CAPÍTULO 10

—¿Este mensaje es realmente tan urgente que mi socio tuvo que casi matarte a ti y a tu caballo para traerlo hasta aquí?

—Al parecer, señor.

—Gracias, entonces. —Peter asintió con la cabeza al hombre cubierto de barro frente a él. —Ve a buscar algo para comer y beber en la cocina, mientras veo si esta carta necesita una respuesta.

Sin hablar, Abigail salió de la gran sala y entró en el estudio. Peter la siguió, sus pensamientos en un torbellino. Ella le entregó un cuchillo de papel y él destrozó el sello de cera de la carta.

—¿Qué diablos quiere Valentín ahora? Y ¿cómo supo dónde encontrarme?

—¿Tú le has escrito?

Peter hizo una pausa.

—Le escribí a su esposa y usé tu sello familiar sobre la cera. Tal vez él obtuvo la información de Sara. —Inclinó la cabeza para escanear la carta.

Parecía que sus idílicas dos semanas con Abigail estaban a punto de ser arruinadas. El mensaje era breve y estaba seguido por la firma garabateada de Valentín y el sello privado. Miró por encima de la parte superior del papel hacia Abigail.

—Lord Sokorvsky insiste en encontrarse conmigo en nuestras oficinas de Southampton este fin de semana.

—¿Dice por qué?

—Sólo que se trata de un asunto personal de mucha importancia.

Peter se quedó mirando la carta. ¿Qué demonios quería decir Val? ¿Algo estaba mal con Sara o era simplemente el último intento de Valentín para obligarle a entrar en una confrontación? Frunció el ceño. Aún así, no era propio de Val ir a tales extremos sin una buena razón.

—Por lo menos me salva de ir a Londres.

Peter dirigió su atención otra vez hacia Abigail.

—No, no lo hace. Ya has acordado conmigo en reunirte con James. Puedes ir a Southampton primero y luego a Londres.

—¿Qué pasa si no deseo hacer eso?

—¿Por qué no querrías?

Abigail colocó el cuchillo de nuevo en el cajón del escritorio y lo cerró de un golpe. Ella se alejó de él, sus brazos cruzados sobre el pecho.

—Hemos tenido dos semanas perfectas. ¿Por qué no terminar ahora?

Su estómago se apretó mientras estudiaba su postura defensiva.

—¿De verdad crees que estoy listo para dejarte?

Ella se volvió, su barbilla alta en el aire, su sonrisa deliberadamente brillante.

—He demostrado ser una alumna apta para tus lecciones. Tal vez esto no es más que un ardid preconcebido para asegurar tu escape.

Él la miró, la desacostumbrada ira subiendo a través de sus cuidadosamente construidas capas de cortesía.

—Realmente tienes una pobre opinión de ti misma, ¿no?

Ella se quitó las gafas.

—¿Qué diablos quieres decir?

Se encogió de hombros.

—Así que estás dispuesta a creer que me alejaría de ti en la primera oportunidad que tuviera, dejando todo entre nosotros sin terminar.

Sus manos se cerraron en puños.

—¿Por qué no lo harías? Todos los demás lo han hecho.

Le sostuvo la mirada, vio un atisbo de lágrimas en sus ojos y suspiró.

—Porque acordamos ser honestos con el otro. Si quisiera irme, te lo diría. —Le tendió la carta. —Léela tú misma. Asegúrate de que no te estoy engañando y luego me dices cómo puedo no ignorar un pedido de mi mejor amigo y no hacerte daño en el proceso.

Ella se volvió hacia él, tomó la carta de su mano extendida y la dejó caer a su espalda sobre el escritorio. Por un breve instante él consideró agacharse cuando ella le enfrentó.

—¿Tal vez yo debería ir a Southampton contigo y luego a Londres para encontrar a James?

Dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo sin saberlo. Ella era verdaderamente magnífica. —Esa es una excelente idea.

