CAPÍTULO 07

Peter se quitó la ajustada capa marrón y comenzó con los botones de su chaleco azul. Habían pasado ocho días desde que James le había dejado a solas con Abigail, y cada uno había resultado una sorpresa y un placer. La esposa de su amante le intrigaba. Era inteligente, argumentativa y decidida a conseguir la última palabra. Para su sorpresa la encontró inmensamente estimulante, tanto mental como físicamente. Le recordaba un poco a la esposa de Valentín, Sara, aunque no era tan hermosa, o tal vez tan susceptible.

Cuando se sacó el chaleco y se lo entregó a Tom, junto con su abrigo, miró la pila de cartas que le habían entregado de su casa justo antes de la cena. Incluso desde la distancia, podía ver que una de ellas llevaba el garabato distintivo de su socio.

En realidad, estaba sorprendido de que Valentín no le hubiera localizado y enfrentado antes. No era por lo general el estilo de su amigo permitir que los asuntos se propaguen entre ellos, aunque quizá en este caso estaba siendo cauteloso debido a Sara.

Después de abandonar sus botas con el tierno cuidado de Tom, Peter asintió con la cabeza para que se fuera. No era un dandi que necesitara la asistencia de un criado para meterse en la cama. Estudió el montón de cartas de nuevo. Maldición, echaba de menos a Sara. Ella le aceptaba tal y como era y sabía más de él que cualquier otra mujer que conocía. En la cama era tan apasionada como su marido, pero a diferencia de Val, ella estaba fascinada por las infinitas posibilidades sexuales al permitirle a él unirse a sus juegos.

La polla de Peter se levantó ante el pensamiento del exuberante cuerpo de Sara, y él ahuecó su entrepierna. Un golpecito en la puerta que daba a la habitación de James le hizo volverse, con la mano aún acunando sus bolas. Abigail se quedó allí, con el pelo trenzado en una gruesa trenza que colgaba por encima del hombro. Echó una mirada a su entrepierna y apartó la mirada.

Lentamente Peter dejó caer la mano a su lado. ¿Qué había hecho James para hacerla reaccionar como una virgen inexperta ante el más mínimo signo de intimidad sexual?

—¿Milady? ¿Pasa algo?

La observó tomar coraje y le envió una breve sonrisa de aprobación.

—No pasa nada malo. —Ella se aclaró la garganta, los dedos apretados alrededor del final de su trenza. —Sólo pensé que sería interesante... —Ella agitó la mano vagamente hacia él.

—¿Interesante...?

El color ruborizó sus mejillas y su barbilla se levantó.

—Venir a hablar contigo como lo hago con James después de cenar, para intimar más contigo. ¿No es eso de lo que se trata todo esto?

Él se volvió hacia el espejo, sus movimientos lentos y sin prisa.

—Por supuesto que sí, y eres muy bienvenida. Si quieres hablar conmigo, terminaré de desvestirme y podremos estar cómodos.

Desplazó los pliegues de su corbata y la arrojó sobre el respaldo de la silla. Estaba complacido de ver a Abigail decidida a quedarse e instalarse en una silla. Manteniendo su espalda hacia ella, se deshizo de sus gemelos y los colocó sobre el tocador.

—¿Irías a buscar mi bata? Está sobre la cama.

Ella la trajo, su mirada se fijó firmemente sobre su pecho. Permaneció quieto mientras ella vacilaba frente a él. Contuvo su respiración cuando ella se estiró y tocó su camisa.

—Seguro que tendrás demasiado calor si te dejas esto debajo de tu bata.

Sus pezones endurecidos mientras ella continuaba acariciando el fino lino de su camisa.

—Tienes razón. Me la sacaré. —Él le sonrió. —No es como si tú nunca has visto el pecho de un hombre antes, ¿verdad?

Su palma se aplastó contra su camisa.

—James siempre lleva una camisa de dormir.

Él puso sus dedos sobre los de ella y los atrapó en su contra.

—¿Siempre?

