CAPÍTULO 13
Peter se sentó en el asiento de la ventana de su dormitorio de invitados en la casa de Londres de los Beechams y se quedó mirando la impenetrable mañana. Un pálido sol se elevaba sobre los tejados haciéndolos brillar como escamas. Tocó los ondulados paneles de vidrio, sintió la fría sanguijuela en sus dedos. Cualquier cosa que pasara hoy lo cambiaría para siempre. O averiguaba que tenía una familia o, de lo contrario, empezaría a buscarlos en serio.
Suspiró, su respiración condensándose en el gélido aire como un fantasma. ¿Realmente importaba? Una parte de él creía que debería estar orgulloso de lo que había logrado, mientras que la otra parte deseaba una historia familiar como la que tenían los Beechams, una forma de anclarse a sí mismo entre el pasado y el futuro, un sentido de pertenencia.
Recordó la cara sonriente de Abigail cuando él las había llevado a ella y a la señorita Trixie a la casa la noche anterior, su placer por estar con James de nuevo.
—¿Qué estás pensando?
Peter se estremeció cuando James envolvió sus brazos alrededor de él por detrás. James olía al sexo que habían compartido y a cálida satisfacción masculina. Peter se permitió reclinarse contra el hombro de James. Después de la cena de la noche anterior, Abigail había dicho que estaba cansada y los dejó a su suerte. James no había perdido mucho tiempo en visitar el dormitorio de Peter y caer en la cama con él.
—Estoy pensando en mi familia, o en la falta de ella.
James le arrastró más cerca, un dedo de su mano acariciando el anillo del pezón de Peter.
—Pase lo que pase, todavía tienes amigos y gente que se preocupa por ti.
—Lo sé. Es que la idea de formar parte de una familia es algo tan difícil de entender para mí. —Suspiró. —Puede ser que los encuentre, sólo para ser expulsado, cuando me vea obligado a revelar el lío que he hecho de mi vida.
—Sobreviviste a años de esclavitud y regresaste a tu país de origen para iniciar un negocio exitoso y próspero. ¿Qué culpa puede encontrar alguien en eso?
Peter se echó a reír.
—No habla el verdadero aristócrata, suponiendo siempre que sus acciones son correctas y que no pueden ser cuestionadas.
James mordisqueó su oreja y sacudió sus caderas contra la espalda de Peter.
—Tendré que irme pronto para que los sirvientes no me vean aquí. ¿Puedo tentarte a volver a la cama?
Resueltamente Peter empujó sus problemas a la parte posterior de su mente y se volvió para estudiar a James.
—Esta noche le pertenece a Abigail, ¿de acuerdo?
—Si insistes. —James gimió cuando Peter se adelantó a acariciar su pene.
—Insisto. Puedes ser agradablemente sorprendido. Tu esposa es una mujer increíblemente apasionada.
Peter permitió que James le guiara de vuelta a la ensombrecida cama, su propia polla levantándose por la anticipación. James se acostó sobre las sábanas arrugadas, su oscuro pelo revuelto en marcado contraste con la ropa blanca, su eje ya duro y ansioso.
Peter lamió la húmeda corona.
—Eres insaciable.
—Sólo por ti. —James lanzó un gemido. —Mientras tú has estado disfrutando con mi esposa, yo me he sentido morir solo en esta casa tan grande.
—¿No has tenido sexo durante más de dos semanas? —Peter deslizó la lengua por la sensible rendija de la polla de James, sumergiéndola profundamente.
—No, maldita sea, sólo mi mano y mi imaginación.
—¿James? —Peter levantó la cabeza para mirar a los ojos de su amante. —Disfruté de cada minuto que pasé con Abigail, y te enseñaré a disfrutar de ella también.
James suspiró cuando Peter chupó su polla profundamente dentro de su boca. —Dios me ayude, ya estoy deseando empezar.
Abigail desayunó en la cama sola y pasó gran parte de la mañana entrevistando a su cocinera y ama de llaves para averiguar exactamente cómo manejaba James su personal de Londres cuando ella no estaba allí. Muy bien al parecer. De hecho, el ama de llaves fue un poco sobre-protectora al principio, pero Abby pronto la puso en su lugar. Dudaba que la mujer cuestionara su competencia para manejar el personal de la casa de nuevo.
