CAPÍTULO 04
Abigail Beecham sonrió cálidamente cuando John, el nuevo criado, apareció con la bandeja del té. Cuando se inclinó para colocar la bandeja delante de ella, se encontró admirando el tramo de los pantalones sobre sus nalgas. Para su secreto deleite, era por lo menos veinte años más joven que cualquier otro miembro del personal masculino de Beecham Hall.
Miembro del personal masculino... Cogió la tetera y casi la deja caer, mientras consideraba todas las interesantes definiciones del diccionario para esas simples palabras. El caliente brebaje marrón se escurrió por un lado de la taza de porcelana con dibujos azules y blancos mientras la tetera se sacudía en su mano.
Esto era culpa de James. La carta que se había visto obligada a escribirle acerca de tener juntos un hijo, había dirigido sus pensamientos cada vez más hacia el tema del sexo.
—¿Está bien, milady? —John se detuvo en la puerta y la miró con ansiedad. —¿Debo conseguirle algún otro té?
—No, este está perfectamente bien. —Se las arregló para apoyar la tetera sin quemarse y le indicó que se retirase.
Añadió distintos terrones de azúcar a la taza y mucha leche antes de finalmente verter más té. Ya era hora de superar su timidez. Si James no respondía a su carta pronto tendría que empezar a buscar un potencial compañero de cama. Su mirada se levantó hacia la pared con los retratos de la familia que su suegra había insistido en que se colgaran en su salón privado.
Cada vez que se sentaba aquí, sentía la considerable expectativa y la silenciosa condena de ellos. Si la madre de James mencionaba una vez más que Abigail sostenía las esperanzas de la familia Beecham en sus manos, o más importante aún, en su vientre, gritaría hasta quedarse sin aliento. ¿Cómo había terminado esto siendo su culpa?
Si James la encontraba demasiado repugnante en la cama, ¿qué era lo que se suponía que ella tenía que hacer? ¿Cómo iba a esperar poder concebir un hijo cuando su marido pasaba menos de una cuarta parte del año en el campo con ella? Recogió el libro que había ubicado al lado de la silla y se puso sus gafas. El Diario del Doctor Frederick sobre los íntimos misterios femeninos no había superado del todo a sus expectativas. De hecho, la suposición del doctor Frederick, de que las mujeres no fueron concebidas para disfrutar de la relación, comenzaba a molestarla.
Abby terminó su té y examinó las páginas restantes del libro. En su búsqueda para entender la noción de amor y el mecanismo de la reproducción, había rastreado la biblioteca. Por desgracia, allí parecía haber poca información disponible que no hubiera sido escrita por hombres para los hombres. Con seguridad no había nada en el último libro que modificara su opinión original sobre que el doctor Frederick y la mayoría de los hombres eran tontos.
A pesar de que nunca había disfrutado del acoplamiento con James, había experimentado el placer por sí misma. No podía ser cierto que todas las mujeres simplemente soportaran, o si no el matrimonio como una institución seguramente habría naufragado mucho tiempo atrás.
Colocó el libro sobre su escritorio y fue a buscar su chal. Fuera del arco de la ventana, el césped enrollado de Beecham Hall bajaba hacia el lago ornamental. Las plantaciones de campánulas azules y narcisos añadían sus estridentes colores para ostentar una imagen de perfección pastoral. La primavera estaba en el aire, e incluso Abby sentía la savia subiendo por sus venas.
Sería un hermoso lugar para criar a un hijo. James le había contado muchas historias de su juventud antes de que ella llegara a la casa a los once años. Ella se imaginaba caminando hasta el lago, un niño con cara regordeta aferrado a su mano.
Con un suspiro, dio media vuelta de la atractiva vista. Si James no se comunicaba con ella pronto, tendría que idear otro plan para darle un heredero, así él lo quiera o no.
Cuando abrió la puerta y caminó por el estrecho pasillo hacia la sala principal, oyó ladrar a un perro. Su corazón dio un salto entusiasmado y apresuró sus pasos. En el momento en que entró en la sala medieval, su esposo estaba allí, entregando su capa y sombrero al sonriente mayordomo. Sus perros se arremolinaban alrededor de sus botas pulidas, ladrando con entusiasmo.
Ella se detuvo y se limitó a mirar a su elegante figura. De todas las cosas, no había esperado verle en persona. Se había anticipado para su rechazo mediante una carta y se había preparado para desilusionarse. Si él había decidido abandonar los placeres de la temporada sólo para volver y hablar con ella, algo debería haber cambiado.
