CAPÍTULO 09
—Soy una adúltera. He cometido adulterio.
Abby repitió las palabras en voz alta mientras contemplaba boca arriba la parte superior de la cama con dosel. Esperó un momento, pero ninguna naturaleza celestial la inquietó. Afuera de su ventana, los pájaros cantaban, las campanas de la iglesia sonaban y los sonidos de un hogar ocupado despertándose continuaban. Lo dijo más fuerte.
—Soy una adúltera y voy a ir a la iglesia esta mañana. ¿Qué piensas sobre esto, Dios?
Tal vez Dios estaba simplemente esperando a que ella terminara en Su umbral antes de castigarla. Por alguna razón, el pensamiento no la desanimó. Se sentía mejor de lo que se había sentido desde que su matrimonio había comenzado. ¿Dios entendería eso? ¿Él era verdaderamente un Dios amoroso que perdonaría sus transgresiones porque Él conocía la pureza de sus intenciones?
Se levantó de la cama e hizo una mueca al mirarse en el espejo. Tal vez estaba llevando las cosas demasiado lejos. Era poco probable que comprendiera el funcionamiento de la mente de Dios, incluso si ella lo hubiese estudiado durante toda la vida.
—Buenos días, milady.
Abby se volvió con una sonrisa mientras el alegre saludo de Marie resonaba en la sala.
—Buenos días, Marie.
Marie ubicó un tazón con dibujos de rosas y una jarra de agua caliente sobre la mesa a su lado.
—Se ha levantado muy temprano esta mañana, ma’am. ¿Algo la despertó?
Abby sonrió a su reflejo. ¿Qué diría Marie si confesara que no había dormido en absoluto? Atrapada en el recuerdo de cómo se había sentido el cuerpo de Peter moviéndose sobre el de ella y en su emocionante respuesta a su masculinidad, se había mantenido despierta hasta que el sol se había levantado.
—¿Qué vestido le gustaría llevar a la iglesia esta mañana? ¿El castaño rojizo o el verde oliva?
Abby se mordió el labio.
—¿Supongo que no tengo nada en escarlata?
Marie se detuvo, sus manos llenas de enaguas y soportes.
—No que yo recuerde, ma’am. ¿Quiere que eche un vistazo?
—No, me pondré el verde oliva. —Suspiró. —Mi suegra nunca habría permitido que su modista me confeccione un vestido escarlata.
Abby se levantó y se lavó las manos y la cara. Después de su enlace con Peter, había limpiado el resto de su cuerpo y se había cambiado el camisón. La carne entre sus piernas todavía estaba sensible y le dolían los músculos de los muslos por haberlos abierto tan ampliamente para sus caderas.
Marie hábilmente la ató sus soportes y la ayudó con el vestido para el día color verde oliva. Abby le suspiró a su conservador reflejo. Sí que realmente las apariencias eran engañosas, nadie sospecharía que ella había disfrutado de una noche de pasión con su amante.
—Voy a tomar mi desayuno abajo esta mañana.
—Muy bien, ma’am.
Abby bajó las escaleras hacia la más pequeña de las dos salas de desayuno y se detuvo bruscamente en la puerta.
—Buenos días, Abigail.
Ella tropezó dentro de la reverencia, su horrorizada mirada fija en su suegra, la viuda Lady Amelia Beecham, que estaba sentaba frente a Peter en un extremo de la pequeña mesa del comedor. ¿Qué diablos estaba su suegra haciendo allí? Tal vez Dios tenía un perverso sentido del humor después de todo.
Lady Amelia estaba vestida toda de negro. Las cinco plumas de avestruz teñidas que sobrepasaban su alto sombrero ondeaban majestuosamente con la leve brisa de la ventana abierta detrás de ella. Peter se levantó y se inclinó.
—Buenos días, Lady Beecham, justamente estaba explicando a Lady Amelia cómo llegué a estar visitándola.
