CAPÍTULO 05

—Anthony, no hay nada malo. Simplemente estoy tomándome unos días libres. Valentín es tan capaz de manejar el negocio como yo.

Peter siguió garabateando notas a Taggart mientras Anthony recorría su oficina. Su expresión era angustiada, lo que acentuaba su parecido con su hermanastro. Cogió un libro de contabilidad y luego lo dejó con un golpe seco.

—¿Es algo que he hecho? ¿Simplemente estás cansado de verme?

Peter levantó la vista.

—Por el contrario, le he recomendado a Valentín que te permita manejar la empresa en Londres.

Anthony se ruborizó.

—¿En serio?

Peter trató de no sonreír ante la reacción de su joven protegido. Debido a los acontecimientos de los últimos años, su relación con Anthony era casi tan compleja como su relación con Valentín.

—Lo hice. Tengo plena confianza en ti.

Miró el reloj. Se estaba haciendo tarde. Había tenido la intención de limpiar su escritorio y salir antes de que Valentín se presentara. Sabía que Valentín volvería, y estaba curiosamente reacio a enfrentarse a su amigo y socio. Las cicatrices que Val le había infligido estaban todavía demasiado frescas.

Sacó su pluma y escribió otra serie de instrucciones. Una sombra oscureció su escritorio y le tendió un fajo de papeles.

—Ah, Taggart, casi he terminado. Toma esto, ¿quieres?

Cuando miró hacia arriba descubrió a Valentín mirándole fijamente.

—¿Apurado, Peter?

Se enderezó y colocó cuidadosamente su pluma en el tintero. Valentín tenía esa expresión exasperantemente insípida en su cara, la que hacía a Peter desear darle un puñetazo. Se sentó en la esquina del escritorio y cruzó sus largas piernas por los tobillos. Peter se aclaró la garganta.

—Me voy de la ciudad a las seis de la tarde y todavía no he empacado.

Recogió el resto de los papeles dispersos por su escritorio y se dirigió hacia la puerta. Como si ya hubiera sido invocado, apareció Taggart y bloqueó su salida.

—¿Estos son para mí, señor? Gracias, y debo decir que espero que disfrute de su viaje. No puedo recordar la última vez que se tomó unas vacaciones.

Peter le sonrió y se volvió de mala gana a su oficina, donde los hermanos Sokorvsky lo esperaban.

—Taggart tiene razón, ya sabes. —Val dirigió su comentario a su medio hermano. —Peter se merece un tiempo libre. Parece como si su cerebro se hubiera podrido.

Peter se recostó en el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho.

—Tal vez, simplemente necesito alejarme de las malsanas influencias de la vida de ciudad.

Anthony estudió las caras de ambos y retrocedió hacia la puerta.

—Tal vez debería irme.

Peter se mantuvo al frente de la única salida.

—No hay razón para ello. Eres parte de la familia de Valentín, y todos sabemos que para él, la familia es lo primero. Estoy seguro de que deseará solicitar tu ayuda durante mi ausencia. —Excavó en su bolsillo y sacó su juego de llaves. —De hecho, ¿por qué no te quedas con las llaves y usas mi oficina mientras estoy fuera?

La expresión de Anthony se volvió más incrédula.

—No estoy seguro...

Peter tiró las llaves. Aterrizaron sobre la mesa con un estruendo, justo encontrando los dedos de Valentín.

—¿Dónde exactamente te estás yendo? —Valentín recogió las llaves y las estudió.

Peter le obsequió una sonrisa desdeñosa.

—Oh, aquí y allá. No quiero aburriros con los detalles de mi vida personal.

Valentín se puso de pie.

—¿Qué pasa si necesitamos contactar contigo acerca de un asunto de negocios? Está el pequeño detalle de la compañía naviera en bancarrota que estamos tratando de adquirir.

Peter le sostuvo la mirada.

—Me aseguraré de que los mensajes dejados en mi casa sean recogidos regularmente.

—Tú no eres así. —Valentín caminó acercándose, hasta llegar a la puerta.

—La gente cambia, Val. Incluso yo soy capaz de ello. —Peter se enderezó y fue a abrir la puerta. —¿Tal vez podrías permitir que siguiera adelante? Tengo mucho que hacer hoy.