Peter bajó de su caballo y se secó la lluvia torrencial que oscurecía su visión. Un momento después, el transporte Beecham traqueteó a través de la arqueada entrada dentro del maloliente patio interior. La puerta más cercana del carro se abrió hasta la mitad, y una bota pequeña apareció. Peter se apresuró a ayudar a Trixie, la prima de James, que descendía del carro con una velocidad y agilidad que desafiaba sus sesenta y dos años. La prima Trixie vivía en Beecham Hall y había estado encantada de trasladarse lejos en una aventura con Abigail.

Un sirviente se apresuró con un paraguas y acompañó a la charlatana señorita Trixie dentro de Dolphin Inn. Peter permaneció ayudando a Abigail a bajar las escaleras.

—Tenga cuidado, milady. Sigue lloviendo muy fuerte.

Abigail arrugó la nariz cuando notó el lúgubre entorno y le permitió ayudarla a apurarse hacia al interior. Él se sintió aliviado al ver que la dueña les esperaba en el estrecho pasillo. Ella hizo una reverencia, murmuró algo sobre el tiempo y les ofreció ron caliente. Abigail se animó visiblemente y se dirigió hacia las escaleras, charlando animadamente mientras ascendía.

A pesar de su exterior deprimente, la posada era pequeña pero limpia, los techos bajos y arqueados por la edad. Peter aspiró el agradable aroma de lavanda y cerveza, se golpeó la cabeza con la puerta baja y entre dientes soltó una maldición. Le llevó sólo un momento ubicar a la señorita Trixie en la habitación que debería haber sido suya, y llevar su equipaje en el cuarto al lado del de Abigail.

Llamó a la puerta de comunicación y encontró a Abigail calentándose las manos junto al fuego, su sombrero secándose sobre la mesa.

—Le aconsejé a la señorita Trixie comer en su cuarto esta noche y le ordené una agradable cena. No deberíamos ser molestados.

Se volvió para sonreírle. Ella tenía su húmedo cabello rizado alrededor de su cara y sus mejillas estaban encendidas.

—La prima Trixie es un encanto. Me dijo que no me preocupase si Lady Amelia descubría algo sobre nosotros.

—¿Le hablaste sobre nosotros?

—No la he dicho nada. Se imagina que está ayudando a una trágica historia de amor. Es increíblemente romántica y siempre me ha querido bien.

—Te mereces una historia de amor, Abigail. —Él besó su boca, encontrando que los labios aún estaban fríos.

Ella se rió, y el sonido le daba ganas de retribuirle la sonrisa.

—No una trágica, espero. No soy la clase de mujer que sueña con morir en los brazos de su verdadero amor o que contemple tirarse de un acantilado.

—Me alegro de oír eso. Qué horrible enredo para arreglar. —Él volvió a besarla y gesticuló hacia la puerta que unía sus habitaciones. —Después de nuestra cena, me voy a quitar el resto de estas ropas mojadas y tomaré un baño. ¿Te gustaría unirte conmigo?

—¿En el baño?

—Si tú quieres.

Ella le miró, sus dientes trabajando sobre su labio inferior. —Me encantaría eso.

Él sonrió mientras su anticipación crecía junto con su polla. —Entonces a mí también.

En el momento en que estaba sumergido en el baño, Abigail se sentó sobre un lado, vestida con su bata, una copa de coñac en una mano y una manzana en la otra. Él la sonrió.

—Entra en el agua.

—No parece haber mucho espacio.

—Hay mucho espacio si te sientas a horcajadas sobre mí.

Ella dejó caer la bata al suelo. Su garganta se cerró al ver su exuberante cuerpo inclinándose sobre él, la visión de su sexo mientras se metía en la bañera, el suave balanceo de sus pechos contra su cara.

