CAPÍTULO 02

—¡Buenos días, Peter!

Peter gimió al reconocer el alegre tono del medio hermano más joven de Valentín, Anthony Sokorvsky. Se apresuró a cubrirse los ojos cuando Anthony abrió los postigos de madera que cubrían la ventana hacia la sucia calle.

—Vete ya, mocoso. ¿No ves que estoy trabajando?

La silla frente al escritorio de roble de Peter crujió cuando Anthony se sentó.

—No me parece como si estuvieras trabajando.

Peter inhaló la aromática esencia del café y ciegamente le tendió la mano. Anthony deslizó la taza de loza gruesa en el escritorio. Peter se abalanzó sobre ella con gratitud.

—Te ves como si le hubieras disparado al gato anoche, —dijo Anthony.

Peter abrió un ojo.

—Si con eso quieres decir que me he excedido, entonces estás en lo correcto.

Trató de recordar exactamente por qué había sido necesario beber todo ese brandy y jugar a las cartas con un hombre que no le gustaba cuando había tenido la intención de tener una noche tranquila. Una imagen del confiado rostro de Lord Beecham se formó en su cerebro. Esto en cuanto a su plan de darles una lección a los insolentes fanfarrones. En lugar de eso había terminado adeudándole a Lord Beecham un favor, que el honor exigía que pagara.

Terminó el café y se estremeció cuando el amargo sedimento se deslizó por su garganta. Su primera reunión había transcurrido en un borrón. Sólo Dios sabía lo que el banco debería haber pensado. Por lo menos no le habían negado la oportunidad de reestructurar sus préstamos. A Valentín no le habría hecho gracia si al volver se encontrara con las finanzas de la compañía desordenadas.

—El señor Taggart dijo que debía venir y preguntarte si tienes algún tipo de comisión para mí hoy.

Peter se echó hacia atrás y contempló a Anthony Sokorvsky. En principios de los veinte, a los veintiún años, había sido enviado de vuelta desde Oxford. Su padre, el marqués de Stratham, le había enviado a trabajar para Valentín con la esperanza de que haciéndole ganar su asignación lo haría añorar sus estudios y su vida de ocio.

Esto no había ayudado mucho a las intenciones del marqués. A Anthony le encantaba trabajar en la compañía naviera y hasta el momento se había negado a volver a la universidad. En secreto, Peter encontraba agudamente divertido que dos de los Sokorvskys prefieran trabajar por su dinero en lugar de disfrutar de una vida de privilegio. Al parecer, el marqués no les hacía gracia a todos.

—¿Qué hora es?

Anthony sacó su reloj de bolsillo.

—Es casi mediodía. ¿Tienes intención de ir al muelle y verificar el inventario de ese último lote de mercancías con destino a Jamaica?

—¿Por qué? ¿Quieres ir?

Anthony asintió con la cabeza. Su entusiasmo por la más mundana de las tareas seguía sorprendiendo a Peter.

—Tal vez podría ir contigo. —Peter luchaba para despejarse. —Un soplo de aire fresco podría aclarar mi mente.

Anthony sonrió.

—Y si te sientes desmayar, estaré ahí para agarrarte.

—No estoy tan viejo. —Peter suspiró al ver la dudosa expresión de Anthony. Sólo podía suponer que treinta y cinco años parecía verdaderamente un viejo para un muchacho a principio de los veinte. Giró para tomar su sombrero y su abrigo mientras Anthony esperaba impacientemente con la puerta abierta.

La campana adjunta a la puerta exterior sonó dos veces mientras alguien entraba a la oficina general. Fuera de su ventana, la luz estaba ensombrecida por un carruaje tirado por caballos pura sangre que había estacionado. Anthony retrocedió para mirar a los recién llegados.

—¿Estás esperando a alguien, Peter?

Peter se quedó inmóvil, con los dedos en la hebilla de su capa. Allí, hablando con su secretario, estaba Lord Beecham. Acompañado por otro hombre vestido de sobrio marrón. Peter no había esperado que Beau Beecham prosiguiera con su súbita curiosidad por los asuntos de su negocio.

Antes de que Peter pudiera retirarse, Lord Beecham se volvió y se encontró con su mirada, una sonrisa de placer en los labios. Él no se parecía a un hombre que había estado toda la noche jugando cartas y bebiendo aguardiente. Tal vez eso era lo que el resplandor de la victoria hacía, pensó Peter con acritud.

Anthony se enderezó y comenzó a moverse hacia fuera del camino mientras Lord Beecham se dirigía hacia él.