Val estampó su mano contra el panel de la puerta, impidiendo la salida de Peter.

—Aún no hemos terminado esta conversación.

—Yo sí.

Peter tironeó fuerte de la puerta, empujando y pasando por la mano extendida de Valentín y se dirigió a la oficina principal. Cómo se atrevía Val a tratar de detenerle. Él había dejado clara su posición y casi nunca cambiaba de opinión, ¿así que estaba allí para hablar sobre qué? Sin duda, era mejor si tenían un corte limpio.

Con una maldición entre dientes, Peter se dio cuenta que había dejado su sombrero y la capa en su oficina. Desde luego, no iba a volver a recogerlos. Tal vez una caminata a casa mejoraría su temperamento. Después de decir adiós a Taggart y al resto del personal de la oficina, salió por la puerta principal.

Hizo una pausa para permitir que un carro de cerveza que retumbaba pasara junto a él y luego subió una pronunciada inclinación de la carretera, evitando el goteo de inmundicia que corría hacia abajo por el centro.

—¡Peter! ¡Peter, espera!

Titubeó cuando oyó a Anthony gritar su nombre y se detuvo de mala gana. Para su alivio, Anthony estaba solo. Sostenía el sombrero y la capa de Peter y respiraba con dificultad.

—Se te olvidó esto.

—Gracias. No quise arruinar mi digna salida regresando arrastrado para recuperar mis pertenencias.

Anthony le sonrió. —Lo sé. Valentín nunca te permitiría darte cuenta de eso. —Vaciló y tocó el brazo de Peter. —No entiendo por qué está tan enojado contigo, pero estoy seguro de que saldrá bien.

Peter luchó para encontrar una sonrisa de respuesta. —Estoy seguro que sí, Anthony. Val y yo hemos sido amigos durante mucho tiempo.

Anthony dio un paso atrás.

—Vuelve pronto o probablemente arruinaré el negocio.

—Tú no vas a hacer eso. Tengo gran confianza en ti.

—Como tú me has enseñado todo lo que sé, eso espero.

Peter vaciló y luego arrastró a Anthony en un apretado abrazo.

—Cuida a Val por mí, ¿sí?

—Como si me lo permitiera.

—Inténtalo de todos modos. —Peter liberó a Anthony y se alejó, decidido a no mirar hacia atrás. ¿Alguna vez podría ser capaz de enfrentar a cualquiera de los hermanos Sokorvsky de nuevo con la misma facilidad? No estaba seguro.

Si terminara quedándose con los Beechams y compartiendo su cama, esto le daría la oportunidad perfecta para decidir si él y Valentín podían continuar siendo socios, o si él debería renunciar y seguir adelante.

Caminó por el laberinto de calles irregulares, ignorando a los vendedores ambulantes y mendigos, hasta que llegó a una de las calles más atestadas y paró un taxi. Había acordado ir a Beecham Hall en Essex este fin de semana para conocer a la esposa de James. Si ella demostraba ser tan tímida y retraída como sospechaba, se imaginaba que su visita sería fugaz.

¿Podría James Beecham estar tan ansioso de continuar su enlace con su esposa dándole un disgusto a Peter? A pesar de que James era excepcional, Peter no estaba seguro de querer justamente otro amante masculino. Necesitaba un desafío para hacerle olvidar a Valentín y veinticuatro años de amistad duramente trabajada que parecía haberse convertido en cenizas.

En el burdel turco, Valentín se había negado a comprometerse. Luchó con cada amante masculino que le impusieron. A veces, Peter hubiese estado dispuesto a ocupar su lugar o a tomar su castigo, porque sabía que Valentín hubiese preferido morir antes que rendirse. Peter también sabía que él no sobreviviría si no tenía a Val.

Habían demostrado ser un gran negocio para el propietario del burdel. Dos extranjeros de piel blanca, un morocho y un rubio. Las mujeres pagaban ridículas cantidades de dinero para tener a ambos en sus camas. Val seguía luchando contra los hombres y follando a las mujeres. Peter se apoyaba en el opio y en la creciente dependencia de Valentín tras verle cada día.

