CAPÍTULO 12

—Lo siento, llego tarde, Peter. Es este maldito clima.

Peter se puso de pie y se inclinó cuando Valentín irrumpió en la oficina, desató su capa y echó el sombrero sobre el escritorio. Caía la tarde, la luz del sol se ocultaba por una espesa capa de nubes y una vigorizante brisa marina. Cada vez que tragaba, Peter probaba un indicio de la sal del mar en sus labios.

—Tuve que asegurarme de que nuestro nuevo capitán tenía su carga adecuadamente segura antes de que salga del puerto.

—¿ tuviste que hacerlo?

Peter se hundió en su sillón, bebiendo ante la vista del desordenado cabello de Valentín, el fuerte color en sus mejillas y sus increíbles ojos violeta. A pesar de sus reservas sobre la continuidad de su amistad, Val realmente era un hombre hermoso.

—Bueno, estaba en el muelle, y como sabes siempre disfruto el lograr reencontrarme con mis barcos. —Val se encogió de hombros como si estuviera avergonzado. —Algunas veces hasta extraño los días en que teníamos que navegar por nosotros mismos.

Se alisó el pelo hacia atrás y ató la cinta azul en la nuca de su cuello. Un maltratado escritorio de roble y dos paredes con estanterías para libros ocupaban la mayor parte del espacio de la pequeña oficina. En tormentosas mañanas como ésta, Peter siempre sentía un poco de claustrofobia en el oscuro, confinado espacio. Prefería la oficina más amplia de Londres y dejaba a Valentín y al gerente de la oficina manejar la mayoría de los negocios del día a día en Southampton.

Después de que Val se sentó detrás de su escritorio, Peter se quedó en silencio, su expresión interesada pero amable. Había estado perdiendo lo suficiente de su paciencia recientemente, y Val era un maestro provocándole, especialmente cuando intentaba desviar la atención de sí mismo.

Valentín cruzó las manos sobre el escritorio.

—Debes estar preguntándote por qué te he llamado aquí con tanta prisa.

—En realidad no. —Peter se encogió de hombros. —Siempre has sido bastante prepotente, Val.

Su socio le lanzó una penetrante mirada.

—Siento discrepar. Me gustaría tener el tiempo para discutir el asunto contigo, pero hay cosas más importantes para discutir.

—Sí, por ejemplo, cómo sabías que estaba hospedándome con los Beechams. ¿Sara te lo ha dicho?

—No, simplemente le pregunté a Adams, tu ayuda de cámara. Él tuvo la amabilidad de darme la información cuando destaqué la importancia de mis asuntos. —Las cejas de Valentín se levantaron. —¿Qué está mal, Peter, estabas tratando de esconderte de mí?

—Aún no me has dicho lo que quieres. —Peter le miró desapasionadamente. —¿Supongo que todo está bien con tu esposa?

Val frunció el ceño.

—No quiero nada de ti, y sí, Sara está muy bien.

—¿Y me lo dirías si ella no lo estuviera?

Val paró de mover los libros alrededor de su escritorio y le miró.

—Por supuesto que sí. Tú eres el que insiste en convertir todo este malentendido en una farsa digna de Drury Lane3, no yo.

—Dime lo que está pasando, Val. —Peter mantuvo su voz tranquila. Después de sus recientes confrontaciones emocionales con Abigail, se negaba a meterse dentro de las aguas oscuras de su pasado de nuevo con su socio.

Val le miró fijamente durante un momento interminable y luego se sentó en su silla.

—Muy bien. Si esa es la manera en que deseas conducir la conversación, que así sea. Si recuerdas, justo antes de que te fueras enfadado, compramos un viejo negocio marítimo con sede aquí en Southampton.

Peter apretó la mandíbula.

—Meadows e Hijo. Sí, lo recuerdo, y no me fui enfadado, tomé una deliberada decisión de mantenerme fuera de tu vida.

Val le miró con incredulidad.

—Le he tenido a Anthony examinando sus viejos papeles y registros. La semana pasada, insistió en que había encontrado algo que me gustaría ver. Ah, aquí está. —Sacó un grueso libro encuadernado en cuero del centro de su escritorio y lo abrió. Señaló una estrecha línea de escritura.