La casa era estrecha y tenía cuatro pisos y un sótano. No era la original Casa Beecham, que había sido una cavernosa mansión en una de las manzanas más grandes. James se había deshecho de ella tan pronto como su padre había muerto, insistiendo en que nunca viviría allí. Había elegido la casa más pequeña en Finsbury Place, y Abby lo aprobó completamente.
El reloj del comedor dio la una. Abby escuchó el sonido de bienvenida de voces masculinas y se sentó con la espalda recta. La señorita Trixie ya había sido invitada a visitar a uno de sus amigos más antiguos y se había marchado en un frenesí de besos y promesas dejando a Abby sola. Sonrió mientras sus dos hombres favoritos entraban en la habitación. Peter era de la misma altura que James, pero de constitución diferente. Era más liviano, su cabello una suave plata rubia. James tenía la poderosa constitución de un atleta con amplios hombros y muslos fuertes.
Para su alivio, los dos se mostraron complacidos de verla. Se había preguntado, durante su solitaria noche de descanso, si ellos estarían tan contentos de verse nuevamente que se olvidarían de ella. Peter se inclinó y le besó la mano.
—Buenas tardes, Lady Beecham. ¿Estás lista para tu primera salida a la novedosa Londres?
James la besó en la mejilla y se acomodó en la silla a su lado. Le dio un codazo a su brazo.
—Peter me dijo que te llevaremos de una modista que conoce o a alguna parecida tontería frívola.
—Realmente no necesitamos ir. Mis vestidos son más que suficientes.
—No —dijo James con firmeza. —No lo son. Pareces un Dowd4. Pronto te conseguiremos un atuendo con un fino estilo y luego te llevaremos a tu primer baile antes del final de la semana. ¿Qué te parece?
—Terrorífico, —murmuró Abigail, pero James estaba demasiado ocupado riéndose con Peter para escucharla. Miró de reojo a su esposo sonriendo. Había una leve contusión púrpura en un lado de su cuello. ¿Peter había hecho eso, y a James le gustaría el aguijón de los dientes de Peter tanto como a ella? Se los imaginó en la cama, sintió el calor de su cuerpo en respuesta. Se imaginó extendida entre ellos, las piernas entrelazadas... y se atragantó con su licor.
—¿Estás bien, gatita Abby?
James le dio una palmada tan fuerte en la espalda que casi se cayó de bruces dentro de la sopa de tortuga que el mayordomo estaba sirviendo.
Cuando terminó de toser, se dio cuenta de que Peter la estudiaba con una expresión pensativa. Después que la servidumbre se retiró, él se estiró a través de la mesa y le tocó los dedos.
—Creo que Abigail simplemente está esperando ansiosa nuestra salida de compras y de entretenimiento de esta noche, ¿no?
Su boca se secó cuando estudió su hermoso rostro. A pesar de sus preocupaciones acerca de su familia, todavía encontraba tiempo para entenderla y para calmar sus temores. Ella tomó un poco de aire para tranquilizarse, apretándole los dedos y dejándolos ir.
—¿No te has comunicado con el rector todavía?
—Le envié un mensaje. Al parecer, está fuera la mayor parte del día. Estoy seguro que me responderá cuando vuelva.
La actitud relajada de Peter no podía ocultar la ligera tensión en sus ojos azules. Abby le dedicó una sonrisa brillante.
—Bueno, entonces tenemos todo el día para disfrutar de nosotros mismos.
Él le sonrió con dulzura singular.
—En realidad lo tenemos.
Abby se detuvo tan abruptamente ante la puerta de la discreta modista en Bond Street que chocó contra el pecho de James.
—¡Abby!
James lanzó un gruñido y aferró sus hombros para sostenerla. Peter maniobró con elegancia en torno a los dos y abrió la puerta. Se inclinó con una reverencia.
—¿Lady Beecham, Lord Beecham?
