16

El amanecer llegó, veloz y cálido, cuando el lejano sol blanco subió alrededor de la bola erizada de protuberancias gaseosas que era Yavin. Las criaturas de la jungla despertaron y se agitaron. El aire se calentó rápidamente, y se fue cargando con la humedad que brotaba de las hondonadas donde la niebla se había ido acumulando durante la noche.

Jacen y Jaina habían dormido bastante mal, las manos todavía atadas por las resistentes lianas purpúreas. Jacen deseó fervientemente haber dedicado más tiempo a practicar los ejercicios en que la Fuerza era utilizada para manipulaciones delicadas y precisas. No poseía la habilidad ni la exactitud necesarias para empujar las delgadas lianas y deshacer los nudos con su mente.

Qorl salió de su árbol-refugio apenas hubo luz suficiente para trabajar y despertó a los gemelos con una sacudida. Dio unos cuantos sorbos de agua fresca a cada uno de una calabaza hueca que sumergió en el arroyo, y después utilizó un largo cuchillo de piedra para cortar las lianas que les ataban las muñecas.

Jacen flexionó los dedos y sacudió las manos. El regreso de la circulación llenó sus nervios de cosquilleos y aguijonazos.

El soldado imperial les apuntó con el desintegrador y lo movió para indicarles que debían empezar a caminar.

—Volvemos al caza TIE —ordenó—. A trabajar.

Jacen y Jaina avanzaron a través de la jungla, tropezando y tambaleándose por entre las lianas y arbustos con el piloto del TIE siguiéndoles. Llegaron al sitio en el que se había estrellado la nave, donde yacía reluciendo, ya libre de vegetación y restos, bajo la primera luz de la mañana. Jacen vio las zonas quemadas allí donde Qorl había disparado su desintegrador contra Tenel Ka y Bajie, y sintió que se le formaba un nudo en el estómago.

—Sé que casi habíais terminado las reparaciones —dijo el piloto del TIE—. Llevo días observándoos. Hoy las acabaréis.

Jaina abrió y cerró sus ojos castaños y le miró frunciendo el ceño.

—No podemos trabajar tan deprisa, especialmente siendo sólo nosotros dos —replicó—. Esta nave lleva veinte años aquí. No hemos acabado de quitar los restos de las tomas sublumínicas. Hay que volver a cablear todos los conversores de energía.

Jacen estaba observando a su hermana, y supo que mentía.

—Aún hay que instalar varios ciberfusibles —siguió diciendo Jaina—. El sistema de circulación del aire está atascado, y hay que...

Qorl alzó el desintegrador, pero cuando volvió a hablar su voz sonó tan impasible como antes.

—Hoy —repitió—. Acabaréis hoy.

—¡Oh, por todos los rayos desintegradores! Creo que habla en serio, Jaina —murmuró Jacen—. Bien, enséñame qué puedo hacer para ayudar.

Jaina suspiró.

—De acuerdo. Coge la caja de herramientas con la que tropezaste ayer, y trae la llave hidráulica. Yo utilizaré mi multiherramienta para terminar unas cuantas calibraciones en los motores.

Qorl se sentó sobre un peñasco recubierto de liquen y utilizó su mano buena para quitarse de encima los insectos que enseguida empezaron a arrastrarse por sus piernas. El soldado imperial esperó como un androide centinela, viendo cómo trabajaban sin hacer ningún movimiento. Jacen intentó ignorarle..., y también al desintegrador.

Enjambres de insectos iban y venían sobre el rostro de Jacen, atraídos por el sudor que empapaba su despeinada cabellera. Fue pasando herramientas a su hermana, intentando encontrar los componentes y el equipo que Jaina necesitaba mientras ella se arrastraba y hurgaba dentro del compartimento motriz del caza TIE.

Podía percibir la creciente ira y frustración de Jaina. No se le ocurría ningún plan. Jacen supuso que podían limitarse a sabotear las reparaciones de la nave, desde luego, pero entonces Qorl se daría cuenta de lo que habían hecho casi inmediatamente y se lo haría pagar muy caro. No podían correr ese riesgo.

Jacen deseó que su hermana no se hubiera dejado dominar por la excitación y no hubiese instalado el nuevo hiperimpulsor que le había traído su padre. Deseó que no hubieran trabajado tan duro y no hubiesen hecho tantos progresos. Ya casi era demasiado tarde.

Jacen se pasó una mano por la frente y parpadeó para quitarse el sudor de los ojos. Su estómago gruñó. Se volvió hacia el piloto del TIE, que seguía sentado sobre la roca y continuaba apuntándole con el cañón del desintegrador. La amenaza estaba empezando a resultar molesta.

—¿Podríamos beber un poco de agua y comer algo de fruta, Qorl? —preguntó, utilizando deliberadamente el verdadero nombre de su captor—. Tenemos hambre. Trabajaremos mejor si no estamos hambrientos.

Qorl asintió con una leve inclinación de cabeza y empezó a levantarse. Pero un instante después se quedó inmóvil, vaciló y acabó volviendo a su rígida postura anterior.