—De hecho, Abigail. Si tuvieras alguna modales, me habrías informado que había un invitado. Podría haberte ayudado a entretenerle. —Lady Amelia sonrió a Peter. —Sólo vivo a media milla de distancia, en esa casa en terriblemente mal estado que mi hijo insiste en referirse a ella como mi casa viudal.
Peter sonrió a la mujer mayor.
—Pero he sido bien entretenido. Todo lo que necesitaba fueron direcciones alrededor de la finca y un caballo decente debajo de mí.
Lady Amelia sorbió.
—Eso suena escasamente entretenido para mí.
Antes de arriesgar una palabra a alguno de ellos, Abby encontró su asiento y un poco de comida apilada en un plato. Untó con mantequilla una rebanada de pan tostado y lentamente la cortó en pequeños cuadrados.
—Siento discrepar, Lady Amelia. —dijo Peter. —James me invitó aquí porque yo estaba agotado por mis esfuerzos en la ciudad. Ha sido una pena que él haya tenido que salir tan de improviso, dejándome a cargo de mi amable anfitriona. —Hizo una reverencia en dirección de Abby. —La belleza y la hospitalidad de Beecham Hall han demostrado ser exactamente lo que necesitaba.
Para asombro de Abby, Lady Amelia se limitó a asentir antes de dirigir su fuego de nuevo a Abby.
—¿Has olvidado que hoy es el aniversario de la muerte de mi difunto esposo? —Abby abrió la boca pero Lady Amelia siguió hablando. —¿Le dijiste a James que él debía estar aquí para asistir a la iglesia con nosotros y mostrar su respeto y devoción a su padre?
Abby se aclaró la garganta.
—Se lo mencioné a James. Como dijo el Sr. Howard, él tuvo que regresar a la ciudad de forma inesperada. Él envió sus disculpas.
De hecho, James le había dicho que le dijera a su madre que por la única cosa que él oraba era por la seguridad de que su padre se quemara en el infierno. Con los años, Abby se había convertido en una experta en no transmitir los mensajes de James y había tomado alegremente el peso de la desaprobación de su madre sobre sus propios hombros.
—Bah, ese muchacho va a estar demasiado ocupado con la prostitución y el juego en Londres como para asistir a su propio funeral.
Abby se concentró en beber el té mientras su suegra continuaba murmurando acerca de James. ¿Estaría James yendo de putas o estaría demasiado ocupado preguntándose si ella y Peter estaban funcionando? Para su eterna gratitud, Peter mantuvo una fluida superficial conversación que mantuvo a Lady Amelia lo suficientemente divertida y su interés lejos de Abby.
Abby estudió a Peter mientras él asentía con la cabeza halagüeñamente a Lady Amelia, que parecía estar sonriendo con afectación. Llevaba un abrigo gris oscuro y un chaleco de color crema sobre pantalones de piel de ante y botas de charol. El elaborado nudo de su corbata estaba asegurado con un alfiler de perla. Como si fuera consciente de su escrutinio, Peter le guiñó un ojo.
Ella hubiera querido tener su habilidad para calmar las aguas turbulentas, con tanta gracia y paciencia. La mayoría de las veces por estos días, ella terminaba ofendiendo a suegra, quien luego se iba con una rabieta y se negaba a hablar con ella durante semanas. Su mirada se detuvo en los pantalones de Peter. ¿Él usaba esos anillos alrededor de su pene durante el día? ¿Los estaba usando ahora?
La cuchara cayó al suelo, ganándose el ceño fruncido de Lady Amelia.
—Puede ver por qué mi hijo no se molesta en volver a casa, Sr. Howard. —Abigail apretó los dientes. Esto era un viejo reclamo. —¿Por qué él se molestaría en permanecer alrededor de una mujer que ha resultado ser tanto estéril como ingrata hacia los que la han elevado muy por encima de su verdadera posición en la vida?
Peter dejó su servilleta y se puso de pie.
—Nunca he oído a James hablar de Lady Beecham con menos que términos de mayor respeto. —Hizo una reverencia. —Quizás hay otras razones por las que se aleja.
Lady Amelia le frunció el ceño.
—Bueno, yo no puedo pensar en ninguna. ¿Viene usted a la iglesia con nosotros, joven?
