13

Tenel Ka corrió a través de la fresca penumbra de la jungla, intentando trazar un plan mientras lo hacia. Mantenía los brazos doblados delante de ella para protegerse los ojos y apartar obstáculos de su camino. Las ramas azotaban su rostro y tiraban de sus cabellos, y arañaban implacablemente sus brazos y sus piernas desnudas.

El aliento brotaba de sus labios en jadeos entrecortados, no tanto por el esfuerzo de correr —al que estaba ampliamente acostumbrada— sino por el terror de lo que acababa de experimentar. Esperaba haber tomado la decisión correcta. El pulso retumbaba en sus oídos, compitiendo con la sinfonía de ruidos extraños con que las criaturas de la jungla daban la bienvenida al anochecer. Tenel Ka buscó desesperadamente en su cerebro, pero no logró recordar ninguna técnica de relajación Jedi.

Cuando el estridente graznido de unos seres alados sonó directamente detrás de ella, Tenel Ka lanzó una mirada llena de alarma hacia atrás. Antes de que pudiera volverse de nuevo, chocó con el tronco de un árbol massassi. Retrocedió unos cuantos pasos, aturdida, y acabó dejándose caer al suelo y se llevó una mano al lado de la cara que había golpeado el tronco para examinar su herida.

«No hay sangre —pensó, como desde muy lejos—. Bien.» Notó que la carne estaba muy sensible debajo de las yemas de sus dedos, y una hinchazón que iba desde su mejilla hasta su sien. Habría morados, naturalmente, y quizá un dolor de cabeza de primera clase. Pensarlo hizo que Tenel Ka se encogiera sobre sí misma. «De primera clase...» Nadie podía verla, pero aun así la humillación le calentó las mejillas.

Tenel Ka se puso en pie y examinó su situación. La calma que acababa de reencontrar le permitió admitir que estaba totalmente extraviada. Jacen y Jaina —y a esas alturas tal vez incluso Bajocca— contaban con que volvería trayendo ayuda. Tenel Ka siempre se había enorgullecido de ser fuerte, leal y digna de confianza, y de no dejarse afectar por las emociones. Durante la fase inicial de su escapada había logrado mantenerse bastante tranquila, pero después había sucumbido al pánico. Tenel Ka expulsó de su mente todos los pensamientos referentes a su estúpida e interminable huida.

«Bueno, ahora vuelvo a ser dueña de mí misma», pensó mientras unía sus pálidos labios hasta formar una firme línea. Decidió seguir avanzando hasta encontrar un lugar más seguro en el que pasar la noche. Cuando amaneciera, intentaría orientarse y volver a la Academia Jedi.

Siguió avanzando y examinando los alrededores a la cada vez más débil claridad del día, y el nivel del suelo empezó a subir y el terreno se fue volviendo más rocoso. Los árboles ya no eran tan abundantes. Delante de ella había un gran promontorio de rugosa piedra negra, lava enfriada hacía mucho tiempo puntuada por líquenes.

Tenel Ka echó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba, pero no pudo ver qué altura tenía el promontorio. La creciente oscuridad de la jungla lo engullía todo. Inició una cautelosa exploración avanzando por el lado del promontorio y encontró una interrupción en el risco de roca, un retazo de oscuridad más profunda: era una pequeña caverna. Quizá podría pasar la noche en aquel lugar cobijado y fácil de defender. La abertura no era más ancha que uno de sus brazos y sólo le llegaba hasta el hombro, lo que la obligó a encorvarse para seguir explorando. Sólo necesitaba encontrar un sitio cómodo y seguro donde descansar.

Tenel Ka se sentó sobre la fría arena que formaba el suelo de la caverna y se estremeció. Le dolían todos los músculos, pero de momento no podía hacer nada acerca de su dolor. Tenel Ka podía soportarlo tan bien como cualquier guerrera. Pero no había comido nada desde el mediodía. Hurgó en la pequeña bolsa que colgaba de su cintura y descubrió que aún quedaba una galleta de carboproteínas. En cuanto al frío, podía encender un fuego con el destellador del tamaño de un dedo que llevaba dentro de otra bolsita colgada de su cinturón.

Se puso a cuatro patas y recorrió el suelo en los alrededores de la boca de la caverna, buscando ramitas, hojas y cualquier cosa que pudiera arder. En Dathomir había acumulado una gran experiencia en las acampadas más duras y el resistir la vida al aire libre.

Pensar en el reconfortante calor de una hoguera y una suave cama de hojas le levantó un poco el ánimo. Los acontecimientos pesadillescos de la tarde empezaron a ser vistos bajo una nueva perspectiva. Tenel Ka se aseguró a sí misma que aquello era una aventura, una prueba de su voluntad y su determinación.

