar a Lord Beecham. Parecía asumir que estaba relacionado con la discusión de negocios del día anterior.

El coche de alquiler los dejó frente a la tercera elección de Anthony del lugar donde podría encontrarlo, las dos primeras habían sido infructuosas. Anthony estudió la corriente de modernos caballeros entrando en la academia de boxeo Gentleman Jackson en Bond Street.

—Sé que Val es miembro aquí, y por el aspecto de Lord Beecham me imagino que él también.

Una sensual imagen del tenso, plano estómago y de los musculosos bíceps de Lord Beecham, se formó en el cerebro de Peter. Su polla se movió cuando se recordó empujando contra el fuerte e inclinado cuerpo de Lord Beecham.

—Me imagino que sí.

Adentro, el olor a transpiración masculina, el humo y el ego le provocaba mareos a Peter. Las habitaciones conectadas estaban atestadas de hombres de todas las edades, aunque pocos de ellos estaban realmente entrenando. Las discusiones y los argumentos deportivos abundaban junto con los gritos de los ocasionales comentarios dirigidos a uno de los boxeadores en el ring. Anthony iba por delante de Peter, moviéndose con facilidad a través de sus compañeros, aceptando sus saludos con aplomo.

Peter se quedó atrás y se apoyó contra la pared. Reconoció a Lord Beecham con el torso desnudo en el centro del ring de boxeo cubierto de aserrín.

Le resultaba difícil respirar mientras observaba a su némesis enfrentándose de un lado para otro con un alto y bien construido hombre, Peter sólo podía asumir que era el propio Gentleman Jackson. Lord Beecham se movía bien, bloqueando golpes, usando su musculoso cuerpo y velocidad para burlar a su oponente.

Peter se pasó la lengua por los labios cuando un brillo de sudor cubrió la bronceada piel de Lord Beecham. Quería follarle de nuevo. Quería ese magnífico cuerpo debajo suyo, gritando y corriéndose por él.

Después de otro intercambio rápido de golpes que hicieron estremecer a Peter, Lord Beecham estrechó las manos con Gentleman Jackson y caminó hasta el borde del ring. Su mirada se clavó en Peter y se inclinó. Peter se encontró caminando por entre la multitud de personas hasta que se paró frente a Lord Beecham.

—Señor Howard, es un placer. Pásame una toalla, ¿quieres?

Peter le dio una y esperó mientras él se secaba la cara.

—Quería hablar contigo en privado.

Lord Beecham enarcó una ceja.

—Entonces este no es el lugar correcto. Ven y espérame mientras me cambio y luego podemos ir a mi club.

Tras cerciorarse de que Anthony estaba ocupado con sus amigos, Peter siguió a Lord Beecham hacia la parte posterior del edificio. El vestuario estaba desierto. Cuando pasó por la puerta, Lord Beecham se dio la vuelta y le empujó contra la pared. Peter respiró el olor a sudor y excitación masculina.

Levantó las manos. —Si quieres una disculpa por mi espantoso trato contigo, estoy más que dispuesto a ofrecerte una.

—Me has insultado por dejarme dinero, no por follarme. —Lord Beecham le sostuvo la mirada, una lenta ira ardía profundo en sus ojos oscuros. —Pero tal vez yo también soy culpable. Estaba demasiado ansioso por ti. Tenía la intención de explicarte mi situación primero. Tal vez mis acciones nos tomaron a ambos por sorpresa.

Dio un paso atrás. Peter inmediatamente echó de menos la caliente y dura presión de su cuerpo.

—Discúlpame por las monedas, entonces. Eso estuvo fuera de lugar. —Una gota de sudor corría por la mejilla de Lord Beecham. Peter la detuvo con su dedo índice. —Mi experiencia del pasado a veces interfiere con mi juicio.

Lord Beecham volvió la cabeza, jaló el dedo de Peter en la caliente caverna de su boca y lo chupó suavemente. La polla de Peter se endureció con singular velocidad. Lord Beecham lo liberó con un suspiro.

—Señor Howard... Peter, si me permites. Realmente me gustaría hablar contigo. Tal vez mi club no sería el lugar adecuado para encontrarnos después de todo. ¿Nos vemos en lo de Madame Helene?