Con un sobresalto, Peter se dio cuenta que había llegado a su modesta casa en la calle Half Moon. Le entregó unas monedas al alegre conductor y se bajó. Estudió el cielo gris plomizo. Si Lady Beecham no le gustaba, seguiría hacia el norte. Tenía una vaga idea de dónde provenía originalmente, a pesar de que sus recuerdos de la época antes de conocer a Valentín a bordo del buque con destino a Rusia, eran pocos en el mejor de los casos.

Gracias a los esfuerzos de la esposa de Valentín, Sara, su pequeña casa estaba decorada con sencillo gusto y elegancia. Peter se quedó mirando las cortinas de damasco dorado que ella riéndose lo había persuadido para que las colocara en su sala de arriba. ¿Ella se sentía secretamente aliviada de no tener que enfrentarlo otra vez? Él había creído que eran amigos. ¿Toda su confianza en él había desaparecido simplemente porque estaba embarazada? Su abandono fue casi tan doloroso como el golpe de Valentín.

Vagó por la habitación y estudió la pintura de paisaje por encima de la chimenea. Sara había tenido cuidado de no elegir cualquier retrato, como si supiera que Peter odiaría que le preguntaran si ellos eran de su familia. Quizás Valentín fue más astuto de lo que Peter se había dado cuenta. Tal vez había sentido el anhelo de Peter de una relación y una familia propia, incluso antes de que Peter se diera cuenta de eso y sólo estaba obligándole a seguir adelante.

Para alivio de Peter, Adams, su ayuda de cámara, ya había comenzado a empacar por él. Tenía suerte de tener a Adams. Su discreción y calma habían impresionado a Peter desde el principio. Nada parecía perturbar su ecuanimidad, incluso la perspectiva de su empleador de partir hacia lugares desconocidos y no llevar un criado con él.

Peter estudió la colección de prendas de vestir que Adams parecía pensar que necesitaría para su viaje.

—¿Estás seguro que voy a necesitar todo esto?

—Es mejor estar preparado, señor, ¿no le parece?

Adams comprobó el equipo de afeitado de Peter y luego lo empacó en su estuche de viaje. —Estoy seguro que ellos encontrarán a un hombre para ayudarle a dondequiera que vaya. Asegúrese de que él no arruine el brillo de sus botas o queme sus corbatas cuando las planche.

Peter sonrió.

—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? ¿Siguiendo al infeliz por la cocina?

Adams se volvió hacia él, una docena de largas, almidonadas corbatas colgaban de su brazo.

—Usted es un caballero, señor. Sabrá si él es capaz simplemente por la manera en que maneje sus botas y su ropa.

Peter se preguntó si estaba capacitado para juzgar. No tenía ni idea de si podía reclamar el título de "caballero" en su sentido más puro. Su posición en la vida antes de conocer a Valentín era desconocida. Fue la amistad de Valentín la que abrió las sagradas filas de la alta sociedad para él. Adams sólo veía la refinada apariencia que Peter había perfeccionado a lo largo de los años y escuchaba el acento de clase alta que él había tomado de Val en el burdel.

¿Podría Lady Beecham querer saber con exactitud a qué familia pertenecía? Era típico de las clases altas inglesas interrogar en cuanto a los antecedentes. Dios sabía lo que había soportado durante años. No estaba seguro de que Howard fuera su apellido. En verdad, ni siquiera estaba seguro de llamarse Peter.

Miró a su inmaculado reflejo en el espejo y vio a un extraño refinado, un camaleón. Tal vez tanto él como Valentín tenían razón. Su cerebro estaba podrido y sin duda necesitaba salir de la ciudad y pensar.

Beecham Hall resultó una agradable sorpresa. Altas chimeneas amontonadas y angostos ladrillos rojos cubiertos de hiedra revelaban la casa de raíces isabelinas. Estructuralmente tenía la clásica forma de una E. Tres alas paralelas que sobresalían en ángulos rectos del cuerpo principal de la casa.

James se había ofrecido a llevarle en su carruaje, pero Peter había preferido utilizar su propio transporte. Esto hacía más fácil conseguir marcharse si la situación era aún más condenadamente difícil de lo que temía. Los olmos que bordeaban el amplio camino de entrada a lo largo revelaban sugerentes vislumbres de un lago y una serie de jardines bien cuidados establecidos en el frente de la casa.