Cuando dio la vuelta y la vio, sonrió y abrió los brazos.
—Gatita Abby.
Corrió hacia él y cerró los ojos cuando él la encerró en un apretado abrazo. Su familiar aroma a canela la envolvió, y se inclinó hacia él. A pesar de todo, era bueno tenerlo en casa.
En el instante en que Peter entró en el edificio, supo que Valentín había regresado. La oficina zumbaba con propósito. Incluso Anthony estaba sentado en su escritorio asignado y parecía estar trabajando. Peter hizo un saludo con la cabeza a Taggart y se apresuró hacia su despacho para colgar la capa y el sombrero.
Para su sorpresa, Valentín ya estaba instalado en su silla. Peter hizo una mueca mientras espiaba a su viejo amigo.
—Lo sé. Llego tarde. Pasé una noche bastante alborotada.
Había dejado la casa de Madame Helene a las seis de la mañana después de su larga noche con James. Habían pasado horas hablando intercaladamente sobre los encuentros sexuales más intensos de sus vidas. Algo sobre la honestidad de James le atraía a Peter. Era raro encontrar un hombre que estuviera tan cómodo con su sexualidad, un hombre que había tenido el coraje de hablar con su esposa sobre sus necesidades y seguir siendo su amigo.
Valentín apagó su cigarro.
—Yo no soy tu padre. No necesitas darme explicaciones.
Peter se detuvo mientras se acercaba al escritorio. —Entonces, ¿por qué me siento como si tuviera que hacerlo? ¿Y por qué estás sentado en mi escritorio con los pies encima de él? ¿Hay algo mal con tu propia oficina?
Valentín se rió entre dientes.
—¿Ahora quién suena como un padre? ¿Qué pregunta te gustaría que responda primero?
Peter estudió a su amigo. A pesar de las sombras debajo de los extraordinarios ojos violetas de Valentín, él lucía su habitual arrogancia. Su largo y oscuro cabello estaba atado cuidadosamente en la nuca de su cuello con un lazo negro, y su chaqueta azul parecía que acababa de salir de las manos de su sastre.
—¿Hay algo mal? —Peter repitió la pregunta, la mirada fija en el rostro de Valentín. —Cuando salí de la oficina ayer, todo parecía estar bien.
Valentín hizo un gesto desdeñoso. —El negocio está funcionando perfectamente. Taggart me dio tu última carta esta mañana. Entiendo que el banco se ha demostrado asequible respecto a las peticiones de nuestro préstamo y que financieramente estamos estables para el futuro previsible.
Peter se dejó caer en la silla frente a su escritorio.
—¿Entonces por qué estás aquí? No esperaba verte por lo menos por otras dos semanas.
Las cejas de Valentín se levantaron.
—¿No soy bienvenido, entonces?
Por un breve segundo, Peter cerró los ojos. A veces hablar con Valentín era como perderse en un laberinto.
—Val...
—Esto no es sobre el negocio. Es algo más personal. —Valentín se levantó y empezó a pasearse sobre las gastadas tablas del piso.
¿Val ya habría oído rumores acerca de Peter y Lord Beecham? Le parecía poco probable, pero Peter sabía que Valentín tenía excelentes fuentes. La súbita duda le asaltó. ¿Y si James Beecham había estado mintiendo después de todo y había pasado la mañana mientras Peter dormía chismorreando al mundo acerca de la sexualidad de Peter?
Val le lanzó una mirada especulativa.
—¿Qué te pasa, Peter? Te ves culpable. ¿Qué has estado haciendo mientras yo estaba afuera? —Él dejó de pasearse y se llevó las manos a la espalda.
Peter se concentró en parecer relajado y mantener la boca cerrada. Era muy difícil engañar a Val, quien lo había visto en cada extremidad, pero estaba decidido a hacer el esfuerzo. Val giró hacia atrás y volvió para mirarlo a la cara.
—Es sobre Sara.
Peter se sentó con la espalda recta.
—¿Algo va mal con Sara? —No era de extrañar que Valentín estuviera agitado. Su mujer era el centro de su mundo.
La sonrisa satisfecha de Valentín era tramposa. —No hay nada malo con ella, pero ella está en un "estado interesante".
—¿Sara está embarazada?
Peter se puso de pie y arrastró a Valentín en un estrecho abrazo. Por una vez su amigo no se resistió. Cuando Peter se apartó estudió el rostro de Valentín.
—¿No estás contento?