—Me encantaría representar a James en esta ocasión. Estoy seguro de que está verdaderamente devastado por no poder asistir hoy.
Abby le llamó la atención y él le guiñó un ojo otra vez antes de salir de la habitación. ¿Cómo era capaz de hacer eso y no dejar que lo viera Lady Amelia? Abby terminó sus tostadas y huevos escalfados y se limpió la boca con la servilleta.
—Si me disculpa por un momento, suegra, sólo voy a ir a ponerme mi sombrero.
Lady Amelia apuntó con un dedo enguantado en negro a Abby.
—Es muy impropio de ti entretener a un caballero en tu casa cuando tu marido no está presente.
Abigail le sostuvo la mirada y mantuvo su voz firme.
—El señor Howard es un amigo de James. Llegaron juntos. Cuando James tuvo que irse me preguntó si el señor Howard podía quedarse aquí por unos días para recuperarse. Estoy apenas sola en la casa con él, y no creo que obedecer los deseos de mi marido sea asunto suyo.
—Estás tramando algo, señorita, no creas que no lo sé y no imagino que un caballero como el Sr. Howard se rebajaría lo suficientemente bajo como para fijarse en ti.
Abby se volvió hacia la puerta.
—El señor Howard es de hecho un caballero. Eso es todo lo que importa. Si teme por mi virtud, ¿por qué no regresa a la casa y hace de mi chaperona?
Lady Amelia se puso de pie.
—Hay poca necesidad de eso. Esta casa está llena a reventar con parientes de edad avanzada y parásitos. Y si ni siquiera puedes meter a tu esposo en tu cama, ¿por qué debería preocuparme por tus patéticos intentos de atraer a otro hombre en ella? Howard se te reirá en la cara.
Abigail apartó la mirada del mordaz regocijo en los ojos de la viuda. Ella nunca había sido muy buena mentirosa. Una parte de ella anhelaba silenciosamente consternar a su suegra, confesando sus pecados. Desafortunadamente, ella no podía decidirse a hacerle eso a James o a Peter. Y el conocimiento de que otro hombre la había encontrado deseable era todavía demasiado precioso para compartir con nadie.
—Nos encontraremos en la sala, ma’am.
Abby hizo una reverencia y se dirigió escaleras arriba a su habitación para recoger su sombrero favorito. Si iba a ser golpeada por la venganza de Dios tan pronto como entrara en la capilla, tenía intención de lucir de lo mejor.
Peter lanzó una mirada a Abigail cuando ella saludó con la mano al transporte de Lady Amelia en la escalinata de la casa.
—A Lady Amelia no le gustas mucho.
Ella se volvió hacia él, una leve sonrisa en sus labios.
—No, ella odia el hecho de que haya tenido que casarme con James y trata de hacerme sentir inferior desde entonces.
Él la tomó la mano, la colocó en el hueco de su brazo y la llevó lejos de la casa hacia el jardín. La suave luz del sol se filtraba a través del tono dorado de los árboles y las primeras hojas caídas crujían debajo de sus pies. Bajó la vista hacia Abigail. Su cabello castaño claro estaba trenzado en una corona en la parte posterior de su cabeza, dándole un aire intelectual y anticuado.
—A pesar de su evidente disgusto, no te intimida, ¿verdad?
—Solía hacerlo. Pero me di cuenta de que por más duro que yo trate de complacerla, siempre será mi culpa que James no haya resultado ser el hijo que ella quería. Ella no tiene idea de su verdadera naturaleza ni de por qué él odia tanto a su padre.
Peter se echó a reír.
—Creo que James ha resultado notablemente bueno, considerando eso, ¿no?
Ella se sentó en un banco de piedra con una pequeña vista al lago ornamental y arregló la falda a su alrededor.
—A veces lo pienso, y luego percibo una cierta mirada en sus ojos y me pregunto si realmente le conozco bien.
—¿Qué quieres decir? —Peter se sentó a su lado y la cogió la mano enguantada.
—Cuando regresó de las Indias Occidentales, él había cambiado.