Su tiesa polla se deslizaba contra su vientre mientras ella se sentaba sobre él. Le entregó un trozo de tela y casi ronroneó cuando ella comenzó a frotarla lentamente sobre su pecho. Cerró los ojos para disfrutar aún más de la sensación. ¿Cuándo fue la última vez que alguien se había preocupado por él con tanta dulzura? Él y Valentín se habían atendido entre sí las heridas en el burdel, pero esto era diferente.

—Peter, cuando vas a la cama con James, ¿cómo exactamente te las ingenias?

—¿Ingeniar qué?

Abrió un ojo y la miró. Tonto de él por pensar que ella iba a dejarle disfrutar del momento sin otra pregunta infernal.

Ella se sonrojó furiosamente, con la mirada fija en el movimiento de la toalla en su mano.

—Ah, quieres decir, ¿cómo hacemos James y yo el amor? —Se deslizó más abajo en el agua, llevando a sus pechos más cerca de su boca, y lamió un pezón.

—Los hombres no tienen las mismas dotaciones que una mujer.

Peter trató de no reírse de su exageradamente conservador tono mientras deslizaba su mano alrededor de la curva de su trasero. Había aprendido que a ella no la repugnaba saberlo todo.

—Los hombres tienen algunos de los orificios de la mujer, pero no todos. —Deslizó un dedo bien enjabonado pasando el apretado capullo de su ano. —Tomo a James por aquí y en mi boca.

Ella se movió más cerca de manera que él pudo succionar sus pechos por un momento y agregó otro dedo, el pulgar rodeando su clítoris mientras ella se movía sensualmente contra él. El agua chapoteaba sobre su pecho y se derramaba por los lados de la bañera hasta el suelo.

—¿Puedes tomar a una mujer así?

Abrió los ojos ampliamente y se quedó mirando los de ella.

—Sí, con paciencia y tiempo. —Hizo un movimiento de tijeras con los dedos dentro de ella. —Ya he comenzado a prepararte para que tomes mi polla por aquí, ¿no te has dado cuenta? —Volvió a sus duros pezones, mordiendo y lamiendo, hasta que ella gemía con cada deliberada pasada de su lengua.

Tres dedos ahora, lo máximo que había podido empujar dentro de ella. La besó en la boca, llevó su otra mano hacia abajo a su sexo. Su dolorosa polla se frotaba contra su vientre.

—Cuando James y yo te tomemos juntos, necesitarás estar preparada.

—¿Tomarme juntos?

—Por supuesto. ¿No es eso lo que quieres? ¿Dos hombres dándote placer con sus manos, sus bocas y sus pollas?

Ella culminó inesperadamente contra sus dedos, sus dientes mordiéndole el labio hasta que él probó su propia sangre. Con un gemido él la levantó y la ubicó sobre su eje, tomándola con rápidos empujes y bombeando con fuerza en su suave, dispuesta carne.

Antes de que sus temblores terminasen, él la levantó de la bañera y la acostó sobre la cama, con las piernas ampliamente abiertas, sus hombros entre ellas. Cogió un paño seco de la pila al lado de la bañera. Usando la esquina de la áspera tela, cuidadosamente la secó su sexo. Mientras él trabajaba, sus caderas se movían impacientemente sobre el cobertor y su crema fluía brillante en los regordetes rosados pliegues de su coño.

Él dio un golpecito a su clítoris con la nariz, la lamió desde adelante hacia atrás en un lengüetazo interminable de placer hasta que ella cerró su mano en un puño en su pelo mojado, conduciéndolo o reteniéndolo, él ya no podía distinguirlo.

—Nunca pensé en teneros a los dos.

Levantó la cabeza para mirarla. Su húmedo cabello estaba desplegado en las almohadas y sus pezones aún estaban duros por su boca. Él subió a la cama y se arrastró sobre ella, su pelo mojado modelaba su piel con agua, su polla añadió una espesa acumulación de pre-semen sobre su estómago.

—¿Cómo pensaste que le enseñaría a James cómo apreciar tu cuerpo y darte placer?

—Creí que él observaría, mientras tú... —Ella hizo un gesto con la mano hacia su entrepierna.