—Debes ser el hermano de Sokorvsky. Tienes la misma mirada de él. —Lord Beecham le tendió la mano y Anthony la sacudió. —No me había dado cuenta de que esto se había convertido en un negocio familiar.

Peter se aclaró la garganta.

—El señor Sokorvsky está aquí sólo temporalmente hasta que vuelva a Oxford.

Lord Beecham sonrió a Anthony.

—Castigado, ¿no? ¿Qué hiciste?

Anthony tuvo la airosidad de ruborizarse.

—Está relacionado con las enaguas de la esposa del decano y un mástil, señor. Más que eso, no estoy en libertad de revelar.

Peter frunció el ceño mientras los dos hombres se reían juntos. A veces las clases altas y sus travesuras infantiles no le divertían. A su regreso de Turquía, cuando el padre de Valentín había tratado de obligarle a asistir a Oxford, Val se había revelado y comenzado el negocio con Peter en su lugar. Por lo que Peter sabía, Val nunca se había arrepentido de su decisión de no asistir a la universidad, y tampoco él.

La mirada de Lord Beecham se posó en la capa de Peter y frunció el ceño.

—¿Está usted saliendo? Creo que teníamos una cita.

Peter se puso el sombrero.

—Desafortunadamente, uno de nuestros barcos está listo para zarpar mañana del puerto y tenemos que ir y comprobar la última carga declarada. Lo invitamos a unirse a nosotros si lo desea.

Miró por la ventana. Ah bueno, estaba empezando a llover. Peter esperaba que fuera suficiente para empañar el entusiasmo de Lord Beecham.

—Me encantaría. —Lord Beecham hizo un gesto hacia atrás, abarcando la oficina. —Si es aceptable, voy a dejar a mi asesor comercial, el Sr. Forbes, aquí para discutir algunos detalles con su Secretario principal. Podemos usar mi coche si lo desea.

La expresión de Anthony se iluminó. Peter negó con la cabeza.

—No es muy lejos para ir caminando. —Su mirada examinando ligeramente las muy lustradas botas de Lord Beecham y el perfectamente acondicionado abrigo verde oliva. —¿A menos que prefiera conducir?

—Caminar está bien. —Lord Beecham se puso el sombrero de nuevo. —Después de los excesos de anoche, podría venir bien un poco de ejercicio.

Peter se resignó a la compañía de Lord Beecham y acompañó a Anthony a la puerta. Los desiguales adoquines brillaban con un gris metálico, mientras la lluvia repiqueteaba sobre ellos. Trataba de no respirar el hedor de los peces muertos y basura que se levantaba de los canales desbordados. Sus oficinas en Aldgate estaban situadas mucho más cerca de los muelles que del mundo de la educada alta sociedad. Anthony siguió adelante, con su pelo oscuro y su capa ondeando al viento.

Lord Beecham caminaba junto a Peter acoplándose paso por paso. Eran de la misma altura y, probablemente, de la misma edad. Y, o bien Lord Beecham tenía un excelente sastre, o Peter no era tan amplio de hombros y pecho.

—¿Cuál es el nombre del barco que estamos visitando?

Peter sacudió las gotas de lluvia de su cara. Lord Beecham, obviamente, esperaba que sea entretenido mientras caminaban.

—En realidad, vamos a visitar uno de nuestros barcos más pequeños, que tomará la última porción de la carga en la costa en Southampton para ser cargado dentro del Princesa Sara.

—¿Nombrado así en honor a la bella esposa de Valentín, supongo?

—Creo que sí. —Se movió a un lado para evitar un bache en el camino lo suficientemente ancho y profundo como para ahogar a un caballo. Lord Beecham le siguió.

—Qué idea encantadora. ¿Alguno de los barcos tiene el nombre de sus seres queridos?

Peter sonrió a medias.

—No tengo seres queridos. Soy huérfano.

Esto sí que debería mantener a Lord Beecham en silencio, a menos que fuera lo suficientemente insensible como para perseguir un tema tan delicado.

—A veces desearía no tener familia.

Peter le disparó una mirada incrédula.

—No se lo recomendaría.

Lord Beecham se encogió de hombros.

—Usted no conoce a mi familia. La obligación de guardar la compostura en beneficio de mi antiquísimo nombre puede ser extremadamente agotador.

Maldición, ¿qué estaba mal con el hombre? ¿Esperaba que Peter se compadeciera de él? Difícilmente estarían destinados a ser amigos. Peter señaló la parte inferior de la calle donde una franja vertical de color gris oscuro había aparecido entre los edificios de ladrillos manchados de hollín.