James impulsó a Abby por la puerta abierta y se inclinó hacia atrás. —Señor Howard.
Abby se encontró en un pequeño salón decorado en tonos crema y rosados capullos de rosa. Elegantes sillas llenaban el espacio junto con varias pequeñas mesas con montones de revistas de moda femenina. Al instante se sintió fuera de lugar. Peter cogió una revista y de inmediato comenzó a hojearla hasta el final.
—Este es el tipo de cosa que necesitas, Lady Beecham.
La mostró una foto de una esbelta mujer, con una nostálgica expresión vestida con un fino vestido de seda amarilla. Abby se puso las gafas y frunció el ceño.
—¡Esa mujer tiene el cuello tan largo como una jirafa y sus brazos casi tocan sus rodillas! ¿De verdad me queréis luciendo de esa manera?
James se rió entre dientes.
—Tal vez ya luces de esa manera y simplemente no te has dado cuenta.
Peter le disparó una reprobadora mirada a James.
—No es el vestido, milady, sino el color. ¿Te gusta?
Abby consideró la imagen.
—Es un poco brillante, ¿no te parece?
—Creo que tienes que expandir tus horizontes. —Peter tiró la revista de nuevo en la pila. —¿Quién ha elegido tus vestidos para ti hasta ahora? James seguramente no.
—Mi madre, —dijo James. —A Abby nunca pareció importarla lo que usaba, por lo que mi madre simplemente se hizo cargo y la daba una sucesión de vestidos cada año.
Abby le sacó la lengua a James. Peter se volvió hacia ella.
—¿Es eso cierto? ¿Por qué no elegiste tu propios vestidos?
Ella se encogió de hombros.
—¿Qué sentido tenía? No era como si alguien me viera en ellos, aparte de la pequeña nobleza local y el personal de la casa.
James le dio unas palmaditas en la rodilla.
—Lo siento, Abby, fue mi culpa. No debería haberme burlado de ti y no debería haberte dejado sola allí durante gran parte del año.
—Oh, por el amor de Dios, James, no empieces a sentir lástima por mí de nuevo. —Incómoda con su espectáculo de remordimiento, volvió su mirada a Peter. —Y no empieces tú tampoco.
—No me atrevería. —Él la sonrió a sus ojos, cortándole el aliento. —Pero ahora tienes dos hombres a los que les encantaría verte en ellos. ¿Permitirás que te ayudemos a elegir tu nuevo look?
Abby agarró una de las revistas Ackermann y la hojeó rápidamente a través de las páginas, inclinando la cabeza para ocultar sus súbitamente enrojecidas mejillas.
—Muy bien, entonces.
—Graciosa como siempre, —murmuró James.
Peter hizo una reverencia y se sentó frente a ella, con los pies cruzados por los tobillos, sus botas brillantes a la luz de la lámpara. Un reloj de porcelana sobre la repisa de la chimenea dio el cuarto de hora. La puerta se abrió y los dos hombres se apresuraron a ponerse de pie. Abby los siguió más lentamente, con la mirada fija en la delgada mujer de pelo gris que se paró frente a ella.
Peter hizo una reverencia.
—Madame Wallace, es tan amable de su parte vernos. ¿Puedo presentarles a Lord y Lady Beecham?
Madame asintió con la cabeza a James y luego reanudó su inspección de Abby.
—Buenos días a usted, milady. —Su acento era del norte, su forma la de un sargento de instrucción. Aguijoneó el volante fruncido del pecho de Abby. —¿Quién diablos la convenció para llevar este vestido? ¡La hace ver como una mujer desaliñada!
Abby le devolvió una mirada directa.
—Yo soy una mujer desaliñada. Estoy muy feliz de ser una mujer desaliñada, y es muy poco lo que puede hacer para cambiar eso.
James se aclaró la garganta.
—Ah, Abby, querida...
Abby no le hizo caso.
—No estoy segura de querer ropa nueva.