A diferencia de muchos aristócratas, James Beecham no parecía carente de dinero. La casa mantenía una suave dulzura y encanto que desafiaba cualquier intento de definirla como moderna. Peter se sintió relajarse cuando su coche se detuvo en los escalones de la entrada. Un lacayo elegantemente vestido inmediatamente abrió la puerta y le permitió bajar las escaleras.

—Buenas tardes, señor Howard. Mi nombre es Thomas. Su señoría nos informó que iba a llegar esta noche.

Su coche y el conductor traqueteaban afuera ruidosamente en una aspersión de grava alrededor del lado de la casa. Peter permitió ser escoltado a través de la maciza puerta de roble del frente hacia la sala. El aroma de cera de abejas y flores secas flotó traspasando su nariz. No podía dejar de mirar la escalera de madera tallada y las antiguas banderas que colgaban de los altos techos.

Atrapadas por el remolino de aire cuando Thomas cerró la puerta de entrada, las banderas ondularon en fantasmal bienvenida.

—¿Señor Howard? ¿Desea retirarse a su habitación antes de cenar?

Sonrió al hombre.

—Eso sería una excelente idea si tengo tiempo. Pero no desearía retrasar la cena.

—Oh, no, señor. Lady Beecham dijo que la comida no será servida hasta que usted esté listo para comer.

—Entonces muéstreme mi habitación y me daré prisa para unirme a mis anfitriones. —Hizo una pausa en el primer superficial escalón raído. —¿Usted les informará de mi llegada, por supuesto?

—Ya lo hemos hecho, señor. —Thomas continúo subiendo la escalera. —Voy a estar desempeñándome como su ayuda de cámara durante su estancia si eso es aceptable, señor.

Peter sonrió ante la avidez del joven.

—Perfectamente aceptable.

Peter calculaba que había pasado menos de media hora antes de que él estuviera dispuesto para volver a bajar. Estudió su reflejo en el espejo. ¿Era la indumentaria adecuada? Había elegido un abrigo azul oscuro y un chaleco gris con botones de plata. Blancos pantalones de satén hasta la rodilla completaban su más bien formal atuendo. ¿Qué pensará Lady Beecham cuando le viera por primera vez? ¿Vería a un hombre elegante o a un advenedizo inconsciente que tenía que aprender cuál era su lugar?

No tenía sentido preocuparse por lo que no podía ser cambiado, y él había sobrevivido a circunstancias mucho peores que ésta en su pintoresca vida. La cena incluso podría resultar interesante. E incluso si lady Beecham no se mostrara susceptible al plan de su marido, él podía llegar a pasar una noche con James antes de dirigirse hacia el norte.

Ellos le esperaban en lo que era, obviamente, la pequeña sala de estar de la familia. James estaba parado frente a la chimenea, las manos en su espalda, los perros de caza a sus pies. Peter sospechaba vehementemente que en algún lugar dentro de las profundidades de la casa había un retrato de James de pie justo como este, el terrateniente rural a sus anchas. En verdad, probablemente había innumerables semejantes retratos de todos los Beechams a través de los tiempos.

La cara de James se iluminó cuando Peter fue anunciado, y caminó hacia él extendiendo su mano.

—Estoy tan contento de que hayas podido venir. —Deslizó un brazo sobre los hombros de Peter y volvió hacia la chimenea. En uno de los sillones de orejas, Peter sólo podía ver una zapatilla de color azul y un pliegue de la encogida falda de satén.

—Esta es mi esposa, Abigail, Lady James Beecham.

Hubo una explosión de movimiento cuando Lady Beecham luchó para ponerse de pie. James la estabilizó el codo mientras ella quitaba sus gafas de la nariz y se alisaba un mechón de cabello castaño detrás de la oreja. Peter estudió la primera impresión de la mujer de su amante.

Era por lo menos quince centímetros más baja que el metro y ochenta y cinco centímetros de su marido y la mitad de su anchura. Su vestido azul de talle alto parecía demasiado recargado y grande para su delicado cuerpo. Ella levantó la barbilla ante su prolongado silencio y él se admiró de su rostro en forma de corazón y sus profundos ojos grises.

—Señor Howard.

Esta no era una ingenua sonrisa afectada. Él sonrió lentamente, cuidando en sostener su mirada.

—Es un placer conocerla, Lady Beecham. Gracias por invitarme a su casa.