—Allí enfrente está el muelle. El Princesa Sara tiene destino a Jamaica. Me imagino que estaría interesado en la carga que se envía al exterior, nosotros comerciamos con ron, azúcar y especias.

Para su alivio, Lord Beecham aceptó su brusco cambio de tema y simplemente asintió con la cabeza. —¿Hay comerciantes en Jamaica que no comercian con los esclavos? Me cuesta creer.

—Ha estado allí, ¿entonces? —Peter no trató de ocultar su escepticismo cuando se detuvo y se enfrentó a Lord Beecham.

—De hecho, sí. Pasé varios años en la plantación de azúcar de mi tío. —Una expresión de repugnancia recorrió la cara de Lord Beecham. —Espero por Dios nunca tener que experimentar ese sufrimiento otra vez.

Peter luchó ante el impulso de inclinar la cabeza como señal de simpatía. Se recordó a sí mismo que no tenía ningún interés en las sorprendentemente compasivas opiniones de Lord Beecham, sólo en su dinero.

—Hay algunas compañías más pequeñas. —Peter se aclaró la garganta. —En su mayoría de propiedad de los antiguos esclavos. Admito, el retorno de nuestra inversión podría ser ligeramente más bajo que el de algunos de nuestros competidores, pero al menos podemos dormir por la noche.

—Gracias a Dios por eso.

Peter se encontró con la mirada de Lord Beecham y descubrió que no podía apartar la vista. ¿Qué otras sorpresas se escondían bajo ese exquisitamente vanguardista exterior? Se tensó cuando Lord Beecham resopló una inestable respiración.

—Señor Howard, yo...

—Peter, ¿vienes?

Peter se volvió bruscamente y centró su atención en Anthony, quien se había detenido al final del pasillo. Anthony agitó las manos, su rostro con animado entusiasmo.

—El barco está justo aquí. Voy a ver si el capitán está a bordo.

Mientras Peter se preparaba a sí mismo para su cita con Lord Beecham en lo de Madame Helene esa noche, pensaba en la visita del hombre a su oficina. Después de que Peter había rechazado su intento de dirigir la conversación hacia una inclinación más personal, Lord Beecham volvió a hablar exclusivamente sobre el negocio. Obviamente, tenía una cabeza tan buena para el comercio como había hecho con las cartas.

Peter frunció el ceño mientras ataba la corbata y la fijaba en su lugar con un broche de cabeza de perlas. ¿Qué quería Lord Beecham de él? A pesar de los esfuerzos del hombre para entablar amistad, Peter había aprendido a desconfiar. Por un momento consideró no presentarse en lo de Madame y aceptar las consecuencias. Pero el gusano de la curiosidad refunfuñó y él supo que iría.

No había forma de negarlo. Lord Beecham le intrigaba. La honestidad le obligaba a Peter a admitir que tal personificación de belleza masculina le excitaba. ¿Por eso no le gustaba Beecham a la vista? ¿Simplemente porque él parecía satisfecho en su propia piel y Peter no lo estaba? Era algo sobre lo que pensar y no daba una buena imagen de él.

Dio un corto paseo en coche por las oscuras calles de Mayfair y se dirigió a su destino aún sumido en sus pensamientos. Cuando entró en el vestíbulo de mármol de la casa de Madame, uno de los criados le entregó una nota sellada. En ella estaba escrito el número doce. Peter arrugó el papel y la empujó en el bolsillo. Lord Beecham había elegido encontrarse con él en uno de los cuartos íntimos del tercer piso de la Casa de Placer.

A medida que subía las escaleras, mil preguntas se formaron y fueron descartadas de su cerebro. ¿Qué quería Lord Beecham? Se encontró vacilante delante de la puerta marcada con el número doce y entró sin llamar.

Lord Beecham se levantó de su asiento junto al fuego e hizo una reverencia.

—Gracias por venir. Se lo agradezco.

Peter permaneció de pie junto a la puerta y sacó su reloj de bolsillo.

—Creo que ha solicitado una hora de mi tiempo. No la desperdicie.

Lord Beecham sonrió y caminó hacia él. Llevaba un abrigo negro y un chaleco color café, que realzaban su buena apariencia. Un diamante brillaba en los precisos dobleces blancos de su elaboradamente plegada corbata.

—¿Puedo ofrecerle una copa de brandy, o mejor aún, persuadirlo a sentarse?

—No, prefiero estar de pie. —Interiormente, Peter hizo una mueca por su elección de palabras. Sonaba como un mal actor en un melodrama. —¿Qué desea de mí?

Lord Beecham se detuvo frente a él, sus marrones ojos nivelados con los de Peter.