Ella suspiró.

—Él no quiere estar conmigo, ¿recuerdas? No le gusta que le toque en la cama en absoluto.

Peter la guió de vuelta a su asiento y cayó de rodillas delante de ella.

—Creo que tienes razón, deberíamos hablar. Cuéntame todo de eso. Háblame de James.

—¿Por qué?

Ella se sentó en el borde del sillón de orejas, sus manos entrelazadas sobre su regazo, con la mirada en cualquier lugar, menos en él.

—Porque si yo no entiendo lo que pasó para que tengas tanto miedo, ¿cómo puedo ayudarte?

—Yo no tengo miedo.

—Abigail, no puedes soportar mirarme y ni siquiera me he quitado la camisa todavía.

Ella lo miró entonces.

—Hasta donde tengo entendido, todo lo que necesitas hacer es desabrocharte los pantalones y empujar dentro de mí. ¿Por qué debería preocuparme si te quitas la camisa?

Peter estaba sentado sobre los talones.

—Si tú piensas que de eso se trata hacer el amor, entonces eres realmente ignorante.

—Soy una mujer, se supone que debo ser ignorante acerca de tales asuntos.

—¿Es eso lo que quieres?

Apartó subrepticiamente una lágrima.

—No te entiendo.

Le entregó su pañuelo.

—¿Es así como quieres permanecer, ignorante e insatisfecha? ¿Crees que es lo que James quiere para ti?

—James quiere que yo sea feliz.

Peter asintió con la cabeza.

—Sí, y te puedo ayudar con eso, pero tengo que entender lo que pasó entre ustedes para ver si puedo resolver vuestros problemas. —Esperó hasta que ella arrugó el pañuelo entre sus manos. —Abigail, quiero ayudar.

Ella levantó la cabeza y su mirada se posó en el fuego.

—Yo adoraba a James, era como el hermano que nunca tuve. En la víspera de mi decimosexto cumpleaños, sus padres me dijeron que iba a casarme. Pero yo no lo supe hasta la ceremonia que iba a casarme con James.

Ella suspiró.

—Pensé en negarme, pero cuando vi lo que habían hecho con él, me acordé de su bondad conmigo, la forma en que me defendió y me consoló cuando mi madre murió, y no pude defraudarle.

—Por supuesto que no. La lealtad es muy importante para ti, ¿no? —Peter mantuvo su voz baja, reacio a sacarla de su historia, seguro de que lo peor estaba aún por llegar. Ella se enderezó, con los dedos entrelazados sobre su regazo.

—Nuestra noche de bodas fue un desastre. El padre de James insistió en permanecer en la alcoba para asegurarse de que se consumara el matrimonio. Estábamos atrapados juntos detrás de las cortinas de la cama. Yo estaba aterrada de que si James no cumplía con su deber, su padre le golpeara de nuevo o haría el trabajo él mismo.

—¿James había estado alguna vez con una mujer antes?

Su sonrisa esta vez fue irónica.

—Aparentemente no, ya que no tenía la más mínima idea de lo que se suponía que debíamos hacer, más que yo. Hubiera sido una farsa maravillosa arriba de un escenario. Vivirlo, sin embargo, no fue tan divertido.

Peter trató de imaginar la escena y fracasó.

—Pero, perdóname por preguntar, ¿cómo se las arreglaron?

Ella apartó la mirada de nuevo y él le tomó la mano.

—Recuerda, puedes decirme cualquier cosa. He vivido mi propio infierno sexual.

Volvió su mirada a la suya.

—James no podía tener una erección, y, finalmente, su padre envió a su criado a que lo ayudara. El hombre metió la mano por entre las cortinas de la cama y con brutalidad maniobró la...

—Polla, —dijo Peter en voz baja. —Llamémoslo polla.

—la polla de James. Se puso duro muy rápido y se subió encima de mí. Me dijo que lo perdonara y luego...

Su mirada se cerró, como si aún después de todo este tiempo, sus recuerdos eran demasiado horribles para compartir.

