CAPÍTULO 08

Abby empujó sus brazos dentro de las mangas largas de su camisón y se apresuró a regresar a su silla junto al fuego. Esto le daba tiempo para observar a Peter agacharse a recoger los pantalones y la camisa. Su piel brillaba a la luz del vacilante fuego, sus músculos se movían debajo de su bronceada piel sin esfuerzo.

Ella apretó sus muslos juntos cuando otro caliente espiral de lujuria se desenrolló abajo de su estómago. Peter no parecía horrorizado por sus acciones. En verdad, parecía disfrutar de sus atenciones y disfrutar del placer que le retribuía. Ella se mordió el labio cuando él se le unió sentándose junto al fuego, dos copas de coñac en la mano.

—¿Cómo puedes hacer esto conmigo cuando estás interesado en James?

Él arqueó las cejas.

—¿Disfrutar tocándote, quieres decir? —Él se encogió de hombros. —Porque ambos son muy diferentes.

—Tal vez es porque no te importa en realidad ninguno de nosotros y simplemente te importa tu propio placer.

Él se quedó inmóvil, la mirada fija en su rostro.

—No soy una prostituta pagada para hacer un trabajo. Encuentro placer en esto, sí, pero intento asegurarme que ustedes lo disfruten también.

Abby arrancó su mirada de él y observó el brandy que se arremolinaba en su copa.

—¿Así que si todos disfrutamos, eso lo hace correcto, entonces?

—No estoy seguro de lo que quieres que te diga. ¿Por qué no deberíamos divertimos? ¿Es un pecado ser feliz?

—Es un pecado para mí ir a la cama contigo, y un pecado peor para ti ir a la cama con mi marido. ¿Esos dos errores lo hacen correcto?

Dejó su copa y se puso de pie.

—Abigail, si tú estás enojada conmigo por hacerte correr, por favor, dímelo.

Una opresión se deslizó hasta la parte posterior de su garganta y las lágrimas llenaron sus ojos.

—No debería haber disfrutado de lo que me hiciste.

Peter descartó su bata y se puso el pantalón y la camisa antes de volverse hacia ella de nuevo. Él se sentó, una rodilla cruzada sobre la otra, su expresión tranquila.

—Le dije a James que esto podría ser demasiado difícil para ti. Estamos pidiéndote que niegues las convenciones sociales mediante las cuales la mayoría de nosotros vivimos.

—¡No seas condescendiente conmigo!

—Abigail, no tienes que sentir vergüenza en darte cuenta de que no deseas renunciar a estas cosas.

Ella negó con la cabeza, su boca seca mientras él continuaba mirándola fijamente. Con una maldición cayó de rodillas frente a ella y le besó la mano.

—Estoy más que arrepentido si te he disgustado. A pesar de lo que puedas pensar, te he llegado a admirar y a respetar a lo largo de los últimos días.

Ella arrancó la mano de su agarre.

—¿Tú respetas a una mujer que te permite hacer cornudo a su marido?

Su cabeza se levantó y él encontró su mirada, sus ojos eran áspera plata debajo del suave azul grisáceo. Lentamente se puso de pie y se inclinó.

—Lady Beecham, perdóname, pero tratando de hacerme enojar no te ayudará a sentirte mejor acerca de lo que acaba de suceder. Tú, de todas las personas, sabes cuánto te ama James, e insinuar otra cosa es una falta de respeto no sólo para él sino para ti misma.

—¿Tú estás sugiriendo que esto es todo culpa mía?

Se inclinó de nuevo.

—Tengo alguna correspondencia de la que ocuparme. Voy a retirarme de tu presencia. —Tomó un montón de cartas de su escritorio y se dirigió hacia la puerta. —Si quieres que me vaya por la mañana, sólo díselo a Tom. Él puede ayudarme a empacar.

Abby observó la sequedad de su mirada cuando salía de la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de él. Ella luchó con sus pies y tiró la copa de brandy contra la puerta. El tintineo de la rotura del vidrio la sacó de su estupor. ¡Cómo se atrevía a hablar de asuntos tan personales y cómo se atrevía a presumir de conocerla mejor que ella misma!