—¿No lo sabes?

Peter apretó los dientes.

—Parece que usted encuentra la situación muy divertida, pero le pregunto una vez más. Usted ganó su apuesta. ¿Qué es lo que quiere?

Beau Beecham sonrió.

—Quiero tu polla en mi boca.

Antes de poder detenerse, Peter giró y estampó al otro hombre contra la puerta. Envolvió una mano alrededor de la garganta de Lord Beecham.

—¿Cree que soy una especie de prostituta masculina o Molly1 para ser comprado para su pervertido placer?

Lord Beecham tosió y trató de aclararse la garganta.

—No.

Peter apretó más fuerte.

—No me convertiré en una diversión para usted y sus odiosos compinches. Si es así como usted prefiere ganar una apuesta, me dice lo mucho que puede perder y yo de buena gana le pagaría hasta el último centavo.

Lord Beecham le sostuvo la mirada, sus ojos castaños fijos.

—No hay ninguna apuesta. Sólo la que perdiste. Si eres un caballero, aceptarás mi petición. Quiero mi boca alrededor de tu polla. Quiero chuparla hasta que te corras.

Peter le miró atentamente otra vez, ya era consiente por su proximidad que la polla de Lord Beecham estaba erecta y frotándose contra la suya, que estaba rápidamente creciendo también. Un aumento de inconveniente lujuria se enrolló en sus caderas acompañado de una serie de imágenes lascivas.

Aumentó la presión sobre la garganta del otro hombre.

—Voy a cumplir con su solicitud. Pero si oigo una sola palabra sobre esto en los clubes, si mi reputación se ve perjudicada por su chismosa lengua, le encontraré y le haré lamentarse de haber vivido alguna vez.

Dio un paso atrás contra la pared y arrancó los botones de sus pantalones. Lord Beecham exhaló y cayó de rodillas. Buen Dios, el hombre estaba ansioso. Peter miró la húmeda gruesa corona de su polla, que ya traspasaba los confines de su ropa interior. Se tensó cuando Lord Beecham empujó el fino lino fuera para exponerlo en toda su gloria.

Con agonizante lentitud, Lord Beecham simplemente se le quedó mirando. Peter se estremeció cuando la lengua de Lord Beecham surgió y le lamió una gota de líquido pre-seminal de la corona.

—Sigue con ella, maldita sea.

Gimió cuando Lord Beecham lo succionó dentro de su boca, una mano sujetando las bolas de Peter, y la otra apoyada en la pared a su lado. A medida que arrastraba la longitud más abajo en su garganta, Peter cerró los ojos e intentó mover sus caderas. Lord Beecham utilizó su hombro para mantenerle inmovilizado contra la pared y le chupó duro, utilizando sus dientes para rozar la tierna carne. Utilizaba todas las técnicas que Peter había aprendido en Turquía para darle a un hombre un duro, rápido y contundente clímax.

Sus puños se apretaron a sus costados con un concentrado esfuerzo de no tocar a Lord Beecham, de no acariciar su grueso cabello negro, para no ofrecerse a cambio. Su semen viajó hasta su eje y apretó los dientes.

Lord Beecham liberó su polla y se reclinó hacia atrás.

Peter abrió los ojos y se escuchó a sí mismo jadeando como un animal atrapado. Había sido tomado por un tonto. Lord Beecham, obviamente, tenía la intención de dejarlo excitado e insatisfecho. Trató de componer sus rasgos en su habitual serena expresión pero se dio cuenta que no podía. Se tensó cuando Lord Beecham le rozó al ponerse de pie; sus pupilas estaban tan dilatadas que todo el marrón había desaparecido. Peter le propinó una burla.

—¿Está usted satisfecho ahora, Lord Beecham?

—Todavía no, y mi nombre es James. Aún me debes cincuenta minutos de tu tiempo.

Sosteniendo la mirada de Peter, lentamente, desató su corbata. Su chaqueta y chaleco le siguieron y luego su camisa, exponiendo su ancho pecho y su plano estómago velludo. Peter se mantuvo rígido, su polla palpitando dura al ritmo de los crecientes latidos del corazón. Lord Beecham se inclinó para quitarse las botas y sus apretados pantalones, mostrando la elegante larga línea de su espalda. A Peter se le secó la boca.

Cuando Lord Beecham estuvo desnudo, se dirigió hacia la alta cama de cuatro postes y se subió a ella en cuatro patas. A la luz de las velas le ofrecía a Peter una magnífica vista de sus musculosos muslos y apretadas nalgas. Miró por encima del hombro. La tentación en su mirada y su invitadora postura era inconfundible.