—Estos son los registros del buque, el Reina Henrietta.

—¿Y?

Val le miró, con el dedo suspendido sobre la página.

—Es el nombre del barco que nos llevó dentro de aguas extranjeras y que permitió nuestra captura y esclavitud en Turquía.

Peter apretó los dedos en los brazos de la silla.

—Repito: es fascinante, pero ¿qué relevancia tiene en el presente?

—Todos figuramos en esta lista, tú, mi padre y yo. —Val dio vuelta a la página. —Y más que eso, nuestras direcciones figuran también. —Se levantó y tocó la campana de su escritorio. —Uno de los viejos empleados del Sr. Meadows, el Sr. Cole, ahora trabaja aquí. Pensé que te gustaría hablar con él.

Peter se quedó sentado, sus pensamientos tambaleándole por la cabeza como una vela flameando en una tormenta. Su mirada se posó en el andrajoso libro sobre el escritorio de Valentín. Después de todo este tiempo, estaba a punto de averiguar algo sobre su pasado. ¿Estaba preparado?

Un suave golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Alzó la vista para ver a un anciano entrar en la oficina, con el rostro envuelto en sonrisas.

—¿Cómo puedo ayudarle, milord?

—Señor Cole. Me gustaría que conociera a mi socio, el Sr. Peter Howard.

Peter se puso de pie y ofreció la mano al anciano. Para su sorpresa, el señor Cole se aferró a él durante mucho más tiempo del que era educado.

—Me acuerdo de usted ahora. Usted era un niño tan pequeño cuando su madre le trajo a la oficina. —Le palmeó la mano a Peter. —Yo era uno de los escribanos subalternos en esos días. Era mi trabajo registrar los pasajeros y el listado de cargas y vender cualquier espacio extra.

—¿Usted se encontró conmigo y con mi madre?

—Sí, desde luego. Ella había hecho arreglos para que usted comenzara una nueva vida con algunos parientes lejanos de su familia, misioneros creo que eran, que trabajaban en Rusia. Tenía muy poco dinero, por lo que el Sr. Meadows, el más joven de ellos, estuvo de acuerdo en que usted podría trabajar para pagar su pasaje.

Peter hizo un gesto hacia la silla más cercana.

—Por favor, siéntese, señor Cole. No tengo ningún recuerdo de esos acontecimientos en absoluto.

Las canosas cejas del señor Cole subieron por encima de sus gafas.

—Yo no tenía idea, señor. Debe preguntarme lo que quiera. Voy a tratar de recordar todo lo que pueda. Su madre era una cosa tan joven y bonita.

Peter tomó una estabilizadora respiración. Ni siquiera podía mirar a Valentín, a pesar de que podía sentir su preocupación como una cosa palpable.

—¿Mi madre dejó una dirección?

—Creo que sí, señor, aunque después de que el barco fuera capturado, nosotros le escribimos para informarle de la tragedia y no recibimos ninguna respuesta. —Los ojos del señor Cole se empañaron. —¡Y cuando nos enteramos de que usted y el joven lord habían sido rescatados, estuvimos tan emocionados! —Se inclinó hacia delante. —Por supuesto, no estuvimos chismorreando como algunas personas hicieron por estos días, aunque me encargué personalmente de escribirle a su madre una vez más.

—Supongo que ella no respondió.

—Bueno, señor, la carta llegó de vuelta sin abrir y marcada como que esa dirección era desconocida, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta la cantidad de años que habían pasado.

—No era de extrañar en absoluto, —murmuró Peter automáticamente.

—Y usted se ha convertido en un hombre de bien, señor. Eso simplemente demuestra hasta qué punto un hombre puede elevarse en estos días con un poco de agallas y determinación.

—Y un complaciente amigo con un título.

—Peter... —Val se puso en pie. —No me gusta interrumpir, señor Cole, pero tengo otros asuntos que discutir con el Sr. Howard. ¿Quizás usted podría continuar con esta conversación más tarde?

El Sr. Cole se paró también.

—Por supuesto, milord. Estaré en la oficina principal si me necesitan. —Le tendió la mano a Peter, quien se la estrechó. —Fue un placer conocerle por fin, señor. Espero verle pronto de nuevo.