—¿Mientras yo te follo? A veces él podría observar y otras veces yo podría observarle a él. —Él se inclinó para rozar un beso sobre sus labios. —Pero sobre todo, vamos a hacerte el amor juntos. —Ella se estremeció y él se detuvo, toda su concentración en su rostro. —¿Eso te desagrada?

Ella abrió los ojos.

—No, no me desagrada en absoluto. —Le tocó la mejilla. —Tú no le permitirás lastimarme.

—Confía en mí, después de que te he demostrado el error de sus formas, será incapaz de lastimar un pelo de tu cabeza.

—Realmente no es completamente mi culpa, ¿verdad?

Volvió a besarla, gimió cuando su dolorida polla se deslizó sobre su piel resbaladiza.

—Ya te dije que no lo es. James sólo tiene que aprender a sacar lo mejor de ti. Si yo puedo hacerlo, él también puede hacerlo.

—Pero ¿y si no quiere?

—Abigail, él quiere. ¿Por qué sino estaríamos aquí juntos de esta manera si él no tuviera la intención de intentar darte un hijo?

Ella se mordió el labio como considerándolo. Se preparó para otra ronda de preguntas.

—¿Te gusta cuando James te hace el amor?

—Sí, y a ti te gustará también, te lo aseguro.

—¿Él no te lastima?

—No y no te lastimará a ti tampoco, te lo prometo.

Ella arrastró sus dedos hacia abajo por el pecho y él se quedó paralizado en su lugar sobre ella, su respiración tan desigual como la de ella. Le acarició la polla y gimió.

—¿Me puedes mostrar cómo se puede sentir?

—¿Cómo se puede sentir qué?

—Tener otro hombre dentro de mí.

Él parpadeó con fuerza, luchando por encontrar la disciplina que había estado con él a través de un millar de encuentros sexuales y se dio cuenta que lo había abandonado. Se quedó mirándola, la franqueza de su mirada hizo que su polla se hinchara aún más.

—Si así lo deseas.

Se levantó de la cama y merodeó por la sala en busca de algo apropiado para introducirla en los placeres del juego anal. Extinguió la llama de una de las altas y esbeltas velas de sebo sobre la chimenea y la quitó del candelabro. Alisó el cilindro de cera con la punta de los dedos. No era demasiado gruesa o demasiado larga, pero lo suficientemente firme como para no romperse cuando se deslizara en su interior.

Volvió hacia la cama donde ella se había alzado sobre un codo y lo observaba fijamente. Luchó contra una sonrisa. Abigail siempre quería saber exactamente lo que estaba pasando y tenía mil preguntas que formular mientras él hacía lo que necesitaba.

—Esto va a ser perfectamente adecuado para nuestros propósitos de esta noche.

Ella tomó la vela de su mano y la estudió, una pequeña mueca creció entre sus cejas.

—¿Está seguro?

—Muy seguro.

Peter suavemente la empujó sobre la cama y la besó antes de que pudiera hacer más preguntas.

Abby se retorció cuando Peter la besó, sus manos recorriendo su cuerpo y trayendo ese ahora familiar dolor otra vez entre sus piernas. Sus dedos se dirigieron más abajo y se apoderaron de su sexo, arrastrando la espesa crema desde dentro de ella, esparciéndola alrededor de sus hinchados labios hasta que lo único que ella podía oír eran los exuberantes sonidos de su propio deseo.

Sus dedos sondearon sus nalgas y uno se deslizó traspasando su ano. Ella se puso tensa, pero no sintió nada más que placer mientras él continuaba acariciándola. Su boca se deslizó sobre sus sensibles pechos, el rugoso indicio de barba fue suficiente para hacer arder a todos sus sentidos.

—Imagínalo, Abigail. Imagínate cómo se sentiría tener dos hombres tocándote de esta manera.

