18

El rugido de los motores iónicos gemelos hizo añicos el profundo silencio de la mañana de la jungla cuando el caza TIE volvió a la vida. Los pájaros lanzaron graznidos de terror y huyeron hacia las ramas más altas. El polvo y las hojas secas se dispersaron alrededor de la nave imperial formando grandes nubes.

Qorl, inmóvil dentro de la carlinga, fue subiendo el nivel de energía despacio y con mucha delicadeza, como si lo sintiese crecer poco a poco en las yemas de sus dedos. Los conductos de ventilación medio atascados escupieron acres vapores amarronados en la parte de atrás del aparato monoplaza. La nave imperial gruñó, preparada para volver a entrar en acción después de su larga incapacidad.

El piloto del TIE salió de la carlinga, con su maltrecho casco negro en la mano y los conductos respiradores colgando y desconectados de su suministro de oxígeno de emergencia agotado. Los lentes protectores habían ido sufriendo arañazos y golpes durante los años de su exilio, pero aun así llevaba el casco tan orgullosamente como si fuese un trofeo.

Qorl estaba preparado para volver a entrar en servicio.

—He comprobado todos los sistemas de propulsión —dijo—. Con la adición del motor de hiperimpulsión en condiciones de funcionar que habéis instalado, ahora puedo cruzar la galaxia y encontrar los restos de mi Imperio. De otra manera, este caza de corto alcance nunca habría podido llevarme hasta allí.

—Buen trabajo, Jaina —gruñó Jacen.

Su hermana le atizó un codazo en las costillas, y Jacen no dijo nada más.

—¿Qué vas a hacer con nosotros, Qorl? —le preguntó Jaina al piloto—. ¿Por qué quieres irte de aquí? Si volvieras a la Academia Jedi con nosotros, todo iría bien. La guerra ha terminado.

—¡Rendirse es traición! —gritó Qorl, invadido por una intensa emoción que Jacen nunca había visto en él antes. La mano del piloto tembló mientras apuntaba hacia ellos aquel desintegrador que nunca dejaba de estar presente—. La utilidad que teníais para mí ha terminado —dijo después, con la voz convertida en una ronca amenaza.

Una repentina punzada de temor hizo que Jacen sintiera un doloroso vacío en el estómago. Jaina había esperado convertir el caza TIE en su vehículo privado para poder divertirse viajando de un lado a otro, tal como hacía Bajie en su T-23 remodelado. Pero el pequeño caza sólo podía transportar una persona: el piloto. Qorl nunca podría llevarles consigo como prisioneros, ni aun suponiendo que quisiera hacerlo. ¿Eliminaría el piloto sus últimos obstáculos, los únicos testigos de su exilio, con limpia eficiencia imperial? ¿Se limitaría a disparar contra ellos y partiría después en busca de su hogar?

Jacen intentó desesperadamente enviar pensamientos tranquilizadores para calmar a Qorl, como hacía frecuentemente con sus serpientes de cristal. Pero no sirvió de nada: su mente se encontró con el rígido muro de lavado cerebral que había convertido los pensamientos de Qorl en un conjunto de pautas inmutables.

El piloto del TIE desvió la mirada, y pareció calmarse un poco. Jacen no sabía si eso era un resultado de sus poderes Jedi o si el soldado imperial sencillamente se había dejado distraer por algo.

—Bien, ¿qué vas a hacer con nosotros? —preguntó.

Qorl volvió la vista hacia los gemelos. Su rostro estaba tenso y pálido. Parecía muy viejo y cansado.

—Me habéis ayudado mucho. Habéis sido la única... compañía que he tenido durante muchos años. Os dejaré aquí, solos en la jungla.

—¿Vas a abandonarnos? —preguntó Jaina con incredulidad.

Esta vez fue Jacen quien le dio un codazo en las costillas. La idea de verse abandonado en aquella selva le gustaba tan poco como a ella, pero ya se le habían ocurrido varias posibilidades mucho menos atractivas.

—Si sabéis organizares podréis sobrevivir —dijo Qorl—. Lo sé porque yo lo hice. Tal vez alguien acabe encontrándoos. La esperanza es vuestra mejor arma. Puede que vosotros no necesitéis veinte años para volver a casa.

Guardó silencio durante un momento y sostuvo el casco negro en sus manos con expresión pensativa. El caza TIE reparado seguía ronroneando detrás de él, como si estuviera impaciente por volver a volar.

—Tenéis suerte de estar aquí, a salvo —dijo Qorl por fin—. Volveré con el Imperio. Pero mi último acto en esta maldita luna llena de junglas será destruir la base rebelde.

—¡No! —gritaron Jacen y Jaina al unísono.

—Ahora sólo es una escuela —añadió Jacen—. No es una base militar.

—¡No lo hagas, por favor! —exclamó Jaina—. No ataques la Academia Jedi.

Pero Qorl no dio ninguna señal de haberles oído. Se colocó cuidadosamente el maltrecho y viejo casco sobre su canosa y revuelta cabellera, bajó el protector anticolisiones y lo cerró.

—¡Espera! —gritó Jaina lanzándole una mirada implorante—. ¡No tienen armas en los templos!

Jaina lanzó sus pensamientos intentando establecer un contacto mental con el piloto, pero Qorl la apuntó con su desintegrador y retrocedió.

Qorl subió a la carlinga de su caza TIE, se instaló en el viejo asiento lleno de desgarrones delante de los controles y activó los cierres. Los gemelos corrieron hacia el caza y golpearon el casco con sus puños.

El rugido de los motores se incrementó y los haces repulsores despidieron una ráfaga de energía que empujó las hojas, guijarros y restos de la jungla, haciendo que salieran disparados en todas direcciones.

El caza TIE zumbó, se alzó del lugar en el que había estado descansando durante tanto tiempo y empezó a ascender.

Jaina hizo un último intento de agarrarse a las planchas del casco, pero sus dedos resbalaron sobre la lisura del metal. Jacen tiró de ella, haciéndola retroceder mientras el motor del TIE aumentaba el suministro de energía. Los gases de escape circularon por los sistemas refrigerantes del caza con un silbido estridente.

Los gemelos retrocedieron tambaleándose hasta quedar bajo la protección de uno de los gigantescos árboles massassi, solos e indefensos en la espesura de la jungla.

El caza TIE de Qorl, que había permanecido escondido e incapaz de funcionar durante más de veinte años en la superficie de Yavin 4, por fin se alzó por los aires. Sus motores iónicos gemelos emitieron aquel gemido tan característico que había llenado de miedo los corazones de tantos combatientes rebeldes.

El caza de Qorl ascendió a través del dosel arbóreo, dirigido con unas maniobras sorprendentemente hábiles, y se alejó velozmente hacia la Academia Jedi.