Peter asintió, su la mirada fija en el bulto de la polla de Lord Beecham.

—Voy a estar en la habitación doce.

Peter se paseaba por la alfombra roja y negra frente a la vacía chimenea mientras esperaba que Lord Beecham apareciera. Había enviado a Anthony de vuelta a la oficina con un mensaje diciendo que no regresaría. Su tarde estaba libre.

Se detuvo y miró a la puerta. ¿De dónde venía este entusiasmo aterrador y este arrebato de deseo? No estaba en su naturaleza perseguir a otra persona. Sobre todo a un hombre como Lord Beecham. ¿Estaba tan desesperado por la emoción que estaba dispuesto a arriesgar su reputación y su vida por un hombre que no tenía idea ni si siquiera si se podía confiar?

La puerta se abrió y entró Lord Beecham. Llevaba una chaqueta azul y un chaleco a juego, su cara todavía estaba enrojecida por el esfuerzo. Peter contuvo el aliento cuando un torrente de emociones le inundó. Quería a este hombre de una manera que nunca había querido a nadie ni a nada antes.

Con una maldición, caminó hacia Lord Beecham. Extendió la mano y rozó el dedo pulgar sobre el lleno labio inferior de Lord Beecham. El aroma de jabón de sándalo y de la piel recientemente lavada atormentaba a sus sentidos.

—Compláceme, no quiero hablar todavía.

En cuestión de segundos estaban luchando para quitarse las prendas de vestir. Fuerza luchando con fuerza, músculos trabajando sobre músculos hasta que estuvieron ambos desnudos y entrelazados en la cama.

Mucho más tarde, se volvió a estudiar al hombre tendido a su lado. James yacía de espaldas, una larga pierna doblada por la rodilla, un brazo curvado para apoyar su cabeza. Peter le sonrió.

—¿Todavía quieres hablar conmigo?

James parpadeó lentamente.

—En realidad sí. El asunto que quiero discutir contigo es sumamente personal. Si decides no ayudarme, debes prometerme que nunca revelarás esta información a nadie.

Peter se incorporó.

—Suenas muy formal.

James se pasó una mano sobre su pecho desnudo.

—Difícilmente sea eso. —Él se sentó, también, las sábanas enredadas alrededor de sus caderas. —No estoy seguro de por dónde empezar.

Peter se recostó contra el cabecero.

—¿Por el principio?

—Ah, sí, el principio. Cuando tenía dieciocho años, mi padre me descubrió en la cama con un amigo mío de la escuela. Él me golpeó casi hasta la muerte y decidió que la mejor manera de enmendarme era casarme con una prima lejana que se había criado en nuestra casa.

—¿Supongo que tu amante era un hombre2?

James se encogió de hombros.

—Sí. Yo era entonces menos discreto. La boda se realizó al día siguiente con una licencia especial. Ninguno de los dos estábamos en condiciones de discutir. Abigail tenía apenas dieciséis años y dependía de mi familia para su sustento, y yo estaba casi inconsciente después de la paliza que sufrí.

Peter frunció el ceño.

—No creo haber conocido nunca a tu esposa.

—Abby decidió no venir a la ciudad. Creo que todavía se siente socialmente fuera de lugar, y para mi vergüenza, no he hecho ningún esfuerzo para animarla a reunirse conmigo.

—Déjame adivinar. Ella no te entiende.

James levantó la barbilla, un desafío en su mirada.

—Ella me entiende perfectamente. Conoce lo que me gusta y me ha permitido encontrar la felicidad donde pueda.

—¿Y tú le permites la misma libertad?

—Se lo he ofrecido, pero que yo sepa, nunca ha tenido un amante.

Peter comenzó a sentir pena por la desconocida Lady Beecham.

—Si ella no viene nunca a la ciudad, ¿con quién esperas que folle? ¿Con el lacayo o con el campesino?

—Puede follar con quien ella quiera si la hace feliz.

Por alguna razón, Peter le creyó.