—¿Por qué, porque es más fácil esconderse detrás de estas feas prendas que tratar de estar a la moda? —Resopló madame Wallace. —Si ha conseguido atraer a dos guapos caballeros como los que están a su lado vestida así, imagínese lo que podría hacer si usted hiciera un poco de esfuerzo.
—Uno de estos caballeros es mi marido. Él no tiene otra opción en el asunto.
—Pero el señor Howard es un reconocido experto en moda femenina. Qué vergüenza para él llevarla de su brazo.
Peter se echó a reír.
—No es una incomodidad, madame, se lo aseguro.
Abby levantó la barbilla.
—Tal vez no quiero estar a la moda. La mayoría de las mujeres en estas páginas tienen un aspecto horrible.
La señora suspiró.
—Eso es porque no son mujeres reales. Si mis clientes realmente lucieran de esa manera, yo ya no estaría en el negocio.
Abby lanzó una mirada desafiante a James, que le fruncía el ceño ligeramente a ella. Peter parecía estar tratando de no reírse.
—Madame, mi esposo y el señor Howard creen que necesito ropa nueva. Sólo estoy haciendo esto para complacerles pero no quiero terminar pareciéndome a una figura de la diversión. —Sostuvo la mirada de madame. —Si no me gusta algo que propone o hace para mí, se lo diré.
Madame asintió con la cabeza.
—Por supuesto, milady, aunque debe prometerme que me va a permitir ser sincera. —Cogió un puñado de la falda de seda de Abby. —Si usted puede usar esta abominación en Londres, definitivamente necesita un consejo.
Abby le tendió la mano.
—Bueno, entonces nos entendemos.
Madame se la estrechó con firmeza.
—Entonces, quítese esa parodia de vestido y déjeme tomar sus medidas. —Hizo clic con los dedos y una mujer joven al instante apareció a su lado.
—Dame la cinta métrica y el bloc de notas. Voy a atender personalmente a este cliente. No vuelvas a menos que te llame, y no deseo ser molestada.
Peter cerró la puerta después que la muchacha salió corriendo.
—¿Tiene miedo que Lady Beecham asuste a su personal?
La señora le echó una mirada de desaprobación.
—Si su intención es permanecer aquí, Sr. Howard, por favor cállese.
Abby sonrió a Peter.
—Me imagino que cualquier persona empleada por madame está acostumbrada a ser asustada.
Se quedó quieta mientras Madame expertamente desataba su vestido, dejándola con el corsé y las enaguas.
—¿Cuánto tiempo ha estado usando estos soportes?
—Siempre que me acuerdo, ¿por qué?
—No hacen nada para ayudar a su figura en absoluto.
Abby miró hacia abajo a su esbelta forma.
—¿Qué figura? Tengo la constitución de un niño.
—Usted tiene senos, milady. Sólo necesita mostrarlos más.
Peter tocó el hombro de Abby.
—Nos gustaría que Lady Beecham tenga un corsé que permita un mayor acceso a sus pechos. ¿Puede hacer eso?
Madame ahuecó los pechos de Abby y los empujó juntos.
—Por supuesto, Sr. Howard. Podemos hacer que tenga la apariencia de estar ofreciendo su pecho hacia las atenciones de cualquier hombre.
Abby se estremeció cuando Peter trazó la curva de su clavícula; sus pezones endurecidos con un arrebato doloroso. Madame los ignoró a los dos, poniendo su atención en las medidas y el registro de la cintura y las caderas de Abby. Cuando dio un paso atrás estaba frunciendo el ceño.
Abby se mordió el labio.
—Le dije que estaba mejor escondida en esos vestidos horribles.
Casi se estremeció cuando Madame blandió su pluma en ella.
—Usted tiene las medidas perfectas para usar esos reveladores vestidos de talle alto de los que la alta sociedad está tan enamorada. De hecho, usted es una de las pocas mujeres que tiene la figura juvenil necesaria para que la tela cuelgue correctamente. ¿Por qué no vino a mí hace años? ¡Podría ser famosa ahora!
—Y si fuera famosa, probablemente no querría ser molestada por gente como yo.
—Absolutamente, milady, pero no soy tonta. Puedo hacerla lucir bella y, a cambio, todo lo que tiene que hacer es mencionar mi nombre en cada oportunidad posible.