—¿En el sentido de que ya no era un niño sino un hombre?
—Fue más que eso. Una buena cosa fue que él pareció aceptar que no podía cambiar su naturaleza. Trató de ser honesto conmigo acerca de lo que podría ofrecer dentro de nuestro matrimonio. Incluso se ofreció a conseguir un divorcio, a lo que me negué. Pero a veces creo que aún desea volver al pasado y que nunca estará completo viviendo aquí.
Peter frunció el ceño. Sí, él tenía la misma sensación sobre James también. Un anhelo de algo, la búsqueda de una nueva experiencia para bloquear o anular el pasado. ¿Era esa una de las razones por las que se sentía tan atraído por él? ¿Ese compartido sentimiento de pérdida y deseo de realización?
—Sé cómo se siente. Recientemente he descubierto en mí un deseo de investigar mi pasado.
—¿Antes de que fueras secuestrado?
—Sí. Después de que los piratas atacaron nuestro barco estuve inconsciente durante varios días. Para cuando me desperté en el burdel, mis recuerdos casi habían desaparecido.
Abby le contemplaba, su cabeza hacia un lado como un pájaro curioso. —¿No conoces a tu familia?
Él esbozó una sonrisa.
—Ni siquiera sé si tengo una familia o si Howard es verdaderamente mi apellido. Antes de conocerte a ti y a James, tenía la intención de viajar hacia el norte y ver si podía averiguar algo acerca de mis parientes.
Ella le apretó la mano, su expresión seria.
—Deberías hacerlo. Todo el mundo debe conocer a su familia.
Él se rió entre dientes.
—¿Incluso si son viejas arpías como Lady Amelia?
—James la detesta. Es una de las razones por las que odia volver a casa. —Ella se encogió de hombros. —La otra soy yo, por supuesto.
Peter miró a su alrededor, estaban ocultos de la casa principal y el sendero estaba vacío. Deslizó los dedos debajo de su barbilla y la levantó la cabeza hasta que pudo mirar a sus grises ojos sombríos.
—Eso va a cambiar. Pronto no tendrás que preocuparte porque James te seduzca. Serás tú la que realice la seducción.
Ella se acercó más, su olor suave llenó las fosas nasales de Peter y se inclinó para susurrar un beso sobre sus suaves labios flexibles.
—No estallé en llamas.
Peter se apartó para mirarla.
—¿Perdón?
—Quiero decir que no estallé en llamas cuando entré en la iglesia. Me estuve preguntando si Dios realmente me castigaría por haber cometido adulterio.
Él sonrió.
—Creo que Dios nos dio libre albedrío. Simplemente tenemos que vivir con las decisiones que tomamos.
Ella le sostuvo la mirada, ninguna sombra en la suya.
—Estoy bastante contenta con mi elección, ¿y tú?
—De hecho yo también. Pero igual, no soy yo el que está casado.
—Ah, sí, me había olvidado. Tú eres un libertino. Estás ansioso de seducir a las mujeres casadas.
Él hizo una mueca. —No es algo de lo que estoy particularmente orgulloso. En verdad, justo antes de conocerte, había decidido cambiar mis costumbres.
—¿Y casarte?
—¿Quién me querría? —Se encogió de hombros, le ofreció una sonrisa precavida. —¿Un hombre que trabaja para ganarse la vida y que no tiene una familia de la que hablar?
—Un hombre de integridad y valor.
Él llevó su mano a la boca y le besó los dedos, sintiendo una extraña sensación de calor en el estómago.
—Gracias por eso. Pero tenía la intención de restringir mis actividades amorosas hasta saber lo que quería.
—Y entonces conociste a James.
—Sí, y entonces te conocí a ti.
Ella le tocó la boca, trazó la curva de sus labios, su expresión seria.
—No puedo creer que tú seas el mismo hombre con quien me metí en la cama anoche.
—¿Por qué?
Él giró la cabeza hasta que su dedo se deslizó dentro de su boca y lo chupó suavemente. Ella se estremeció y se acercó.