—Debe haberte herido. Sé cómo se siente.

—Fue horrible, e incluso más horrible, porque sabía que no podía hacer un sonido para que el duque no pensara que James me estaba haciendo daño. Metí mi mano en mi boca para detener mis propios gritos. James también estaba llorando. E incluso después de todo eso, todavía le golpearon casi hasta la muerte antes de enviarle lejos.

Peter se levantó y se ocupó de buscarle una copa de brandy a Abigail.

—Eso no fue tu culpa, ¿verdad? Hiciste lo mejor para él, ¿no? No tenías la culpa de las acciones de su padre.

Se apartó con enojo las lágrimas de sus mejillas.

—Ya lo sé. Pero en ese momento no me hizo sentir mejor.

Sus labios se torcieron mientras él luchaba por una sonrisa. Ella continuaba sorprendiéndolo. Le recordaba a Valentín, frente a un desastre potencial con su puño en alto para luchar.

—No, me imagino que no.

Ella lo miró, enarcando las cejas con una pregunta.

—¿Encuentras esto divertido?

Él tocó la comisura de su temblorosa boca con el pulgar. ¿Cómo podía decirle que el coraje y el sentido de lealtad que había mostrado hacia su amigo a la tierna edad de los dieciséis años lo inspiraba y le recordaba su complicada relación con Valentín?

—No, en absoluto, sólo estoy apreciando tu resistencia y tratando de resistir el deseo de besarte y hacerlo todo mucho mejor.

Sus mejillas se ruborizaron aún más rojas.

—No soy una niña.

—No era mi intención tratarte como una. —Ella tragó cuando él inclinó su cabeza y suavemente le rozó los labios con los suyos. Ella sabía a sus lágrimas.

Él la besó de nuevo, más despacio esta vez, y permitió que la punta de su lengua delineara sus labios. Ella suspiró y abrió la boca para él. Una de sus manos se deslizó en su pelo mientras él hacía su primera delicada incursión en su interior. Murmuró su reconocimiento cuando su lengua se reunió con la suya en una tímida danza de avance y retroceso.

Cuando por fin la soltó, su respiración era tan irregular como la de ella. Le sostuvo la mirada, permitiéndole ver la excitación en sus ojos.

—Quiero besarte otra vez, pero primero, dime algo. Cuando James regresó de Jamaica, ¿compartió tu cama?

Abigail frunció el ceño y distraídamente le acarició la mejilla, como si estuviera impaciente por continuar. Él capturó sus dedos contra su piel.

—Lo hizo y todavía era horrible. Después de unas semanas, estuvimos de acuerdo en que trataríamos de tener intimidad una vez al mes con la esperanza de engendrar un niño. Se hizo más fácil para nosotros compartir el mismo espacio y hacernos amigos nuevamente.

—¿Y había mejorado como amante?

Su sonrisa era irónica.

—Un poco, pero aún así creo que me veía como a una amiga, y eso lo hacía más difícil para él tratarme como a las otras mujeres.

Su percepción lo asombró. Para una mujer que pasó la mayor parte de su vida en la oscuridad del campo era notablemente astuta.

Abby se inclinó hacia delante, desesperada por que él dejara de hablar y la besara de nuevo. Él presionó sus dedos en sus labios. Ella los alejó. ¿Lo había hecho otra vez? ¿Se las había arreglado para ofender a un hombre sin ni siquiera saber por qué? La ansiedad se levantó en una caliente, roja marea en el estómago.

—¿Qué tiene de malo? ¿Pensé que querías tener intimidad conmigo?

—Sí, pero creo que tú necesitas ir más despacio.

Ella se enderezó. Era su culpa. Había algo mal con ella. Después de escuchar acerca de su desastrosa vida amorosa, Peter había perdido el interés. Ella luchó por mantener el pánico fuera de su voz, obligándose a sonar enojada en su lugar.

—¿No es eso lo que se supone que yo te diga a ti? No es como si yo fuese virgen ni nada por el estilo.

