7
—Me pregunto por qué Bajie faltó a la cena —dijo Jacen.
Jaina y Tenel Ka estaban sentadas junto a él en la gran sala de audiencias, donde Luke Skywalker había convocado a todos los estudiantes Jedi para hacer un anuncio especial. La última luz del crepúsculo, que brillaba con un resplandor oscuro de metal fundido, entraba a través de los angostos ventanales que se abrían sobre sus cabezas, pero la limpia blancura de los paneles luminosos mantenía alejadas las sombras en la enorme estancia llena de ecos.
—Tal vez se estaba divirtiendo demasiado volando en su T-23 —susurró Jaina—. Probablemente yo tampoco habría vuelto.
—Tal vez no tenía hambre —dijo Tenel Ka en voz baja y solemne, como si estuviera meditando seriamente en el asunto.
Jacen le lanzó una mirada de incredulidad.
—Eh, ¿un wookie que no tiene hambre? ¡Ja! Y luego dices que mis chistes no tienen gracia.
Tenel Ka se encogió de hombros.
—Es un pensamiento que se me ha pasado por la cabeza.
—Bueno, de acuerdo —dijo Jacen—. Ahora no estoy bromeando. ¿Y si tuvo algún problema con el saltacielos? ¿Y si Bajie se ha estrellado en la jungla?
—Imposible —replicó Jaina. Seguía hablando en susurros, pero su tono no podía ser más firme—. Comprobé personalmente todos esos sistemas.
Las cejas de Tenel Ka subieron un milímetro.
—Ah. Aja. Así que los sistemas no pueden averiarse porque tú los comprobaste, ¿no?
Tenel Ka asintió, y Jacen habría jurado que vio la sombra de una sonrisa acechando en las comisuras de sus labios.
—Olvidadlo. Ahí está Bajie —dijo con alivio, moviendo los brazos para atraer la atención de su amigo wookie.
—¿Ves? —murmuró Jaina con satisfacción—. Ya te dije que no podía haber ocurrido nada.
Jacen fingió no haber oído sus palabras.
—Llegas justo a tiempo —dijo cuando el wookie se reunió con ellos—. El Maestro Skywalker debería aparecer en cualquier momento.
Nadie sabía por qué había convocado aquella reunión especial a la hora del crepúsculo, pero era bastante inusual. Todos los que vivían, trabajaban o se adiestraban en la Academia Jedi habían llegado ya, llenando la cámara con una excitación reprimida.
—¿Dónde estabas, Bajie? —susurró Jacen.
Bajocca respondió con un gruñido ahogado, un sonido más bajo y suave que cualquiera de los que Jacen había oído emplear jamás a un wookie.
—El amo Bajocca desea hacer saber que su expedición no ha podido tener más éxito —anunció de repente Teemedós con su límpida voz metálica—, y que...
El traductor se interrumpió a mitad de la frase cuando Bajocca dejó caer una mano cubierta de pelaje color canela sobre el altavoz del androide.
—¡Shhh! —siseó Jaina.
—¿No puedes desconectarlo? —susurró Jacen.
Ojos llenos de curiosidad se volvieron hacia ellos desde todas las secciones de la gran cámara de audiencias. Bajocca se encogió en su asiento, y la expresión apenada que había en su rostro no necesitaba ningún intérprete para ser entendida. El joven wookie inclinó el cuello hacia adelante y clavó la mirada en el androide sujeto a su cinturón. Después soltó una serie de secos murmullos.
—¡Oh! Oh, cielos —replicó Teemedós con entusiasmo, aunque en un tono de voz mucho más bajo que antes—. Le ruego que me disculpe. No había comprendido que no tenía intención de compartir su descubrimiento con todos los presentes.
—¿Un descubrimiento? —exclamó Jacen—. ¿Qué...?
Pero el Maestro Skywalker escogió ese momento para hacer su entrada. El silencio se extendió rápidamente por la gran sala, poniendo fin a cualquier esperanza que Jacen hubiera podido tener de satisfacer su curiosidad antes de que empezara la reunión. Luke subió los peldaños que llevaban al gran estrado, seguido de cerca por una esbelta mujer de abundante cabellera blanco plateada y enormes ojos opalescentes.
—Os agradezco que hayáis venido a pesar de haberos avisado con tan poco tiempo —empezó diciendo Luke—. Esta mañana me he enterado de que hay un asunto urgente que me obligará a marcharme.