Ella le tendió la mano y él besó sus dedos. Notó la ausencia de cualquier tipo de joyas, aparte de su anillo de boda y las uñas seriamente mordidas.

—¿Está un poco hambriento, señor Howard? ¿Vamos a comer?

Peter le ubicó la mano sobre su manga.

—Pido disculpas por llegar tan tarde. Tenía negocios de los que ocuparme que no podía dejar de atender.

—Sé que usted tiene una empresa de transporte marítimo. Le debe consumir mucho de su tiempo.

Su voz tenía una leve ronquera, lo que desmentía su aspecto inocente. La escoltó hasta el comedor, le retiró la silla y esperó a que ella se sentara. Ella le indicó el lugar establecido a su derecha.

—Realmente puede ser. Aunque, lo confieso, me gusta estar ocupado.

—A diferencia de mí. —La risa de James sonó cuando entraba en la habitación detrás de ellos y ocupaba el asiento al otro lado de Peter.

—Siento discrepar, —dijo Peter. —Dirigir una finca de este tipo debe ocupar una considerable cantidad de tu tiempo.

—Abby la dirige, no yo.

Peter estudió a su anfitriona, quien había comenzado a sonrojarse y a morderse el lleno labio inferior. Su piel era tan fina como la porcelana, su conducta la de una mujer desacostumbrada a recibir un cumplido.

—¿Es eso cierto, lady Beecham? Tal vez debamos sentarnos y conversar sobre los problemas de mantener un personal completo y las iniquidades de las políticas fiscales de nuestro gobierno.

Ella le miró fijamente durante un largo momento. Él la sostuvo la mirada, dispuesto a aceptar su escrutinio si esto le daba alguna noción de su predisposición para agradarle. Él inclinó la cabeza cuando un lacayo le ofreció un poco de sopa de guisantes.

—Señor Howard, usted casi suena sincero.

—Lo soy.

Ella parpadeó.

—No muchos hombres creen que una mujer es capaz de hacer algo más que finos bordados y chismorrear.

—Entonces ellos son tontos. Algunos de los mejores administradores que he conocido son mujeres. —Él la sonrió. —¿Por qué usted no debería utilizar los dones que Dios le dio?

—¿Por qué en realidad?, —Respondió James por ella, una copa en la mano mientras brindaba con su huésped. —Ya te dije que Peter te entendería, Abby. —Hizo un guiño a su esposa. —En el fondo ella es una verdadera mujer de negocios. Fue ella quien me recomendó hablar con tu socio, Valentín Sokorvsky, para invertir en una de vuestras cargas.

Peter levantó las cejas.

—¿En serio? Entonces, tal vez podríamos discutir eso de acuerdo a nuestras conveniencias, también, ma’am.

Volvió su atención a la excelente sopa y rápidamente la terminó. El comedor era pequeño e íntimo. La descolorida seda verde daba una imagen similar a una escena de bosque cubriendo la parte superior de las paredes. Un complejo entramado de paneles de roble rodeaba la parte inferior.

Para su sorpresa, sintió una pequeña tensión entre sus anfitriones. Mientras los escuchaba hablar, apresuradamente revisó su opinión sobre lo que ellos estaban en desacuerdo. En verdad, parecían ser buenos amigos como James había jurado que eran. Su facilidad entre sí demostraba una relación de afecto de largo tiempo.

Tal vez James tenía razón. Con un poco de ayuda de Peter, podrían ser capaces de ser verdaderos compañeros de cama también. Lady Beecham le intrigaba. Detrás de ese exterior tímido había una inteligente y sencilla mujer. Casi estaba deseando verla a ella y a James en la cama con él.

—¿Le gusta el campo, señor Howard?

Se volvió para enfrentar a su anfitriona.

—Tengo poca experiencia con él, milady. He vivido y trabajado principalmente en la ciudad. ¿Usted lo prefiere?

Su barbilla subió varias muescas.

—¿Alguna vez me encontró en la ciudad?

—Touché, madame. Por supuesto que no o seguramente la recordaría. Supongo que prefiere vivir aquí tranquilamente durante todo el año.

Ella suspiró.

—Eso no habla muy bien de mí, ¿verdad? Debería aprender a ser más atenta. Tal vez esa es otra razón por la que no encajo bien en el corazón de la alta sociedad.