—Suena justo para mí, —dijo Peter. Dio un beso en el hombro de Abby. —Sabía que ustedes dos se llevarían bien.
James suspiró.
—Estoy tan contento de que todos ustedes estén disfrutando. ¿Cuánto va a costarme esto a mí?
Abby luchaba contra una risa nerviosa cuando madame se volvió a James.
—¿Estoy a punto de hacer a su esposa una de las más modernas y codiciadas mujeres de Londres y objeta sobre el costo?
James levantó las manos.
—Pido disculpas, madame. Sólo mantendré mi boca cerrada y pagaré cuando sea requerido. —Le guiñó un ojo a Abby. —En verdad, le debo a mi esposa casi dieciséis años de su asignación para el vestuario.
Madame asintió con la cabeza.
—Está acordado, entonces. —Ella recogió el vestido de Abby y marchó hacia la puerta. —Quédese aquí. Voy a estar de vuelta con algunas prendas para que usted se pruebe.
—¿Qué pasa con mi vestido?
Madame le propició un profundo ceño.
—Lo voy a quemar.
Peter esperó a que madame se retirase y luego se volvió a Abigail.
—Sabía que vosotras dos llegaríais a un acuerdo amistoso.
Le miró fijamente, con la boca abierta.
—Peter, ¡ella es tan deliciosamente grosera! ¿Cómo sabías que iba a ser la persona perfecta para convencerme de cambiar mi estilo?
—¿Tal vez porque has encontrado un igual? —Intervino James, su rostro iluminado por la risa. Peter le sonrió.
—Yo no soy tan grosera como ella ¿no?
—No, Abigail, por supuesto que no lo eres. —Peter se apresuró a intervenir cuando Abby miró a su marido. —Pero eres directa, y realmente creo que madame Wallace tiene la habilidad para hacerte lucir y sentirte bella.
Abigail desvió la mirada, mordiéndose el labio. Él deslizó los dedos bajo su barbilla.
—Te verás hermosa, ya sabes. Todos los hombres de la alta sociedad estarán detrás de ti.
—Pero, —susurró, —Ya tengo todos los hombres que quiero.
Él frotó el pulgar contra la comisura de su boca.
—Espero que ese sea el caso. James y yo tendremos que comportarnos de la mejor manera para mantener tu interés.
Dio un paso atrás cuando Madame entró, una franja de prendas de vestir le cubría el brazo.
—Aléjese de ella, Sr. Howard, y déjeme hacer mi trabajo. —Le dio una dura, evaluativa mirada. —¿Asumo que los dos quieren quedarse mientras Lady Beecham prueba estos vestidos?
—Sí, queremos estar.
Peter fue a sentarse en el pequeño sofá de terciopelo al lado de James. Cuando apoyó la espalda, su muslo rozó contra el de su amante. James movió su brazo hasta extenderlo a lo largo de la parte posterior del asiento, sus dedos apoyándose ligeramente en el hombro de Peter.
La señora se paró frente a Abigail, bloqueó la vista de Peter mientras dejaba caer el viejo par de soportes en el suelo y ataba a Abigail en el nuevo corsé.
—Esto sí que es mucho mejor. Hace que su pecho se vea más alto y más pleno. ¿Qué les parece, caballeros? —Dio un paso atrás y Peter casi se tragó la lengua.
Los pechos de Abigail estaban apenas contenidos por el corsé, los pezones altos y apretados como si ella se los ofreciera a la boca de un hombre. Imaginó enterrar su cara en esos deliciosos montículos, deslizar la polla en esa división y correrse fuerte y rápido.
—Dios mío, Abby. —James agarró fuerte el hombro de Peter, su expresión sorprendida. —¿Quién hubiera pensado que tenías pechos cómo esos?
Ella los fulminó con la mirada.
—Me siento como una gallina atada con cuerdas.