Una serie de murmullos llenos de sorpresa se extendió por la sala como ondulaciones surgidas de un guijarro arrojado en un estanque. Jacen se preguntó si la inminente partida de su tío tendría algo que ver con los mensajes que su padre había traído.
Los ojos azules que contemplaron a su audiencia —unos ojos llenos de bondad que parecían contener una sabiduría impropia de sus años— no daban ninguna pista de cuál podía ser la misión del Maestro Jedi.
—No sé cuánto tiempo estaré ausente, por lo que he pedido a una de mis antiguas estudiantes, la Jedi Tionne —movió una mano señalando a la esbelta mujer de ojos resplandecientes que permanecía inmóvil junto a él— que supervise vuestro adiestramiento durante mi ausencia. Tionne no sólo conoce mis enseñanzas casi tan bien como yo, sino que también sabe mucho sobre las tradiciones y la historia de los Jedi. Como descubriréis enseguida, es digna de ser escuchada.
Eso intrigó a Jacen. Recordaba haber oído decir que Tionne no era una Jedi particularmente poderosa, pero la cálida sonrisa que intercambiaron Luke y Tionne le indicó que se entendían muy bien el uno al otro y que el Maestro Skywalker debía de tener una confianza total en su antigua estudiante.
Luke bajó de la plataforma dejando a los estudiantes a solas con Tionne, y la Jedi de cabellos plateados cogió un instrumento de cuerda de forma muy curiosa que había estado guardado detrás de ella. Consistía en dos cajas de resonancia, una a cada extremo de un esbelto cuello con clavijas. Las cuerdas tendidas a lo largo del instrumento se desplegaban en ambos extremos, formando una especie de abanico.
Tionne se sentó sobre un escabel y empezó a deslizar los dedos sobre las cuerdas.
—Os hablaré de un Maestro Jedi que vivió hace mucho tiempo —dijo—. Ésta es la balada del Maestro Vo-do-Siosk Baas.
Cuando empezó a cantar, Jacen enseguida estuvo de acuerdo con su tío. No cabía duda de que Tionne era digna de ser escuchada. Su canción era tan límpida como hermosa y sincera. Sus purísimas notas y matices llegaban sin ninguna dificultad hasta los rincones más alejados de la gran sala, y transportaron a todos los presentes a un tiempo que nunca habían presenciado. La música fluyó a su alrededor, creando corrientes de emoción, valor, triunfo y sacrificio a las que nadie podía resistirse.
Tionne siguió cantando y les habló de acontecimientos terribles que habían tenido lugar cuatro mil años antes, y les contó cómo el extraño Maestro Jedi alienígena había sido destruido por Exar Kun, un estudiante suyo que se había vuelto hacia el lado oscuro. El Maestro Vo-do había suplicado a los otros Maestros Jedi que no se enfrentaran a Exar Kun y había intentado razonar con él sin ayuda de nadie, pero sus bondadosas esperanzas terminaron en tragedia.
Durante el silencio que siguió a su canción, Jacen se sintió extrañamente cambiado, y comprendió que aquella Jedi merecía ser escuchada por más razones que simplemente su voz.
Tíonne se puso de pie, y su movimiento fue acompañado por un suspiro colectivo de todos los presentes. Jacen ni siquiera se había dado cuenta de que estuviera conteniendo el aliento.
—Confío en que mi primera lección no os haya resultado demasiado aburrida —dijo con un destello malicioso en sus ojos perlinos—. Mañana habrá otra después del almuerzo.
Sus palabras pusieron punto final a la reunión nocturna. Algunos estudiantes permanecieron sentados, inmóviles y fascinados, como si estuvieran intentando absorber los últimos retazos de música que todavía parecían flotar en la sala. Otros se fueron en solitario o formando grupos que hablaban en susurros, y otros se quedaron para hablar con Tionne.
Jacen, Jaina, Tenel Ka y Bajocca por fin podían hablar entre ellos. Los cuatro jóvenes juntaron las cabezas y comentaron el hallazgo de Bajie. Teemedós proporcionó las traducciones, modulando cuidadosamente su voz hasta dejarla en un nivel adecuado al secreto que querían guardar.
Los cuatro especularon por turnos sobre el extraño objeto reluciente que Bajocca había visto en la jungla. Al final acabaron llegando a una sola conclusión: irían allí para investigarlo en cuanto se les presentara la primera oportunidad.