—Por supuesto que estoy contento. —La expresión arrogante de Valentín se suavizó. —En verdad, estoy eufórico. Sara no se siente tan emocionada en este momento. Ella está indispuesta.
—He oído que es frecuente en los primeros meses.
Valentín lo miró burlón.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Peter volvió a sentarse.
—Las mujeres hablan conmigo de todo. Al parecer tengo una cara simpática.
Val resopló mientras se apoyaba contra el escritorio, su preocupada mirada todavía fija en Peter.
—¿Qué pasa, Val? —Peter se inclinó hacia adelante y tocó la rodilla de Valentín. Fingió no darse cuenta que su amigo se alejaba. —Hay algo que no me estás diciendo.
—Se trata de nosotros.
Peter se reclinó hacia atrás y cruzó las piernas.
—¿Cuando dices “nosotros” supongo que te refieres a ti, a Sara y a mí?
—No he hablado con Sara sobre esto todavía, así que por favor no la culpes. Esto es puramente mi decisión.
—Quieres que me quede lejos de tu cama.
Val le sostuvo la mirada.
—Sí.
—¿Crees que podría lastimar a Sara o al bebé?
—Cristo, ¡no!
Las tripas de Peter se apretaron como si Valentín lo hubiera golpeado físicamente. Hizo un esfuerzo para levantarse y caminar hacia la puerta. Después de su noche con James, y la voluntaria recepción de James a su amor, la repentina hipocresía de Valentín le daba ganas de vomitar.
—Fuera de mi oficina, Val. Y haré todo lo que pueda por Sara.
—Si sólo escucharas...
—No lo creo. Tú siempre has sido reticente a permitirme dentro de tu cama. Y esto te da la oportunidad perfecta para cortar esa conexión de forma permanente. —Abrió la puerta. —He decidido irme un par de semanas. Sugiero que dejes a Anthony a cargo si no puedes estar aquí tú mismo. Él muestra todos los signos de convertirse tan implacable para los negocios como lo eres tú.
Valentín se movió frente a él, su voz baja y dura.
—No hagas esto. No transformes esto en algo que no es.
Peter sonrió. —Pero así soy yo en todo ¿no es cierto, Val? Llegué a creer que me amabas sólo a mí una vez y mira en el desastre en que nos metí. Tal vez esto es lo mejor.
—Peter, por el amor de Dios, yo...
Peter empujó a Val por encima del umbral, dio un paso atrás y cerró cuidadosamente la puerta en las narices de su mejor amigo. Giró la llave y se quedó apoyado contra ella hasta que los pasos de Val se desvanecieron en la distancia. Por último, permitió a sus piernas doblarse y se dejó caer al suelo.
Infierno y condenación. ¿Qué pasaba con él? Había intentado aceptar plenamente el rechazo de Valentín con su habitual gracia y buen humor, pero no había sido capaz de congregar una respuesta tan positiva. Valentín estaba perfectamente en su derecho de pedirle a Peter que dejara de visitar su cama. En realidad, Peter se hubiera ofrecido a hacerlo.
Así que ¿por qué se sentía tan traicionado? Todo volvía a su antigua dependencia de Val. Habían sido amantes hasta que Peter se dio cuenta que Val sólo estaba consintiéndolo y que prefería más a las mujeres. Val nunca había admitido que necesitaba a Peter. Peter había sospechado por mucho tiempo que la invitación de Valentín a reunirse con él y Sara en la cama, se había originado en el deseo de complacer a su esposa, más que en un verdadero reconocimiento de su naturaleza real.
¿Era hora de romper el círculo íntimo y seguir adelante? Peter pensó en James Beecham y en la inesperada fortaleza de sus sentimientos hacia este hombre desconocido. Levantó la cabeza y miró a su escritorio. Le debía su vida a Val y haría cualquier cosa por su amigo. Quizás era el momento de hacer el último sacrificio y dejar que su mejor amigo se aleje.
Abby esperó hasta que el ayuda de cámara de James se retirase antes de aventurarse a su dormitorio. Él la saludó con una sonrisa y un beso en la mano. Ella se acomodó en uno de los sillones de orejas al lado del fuego y aceptó una copa de oporto.
James se veía bien. El raso verde oscuro de su bata acentuaba la oscuridad de su cabello y de sus ojos. Se sentó frente a ella y calentó sus grandes y hábiles manos, a la luz del fuego. Ella dobló sus pies desnudos debajo de ella mientras el oporto se instalaba en su estómago.
—No esperaba verte.
Él arqueó las cejas.
—¿Después de la carta que me escribiste?