Su expresión cambió.

—Tú eres una virgen en cada sentido que importa.

La frialdad se apoderó de ella. Incluso había oído los rumores desde Londres. Peter obviamente sabía que James dormía con otras mujeres y no tenía problemas para desempeñarse con ellas. Había algo en ella que los hombres rechazaban. Ella levantó la barbilla en un vano intento de demostrarle que a ella no le importaba.

—Si yo soy inapropiada, por favor no te sientas obligado a permanecer hasta que James regrese. Estoy segura de que estaría encantado de verte en la ciudad.

Él trató de tomar sus manos, su piel caliente contra sus fríos puños apretados.

—Me has malentendido. No me quiero ir. Y como ya te he dicho, quiero demostrarte cuanto mucho más agradable puede ser hacer el amor cuando no tienes miedo.

Luchó contra el deseo de cerrar los ojos frente a las imágenes gráficas de James empujando dentro de ella que todavía amenazaban sus sueños.

—Y también sé cómo se siente el tener sexo con alguien a quien no parece importarle si te hace daño o no.

—James nunca quiso hacerme daño. La culpa es mía. No sé cómo complacerlo, yo no...

Le tomó la barbilla entre sus dedos, su mirada dura.

—No digas eso. No es tu culpa y yo lo voy a demostrar.

Él la levantó sobre sus pies, su sonrisa invitadora y cálida.

—Quiero que tú me desvistas.

Ella lo miró fijamente.

—¿Hasta que estés desnudo?

—Sí.

—¿Y luego qué?

—Y luego puedes tocarme y jugar conmigo todo lo que quieras.

Un curioso calor comenzó a arder suavemente en su vientre.

—¿Con cualquier parte de ti que yo desee?

Él bajó la vista a sus pantalones, alisando su mano sobre el frente.

—Sí.

Abby dio un paso hacia él.

—Y mientras estoy jugando contigo, ¿qué harás tú?

Levantó una ceja.

—Disfrutarlo, espero.

—¿No me vas a tocar?

Delineó una cruz sobre su propio corazón.

—No lo haré. —Miró hacia la cama. —De hecho, si no confías lo suficiente en mí, cuando me desnudes, puedes atar mis manos al cabecero de la cama de modo que no podré tocarte en absoluto.

—¿Cómo me ayudará esto?

—Debido a que tú necesitas ver a un hombre desnudo y aprender cómo excitarlo. Cuando tú entiendas cómo poner a un hombre salvaje, también aprenderás lo que te excita a ti. —Hizo un gesto hacia la cama. —Piensa en mí como uno de esos experimentos científicos sobre los que eres tan aficionada a leer.

Abby tragó saliva. Ella quería tocarlo, y en verdad no había nada excepto su propio miedo para detenerla. James estaría encantado de su audacia. Se dirigió hacia Peter y comenzó a tirar de su camisa afuera de los pantalones. Él hizo una mueca cuando ella tiró en la parte frontal.

—Tal vez podrías considerar deshacerte de mis pantalones primero. Mi camisa aún está metida allí dentro.

Sin levantar la mirada de su cintura, ella se puso a trabajar sobre los cuatro botones. Cuando la rasgadura frontal se abrió, ella lo estudió. Intrigada, tocó la húmeda mancha en el centro y sintió el calor palpitante de su erección debajo de ella. Alejó los dedos rápidamente como si se hubiera quemado.

Peter dejó escapar un aliento inestable.

—Ya estoy excitado. Ten cuidado cuando quites mi camisa.

Abby tocó la mancha de nuevo. Tela húmeda y calor ardiente, el aroma del jabón para la ropa, aromático y masculino. Ella utilizó su pulgar e índice para moldear la tela húmeda sobre la cabeza de su polla. Él permaneció inmóvil, sus manos relajadas a los costados. Curiosa ahora, ella se inclinó para echar un vistazo más de cerca. Su trenza rozó el muslo y su polla se sacudió entre sus dedos. Ella rápidamente se alejó.