—Bueno, ciertamente no luces como una. —James se puso de pie y rodeó a su esposa, su expresión depredadora. Peter le siguió. Por debajo del corsé, Abigail estaba desnuda hasta las ligas de las medias. La polla de Peter se levantó mientras estudiaba sus nalgas pequeñas. Se detuvo delante de James, estiró su mano hacia atrás y palmeó la erección de su amante.
James dejó escapar un repentino aliento.
—Te ves hermosa, gatita Abby.
—Me veo ridícula, pero por el aspecto atontado en sus dos caras, ¿debo asumir que lo aprobáis?
—Por supuesto que lo hacen. —Madame movió la cabeza afirmativamente a Peter. —Tengo que ir a buscar otro vestido. Volveré en unos diez minutos.
—Gracias, madame.
Abigail dejó escapar un suspiro de exasperación que casi desalojó sus pechos de su precaria situación.
—¿Por qué será que le tome tanto tiempo para encontrar un vestido? ¡Tengo frío! ¿Ella ya está terminando?
Peter miró a James, quien ocupó una posición en la parte trasera de Abigail.
—No está cosiendo el vestido. Sólo se dio cuenta de que necesitábamos un tiempo para nosotros.
—¿Lo hacemos?
Peter bajó la cabeza y lamió su pezón.
—Sí, lo hacemos. James, pon tus brazos alrededor de su cintura. —Esperó hasta que James obedeció, jalando a Abigail apretadamente contra su cuerpo. Ella suspiró y apoyó la cabeza contra su pecho. Peter comenzó a succionar el pezón, deteniéndose de vez en cuando para asegurarse de que James podía ver cada deliberado movimiento de su lengua. Ella movió sus caderas contra él, acunando su erección cada vez mayor.
Él deslizó una mano por encima de su estómago hacia abajo hasta cubrir su montículo.
—¿Puedes sentir lo emocionado que estamos, Abigail? ¿Puedes sentir la polla de James frotarse contra tus nalgas? —Ella gimió cuando Peter hizo círculos sobre su hinchado clítoris con un dedo. —Sólo imagínate lo que sentirás cuando estemos todos desnudos y moviéndonos unos contra otros. Nuestras húmedas pollas resbalando y deslizándose por encima de tu carne, corriéndose dentro de ti, volviéndote desesperada por llegar al clímax tantas veces como puedas.
James acarició su oreja con la nariz y le arrancó un rápido beso a Peter.
—Gatita Abby, casi no puedo esperar para verte con Peter. En verdad, no puedo esperar para verte conmigo. Espero poder complacerte esta vez. Sé que lo quiero.
Peter le sonrió a James cuando ambos se apartaron de Abby. Su piel estaba ruborizada con un delicado rosa, sus ojos llenos de pasión. Ella frunció el ceño.
—¿Van a parar ahora? ¿Sólo después de que consiguieron excitarme?
—Sí.
Peter y James regresaron a sus asientos en el sofá. Peter sonrió hacia arriba a Abigail.
—¡Eso no es justo!
James soltó un bufido.
—¿Quieres que te tomemos en el centro del salón de madame Wallace? Ella probablemente arrojaría un balde de agua sobre nosotros.
Ella se quedó pensativa.
—Probablemente lo haría. —Observó la erección de Peter. —¿Qué pasa con eso?
—Oh, no te preocupes por mí, lo manejaré.
—¿Y tú, James?
—Lo manejaré también, querida.
Sus ojos se estrecharon, pero antes de que pudiera hablar, madame apareció con otro vestido por encima del hombro.
—¿Han terminado?
Peter se levantó y se inclinó.
—De hecho terminamos, madame. ¿Tiene algún vestido que Lady Beecham podría llevarse con ella hoy?
—Tengo varios para que ella se pruebe. —Dirigió su mirada con el ceño fruncido a Abigail, y señaló un área separada con cortinas de la sala de prueba detrás de ellos. —Si viene conmigo, podremos comenzar.
Abigail suspiró y siguió a madame. Antes de que ella desapareciera detrás de la cortina le dirigió una dura mirada a James.
—¿Aún estarás aquí?
—Por supuesto, querida. —James trató de parecer inocente. —Peter y yo somos muy capaces de divertirnos durante unos minutos mientras te cambias.