—¿Por qué es usted honesta? —Él capturó su mirada. —Puede que tenga razón, pero ciertamente es refrescante. Y siempre puede ser honesta conmigo. Prefiero tener una conversación con alguien que dice la verdad en mi cara que con alguien que me sonríe y luego me apuñala por la espalda. Tal vez debería venir a vivir al campo por un tiempo y aprender a ser tan directo.

Ella se salvó de responderle por la llegada del plato principal. Peter seleccionó varios platos incluyendo un poco de cerdo en una suculenta salsa de menta, y luego, los sirvientes se retiraron, dejándolos servirse por sí mismos. Algo dio un empujoncito a su pie. Se dio cuenta de que la punta de la bota de James estaba frotando el interior de su pierna.

Se concentró en su comida, consciente de que su polla estaba medio erecta y que James estaba acercándose a ella con cada movimiento de su pie. Lady Beecham comía su cena, al parecer inconsciente de la intensa tensión sexual alrededor de la pequeña mesa del comedor. La punta de la bota de James dio un empellón a las bolas de Peter.

—¿Le gusta esto?

Peter se enderezó con un sobresalto al darse cuenta de que su anfitriona señalaba un humeante pudín de melaza y no se refería a lo que su marido le estaba haciendo bajo la mesa.

—Siempre he sido parcial a un buen pudín, ma’am. —Empujó la silla hacia atrás una pulgada y el pie de James cayó al suelo con un golpe audible. —Fue una de las cosas que más extrañé durante mi estancia en el extranjero.

Abby miró a James. ¿Qué estaba haciendo para hacer que su huésped esté tan inquieto? El señor Howard parecía estar sonrojado. Ella clavó su mirada en la mesa. ¿Seguramente James no sería tan indignante como para provocar a su huésped justo en frente de ella? Parecía que el señor Howard sentía lo mismo que ella. Había un lugar y un tiempo para todo.

Se había preguntado a menudo exactamente qué hacía James en la cama con otro hombre. Había tratado de imaginar qué podría ser diferente y qué igual. ¿Acaso un hombre disfrutaba de la fuerza y el poder de James presionándole sobre el colchón? Ella siempre se sintió impotente y asfixiada. Echó una mirada al señor Howard. No parecía un hombre fácil de intimidar. Tal vez otro hombre podría controlar más fácilmente a James.

Howard no era lo que ella esperaba en absoluto. Era rubio, con soñadores ojos azules. Su piel estaba bronceada, lo que acentuaba las numerosas pequeñas líneas en la cara, haciéndole aún más misterioso y atractivo. También era uno de los hombres más tranquilos que había conocido nunca. Y sin embargo, ella sentía que debajo de esa quietud un carácter precavido que hablaba de la dura experiencia ganada y las lecciones aprendidas.

Su interés por ella no era fingido tampoco. Verdaderamente escuchaba cuando ella hablaba y le respondía de la misma manera como lo hacía con su marido. Su curiosidad se despertó hasta el punto de contemplar cómo podría ser compartir la cama con este glorioso hombre rubio y elocuente.

Después de la cena, ella correctamente dejó a los hombres con sus oportos y escapó arriba a su dormitorio. Las cortinas estaban cerradas y la habitación estaba caliente y segura. Nada podía hacerle daño aquí. Sabía que James había puesto a Peter en el dormitorio más allá del suyo propio, lo que significaba que si ella no escogía verlo, no tenía que hacerlo.

La pregunta era, ¿ella quería?

La idea absurda de permitir que otro hombre les mostrara a ella y a James cómo lidiar mejor entre ellos en la cama de repente le pareció posible. Ella sabía instintivamente que Peter Howard no era la clase de hombre que chismorreaba o que buscaba un escándalo. Él la había dicho que podía ser honesta con él. Si ella era leal a sus deseos, sabía que quería saber más de él.

Su sencillo camisón blanco yacía en la cama, y ella se metió en él. Su cuerpo se sentía diferente, más vivo, la piel caliente y sensible. ¿Era lo suficientemente valiente como para dirigirse al dormitorio de James y decirle que quería seguir adelante? Se puso su bata bordada y estableció una lista con todos los argumentos en su cabeza.