Él amablemente bajó la cabeza para que pudiera quitarle la camisa. Esta cayó de sus manos al suelo cuando ella tuvo la primera visión de su pecho.

Su piel era bronceada y musculosa y estaba cubierta con una fina capa de vello dorado. Entre su vello descansaba la mitad de una antigua moneda unida a una cadena. Un anillo de oro enroscado a través de su pezón derecho le llamó la atención. Ella tocó el caliente metal con la punta de su dedo.

—¿Te duele?

—Ya no. Dolió como el infierno cuando fue hecho, pero eso fue hace casi veinte años.

Ella no pudo resistirse a darle al fino círculo de oro un suave tirón.

—Me sorprende que lo conserves. Yo hubiera querido deshacerme de cualquier recuerdo de mis años como esclava.

Él exhaló con fuerza, rozando el dorso de su mano con su pecho.

—No todas mis experiencias fueron desagradables y esto me da placer. ¿Por qué privarme de una exquisita sensación?

Ella estudió el anillo y él permaneció en silencio mientras ella lo hacía. Se le ocurrió que tenía más paciencia que cualquier otro hombre que había conocido nunca. ¿Había aprendido eso en el burdel? Atreviéndose aún más, se inclinó hacia delante y tocó el aro de oro con la punta de la lengua. El liso metal se deslizó contra sus dientes. Él hizo un sonido bajo en su garganta, un murmullo de placer y aprobación.

Ella se enderezó y se encontró con su ensombrecida mirada azul. Él dejó escapar una cuidadosa respiración.

—Pregúntame lo que quieras, Abigail, voy a tratar de contestarte.

—¿Te ha gustado eso?

Bajó la vista a su pecho.

—¿Cuando lamiste mi pezón? Sí, por supuesto que sí. —Volvió su atención hacia su rostro. —Me gustaría aún más si lo succionaras dentro de tu boca.

—¿Como un bebé?

Se encogió de hombros, el movimiento destacando sus tensos músculos, la tensión enrollándose por debajo de su piel.

—Como un amante.

Hipnotizada por la expectativa en su mirada, ella se aferró a su pezón y mamó de él. Ella lo succionó hasta el punto en que estuvo duro y empujando en contra de su lengua.

Cuando levantó la cabeza, él estaba jadeando.

—Hazlo otra vez, muérdeme un poquito. Haz cualquier cosa que desees, pero no te detengas.

Ella volvió a concentrarse en su pecho, arrastrando su otra mano arriba para acariciar y burlar la tetilla izquierda. Su piel olía al vino especiado que habían compartido en la cena y al humo del cigarro. Ella quería lamer todo su camino alrededor de su pecho hasta que no pudiera probar nada más que a él.

Su polla empujaba incesantemente contra su cadera mientras él se mecía contra ella. Ella sentía la piel como si mil alfileres se clavaran sobre ella. Ella quería más. Quería ver todo de él.

Su aliento quedó enganchado cuando ella tiró con urgencia de sus pantalones. Gracias a Dios que se había quitado ya las botas ajustadas o ella habría estado en problemas. Salió de sus pantalones, arrastrando su ropa interior con ellos.

Abby contuvo la respiración mientras él se enderezaba y se detuvo frente a ella. Su pene estaba erecto y tensado hacia arriba, hasta el ombligo, un hilillo de líquido sobre su eje brillaba a la luz de las velas.

—Estás mojado.

Miró hacia abajo.

—Sí, es pre-eyaculación. Mi polla necesita estar húmeda para deslizarse dentro de ti con más facilidad.

Ella alargó un dedo y recogió una gota del líquido nacarado con él. Lo llevó a la nariz, olfateó y luego lo llevó dentro de su boca.

—Almidonado y salado.

Peter tragó saliva, con la mirada fija en su boca, en el movimiento de sus labios. Ella giró alrededor de él y admiró sus nalgas apretadas, se detuvo al ver las terribles cicatrices de su espalda. Tocó las blancas líneas en relieve y se estremeció. Se mordió el labio, decidida a no permitir que la viera aterrorizada.