Ella entró con rabia de nuevo a su propia habitación y se arrojó sobre la cama. A pesar de su enojo, su cuerpo se burlaba de ella, aún lleno de deseo por un hombre que... Abby se incorporó. Un hombre a quien respetaba y la deseaba. Un hombre a quien había ahuyentado debido a su propia incertidumbre y culpa. Un hombre que había defendido a su amante, su marido, con serena dignidad y sin inmutarse por su ira. Se cubrió la cara con las manos, sentía sus lágrimas caer finalmente. ¿Qué había hecho y cómo diablos iba a corregirlo?

Ella quería un niño no sólo por su propio bien, sino por James. A pesar de sus afirmaciones de que su apellido no significaba nada para él, ella sabía cuán profundamente sus tierras y su casa estaban incrustados en el sentido de sí mismo. Peter les presentaba una ocasión perfecta para convertir su incierto futuro en un final feliz, donde incluso si no podían amarse en el sentido convencional, podrían amar a sus hijos.

Abby alivió las lágrimas de su rostro. Si quería alcanzar sus deseos, ella tendría que ser valiente, por primera vez en su vida. Miró el reloj y se quitó el camisón.

Peter encontró su camino a la biblioteca y encendió algunas velas en el gran escritorio de nogal. Arrojó sus cartas sobre la superficie de cuero, se sentó y apoyó la cabeza en sus manos. Qué deprimente que Abigail hubiera redescubierto de repente su conciencia social. Sus intentos de seducirle le habían estimulado y excitado más de lo que él podría haber imaginado.

Él aplanó una mano por la parte delantera de sus pantalones. Ya estaba medio erecto otra vez, su polla ansiosa del sexo de ella. Suspiró. Maldición, ¿cómo la había juzgado tan mal? Ella había parecido dispuesta, sino directamente ansiosa, durante su juego sexual. Sólo después pareció haber cambiado de opinión.

Suspiró mientras deslizaba un cuchillo debajo del sello de una carta de su banco y rápidamente escaneó el contenido. Con los años, había sostenido suficientes mujeres llorando en sus brazos como para darse cuenta de que la mayoría de las esposas no tenían la capacidad para vengarse de las trampas de sus maridos sin sufrir algo de culpa emocional.

Las velas abrían surcos y humeaban mientras él trabajaba su camino a través de la pila de correspondencia comercial. Le había dicho a Adams que no se molestase en enviarle sus invitaciones sociales dado que era poco probable que pudiera asistir. Ni siquiera extrañaba las interminables rondas de fiestas y las largas tardes que pasaba bebiendo y yendo de putas. En verdad, no tenía amigos íntimos, aparte de los Sokorvskys y los gemelos Harcourt, y estaban casados ahora.

Caminar y montar a caballo por los alrededores de Beecham Hall con Abigail había sido sorprendentemente apacible, un bálsamo para su inquieta alma, de hecho. Había empezado a desear el aire fresco, los cielos despejados y... su compañía. Ella no conocía su reputación en Londres y de esa manera no esperaba nada de él, pero hubo cosas que él eligió compartir con ella, las partes de sí mismo que generalmente mantenía ocultas.

Él casi sonrió. ¿Quién más podría haberle animado a dar más detalles sobre sus planes para el negocio y su interés en las nuevas formas de locomoción a vapor? Por supuesto que no las damas de la alta sociedad, quienes estaban mucho más interesadas en discutir su resistencia en la cama.

A regañadientes, Peter dejó la última carta a un lado y tomó la de Valentín. Si había algo que garantizaba hacer que su erección desapareciera, sería una diatriba de su socio y ex amante. Suspiró mientras leía. Valentín era breve e iba al grano. Él quería que Peter regresara y se explicara. Estaba preocupado por el estado mental de Peter. Había adjunta una nota sellada de Sara, que según Val aún no sabía nada de la decisión de Valentín de mantenerlos separados.