—Porque, aquí estás sentado, con un amoldado genuino aspecto de un caballero de Londres y, sin embargo debajo de estas ropas finas...
—¿Estoy desnudo?
Él pasó su mano acariciando hacia abajo de su espalda.
—Sí, desnudo y diferente y... —Gimió cuando él la besó duro en la boca. Su mano se deslizó en su cabello para sostenerlo cerca. Volvió a besarla, lamiendo la oreja y mordiendo suavemente hacia abajo de la curva de su garganta.
—Desnudo y excitado, ahora, gracias a ti. Si miras hacia abajo a mi pantalón puedes ver lo que me has provocado. —La cogió la mano, presionándola en el bulto de su polla. —¿Te complace poder ponerme duro en un instante?
—Sí. —Ella dudó, sus dientes apretando su labio inferior. —Durante todo el desayuno esta mañana, me estuve preguntando si usabas esos anillos de metal alrededor de tu polla todo el tiempo. Si los tenías en la iglesia.
Su polla respondió con evidente entusiasmo y él se movió en su asiento.
—No, no todo el tiempo y ciertamente no en la iglesia. Yo estaba medio erecto simplemente por estar sentado a tu lado.
Ella había cogido su mano enguantada durante el sermón, sosteniéndola escondida entre los pliegues de su falda hasta el momento de ponerse de pie para la última oración. Él regresó a su boca y la besó de nuevo, más posesivamente esta vez. Ella dejó que su mano permaneciera en su regazo, ahuecando su crecida erección. Él la mordió el labio.
—Si nuestras decisiones están tomadas y debemos ser sinceros entre nosotros, quiero mi polla en ti ahora. Quiero deslizarte sobre mi eje y empujar dentro de ti hasta correrme.
Ella se estremeció, su respiración irregular. —Ciertamente no puedo llevarte a mi habitación en pleno día.
—Todo lo que tienes que hacer es sentarse a horcajadas sobre mí. Tu falda cubrirá la abertura de mi pantalón y siempre y cuando no grites demasiado fuerte, nadie vendrá a molestarnos, especialmente en domingo.
Esperó su reacción, fascinado por ver si ella se permitiría tales libertades en público. Normalmente él no se arriesgaría a un público encuentro amoroso con una compañera tan ingenua. Tal vez el directo abordaje de Abigail a los misterios de las relaciones sexuales lo estaba afectando, después de todo. En verdad, era un alivio no tener que pensar en algo inteligente que decir para excitar a una mujer que estaba tan cansada como él.
—Piensa en el delicioso contraste, —él murmuró. —La mayoría de nuestra ropa castamente en su lugar mientras nuestros sexos se unen en una desnuda, húmeda convocación.
Frunció el ceño, su mirada fija en su polla.
—¿Cómo es que tus palabras me hacen sentir extraña?
—¿Extraña de qué manera? —Él arrastró su dedo por el espantosamente alto cuello de su vestido.
—Como si mi cuerpo se estuviera derritiendo. Como si entre mis piernas todo estuviera hinchado y húmedo y palpitante.
Él dejó escapar un lento, cuidadoso aliento.
—Abigail, ¿tú no tienes idea de lo que me haces cuando dices cosas como esas, verdad?
Ella frunció el ceño.
—¿Te doy asco? Pensé que íbamos a ser honestos con el otro.
—No me das asco. Me haces querer olvidar todo acerca de ser un caballero y simplemente follarte. —Deslizó las manos por su estrecha cintura y la atrajo a horcajadas sobre él. Sus manos se posaron sobre los hombros de él. Peter presionó sus nalgas hasta que su sexo rozaba contra su polla. —¿Esto se siente como asco?
—No, se siente... maravilloso.
Peter dio una última exploradora mirada alrededor y se inclinó para desabrocharse los pantalones. Su polla saltó libre y se apretó contra las agrupadas faldas de su vestido. Deslizó la mano debajo de su falda y enagua, encontrando su sexo y gimió.
—No estabas bromeando acerca de estar mojada y lista para mí, ¿verdad? —Deslizó un dedo en su interior.