—Es fácil olvidar lo que sufriste. Pero ahora que sé lo que está por debajo de tu exquisita ropa, nunca lo olvidaré.

Era más fácil entonces regresar y ver su excitación. Él no hizo ningún esfuerzo para cubrirse u ocultar su erección. Su tranquila aceptación de su estado la hacía menos miedosa y más fácil de aceptar la creciente marea de su propio interés sexual.

—¿Quieres que me siente en la cama?

Su mirada se trasladó de la contemplación de su polla a su cara. La diversión en la descarada apreciación de ella se mezcló con el deseo en los ojos entrecerrados de él.

—No, ¿te quedarás exactamente cómo estás?

Se encogió de hombros, el movimiento hizo que los músculos de su estómago ondulen.

—Por supuesto, y recuerda, puedes tocarme de cualquier forma que quieras.

—¿Y si yo no quiero?

—Entonces voy a vestirme y podremos compartir una copa de brandy en frente del fuego y hablar de nuestros planes para mañana. —Le sostuvo la mirada, una sonrisa en ella. —Esto no pretende ser una orden, Abigail. Es sólo la intención de darte placer.

Sus manos se apretaron en puños a los costados.

—Quiero lamerte. Quiero frotar mi cara contra tu piel y respirarte.

La diversión se desvaneció de su rostro y fue reemplazado por algo mucho más potente.

—Entonces hazlo. —Cruzó hasta el final de la cama con dosel y se apoderó de la patas de la cama con las dos manos. —Lámeme.

Le dolía el cuerpo, sus pezones estaban duros, y entre sus piernas había una pesadumbre y un calor que ella nunca había experimentado antes. ¿Esto era lujuria? ¿Así era como una mujer sana supuestamente reaccionaba ante un incitante cuerpo masculino? Reuniendo su valor, Abby colocó la palma de su mano sobre el corazón de Peter, sintiendo su frenético ritmo. Ella deslizó las manos por su espalda y frotó la cara contra su pecho, disfrutando de la raspadura de su vello contra las tiernas puntas de sus pezones. Animada ahora, ella le tocó las nalgas, ahuecándolas en sus manos mientras seguía lamiendo y succionando sobre su pecho.

Él gruñó en su oído, el apremiante empuje de sus caderas condujo su polla contra la fina tela de su camisón, mojándolo con su pre-eyaculación. Ella cerró los ojos y llevó una de sus manos alrededor para tocar su eje. El calor y la fuerza entre sus dedos le hizo apretar el cuerpo y entonces se abrió, como en señal de bienvenida. Ella descubrió que su carne más suave se deslizaba sobre la dureza, y envolvió sus dedos alrededor de él.

—Ah, Dios, sí... justo así.

Ella levantó la vista para ver que sus ojos estaban cerrados, sus dientes mordiéndose el labio mientras ella se deslizaba sobre su engrosada carne. Ella dio un paso atrás, de manera de poderse ver a sí misma trabajando sobre él. ¿Existía el poder de una mujer sobre esto después de todo? Parecía como si ella le daba todo lo que un hombre podría desear.

Sus dedos estaban resbaladizos con su pre-semen ahora y ella apretó el agarre. Lo que ella estaba haciendo no era bonito, y su dotación difícilmente se parecía a cualquier cosa que había visto en los libros de medicina que leía. Pero era mucho más real y emocionante. Ella disfrutó de la vista de la hinchada corona púrpura de su polla emergiendo desde la piel más suave de su eje, del sonido húmedo, urgente de su carne, cuando se deslizaba entre sus pálidos dedos.

—Si mantienes este ritmo, me voy a correr.

—¿Correr, adónde?

Las palabras de él fueron concisas, pero ella entendía por qué ahora. Su propio cuerpo estaba preso de una excitación animal que no podía negar.

—En tu mano.