Peter pasó la mano sobre su palpitante polla. Sin hablar caminó hasta la parte inferior de la cama. Encontró el perfumado aceite que Madame convenientemente dejaba sobre la mesita de noche y utilizó su rodilla para deliberadamente ampliar las piernas de Lord Beecham. Guió a su húmeda y brillante polla hacia el culo del otro hombre. Deteniéndose sólo para agarrar las caderas de Lord Beecham, Peter se lanzó hacia adelante y le penetró.

Lord Beecham se quejó.

—Dios...

Peter fue poco sutil. Si Lord Beecham pensó que podría coaccionarlo para tener relaciones sexuales él obtendría la más básica follada disponible. El tipo que Peter había sido forzado a dar y recibir del más violento de los hombres que había comprado su tiempo en el burdel. El tipo de sexo que no tenía nada que ver con el amor y la ternura, sólo primaria, básica necesidad.

Mantuvo su agarre sobre las caderas de Lord Beecham y se retiró otra vez, conduciendo luego su longitud profundamente. Lord Beecham gruñía en el momento de cada duro empuje, ampliando su posición para invitar a Peter más profundo, apoyando su peso sobre sus brazos extendidos.

Automáticamente, Peter continuó follando. Consciente de la polla del otro hombre clavándose en la seda negra de la colcha, chorreando pre-semen, tan grande y dura como Peter había anticipado. Sintió su propio clímax acercándose, aumentando la velocidad de sus empujes hasta que el golpe de su carne contra la de Lord Beecham sonaba casi tan fuerte como sus combinados gemidos.

Su semen viajó hacia arriba de su eje y se hundió más profundo. Le gustaba la idea de que el otro hombre se llenara con su semen, sintiéndolo durante varios días. Un constante recordatorio del burdo acto que había consumado con Peter.

Después de recuperar el aliento, Peter se retiró y abotonó sus pantalones. Apenas dispuso un vistazo a la desnuda figura tirada en la cama. Con dedos temblorosos, sacó su bolsa de cuero y la abrió. Lanzó dos monedas de oro sobre la colcha.

—Esto es por el resto de tu tiempo. No puedo decir que haya sido un placer.

Los largos dedos de Lord Beecham se cerraron alrededor de las monedas, y se dio la vuelta para enfrentar a Peter.

—Maldito seas, señor Howard.

Peter hizo una reverencia.

—Y maldito tú también, señor, por hacerme comportar como un animal.

Giró sobre sus talones y salió. Se las arregló para encontrar el camino hacia los cuartos privados de la señora Helene, antes de que su estómago amenazara con revelarse. Afortunadamente Helene no estaba allí. No tenía ninguna intención de compartir sus pensamientos del inesperado encuentro de esta noche con nadie.

Después de dejar salir el contenido de su estómago, Peter se sirvió una gran copa de coñac y se sentó junto al fuego. Con un sonido inarticulado hundió la cabeza entre sus manos. ¿Qué demonios había estado pensando? Había utilizado a Lord Beecham como a una puta, y lo peor de todo era que lo había disfrutado. Retomó el brandy y lo apuró de un trago.

Después de sus experiencias en el burdel, había prometido no utilizar a nadie sexualmente otra vez. Sus recientes encuentros con ambos sexos habían sido por elección y consentimiento mutuo. Había disfrutado de cada uno de ellos. ¿Por qué había ido en contra de todo lo que creía?

Estudió el intrincado corte de la copa de brandy. Porque algo de Lord Beecham provocaba lo peor de él. El encantador rostro del hombre y su legendaria reputación con las mujeres le irritaban. ¿Estaba simplemente celoso y haber ejercido esta noche el poder le hacía sentir como un hombre mejor?

Se levantó y recuperó la botella de coñac. Su pene no tenía conciencia y palpitaba con satisfacción mientras se imaginaba a Lord Beecham vestirse y tener que caminar por los salones, con la marca de la manipulación de Peter en sus caderas y en su culo. ¿Podría Lord Beecham haberse arrepentido de su elección? Su cuerpo había estado más que dispuesto a aceptar la dominación de Peter.

La polla de Peter se agitó aún más ante los libidinosos pensamientos. Una cosa era cierta. No era la primera vez que Lord Beecham había estado con un hombre. ¿Helene los había reunido por una razón? Ella había sugerido que James Beecham no era todo lo que parecía.

Peter apoyó la botella de coñac y dejó escapar un asqueado aliento. Aún así, no estaba orgulloso de sí mismo. Se sentía miserable. No había manera de evitarlo. Tendría que enfrentar a Lord Beecham.