—El placer fue todo mío, señor Cole. Usted me ha permitido vislumbrar una parte de mi vida que creí haber perdido para siempre.

Vio cómo el señor Cole le hizo un guiño a San Valentín y se dirigió hacia la puerta.

—¿Señor Cole?

—¿Sí, señor?

—¿Mi madre estaba acompañada de alguien?

—No que yo sepa, señor. Ella vino a nuestras oficinas por sí misma.

—Gracias, otra vez.

El Sr. Cole cerró la puerta detrás de él con firmeza, dejando a Peter mirando a Valentín. Él tomó una profunda respiración.

—¿Tienes esa dirección?

—Por supuesto. —Val le entregó a Peter un pedazo de papel. Él rápidamente exploró la distintiva letra de Valentín.

—¿Mi madre vivía en una vicaría?

—Aparentemente sí. —Valentín sonrió. —En realidad, tengo otro motivo para mi precipitada convocatoria.

Peter se irguió, la hoja de papel estrujándose en sus dedos.

—¿Qué diablos has hecho, Val?

—Me encargué personalmente de comunicarme con tu familia.

Peter apoyó los dedos sobre el escritorio para mantenerse estable.

Tú te encargaste personalmente. ¿Crees que soy demasiado estúpido para hacer esto?

Valentín frunció el ceño.

—Por supuesto que no. Sólo quería ayudar.

—¿Por qué, Val?

—Porque eres mi amigo. —Valentín se apartó del escritorio y empezó a pasearse por la pequeña habitación. —Porque sospeché que dejándolo a tu propia voluntad, probablemente no harías nada con esta información.

—¿Tienes miedo de que tenga la intención de chuparte la sangre por el resto de mi vida?

—¡Por supuesto que no!

—Pero te has apropiado de mi elección en este asunto.

—¡Cristo, Peter, he encontrado a tu familia para ti!

—¿Porque aún te sientes culpable por negarme la tuya?

Val se quedó inmóvil, con los ojos llameantes de furia.

—¿Cómo te atreves a sugerir que soy tan mezquino y egoísta como para interferir en tu vida exclusivamente para mi beneficio?

—¿Por qué no? Tú siempre has tomado lo que querías de mí ignorando el resto.

Val dio otra vuelta por la habitación hasta que volvió a pararse frente a Peter. Su boca era una dura, hostil línea.

—Entiendo que estés molesto por esta noticia, así que estoy dispuesto a perdonar tus insultos sobre mi persona.

—Eso es una gran cosa de ti, Val. Ahora dime el resto. Hay más, o no te estarías sintiendo tan brutalmente culpable.

Val volvió a mirar a los papeles sobre su escritorio.

—Tuve una respuesta de un señor llamado William Howard. Él es el actual rector de la Iglesia Farlington en North Yorkshire.

—¿Tuviste una respuesta? —Peter se sentó de repente.

—Este señor, que puede ser tu abuelo materno, estará en Londres durante los próximos días. Él se está hospedando en el Hotel Grillon. Te sugiero que vayas a verle.

Peter se quedó mirando sus botas, notando las manchas de barro que ahora deslucían su brillante oscuridad, preguntándose cómo Adams conseguía que brillaran tan bien. Hizo una mueca cuando Valentín se agachó delante de él.

—Sé que esto es impactante, y me disculpo si sientes que he sobrepasado los límites de nuestra amistad. —Peter se estremeció cuando Val puso la mano sobre su rodilla. —Pero, Peter, por tu propio bien, por favor, haz el esfuerzo de ver a este hombre, aunque sea sólo por un momento. Nunca te lo perdonarás si dejas pasar esta oportunidad de tus manos.

Peter se quedó mirando la mano de Valentín. Su amigo rara vez le tocaba voluntariamente por estos días.

Quería llorar.

Tenía que irse.

—Gracias por la información. —Se levantó tan abruptamente que Valentín chocó contra el suelo. —Necesito pensar.

Usó toda su concentración para mantener una apariencia de calma mientras se dirigía hacia la puerta. Val se puso lentamente de pie y permaneció junto a su escritorio, con una expresión preocupada.

—Peter...