Cerró los ojos, trató de imaginar a James y a Peter inclinados sobre ella, el contraste entre el oscuro musculoso cuerpo de James y la suavidad de Peter, la fuerza bruta de James y la delicadeza de Peter. Ella gimió y sus jugos se engrosaron bajo los cualificados dedos de Peter. Él deslizó una almohada debajo de sus nalgas, mostrando sus secretos a su mirada.

Ella bajó la mirada, vio sus dedos enterrados profundamente hasta los nudillos en sus dos pasajes, imaginando dos pollas en su lugar. Sus caderas se levantaron de la cama en una súplica instintiva, y él sonrió.

—James estará debajo de ti, su polla preparada y lista para tomarte por el ano. Mi polla también estará dispuesta para tomarte por aquí. —De repente, él quitó los dedos y ella saltó.

—James primero. —Le mostró la vela ahora recubierta con su pre-semen y su crema. Ella trató de relajarse mientras él la penetraba con el extremo romo, sintió el aumento de la presión y luego indulgentemente se calmó.

—Vamos a fingir, sólo por esta noche, que James tiene una muy pequeña polla de aproximadamente sólo cinco centímetros de largo, como la del respetado Napoleón.

Abby sofocó una risilla. Peter se limitó a sonreír, su atención se centró en su coño.

—Tras lo cual yo, por supuesto, yo tengo una magnífica polla de veinticinco centímetros, que te llenará a la perfección.

—Por supuesto.

Ella dejó de hablar cuando él se deslizó en su interior, la doble penetración le provocó una peculiar sensación de saciedad.

—Espera. No estoy segura...

Sus dedos bailaron sobre su clítoris y ella instintivamente movió sus caderas. Él se deslizó más profundo y ella alcanzó su clímax, apretando alrededor de su polla y de la añadida solidez de la vela hasta que ella pensó que nunca podría dejar de correrse. Peter se incorporó sobre su codo y la observó, su mirada absorta mientras ella se retorcía y gemía su nombre.

—Tal vez vamos a permitir que James tenga una polla de ocho centímetros esta noche.

Él se sostuvo profunda y permanentemente dentro de ella mientras manipulaba la vela, moviéndola hacia adentro y hacia afuera de ella como si fuera un pene real. Abby se encontraba clavando sus uñas en sus musculosos bíceps mientras trabajaba sobre ella. ¿Ella había imaginado alguna vez que existía un placer tan intenso en el mundo? ¿Había soñado alguna vez que un hombre la ofrecería la oportunidad de experimentar tanta alegría?

Su cuerpo se tensó de nuevo y ella tomó el cabello de Peter con el puño de su mano hasta que él tuvo que mirarla.

—Peter... no puedo tomar nada más. Es demasiado.

Él la sonrió.

—Sí, puedes.

Ella gritó cuando él empezó a moverse en contraposición a los empujes de la vela, sus superficiales empujes alineaban su cuerpo contra su hueso púbico y la enviaron a una desconocida tierra de desesperado codicioso deseo que nunca había imaginado. Su carne golpeaba contra la de ella, el cuerpo de Abby se levantaba hacia él, ansioso por cada gota de placer que podía extraer de su engrosado bombeador eje.

El gruñía al ritmo de sus golpes, sus caderas perdiendo su ritmo, su agarre apretando sobre el hombro de ella, la cara contraída con la preciosa agonía de la lujuria. Ella intentó besarlo, perdiendo su boca y hundiendo sus dientes en el hombro en su lugar, anclándose a su cuerpo, cuando él finalmente se quebró y explotó profundamente en su interior.

Se desplomó sobre ella y ella le acarició su húmedo, pálido cabello, temblorosa aún con las secuelas de la prolongada serie de orgasmos. Se imaginaba a James en su otro lado, sintiendo una pulsación de aprobación sexual de su cuerpo. Ociosamente se preguntó si se estaba convirtiendo en una depravada sensualista como su marido. Después de la demostración gráfica de Peter, dos hombres en su cama sonaban como el cielo.