—¿Y si lo hago más despacio?

Su sonrisa mantenía un toque de desesperación.

—Aún en tu mano, pero no tan rápidamente. Si no quieres ensuciarte, te sugiero que pares.

—Pero tú dijiste que dependía de mí. Dijiste que yo podía hacer lo que quisiera.

—Yo no estoy pidiendo que pares. Sólo estoy diciéndote que las acciones tienen consecuencias. —Su última palabra fue un gemido cuando ella apretó el eje.

—Nunca he visto a un hombre correrse.

Su mirada se fijó en sus dedos muy ocupados trabajando.

—Has visto a James.

—No así.

Su respiración se acortó y sacudió sus caderas hacia delante.

—Bueno espero que disfrutes de la experiencia porque yo estoy...

Abby rápidamente cubrió la punta de su polla cuando una corriente de semilla brotó. Ella lo sostuvo hasta que terminó, mirando con fascinación el líquido almidonado que corría entre sus dedos. Por impulso ella llevó la mano a su boca y lo probó otra vez.

Él atragantó una risa ante su obviamente desprevenida reacción.

—No te preocupes, yo creo que es un gusto adquirido. —Él continuó estudiándola. —¿Ya terminaste conmigo ahora? ¿Debería vestirme?

Abby se lamió los labios. ¿Él sabía cómo ella se estaba sintiendo? ¿Podría entender la forma en que su cuerpo había respondido a la excitación de él?

—Me siento... extraña.

—¿De qué manera? ¿Te he asustado? —Él se adelantó para tocar su mejilla.

Ella negó con la cabeza, su trenza suelta cepillado sus nudillos.

—No, en absoluto. —A pesar de su turbación ella alisó una mano sobre su propio pecho, mostrando su firme pezón a través de la tela. —Cuando James me tocaba, no sentía nada, pero ahora me duelen los pechos y entre mis piernas...

Él le sonrió como si fuera una estudiante especialmente brillante.

—Eso es deseo, Abigail. Así es exactamente cómo se supone que te estés sintiendo.

Ella tomó coraje.

—Pero, ¿qué debo hacer al respecto?

Peter estudió su rostro encendido. Su pequeña alumna estaba aprendiendo más rápidamente de lo que él había previsto. Cruzó los brazos sobre su pecho desnudo y se apoyó contra el poste de la cama.

—Eso depende enteramente de ti. Puedes irte a la cama y atender tus propias necesidades o confiar en mí para satisfacerte en su lugar.

Ella frunció el ceño, como si las opciones que le ofrecía fueran demasiado difíciles. Dios, él quería tocarla. Llenar sus manos con sus pechos y deslizar sus dedos profundamente dentro de su sexo hasta que ella gritara su liberación. Se recordó a sí mismo que debía ser paciente. Él era un hombre adulto, podía esperar su recompensa. Era más importante que Abigail aprendiera a no temer al hombre que le hacía el amor.

Distraídamente, él deslizó una mano sobre su polla, que ya estaba medio erecta otra vez. La mirada de ella cayó por debajo de su cintura, y su polla se llenó aún más.

—¿Qué me harías tú? —Susurró.

—Cualquier cosa que me pidas.

Dio un paso más cerca hasta que sus pechos le rozaron el pecho.

—Y si te pidiera que me quites el dolor de mis pechos, ¿podrías hacer eso?

—Sí. —Y aumentar el dolor entre sus piernas hasta que ella le rogase que la tocara allí también. Antes de que él pudiera decir otra palabra ella se sacó el camisón por su cabeza, dándole el primer vistazo de su cuerpo. Ella no estaba tan bien dotada como ciertas favorecidas damas que él conocía y era más delgada de lo que estaba actualmente de moda. Su piel le fascinaba. Era una rica y cremosa porcelana en la que él anhelaba hundir sus dientes. Su mirada recorrió sus largas piernas y estrechas caderas y se posaron sobre sus pequeños pechos, que estaban coronados con grandes y fruncidos pezones rojos. ¿Por qué James no podía ver cuán deseable era ella?