Ella bajó la mirada hacia el remolino de color rojo rubí de su oporto.
—Me siento tonta por incluso haberla escrito, ahora.
—No te preocupes. Siempre he admirado tu habilidad para ir directa al grano. —Estudió su rostro. —¿A menos que hayas cambiado de opinión?
Para ganar tiempo, Abby tomó un sorbo de su oporto.
—No, todavía quiero un niño, pero fue estúpido de mi parte tratar de forzar tu decisión.
Él la sonrió, mostrando el hoyuelo en su barbilla.
—Estoy seguro de que no era mi decisión lo que estabas tratando de forzar. ¿Mi polla, tal vez?
Ella farfulló mientras acercaba el oporto a su nariz.
—¡James!
Su expresión se templó y él se acercó para acariciarla el pie descalzo.
—Abby, pensé en seguir el ejemplo de tu carta y ser lo más directo y honesto que pueda. Vine aquí específicamente para discutir esto contigo. ¿Me escucharás hasta el final?
Volvió a llenar los vasos y agregó otro leño al fuego. Algo le estaba preocupando. La joven Abby hubiera temido la conversación por venir, mientras que la nueva y determinada Abby acogía con beneplácito la oportunidad de expresar su opinión. A veces, James todavía la trataba como a una niña. Después de quince años de matrimonio tal vez era hora de que se diera cuenta de que ella había crecido.
—En primer lugar, quiero estar seguro de que esto es lo que quieres y no es algo a lo que mi madre te ha empujado.
Ella le sostuvo la mirada.
—Tu madre está desesperada porque yo conciba, pero no lo hago por ella. Lo estoy haciendo por mí misma.
Él asintió con la cabeza como si estuviera satisfecho.
—Quiero que seas feliz, gatita Abby. Has renunciado a mucho por mí, y estoy agradecido.
Ella se movió incómoda en su asiento. A pesar de haber estado casados durante tanto tiempo, era más difícil de lo que imaginaba tener tal conversación íntima con su marido. Él tomó una sonora respiración antes de enfrentarse a ella de nuevo.
—He conocido a un hombre.
El estómago de Abby dio un incómodo tirón.
—¿Eso quiere decir ya no deseas estar conmigo?
—Todo lo contrario. Creo que este hombre puede ser la solución para nuestros problemas. —Él se inclinó hacia delante. —Tiene experiencia dando placer a ambos sexos. Espero que nos enseñe cómo manejarnos mejor entre nosotros en la cama.
Abby se estremeció al recordar sus últimos desesperados intentos para acoplarse. Sin duda, cualquier cosa sería mejor que eso. Apoyó la copa sobre la mesita a su lado. —¿Estás sugiriendo que comparta nuestra cama?
—Sé que suena ridículo, pero sí.
—¿Ya ha compartido la tuya?
Encontró a su pregunta de frente, sin vergüenza en sus ojos.
—Sí, pero no se inclina por los hombres. Duerme con mujeres también.
—¿Y qué tenemos que pagarle para que se una a nosotros?
James frunció el ceño.
—No es una prostituta. Es un respetable hombre de negocios. —Se bebió el resto de su bebida de un trago. —Tuve que trabajar condenadamente duro incluso para conseguir que hablara conmigo. Él no va por ahí anunciando su inusual sexualidad más de lo que lo hago yo.
Abby ya conocía los peligros a los que James se enfrentaba cada vez que se embarcaba en una relación con otro hombre. Si le descubrían, los sodomitas aún podrían ser condenados a muerte de la manera más horrible.
Se quedó mirando al fuego. La sugerencia de James sonaba descabezada. ¿Permitirle a un completo extraño entrar en su cama y compartir de buena gana la incompetencia de sus relaciones sexuales? Pero si ella realmente quería tener un hijo...
James cayó sobre una rodilla delante de ella y agarró sus manos.
—Mira, Abby, esto no se trata sólo de tener un hijo. Si Peter puede ayudarte a disfrutar del sexo, lo voy a aceptar, incluso si esto significa que tú no puedes aceptarme a mí. Al menos, entonces serás libre de elegir otro amante, sin mis desatinos como esposo obstaculizándote.
Le tocó su mejilla sin afeitar. Él realmente la amaba a su manera. Ella tuvo más suerte que muchas de sus iguales. La curiosidad insaciable que su madre siempre le había reclamado sería su perdición emergiendo por sus venas.
—Pregúntale a tu Peter si desea visitarnos este fin de semana. Y luego ya veremos.