Peter sonrió cuando la esencia de las rosas se mezcló con el olor de la cera de la vela.

Peter,

¿dónde estás? Val dice que estás fuera de la ciudad y no puedes ser contactado, pero sé que algo ha ido mal entre ustedes. Val se niega a compartir nada conmigo, insistiendo en que cualquier explicación debes ofrecerla tú. (Cómo es característico de mi querido esposo.) Espero que él comparta nuestras maravillosas noticias contigo. Si no lo hace, me aseguraré de estrangular al hombre y casarme contigo en su lugar. Por favor, ven a verme en la primera oportunidad. A pesar de lo que Val probablemente ha dicho, nosotros te extrañamos.

Tu amiga, Sara Sokorvsky.

—Cualquier explicación debo ofrecerla yo. —Peter arrugó la nota y la tiró al fuego. —Tan típico de Valentín echar toda la culpa sobre mí.

Cogió un trozo de pergamino del cajón y pasó diez minutos tratando de hacer un plumín decente para su pluma. Debía escribirle a Sara y felicitarla por sus noticias, asegurarle que todo estaba bien y que iba a ir a visitarla tan pronto como pueda. No tenía sentido alarmarla con los problemas suyos y de Valentín. Val lo conocía lo suficientemente bien como para sentirse seguro de que Peter nunca traicionaría sus dificultades a otra persona. En especial, no a su esposa.

Peter garabateó su firma en la parte inferior de la página y dirigió la carta a la casa de Valentín en Southampton, donde Sara prefería residir. La carta de Valentín no merecía una respuesta. Nada había cambiado. Peter aún se sentía demasiado en carne viva como para alegremente retomar su amistad como Valentín quería. Lo había hecho demasiadas veces en el pasado y había estado agradecido de que le permitiera volver. No esta vez.

Peter selló la carta con el escudo de la familia Beecham estampada con cera roja caliente y flexionó los dedos. El gran reloj del rincón marcó las cuatro mientras él miraba el montón de cartas sobre la mesa. ¿Qué seguía entonces? Una partida drástica de la casa de Lady Beecham por la mañana y un retardado largo viaje al norte de Inglaterra, donde esperaba poder rastrear a algunos de sus familiares.

O podría simplemente regresar a Londres y permanecer en la cama con James durante una semana. Peter se movió en su asiento cuando su polla se endureció. Pero, ¿James lo querría una vez que se diera cuenta que Abigail no? Peter suspiró. Probablemente no. El vínculo entre la Beechams podía ser inusual, pero era tan profundo y sólido como el enlace entre Sara y Valentín.

Una repentina envidia lo inundó. ¿Cómo hicieron todos sus amigos para encontrar a una mujer que los amen? ¿Por qué él era el único que todavía estaba solo? Tal vez no era tan bueno engañando a las mujeres como pensaba. ¿Ellas sentían el vacío dentro de él, la falta de personalidad, de familia, de esencia? Echó un vistazo a los ensombrecidos retratos en la pared. Incluso a pesar de que Abigail creía que no tenía nada para ofrecer, ella tenía esto. Un nombre de familia para estar orgullosa y un marido que estaba dispuesto a ir a cualquier extremo para darle el hijo que ella anhelaba.

Su polla se endureció cuando él imaginó su simiente creando un niño con una mujer que lo amara. Un niño que nunca sabría lo que era crecer solo como lo había hecho él. Peter acarició el crecido bulto en sus pantalones y sus doloridas bolas. Deslizó una mano dentro del bolsillo de los pantalones y sacó un anillo de plata para el pene. Abriendo sus pantalones, metió las bolas y el falo a través de los tres anillos, haciendo muecas ante la estrechez del frío metal contra su caliente polla llorosa. Una enérgica caminata hacia arriba de las escaleras, un pequeño rudo juego consigo mismo en la cama y él estaría listo para enfrentar otro día solitario.