—Eres hermosa.

Frunció el ceño, pero para su crédito, no intentó esconderse de él.

—No lo soy. Pero gracias por el cumplido.

Le tomó la mano y la guió para que se siente en el borde de la cama.

—Yo no hago cumplidos vacíos. Eres hermosa para mí.

Ella se sonrojó, el color levantándose desde la garganta hasta sus mejillas. El mismo profundo escarlata que sus pezones. Se lamió los labios mientras estudiaba las suculentas puntas.

—¿Puedo tocarte?

Sintió que su incertidumbre se envolvía temporalmente por la incesante droga del deseo. Si cambiaba de parecer, él de buena gana se alejaría de ella si eso le aseguraba que estaría lista para volver a jugar otro día.

—Sí.

Se inclinó para besar el espacio entre sus pechos, suaves besos acercándose hacia su pezón con cada toque de su boca. El olor de su excitación flotaba hacia él, poniéndolo instantáneamente duro. Su boca se apoderó de su pezón y ella saltó.

Deslizó la mano entre los omóplatos y la sostuvo aún cuando su boca devastaba su carne, lentamente succionándola dentro de su boca hasta que ella gemía y se movía con él. Dios, ella era dulce, su pezón tan grande, suculento y sensible como una baya fresca. Tocó su otro pezón, rodando su pico duro entre el índice y el pulgar.

Mientras la chupaba, ella envolvió sus brazos alrededor de él, manteniéndolo cerca. Trabajó su cuerpo entre los muslos hasta que el centro caliente y húmedo de su sexo se frotó contra su vientre. ¿Era consciente de que incluso ella se estaba frotando en contra de él como una gata en celo?

Cuando alternó los senos, ella gimió y se agarró a su pelo como si tuviera miedo de que tuviese la intención de dejarla. Su hinchado eje empujó contra el implacable marco de roble de la cama, la rugosidad una lasciva adición a sus ya sobrecargados sentidos. Él trató de murmurar algo relajante, pero su boca estaba demasiado llena con sus pechos y el sabor de su piel sedosa. Ella se apretó con más fuerza contra él. Él imaginó que podía sentir el nudo de su hinchado clítoris cuando con dulzura le mordió el pezón.

Ella se puso rígida en contra de su vientre y él sintió la apenas perceptible presión de su clímax ondulando a través de su piel. Él apretujó su polla dura en contra del armazón de la cama y se corrió con ella, teniendo cuidado de no morderle el pecho que aún le llenaba la boca.

Después de un buen rato él la liberó y la miró a la cara. Para su diversión ella tenía una expresión de intenso disgusto.

—¿Qué me hiciste?

Bajó la vista a sus apretados, rojos pezones.

—Chupé tus pechos.

Ella hizo un gesto con la mano más hacia abajo.

—No ahí, aquí, entre mis piernas.

—Creo que hiciste eso por ti misma.

Ella frunció el ceño.

—No sé exactamente lo que sucedió. En un momento me sentí como un paquete que había sido fuertemente atado, al siguiente era como si hubiera estallado como un cohete.

Peter se mordió el labio.

—Eso es ciertamente una manera de describir esto, y una muy original, podría añadir. La mayoría de las personas simplemente dicen que se han corrido, o que llegaron a su clímax, o que han tenido un orgasmo.

Ella frunció el ceño con tanta fuerza que sus cejas se reunieron en el centro.

—Pero yo no creo que las mujeres deberían ser capaces de hacer eso. Ellas no tienen que liberar ninguna semilla, ¿verdad?

Peter le besó la rodilla.

—Abigail, ¿tal vez podríamos hablar de esto después de que nos lavemos y nos pongamos la ropa?

—¡Pero yo quiero saber!

—Abigail... —Se puso la bata y arrastró su camisón por su cabeza. —Ten paciencia conmigo, por favor. No me gustaría para pudieras coger un resfriado.