—Puedo imaginar que sí, — Abigail murmuró antes que madame la llevara detrás de la cortina roja.
James sonrió a Peter y bajó la voz.
—¿Crees que podremos divertirnos? Tengo una apuesta para ti, si estás interesado.
Peter trazó la longitud de la polla de James a través de sus apretados pantalones.
—Me interesa.
—Apuesto a que puedo hacerte correr en tus pantalones más rápido que lo que tú puedes hacerme correr a mí y antes de que Abigail aparezca para mostrarnos su vestido nuevo.
—Hecho.
Peter desabrochó la bragueta de los pantalones de James y metió la mano dentro. No se molestó en quitar la camiseta de la polla de James, simplemente se puso a trabajar, sacudiendo el falo de James a través de su apretado puño cerrado. Se estremeció al sentir que James cerraba su mano alrededor de su pene, su agarre incluso más apretado, el pulgar haciendo círculos alrededor de la corona de la polla de Peter.
Después de los excesos de la noche anterior, los dos estaban un poco sensibles. Peter aumentó la velocidad de su mano cuando madame levantó la voz y Abigail le respondió.
—Cristo...
Peter luchó contra un gemido; su polla estaba dolorida por la liberación, preparada para llegar en cualquier segundo. James apretó más fuerte. El telón se retorció y la visión de Peter desmejoró al poner toda su atención en su desesperado deseo de correrse en el gran puño de James. Su gemido ahogado se encontró con el de James cuando ambos llegaron a su clímax, empapando sus camisas y sus dedos con sus calientes y húmedos semen.
—Creo que fue un empate, —graznó Peter.
Con un agudo traqueteo, madame abrió la cortina justo cuando Peter logró retirar la mano y deslizarla en el bolsillo. James fue un poco más lento, sus dedos se enredaron con la camisa mojada de Peter y su sensible polla. El aliento de Peter silbó cuando James finalmente logró liberarse.
—Bueno, ¿qué les parece?
Peter abrió los ojos para encontrar a Abigail delante de él. Llevaba un vestido verde profundo de muselina flotante, que enfatizaba su cremosa piel y el gris de sus ojos. Bordados de plata adornaban el corpiño bajo y el dobladillo del exquisito vestido. James suspiró.
—Te ves maravillosa, Abby, al igual que una de esas revistas de moda.
Peter asintió con la cabeza, consciente de la ansiedad en sus ojos.
—Hermosa.
—Bien —dijo madame. —Ella puede llevarse este vestido de fiesta y otro vestido de día. Voy a enviar el resto de los vestidos lo más pronto posible dado que he intimidado a mis costureras para fabricarlos.
—No las fuerce a mi costa, —dijo Abigail. —Preferiría que no las haga trabajar como esclavas sólo por unos pocos vestidos frívolos.
James se aclaró la garganta.
—Abby, ¿tal vez podrías probarte el resto de los vestidos antes de que yo quede destruido por falta de sustento?
Ella negó con la cabeza.
—James, eres tan egoísta.
Giró sobre sus talones y se dirigió nuevamente a la zona de cortinas, madame sobre sus talones. Otro argumento en marcha. James sonrió a Peter y lentamente le lamió los dedos.
—No te preocupes, me aseguraré de que las costureras sean recompensadas por su tiempo.
—Madame disfrutará saqueando tu cartera. Es cara pero vale la pena.
James se puso serio.
—Puedo ver eso. Abby parecía una mujer completamente diferente. Realmente estoy deseando verla en mi cama.
—¿Conmigo?
—Por supuesto. ¿Cómo no ibas a estar? Dos de mis personas favoritas listas y deseosas para hacer mi voluntad.
Peter ahuecó la ingle de James y apretó con fuerza.
—Veremos quién está deseoso de hacer la voluntad de quién. Ahora, ¿qué tal otro juego? ¿El primero en hacer que el otro se ponga duro antes que Abigail aparezca en su próximo vestido?
James ya estaba alcanzando sus pantalones antes de que Peter terminara de hablar.