Reunió su correo, apagó todas menos una de las velas y volvió sobre sus pasos a la oscura sala. Dejó las cartas sobre la mesa y se dirigió a la superficial, gastada escalera. La vieja casa crujía y susurraba mientras él caminaba por los estrechos corredores, el olor de cera de abeja e hierbas secas aumentaba en las cálidas corrientes a su paso.

Con cada paso, su hinchada, constreñida polla rozaba la tirante piel de ante de sus pantalones. Deseaba que James estuviera aquí para que lo chupe, para que se arrodille delante de él y lo tome, drenándolo, anillo de polla y todo, hasta que ya no pudiera respirar.

Cuando Peter abrió la puerta de su dormitorio, una corriente de aire apagó la vela. Con una maldición suave, colocó el candelero al lado de su cama y se quitó la ropa. No había cerrado las cortinas completamente anoche. En la gris oscuridad de la mañana temprana, el metal del anillo de la polla brillaba desanimado y apretado contra su eje. Tocó la corona de su polla, arremolinando el dedo sobre la espesa humedad y deliberadamente raspó la uña sobre su carne más sensible.

Se subió a la cama con dosel alto y chocó con un caliente cuerpo desnudo. Gruñó cuando su polla chocó contra algo duro y luchó para moverse libremente. Él se agarró de un brazo agitándose.

—Lady Beecham, ¿qué diablos estás haciendo?

Abigail se elevó sobre sus rodillas, con los ojos brillantes y desesperados en la penumbra.

—¡No quiero que te vayas!

Él trató de alejarse mientras su polla se deslizaba sobre su cadera de nuevo. Se arrastró tras él y él la agarró por los hombros, manteniéndola a la longitud de su brazo.

—No hay necesidad de esto ahora. Podemos hablar en la mañana.

Trató de sonar paciente y tranquilo. Dios, necesitaba que ella se vaya antes de que la arrastrara debajo de él y machacara dentro suyo hasta que ella gritara su liberación a los cielos. Ella empezó a temblar.

—No me deseas más, ¿verdad? Te he echado.

Se obligó a relajar su agarre, deslizando sus manos hacia abajo de sus brazos desnudos en lo que él esperaba que fuera una manera tranquilizadora.

—No, no es eso. Es tarde y tú , obviamente, estás sobrecargada y... Cristo...

Su mano rozó su pene y luego encerró su puño alrededor de él. Él dejó de moverse cuando toda su sangre salió de su cerebro y bombeó a través de su eje hinchado.

—Peter, ¿qué te has hecho a ti mismo?

Él la agarró de la muñeca, intentando detener su exploración.

—Abigail, no es nada, sólo déjame ocuparme de esto. —Gimió cuando ella apretó su agarre.

—¿Es mi culpa? ¿Te estás castigando porque te rechacé?

—Dios, no... Yo...

Sus caderas se sacudieron hacia adelante y una exquisitamente dolorosa sensación se extendió a través de ellas. Dios le ayudara, él quería su mano allí, necesitaba su mano allí. Ella trató de apartarse, pero él cubrió su mano con la suya. Se movió de nuevo, empujando dentro de sus dedos, tan húmedo ahora que se movía fácilmente incluso dentro de su apretado puño. Era incapaz de parar, él enroscó su otra mano en su cabello, manteniéndola cerca mientras su cuerpo se hacía cargo del ritmo. Se olvidó de ser una persona civilizada o de su arrepentimiento y simplemente tomó.

—Más duro.

Él apretó sus dedos sobre los de ella, necesitando la rugosidad y la fricción para contrarrestar la restricción que el anillo mantenía en su erecto miembro. Ella murmuró su nombre, su mirada bajó hasta su ingle, y puso su otra mano sobre sus testículos, apretando firmemente.

—Sí, así es, duro, hazme rogar.

Él besó su cuello, su hombro, se las arregló para encontrar su pecho y pescó su pezón dentro de su boca. Ella se estremeció mientras él la succionaba duro, mostrándole no tener piedad, demandándole que ella tome tanto como daba.