—Voy a estar en contacto, Val.

Valentín suspiró.

—Cristo, Peter, ¿por qué tienes que hacer esto tan difícil? ¿Quieres cenar con nosotros esta noche? Estoy seguro que puedes inventar alguna excusa para explicarle a Sara por qué no optaste por permanecer con nosotros por primera vez en la historia.

—No estoy viajando solo.

Pensó en Abigail esperando impacientemente por él en el hotel. Dios, quería poner su cabeza en su regazo y dejarla que le acariciase el pelo hasta dormirse.

—¿Estás con alguien?

La repentina dureza en la voz de Valentín llevó la atención de Peter de nuevo a su amigo.

—Eso por lo general es lo que implica no estar solo, Val. Así que no te preocupes por mí.

La mano de Valentín cayó a su lado.

—Entonces, buenas noches.

—Buenas noches, Val. Probablemente sería mejor si no se le dices a Sara que estuve aquí en absoluto.

Peter se abrió camino hacia afuera de la oficina y se forzó a pasar varios minutos conversando con sus empleados como si nada hubiera sucedido. Logró escapar y se dirigió a la calle. Para su alivio, la posada estaba a sólo unos minutos caminando. Las nubes de tormenta se habían abierto por fin, y bajo la lluvia torrencial, parecían como veinte millas. Dio trompicones por las escaleras y encontró la puerta de Abigail. Fue a llamar a continuación, y vaciló. ¿Realmente quería que le viera de esta manera?

Lentamente retiró la mano y se dirigió lentamente por el pasillo hasta la puerta que conducía a su propia habitación. Necesitaba tiempo para recobrar la compostura. Abigail era demasiado perspicaz para verlo en este estado y no hacer preguntas que sabía que no tendrían respuestas. Se sentó en el borde de la cama y dejó caer su cabeza en sus manos.

¿Qué infiernos iba a hacer ahora?

Abby levantó la vista del libro cuando notó el suave golpe en la puerta que conectaba su habitación con la de Peter. Había pasado una hora agradable con la señorita Trixie quien se había retirado para dormir la siesta. Ella había aprovechado la larga ausencia de Peter para recostarse en una silla junto al fuego, ubicar sus gafas en la nariz y leer los últimos cuentos sensacionalistas de la prensa Minerva. Peter entró, cerró la puerta detrás de él y se inclinó. Abby se quitó las gafas.

—Bueno, Peter, ¿cómo te fue?

Él tomó la silla de enfrente y se sirvió una taza de té de la tetera frente a ella. Tenía el pelo húmedo por la lluvia, su piel pálida. Dio un sorbo al té e hizo una mueca a continuación.

—Esto está frío.

—Eso es porque lo ordené hace unas dos horas. —Dejó el libro. —¿Te gustaría que ordenase un poco más?

—No es necesario, pero gracias por la oferta.

Abby le estudió más cuidadosamente. Estaba mucho más amable, lo que normalmente significaba que estaba tratando de distanciarse de ella. Se inclinó hacia delante y tomó la taza de su mano.

—¿Qué pasó? ¿Fueron malas noticias?

Su sonrisa de respuesta fue tan plana y perfecta como un lago congelado.

—Depende de cómo definas malo.

—Peter...

Se encogió de hombros.

—Lord Sokorvsky me dijo que surgió algo interesante en los registros de la compañía naviera de la que recientemente nos hicimos cargo. Al parecer, esta empresa tenía documentación sobre el buque del que salí de Inglaterra con destino a Rusia.

Abby juntó las manos en el regazo.

—¿Ellos tenían antecedentes tuyos?

—Yo estuve ahí, alistado junto con el resto de la tripulación. —La miró y luego miró hacia otro lado. —No soy todo lo caballero que podrías haber imaginado.

Hizo caso omiso de su declaración de auto-desprecio.

—¿Por qué estabas en ese barco?

—Ya te dije. Estaba trabajando como el resto de la tripulación. Trabajando para pagar mi pasaje a una vida mejor, al parecer.

Abby frunció el ceño.

—He oído hablar de hospicios y orfanatos que enviaban a los niños a las colonias. ¿Por qué te habían puesto en un barco que iba a Rusia?