Ella miró hacia abajo.
—¿Es eso lo que estaba sintiendo? No estaba segura. Me sentía vacía, como si necesitara algo.
Agregó otro dedo.
—Necesitas ser llenada con mi polla y mi semilla.
Su boca formó un perfecto "oh", mientras él la provocaba, su pulgar rodeando su clítoris aun cuando sus dedos hacían un movimiento de tijeras en su interior. Sus uñas se clavaron en la fina tela de su chaqueta mientras balanceaba sus caderas al ritmo de sus movimientos. Su polla empujaba contra su vestido, manchando y oscureciendo el raso verde hasta que él bruscamente empujó la falda a un lado. Su pasaje se tensó alrededor de sus dedos y él se aquietó.
—Espera, esto hará que sea aún mejor.
La levantó otra vez, volteándola para enfrentar al lago y la bajó lentamente sobre su pene. Apretó los dientes mientras su pasaje lentamente daba paso a la presión de su grueso eje. Ella gimió cuando terminó contra su ingle, sus apretadas bolas cuidadosamente escondidas debajo de sus nalgas.
—¿El lago es artificial?
Peter movió la mano hasta ahuecar su montículo, frotando los dedos sobre el hinchado nudo de su clítoris.
—¿Qué?
Aumentó la presión y la sintió contraerse en torno a su polla. —¿El lago es natural o artificial?
—Es artificial, desvía desde el río Roding. —Abby jadeaba mientras Peter continuaba el lento tormento a su sexo. —¿Por qué me preguntas eso ahora? —El corazón amenazaba con estallarle a través de su cuerpo cuando la tocó. Ella echó un vistazo a su vestido. Se veía inmaculado. Nadie se daría cuenta de que debajo de sus faldas, la polla de Peter la llenaba y su mano jugaba ociosamente con su sexo.
—Sólo estoy conversando, Abigail. —Él le acarició el cuello con la nariz. —¿No crees que es un hermoso día para sentarse a ver a los cisnes en el agua?
—Sí.
Ella no era tan experta en disimular sus sentimientos como él. Quería que él se moviera, para cualquier lado o aumentara la tensión sexual que cursaba por sus venas. Trató de mecer sus caderas pero él envolvió un brazo por su cintura hasta que ella se quedó inmóvil.
—Podría sentarme aquí todo el día.
—¿Así? —Ella trató de respirar normalmente.
—¿Por qué no?
—Alguien podría venir.
—Como ya hemos acordado, ¿qué verían? Un hombre y una mujer sentados juntos mirando el sol en el lago. Nunca sabrían que mi verga está enterrada profundamente dentro de ti y que mi pulgar se está deslizando y humedeciendo a lo largo de tu maravillosamente hinchado clítoris.
Su mano se movió desde sus caderas. —Por supuesto, si tú no llevaras un vestido tan horrible, mi otra mano estaría ahuecando tu seno, el pulgar trabajando tu pezón con el mismo ritmo con el que rodeo a tu clítoris.
—Mi vestido no es horrible.
Dio un golpecito a su hinchado brote, haciéndola saltar.
—Todas tus ropas son espantosas. Lo primero que pienso hacer cuando lleguemos a Londres es llevarte a una modista que conozco y pedirle a James que te compre un guardarropa completamente nuevo.
—No voy a ir a Londres.
Ella sonaba entrecortada, bastante diferente de ella misma. Muy pronto, si él no hacía algo más concreto con su polla, ella iba a ser algo aún más impropio de una dama y empezar a retorcerse y rogar y suplicar.
—Sí, irás. Podrás disfrutar de la experiencia con James y conmigo guiándote.
Se estremeció ante el pensamiento de James y Peter, y llegó a su clímax, su respiración convirtiéndose en agitados jadeos mientras Peter murmuraba su aprobación en su oreja. Tardó unos instantes en darse cuenta que su pene seguía tan duro como siempre y que permanecía enterrado en su interior.
—¿No vas a...?
—¿Correrme?
Sus dedos volvieron a jugar con su clítoris y ella ahogó un jadeo.