La balada que Tionne cantó a la mañana siguiente descendió sobre los estudiantes Jedi como una delicada neblina musical, llenando a quienes la escuchaban de asombro y antigua sabiduría. Jacen estaba sentado en la segunda fila con sus ojos castaños cerrados, concentrándose en las palabras de Tionne e intentando asimilar todo lo que la música podía enseñarle. La masa multicolor de Raynar, vestido con sus ropajes más soberbios, le obstruía la visión del estrado, por lo que en realidad tanto daba que tuviera los ojos cerrados como abiertos.
Las últimas notas se disiparon en el silencio y Jacen abrió los ojos para ver que su hermana le estaba observando con silenciosa diversión. Ni Bajocca ni Tenel Ka, que estaba sentada junto a él, dieron ninguna señal de que se hubieran dado cuenta de que Jacen parecía estar absorto en la música. Entonces Tionne habló, y Jacen volvió a concentrar su atención en la Jedi de cabellos plateados inmóvil sobre la plataforma.
—El mayor poder de un Jedi no proviene de su tamaño o de la fortaleza física —dijo Tionne—. Proviene de su comprensión de la Fuerza y del confiar en la Fuerza. Como parte de vuestro adiestramiento Jedi, todos aprenderéis a incrementar vuestra fe y vuestra confianza a través de la práctica. Sin esa práctica, tal vez no triunfemos cuando más importante es hacerlo. Eso mismo ocurre con muchas capacidades en la vida. Escuchad la historia que voy a contaros.
»Hace mucho tiempo había una joven que vivía junto a un lago. Observar a los demás hizo que aprendiera muchas cosas sobre el nadar. Un día en que su familia estaba ocupada, la joven se zambulló en las profundas aguas del lago. Movió los brazos y las piernas tal como había visto hacer a otros nadadores, pero no consiguió mantener la cabeza por encima del agua.
»Por suerte, una pescadora saltó al lago y la rescató. La mujer era una nadadora muy experimentada y no necesitaba pensar en cómo se nada, pero la joven, que sólo había aprendido observando, ni siquiera sabía cómo mantenerse a flote. Cuando estuvieron a salvo fuera de las aguas, la pescadora le cogió la mano. "Vayamos allí donde el agua no cubre y te enseñaré a nadar, niña", le dijo.
Tionne hizo una pausa como si estuviera absorta en sus pensamientos, y sus ojos perlinos relucieron.
—Con la Fuerza ocurre exactamente lo mismo. A menos que practiquemos lo que aprendemos y que seamos puestos a prueba, nunca estaremos seguros de que podemos confiar en la Fuerza si llega a surgir la necesidad de hacerlo. Por eso la Academia Jedi también es llamada un praxeum. Es un lugar donde no sólo aprendemos, sino que además utilizamos los conocimientos que adquirimos. Al igual que con el nadar, cuanto más practiquemos más confianza iremos acumulando. Con el paso del tiempo, nuestra capacidad se convertirá en parte de nuestra naturaleza.
«Durante los días siguientes me gustaría que los principiantes y los estudiantes de los grados intermedios practicaran una de las habilidades más básicas: usar la Fuerza para levantar objetos. Hoy practicaréis levantando cosas pequeñas, y no intentaréis levítar nada que sea más grande que una hoja.
—¿Cómo puedes esperar que incrementemos nuestras capacidades si nos haces volver a un nivel infantil? —intervino Raynar en un tono bastante seco.
La grosería de Raynar hizo que Jacen levantara los ojos hacia el techo, pero tuvo que admitir que él se había estado haciendo la misma pregunta.
Tionne bajó la mirada hacia Raynar y le sonrió sin ninguna irritación.
—Buena pregunta —replicó—. Permite que te dé un ejemplo. Si quisieras hacer más fuertes tus brazos, podrías levantar muchas piedras de una vez o podrías levantar una piedra muchas veces. Con tus capacidades Jedi pasa lo mismo. Por hoy, practicad tal como os he pedido que lo hicierais. No es la única forma de reforzar vuestras capacidades, pero es una forma de hacerlo. Siempre hay alternativas. Os prometo que aprenderéis más cosas aparte de levantar una hoja.
Tionne despidió a los estudiantes. Mientras salían de la gran sala de audiencias y empezaban a bajar por los viejos y desgastados escalones de piedra, Jaina detuvo a los otros tres jóvenes Jedi.
—¿Estáis pensando lo que estoy pensando? —preguntó con un brillo travieso en la mirada.
Jacen no sabía qué estaba pensando su hermana, pero aun así percibió su excitación y el impaciente deseo de investigar el misterioso descubrimiento de Bajie.
Jaina se encogió de hombros.
—¿Hay algún sitio mejor para practicar la levitación de las hojas que la jungla?