—Comida y agua cuando hayáis terminado con las reparaciones —dijo.

—¿Qué? —exclamó Jacen, consternado—. Pero podríamos tardar todo el día.

—Entonces pasaréis hambre y sed —dijo Qorl. El piloto del TIE parecía un poco nervioso e impaciente—. Estáis perdiendo el tiempo. Seguid.

Jacen comprendió que a Qorl tal vez le preocupaba que Tenel Ka o Bajie hubieran conseguido volver a la Academia Jedi y trajeran ayuda. Estaban separados del Gran Templo por una larga distancia a través de una jungla traicionera, pero siempre existía una posibilidad.

Jaina acabó de ajustar el regulador de un sistema de refrigeración. Hizo girar un dial y una fría ráfaga de vapor superrefrigerado salió disparada hacia arriba con un chillido estridente, creando plumas de escarcha sobre la superficie metálica. Jaina retrocedió y se restregó la mejilla con una mano ennegrecida, dejando una mancha oscura debajo de sus líquidos ojos marrones.

—¿A quién irás a ver cuando vuelvas, Qorl? —preguntó.

—Me presentaré a mis superiores —dijo Qorl.

—¿Irás a casa? ¿Tienes una familia?

—El Imperio es mi familia.

Su respuesta fue rápida, casi automática.

—Pero ¿tienes una familia que te quiera? —preguntó Jaina.

Qorl titubeó durante una fracción de segundo, y después movió el desintegrador en un gesto amenazador.

—Volved al trabajo.

Jaina suspiró e indicó a su hermano que la ayudara con un movimiento de la mano.

—Ven, Jacen. Coge esos últimos paquetes de sellador para superficies metálicas —dijo—. Tenemos que reforzar los puntos derretidos en el casco exterior.

Señaló tres pequeños círculos donde el metal se había fundido y vaporizado en las planchas del TIE, unos daños que el mismo Qorl había causado el día anterior al disparar su desintegrador contra los gemelos.

Jaina golpeó las planchas abolladas con un martillo acolchado hasta devolverles su forma original. Jacen hurgó en la caja de herramientas hasta que encontró un paquete de sellador metálico animado. La pasta especial se arrastraría a través de la zona dañada, se alisaría a sí misma y luego la sellaría, estableciendo una unión todavía más fuerte que la de la aleación original del casco. Jacen aplicó un paquete del material de remiendo y escuchó cómo siseaba y hervía mientras iba cubriendo el punto quemado. Jaina reparó el segundo punto.

La tercera área de metal derretido se encontraba en la parte superior del compartimento de carga, cerca de la burbuja de transpariacero abierta que protegía la carlinga. Jacen cogió el último paquete y trepó hasta lo alto de la pequeña nave. Rompió el cierre, aplicó el material y esperó a que el sellador animado hiciera su trabajo.

Mientras contemplaba cómo la sustancia viscosa terminaba las reparaciones, Jacen oyó un agitarse de pequeñas criaturas a su alrededor. Percibió la proximidad de alguna forma de vida, y cuando bajó la mirada hacia el compartimento de carga vio un fugaz destello de movimiento casi transparente y apenas detectable. El corazón le dio un vuelco. Se inclinó, metiendo el cuerpo dentro del caza TIE, y lo agarró. Jacen empezó a sentirse lleno de una nueva esperanza.

—¡Sal de ahí, chico! —gritó Qorl—. Vuelve donde pueda verte.

Jacen salió del compartimento, jadeando y con el corazón latiéndole a toda velocidad. Retrocedió apartándose de la carlinga y saltó al suelo, manteniendo las manos a la vista en todo momento.

Jaina se inclinó sobre él y le habló en susurros con los ojos llenos de preocupación.

—¿Qué estás haciendo? ¿Qué encontraste ahí dentro?

Jacen le sonrió y después volvió a adoptar su expresión anterior antes de que Qorl pudiera darse cuenta.

—Algo que podría salvarnos a todos.

—Basta de charla —dijo secamente Qorl—. Daos prisa.

—Lo estamos haciendo lo mejor que podemos —replicó Jaina.

—No es suficiente —dijo el piloto—. ¿Necesitáis algún estímulo? Si no sois capaces de completar las reparaciones más deprisa, dispararé contra tu hermano. Después podrás terminar las reparaciones tú sola.

Jacen y Jaina se volvieron hacia él y le contemplaron con horror y perplejidad.

—Tú nunca harías eso, Qorl —logró decir Jaina por fin.

—Fui adiestrado por el Imperio —replicó Qorl—. Haré lo que sea necesario.

Jacen tragó saliva. Sabía que el piloto del TIE estaba diciendo la verdad.

—Sí, apuesto a que lo harías —dijo.

Jaina se levantó con un suspiro y una mueca de disgusto y arrojó la llave hidráulica sobre una pila de herramientas amontonadas en el suelo de la jungla. Se pasó las manos por los muslos, limpiándose la suciedad con las perneras de su mono.

—Da igual —dijo—. Ya está terminado. Hemos hecho cuanto podemos. El caza TIE está listo para volver a volar.