Gimiendo aprobadoramente, su corrida se reunió y sus testículos luchaban para expulsarla desde dentro de su cuerpo. Duros movimientos ahora, dolor, a un mero soplo del abrumador placer, un juego que él sabía cómo jugar sobre el borde y viceversa. Su semen brotó a través de sus dedos cerrados y él cayó hacia delante, empujándola hacia abajo sobre el colchón, debajo de él.

Se concentró en la respiración, consciente de su cuerpo flexible aplastado por el suyo, la tirantez de sus pezones contra su pecho y la pegajosa humedad vinculando las manos de ambos a su propia entrepierna.

Con un gemido silencioso, se las arregló para deslizar el anillo de su polla, haciendo una mueca cuando el metal se clavó en su ahora flácida carne. Abigail lo tomó de sus débiles dedos y él se alejó rodando de ella, dándole un montón de espacio. Esto en cuanto a tratarla como a una dama. Ella lo había visto en su forma más básica y brutal. ¿Ella aprovecharía la oportunidad que le estaba ofreciendo de correr de regreso a su dormitorio y fingir que nada había sucedido?

Peter yacía sobre su espalda, con una mano tapándose los ojos como si pensara que ella podría desaparecer si no la miraba. Abby se arrodilló y examinó el dispositivo que había tomado de él. Tres gruesos círculos de plata soldados entre sí en la forma de un triángulo. Cerró los ojos y trató de recordar cómo él se había sentido con el metal rodeando su carne, el hinchado calor de su eje y la estrechez de sus bolas debajo de sus dedos.

Ella flexionó sus comprimidos dedos, y su cuerpo se tensó y la crema se derramó de entre sus muslos. Él la había utilizado para darse placer en la forma más brutal, más brutal de lo que James había sido nunca, y sin embargo ella no tenía miedo. Quería más. Ella miró a su tensa forma, tocando la semilla casi seca de su ingle.

—¿Esto te da placer también, como el anillo de los pezones?

—Sí.

Él sonaba exhausto, abatido incluso. Juntando coraje, ella se acercó más, arrastró sus dedos sobre su estomago y los enredó en el ahora empapado vello de su ingle. Sus músculos se contrajeron y su polla se retorció cerca de su mano.

—¿Te duele?

—Prolonga las sensaciones, mantiene la sangre en mi falo por más tiempo, para que sea más difícil correrme.

Arrastró un dedo a lo largo de la longitud de él, sintiendo su eje expandirse y moverse en contra de su muslo. Desde que había tomado su escandalosa decisión de esperarlo desnuda en su cama, había dejado su timidez detrás. Ella saltó cuando él la agarró de la muñeca, aquietando sus dedos errantes.

—Abigail, ¿por qué estás aquí?

—¿En tu cama?

—Sí.

—¿Porque he superado mis escrúpulos de doncella?

Le acarició la suave piel del interior de su muñeca.

—De alguna manera, lo dudo. Sospecho que simplemente no te gusta perder una discusión y estás decidida a probar mi error.

Ella dudó.

—No, no es eso, aunque James insiste en que soy notablemente obstinada. —A pesar de la mano represora de Peter, su polla continuó hinchándose debajo de sus dedos. —Tenías razón sobre mí. Me asusté porque te quiero demasiado.

—Milady, tú no sabes lo que quieres.

Abby se movió más cerca, sus rodillas chocando contra su lado.

—Sé que deseo tener un hijo y que vas a ayudarme a alcanzar ese sueño. ¿No es eso suficiente?

Él se apoyó en un codo para mirarla, los dedos liberando a su muñeca.

—No lo sé, ¿lo es?

Ella miró dentro de sus tranquilos ojos azules, resultaba difícil creer que el hombre que había succionado sus pechos y que la había obligado a ayudarlo a correrse estaba oculto bajo esa amable, tranquila apariencia. Ella agobió su labio inferior, observándolo seguir el movimiento. Sin responder a su pregunta, bajó la cabeza y lamió la parte superior de su polla. Su sabor tan masculino; ella lo lamió una vez más y permitió a la corona deslizarse dentro de su boca.