—Ellos no lo hicieron. Mi madre lo hizo.

—¿Tu madre?

Se encogió de hombros.

—Lord Sokorvsky incluso encontró un antiguo empleado de la compañía naviera para confirmar que de hecho me había conocido a mí y mi madre. El Sr. Cole cree que ella me estaba enviando con sus familiares que eran misioneros en Rusia.

Su mirada se desvió de nuevo ya que no quería que ella viera sus ojos. Tenía las manos crispadas sobre el regazo, los nudillos blancos. Ella tomó una cuidadosa respiración. A pesar de su tono ligero de conversación era obvio que la noticia había afectado a Peter mucho más profundamente de lo que él estaba dispuesto a admitir.

—¿Te acuerdas de ella?

—¿Mi madre? No, en absoluto. No me acuerdo de subir al buque ni de nada hasta que desperté desnudo en un mercado de esclavos turcos con Valentín.

Ella asintió con la cabeza.

—Pensé que debía haber sido Lord Sokorvsky con quien fuiste esclavizado.

Dio un respingo.

—Por favor, olvida lo que dije. Las experiencias que he compartido con vosotros son mías y de nadie más.

—¿Todavía le proteges, Peter?

Él suspiró, empujando la mano por su húmedo cabello rubio, su cara poniendo en evidencia su cansancio.

—Mi madre dejó una dirección, aunque la compañía de transporte nunca fue capaz de contactar con ella allí.

—Es posible que ella se la inventara. Suena como una mujer que se estaba quedando sin opciones si optó por enviar a su hijo lejos de ella.

Peter la miró fijamente.

—Estoy impresionado por tus intentos de ser justa con una mujer que no conoces. —Su sonrisa era amarga. —Lamento decir que no puedo pensar tan benévolamente de ella por el momento.

—Tal vez su familia la abandonó y no tenía otra opción.

—Tal vez sólo quería deshacerse de mí. —Se reclinó hacia atrás en su silla. —Gracias a la interferencia de Lord Sokorvsky parece que podría averiguarlo.

—¿Se puso en contacto con tu familia?

—Contactó con la gente que vive en la dirección que ella dio, una rectoría en el norte de Inglaterra. ¿Cuán irónico es eso? Aparentemente un hombre, que podría ser mi abuelo, está esperando mi visita en Londres en los próximos días.

Abigail saltó sobre sus pies.

—Entonces, ¡tenemos que darnos prisa! No necesitamos permanecer otra noche aquí, podemos ponernos en marcha ahora mismo.

Él la sonrió.

—¿Estás tan impaciente por marcharte, Abigail?

—Por supuesto, si eso significa que encontrarás a tu familia.

Se puso de pie y se alejó de ella hacia la ventana, las manos cruzadas en la espalda.

—¿Y si ellos no desean encontrarme?

Ella se quedó mirando sus rígidos hombros.

—¿Por qué no?

—Si yo fuera realmente querido, seguramente habrían venido a buscarme hace mucho tiempo.

Se movió parándose detrás de él, odiando el terrible borde de incertidumbre en sus palabras murmuradas. Ella envolvió sus brazos alrededor de él y se acarició la mejilla contra la tela de su oscura chaqueta.

—¿Tal vez ellos no supieron que sobreviviste?

Suspiró, un sonido desgarrado, su agitada respiración condensándose en el cristal.

—Entonces, si no partimos hasta mañana... —Ella le dio la vuelta y comenzó a trabajar en los botones de su chaleco. Él detuvo sus manos con las suyas.

—Abigail, no tienes que hacer esto. Entendería totalmente si deseas que revisemos nuestra relación a la luz de estas revelaciones.

—¿Por qué tuviste una madre?

—Porque parece que soy un campesino y un bastardo.

Ella le cubrió la boca con sus dedos, cortando sus palabras.

—Vamos a la cama, Peter.

Ella ahuecó sus testículos y extendió sus dedos a lo largo de su rápidamente engrandecido eje, esperaba tener la suficiente habilidad para amarle como él merecía ser amado, para que se sienta tan digno como cualquier otro hombre y se olvidase de todos sus problemas por unas pocas dichosas horas compartiéndolas con ella.