—Todavía no. Como te he dicho, estoy disfrutando demasiado del paisaje como para querer perder el control de mí mismo.
Reanudó su suave caricia sobre su ya-sobre-sensibilizada carne.
—¿El pensamiento de James te hizo correrte?
Ella se puso rígida.
—¿Por qué pensarías eso?
—¿Porque él es tu marido?
Ella tragó saliva.
—Me lo imaginé, parado aquí, observándonos.
Su dedo se detuvo sobre su clítoris.
—¿Y lo aprobaba?
—Estaba sonriendo.
Sus dedos reanudaron las caricias, uno rodeando el lugar donde ellos estaban unidos. Su voz sonaba ronca, más intensa.
—Entonces tal vez deberíamos asumir que tenemos su bendición.
—¿Crees que disfrutaría de vernos juntos, de esta manera?
—Sí, creo que lo haría. ¿Cómo no hacerlo? Después de todo, desea que los dos seamos felices.
Cansada de esperar a que él se moviera, Abby llevó sus pies hacia arriba sobre el borde del asiento de piedra para poder ejercer cierta presión.
—No tengo tiempo para estar sentada aquí todo el día, Peter.
Ella afirmó sus pies, dándose cuenta entonces que podía deslizarse hacia arriba y hacia abajo sobre su eje. Él gimió, sus manos agarrando sus caderas, ayudándola a equilibrarse, como si no pudiera dejar de ayudarla. Ella intentó hablar a través del creciente placer.
—Esto es mucho mejor, puedo sentir cada centímetro de ti.
—Eres una mujer de recursos, Abigail.
Su aliento se escapó silbando entre sus dientes cuando ella encontró el ritmo que le gustaba y trabajó sobre él. Sus dedos volvieron a atormentar su clítoris, enviándola sobre el borde a un clímax estremecedor. Él comenzó a empujar hacia arriba, su otra mano forzándola hacia abajo sobre él, llevándola a otro orgasmo y a la caliente explosión del suyo.
Abby se recostó hacia atrás contra él, su cabeza sobre su pecho, sus pies cayendo laxamente en el suelo.
—Ahora me siento con ganas de sentarme y mirar fijamente a los cisnes por un largo rato.
Él la levantó ligeramente y se retiró, luego abrochó sus pantalones. Apretó el pañuelo entre sus piernas y la sentó a su lado.
—¿Sabías que los cisnes se aparean de por vida?
Abby miró hacia arriba a su rostro sereno. ¿Cómo habría lucido él cuando llegó a su clímax? ¿Habría estado tan desesperado como le había sentido? Se quedó mirando el lago.
—¿Has mencionado los cisnes para recordarme que he traicionado a mi votos de boda?
Él la miró.
—¿Por qué supones que todos los comentarios que te hago tienen la intención de provocar una discusión?
Abby se levantó y se alisó la falda arrugada hacia abajo sobre sus temblorosas piernas.
—Tal vez porque no tengo experiencia en este tipo de conversación romántica que sucede entre una señora y su amante.
—Me alegro por ello. —Peter se levantó y la miró.
—¿Te alegras que discuta contigo todo el tiempo en lugar de suspirar por tus refinadas características varoniles y por el corte de tu abrigo?
Él sonrió lentamente, sus ojos azules estrechándose por la diversión.
—Sí, porque me parece profundamente refrescante.
Ella puso su mano sobre el brazo de él y se detuvo, luego giraron hacia las huertas en el lado oeste de la casa.
—Como te dije antes, me he estado sintiendo hastiado de la postura y la falsedad de la alta sociedad. Disfruto de la oportunidad de estar con alguien que es honesto y directo.
—Quieres decir que te has quedado sin cosas bonitas que decir.
Él frunció el ceño.
—Tal vez tengas razón. La falta de sinceridad ya no me sienta bien.
—Por lo tanto, ¿yo debería seguir siendo tan honesta y arremetedora, como me gusta ser, contigo?
Él le besó la mano, su expresión solemne.
—Milady, eso sería encantador.