Su mano empuñando su cabello suelto, obligándola a mirarlo.

—Abigail, ¿tienes alguna idea de lo que estás haciendo?

—¿Chupando tu polla?

—Si haces eso, te tomaré esta noche. Voy a estar dentro de ti. ¿Es eso lo que quieres?

Se inclinó de nuevo para continuar su tarea, tragando más de él dentro de su boca. Él tomó una de sus manos, la envolvió alrededor de la gruesa base de su eje y le mostró cómo mover los dedos al compás de su succión. Ella cerró los ojos, perdida en el ritmo de su boca y en la erótica respuesta de él a esto. Cuando él trató de alejarse, ella gruñó y casi le muerde.

Él mantenía su dominio sobre ella, sus manos firmes e inflexibles.

—Déjame hacer esto aún mejor. —Sus manos se cerraron alrededor de su cintura y la giró sobre él de manera que ella quedara sentada a horcajadas, su trasero cerca de su cara, su boca ahora a sólo pulgadas de su tiesa polla. —Continúa.

Ella lo jaló dentro de su boca, gritando cuando la lengua de él recorrió su sexo y empezó a lamer, chupando y mordiendo su carne más secreta. Ella luchaba para concentrarse en él mientras su cuerpo se retorcía y se hinchaba por su ataque. La presión se construía y ella descaradamente se apretaba a sí misma contra su pecadora, lasciva boca. Él tiró de su pelo de nuevo, arrastrándola lejos de él.

Ella trató de detenerlo, encontrándose sobre sus espaldas, sus piernas abiertas imposiblemente amplias con él entre ellas. Él la miró, su rostro húmedo con su crema, su polla goteando sobre su vientre. El extraño estaba de vuelta, el educado hombre civilizado había desaparecido, junto con su elegante ropa y su conversación. ¿Era siempre así en el momento de la consumación entre un hombre y una mujer, o ella había despertado en él algo diferente?

—Última oportunidad para que cambies de opinión, Abigail.

Agarró su polla alrededor de la base y la presionó contra su hinchado sexo, rodeando el nudo de nervios por encima de su dolorido canal.

—Por favor, no te detengas, Peter, por favor.

Él retrocedió y se colocó en su entrada. Ella mantuvo la mirada sobre él, mientras lentamente empujaba dentro de ella. Su rostro desencajado mientras continuaba su camino.

—Cristo, eres apretada. Estás apretando mi polla como una mordaza.

Sus uñas se clavaron en sus hombros y él se quedó inmóvil.

—¿Abigail?

—Tal vez hay algo malo conmigo. Tal vez James no era el problema después de todo.

Ella trató de respirar con normalidad, intentó detener su cuerpo huyéndole a él. Su boca rozó la de ella.

—No digas eso.

Él se retiró y se arrodilló entre sus muslos. Ella sintió el caliente escozor de las lágrimas sobre sus acaloradas mejillas. Él tocó su cara con los dedos.

—Dios, no llores.

Su rostro se convirtió en un borrón confuso detrás de las lágrimas. Ella jadeó cuando él besó su camino hacia abajo de su estómago y se ubicó entre sus muslos, su cálido aliento en su temblorosa carne. Lamió su clítoris, un dedo trabajando dentro de ella, seguido por otro. Ella temblaba mientras él aumentaba la presión de su lengua sobre su carne delicada, sus caderas se levantó del lecho hacia su boca.

—Sí, busca mi boca, toma el placer de mí.

Sus provocativas palabras vibraron contra su muslo cuando él añadió un tercer dedo, la resbaladiza humedad de su crema contra sus examinadores dedos sonando en el silencio. Ella se concentró en los sonidos mientras su cuerpo se tensaba insoportablemente, agarrándose de sus hombros cuando él agregó aún otro dedo, dilatándola imposiblemente.