—¿Puedo saber dónde se dirige esta historia? ¿Qué ha pasado para alterar un arreglo tan interesante y amistoso? ¿La bonachona Lady Beecham ha pedido el divorcio?

James dejó escapar un suspiro, su expresión sombría.

—No, ella quiere tener un hijo.

—¿Contigo?

—Sí.

—¿Alguna vez has compartido su cama?

James tiró de la sábana y la plegó entre sus dedos.

—En los primeros años, mi padre nos mantuvo separados. A mí me enviaron el extranjero y Abigail se quedó en casa con mi madre. Cuando volví, compartíamos la cama... pero era difícil para los dos. En los últimos años, limitamos nuestros acoplamientos al mínimo absoluto.

—¿No puedes funcionar con una mujer?

—Por supuesto que puedo, ¿tú no?

Peter sonrió ante el tono arrogante de James.

—Puedo hacer el amor con cualquier persona. Yo simplemente disfruto del sexo, no tengo ninguna preferencia en particular.

—Sospecho que yo prefiero a los hombres, pero puedo satisfacer a la mayoría de las mujeres. —James se aclaró la garganta. —Abby es diferente. Al principio pensé en ella casi como una hermana. Crecimos juntos. Éramos los mejores amigos. Cuando tuve que acostarme con ella, tenía poca experiencia con las mujeres y sospecho que cometí un serio error descomunal. Ha encontrado dificultades para relajarse conmigo desde entonces.

Peter cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Y qué tiene esto que ver conmigo?

James sostuvo su mirada.

—Porque creo que puedes ayudarnos a ambos.

—¿Te imaginas que soy el tipo de hombre que se interpone entre un esposo y una esposa?

—Todo lo contrario. Espero que nos enseñes cómo unirnos y ocuparnos mejor de cada uno. —James apretó la rodilla de Peter. —Me preocupo por Abby. Ella me ha dado todo lo que quiero. Sería justo que yo le diera algo a cambio.

—¿Por qué yo, James?

—Porque a principios del año pasado te vi aquí con Valentín Sokorvsky y su esposa.

—¿Qué viste exactamente?

James tragó saliva y se pasó la mano por su raudamente emergente polla.

—Antes de que Madame Helene apareciera, yo me encontraba usando una de las más exclusivas mirillas de la planta superior. Tú estabas en la cama con Valentín y su esposa suministrándoos placer mutuamente. En el corto tiempo antes de que Madame Helene me echara me corrí observándoos.

Tomó una entrecortada respiración, como si el recuerdo todavía lo excitara. Peter frunció el ceño. ¿Esto era por lo que Helene le había presentado a James? ¿Ella se había dado cuenta dónde se asentaban realmente sus gustos sexuales?

—Si Valentín Sokorvsky te permite en su cama, yo pensé que podría ser capaz de persuadirte para que entres en la mía.

Peter miró a James. La idea de educar sexualmente a un hombre y a una mujer atraía a sus hastiados sentidos. En verdad, esta era la proposición sexual más interesante que alguna vez le habían hecho. Siempre disfrutaba de sus visitas a la cama de Valentín y Sara, pero esta dinámica era diferente. Allí, él era el que tomaba. En este caso, quizá fuera el que diera.

—¿Tu esposa estuvo de acuerdo con esto?

James le miró avergonzado.

—No se lo he pedido aún. He estado demasiado ocupado encontrando el valor para hablar contigo.

—Tal vez deberías hablar con ella. Podría no estar tan desesperada por concebir un hijo como tú piensas.

James se inclinó hacia delante y mordió el pezón de Peter.

—Abby no es una tímida encogida ratoncita. Ella te sorprenderá. Si ha puesto su corazón en algo, sospecho que va a hacer lo que sea necesario para lograr su objetivo.

Peter trató de imaginar a Abigail Beecham y fracasó. ¿Conocía realmente James a su esposa tan bien como él pensaba? ¿Era probable que siguiera su extravagante plan o lanzaría sus objeciones a los cielos? Suspiró cuando la cálida boca de James se deslizó hacia abajo sobre su endurecida polla. Su último pensamiento antes de sucumbir al toque de James fue que no podía esperar para conocerla.