Ella se puso rígida cuando su clímax se estrelló a través de ella, haciéndola gritar su nombre. Él besó su palpitante clítoris, subió sobre ella otra vez y antes de que dejara de estremecerse, deslizó su polla en su interior. Esta vez no hubo dolor, sólo una sensación de plenitud y excitación que irradiaba a través de su cuerpo entero.

Él todavía se contenía sobre ella, las manos apoyadas a ambos lados del colchón. Un mechón de cabello rubio caía sobre sus ojos.

—¿Esto es mejor?

Ella asintió con la cabeza, incapaz de pensar lo suficientemente coherente como para hablar mientras él se mantenía en el interior.

—¿Puedo continuar?

—¿Hay más?

—Por Dios, mujer, ¿qué fue exactamente lo que James te hizo?

Ella trató de empujar su musculoso pecho, descubriendo que no tenía la fuerza para moverlo ni un centímetro.

—James se pasaba todo su tiempo tratando de conseguir estar dentro de mí y después que había liberado su semilla se retiraba. ¿Qué hay de malo con eso?

Una carcajada sacudió a través de Peter, haciéndola estremecerse también.

—Ese hombre merece ser fusilado por el trato que te dio. No puedo esperar para mostrarte el error de sus métodos.

Él movió sus caderas hacia atrás, luego empujó otra vez dentro de ella con un suave, implacable ritmo que la hacía jadear con cada movimiento hacia adelante. Cerró los ojos y se aferró a sus hombros, permitiéndole guiar su cuerpo a la posición que él quería, y simplemente disfrutar. Su pelvis golpeaba contra sus partes más sensibles, conduciéndola hacia otro pico y luego otro más.

Ella gritó cuando se corrió otra vez, sintiendo cada centímetro de su polla siendo estrujada dentro de ella, apretando su pasaje. Escuchó los gemidos de respuesta de él y sintió el caliente chorro de su semilla en su interior. Se desplomó sobre ella, su rostro enterrado en su hombro, su cuerpo estremeciéndose.

Abby le acarició el pelo, esperando que la culpa cayera sobre ella, y encontró a su mente asombrosamente limpia. Ella sospechaba que iba a cambiar más tarde, pero se concentró fuertemente en disfrutar del momento, los brazos de Peter envueltos alrededor de ella, su cuerpo apretado contra ella, su polla aún dentro de ella.

—¿Te referías a esto cuando hablaste de hacerme el amor?

Él gimió y rodó sobre su espalda, llevándola con él.

—No, yo intenté ser mucho más caballeroso. Espero que si alguna vez me das otra oportunidad, pueda tomarme mi tiempo y no asustarte.

—No me asustas en ninguna ocasión. —Ella le acarició el pecho, toqueteando el anillo del pezón. —Estoy contenta de haberte cogido por sorpresa.

—¿Contenta de que yo fuera tan demandante?

Ella dudó, levantó la cabeza para atrapar su mirada.

—Contenta de que fueras tú mismo.

—Yo mismo. —Él se encogió de hombros, el movimiento alejándolo un poco de ella. —Por supuesto, soy conocido por mi generosidad en la cama.

Ella puso su mano sobre su muslo.

—Fuiste generoso conmigo.

Incluso en la incierta luz podía ver que su sonrisa era amarga.

—Entonces, he conseguido mi objetivo. —La alejó la mano. —Y tal vez deberías volver a la cama antes de que tengas otro cambio de parecer.

Abby se enderezó.

—Eso no es justo.

—No hay nada justo sobre el sexo.

Ella se mordió el labio.

—¿Por qué estás tratando de deshacerte de mí?

Se alejó hasta que se sentó en el borde de la cama, mostrándole su espalda con cicatrices.

—¿Tal vez por las mismas razones que tú lo hiciste conmigo?

—¿Te sientes culpable?

La miró por encima de su hombro, su mirada absorta, y ella no paraba de hablar.

—¿Culpable por qué, Peter? ¿Por traicionar a James o por haberme permitido ver por debajo de esa perfecta caballerosa apariencia que usas?

Se levantó de la cama, caminó hacia la ventana para mirar afuera. Abby luchó para desenredar sus piernas de las sábanas anudadas y seguirlo.

—No soy un caballero, Abigail. —Él dio la vuelta. Su cuerpo, bañado por los primeros rayos del sol, estaba punteado con color como un santo vitral.

—Caramba, te estás sintiendo culpable.

Su sonrisa se apagó.

—Sí, porque tú te mereces algo mucho mejor. Te mereces ser dulcemente cortejada por un hombre de rodillas, que te enseñe sobre el amor y que te de tiempo para aprender a amarlo a cambio.

Ella se acercó a él, consciente de la humedad de su semilla en el interior de sus muslos y el sordo dolor entre sus piernas.

—Eso suena como un cuento de hadas y yo no creo en ellos. También creo que tengo derecho a decidir cómo quiero ser cortejada.

Le tocó la mejilla, sus fríos dedos contra su piel enrojecida.

—Abigail... —Ella presionó sus dedos contra su boca.

—No me digas lo que quiero. —Se agachó para rodear su pene con la mano. —No me digas lo que debo pensar. —Su respiración se aceleró.

—No se me ocurriría hacer eso.

Ella apretó con fuerza, sintió su carne responderle y extenderse entre sus dedos.

—Entonces quiero esto. Te quiero dentro de mí, enseñándome todo lo que necesito saber. Quiero tener un hijo. Sin mentiras, sin tratarme como a una frágil flor, sólo esto.

Peter estudió la mano alrededor de su eje. A pesar de las valientes palabras de Abigail, sus dedos temblaban al igual que su voz. A su polla no le importaba, hinchándose y creciendo como alguna bestia monstruosa. Soltó un jadeo entrecortado. ¿Ella realmente creía que era capaz de manejarse con cada uno de sus desviados, retorcidos caprichos sexuales?

—Deberías volver a la cama.

Él hizo una mueca cuando su mano se cerró dolorosamente sobre su eje ya sobre-utilizado.

—No seré tratada como a una niña, Peter.

Él agarró su muñeca y la mantuvo inmóvil.

—Son casi las cinco. Las criadas entrarán para avivar el fuego en tu dormitorio. ¿Realmente deseas que el personal te encuentre aquí conmigo?

—No, no, no quiero eso.

Ella relajó su agarre, permitiéndole tomar un paso de distancia.

—¿Entonces, tal vez me permitas visitarte esta noche de manera que podamos discutir este asunto más a fondo? —Ella se volvió hacia él.

—¿Me prometes que no te irás hoy?

—Te lo prometo. —Tocó su lleno labio inferior. —Ahora vete y descansa un poco.

Ella vaciló frente a él.

—Pensé que me sentiría culpable, pero no me siento así.

—No te preocupes, lo harás. —La condujo hacia la puerta y la abrió con un arco. —El sexo tiene una manera de quitarle el sentido común al cerebro de los amantes. Lamentablemente la mañana trae consejos más sabios. Buenas noches, Abigail. —Ella frunció el ceño y Peter se puso tenso esperando otro argumento. —Buenas noches, Abigail.

—Buenos días, Peter.

Ella pasó junto a él, su piel desnuda del color de la más pura porcelana, su cabello castaño lo suficientemente largo para acariciar la curva de sus nalgas. Su cabello rozó su polla y él luchó contra el deseo de arrastrarla a sus brazos, llevársela de vuelta a la cama y follarla y follarla hasta olvidarse de quién era o de quién él pensaba que era y simplemente encontrarse a sí mismo en su sexo.

Se volvió hacia su cama y se subió. El perfume de sus sexos permanecía en las sábanas. Cerró los ojos y recordó aquel primer momento de la penetración, la estrechez de su canal, la perfección de sus pechos. Su polla se sacudió. Con un gemido, se envolvió en una sábana y cayó en un merecido sueño.