Recogió material combustible y unas cuantas ramas más gruesas, y empezó a preparar su hoguera contra las sombras aterciopeladas de la noche que se aproximaba. Hurgó en las bolsas de su cinturón buscando su destellador, y dejó escapar un gemido cuando se acordó de que Jaina se lo había pedido prestado aquella tarde. Tenel Ka se frotó los brazos desnudos y helados, y sopló sobre sus manos para calentarlas.

Pensó con anhelante nostalgia en el alegre calor de un fuego que crujía y chisporroteaba, y en beber cerveza caliente hapaniana sazonada con especias junto a sus padres. Una de sus raras sonrisas cruzó por los labios de Tenel Ka cuando pensó en Teneniel Djo y el príncipe Isolder. Si estuviera en casa, le bastaría con alzar una mano para hacer acudir a un sirviente de la Casa Real de Hapes, que vendría corriendo para hacer lo que le pidiese.

Tenel Ka torció el gesto. Nunca había conocido la pobreza o las privaciones, salvo por elección voluntaria. «Bueno, princesa, tú elegiste todo esto —se recordó a sí misma con salvaje apasionamiento—. Querías aprender a hacer las cosas por tus propios medios.»

Su padre, Isolder de Hapes, siempre había dicho que los dos años que pasó disfrazado de contrabandista y pirata habían hecho más a la hora de prepararle para el liderazgo que cualquier adiestramiento que pudieran proporcionar los tutores reales de Hapes. Y su madre, criada y educada en el planeta primitivo de Dathomir, estaba orgullosa de que su única hija pasara varios meses de cada año aprendiendo las costumbres del Clan de la Montaña del Cántico y llevando el atuendo de una guerrera, una práctica de la que Tenel Ka había disfrutado todavía más por lo mucho que disgustaba a su ambiciosa y astuta abuela hapaniana.

Teneniel Djo se había sentido todavía más complacida cuando su hija decidió ir a la Academia Jedi y recibir la instrucción para convertirse en una Jedi. Se había inscrito sencillamente como Tenel Ka de Dathomir, no queriendo que los otros estudiantes la trataran de una manera distinta debido a su ascendencia real.

En la Academia Jedi sólo el Maestro Skywalker —que era viejo amigo de su madre y el hombre al que más admiraba Teneniel Djo— conocía el pasado y la verdadera procedencia de Tenel Ka. Ni siquiera se lo había contado a Jacen y Jaina, los amigos más íntimos que tenía en Yavin 4.

Jacen y Jaina. Los gemelos confiaban en ella, y necesitaban su ayuda. Tenel Ka se estremeció en la caverna. Tenía que permanecer refugiada allí durante la noche, y volver a la Academia Jedi por la mañana para traer refuerzos.

Tenel Ka oyó unos débiles crujidos, chasquidos y silbidos en la oscuridad detrás de ella. Volvió la mirada hacia las sombras ondulantes, y parpadeó intentando ver mejor. ¿Se habían movido realmente las sombras? Quizá había cometido una estupidez al pasar la noche en una caverna no explorada, pero el frío y la fatiga se habían impuesto a su cautela natural. Alzó la vista y creyó poder vislumbrar unas siluetas oscuras vagamente lustrosas que se aferraban al techo, y que se movían como olas sobre un mar negro invertido.

«No seas niña», se riñó a sí misma. Siempre había intentado demostrar a sus amigos lo autosuficiente y digna de confianza que era. En aquellos momentos tenía frío, estaba llena de morados y se sentía fatal. ¿Qué diría Jacen si pudiera verla? Probablemente contaría algún chiste idiota.

Apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. Tendría que encender un fuego sin el destellador, utilizando habilidades que le habían enseñado en Dathomir.

Sus fuertes brazos necesitaron un tiempo espantosamente largo para producir la fricción suficiente haciendo girar una ramita lisa contra una rama plana. Tenel Ka acabó consiguiendo hacer surgir un ascua reluciente y un zarcillo de humo. Se apresuró a coger una hoja seca y la puso en contacto con el ascua, y después sopló. Una diminuta llama dorada lamió la hoja y fue subiendo por ella. Tenel Ka añadió otra hoja y otra más con una creciente excitación, y después añadió unas cuantas ramitas.

Una ráfaga de viento amenazó con extinguir la llama que luchaba por prender, por lo que rodeó su fuego con un diminuto cerco de tierra para protegerlo. Añadió más combustible, y las llamas que crujían y chasqueaban no tardaron en ser lo bastante grandes para calentarla y proyectar un reconfortante círculo de luz.

Tenel Ka pronto comprendió que los crujidos, roces y arañazos que había oído antes se habían vuelto más fuertes..., mucho más fuertes.

Y entonces una forma reptilesca que graznaba y chillaba se precipitó repentinamente desde el techo con sus alas coriáceas desplegadas. Dos cabezas serpentinas gemelas lanzaron dos feroces mordiscos y una cola de escorpión se agitó de un lado a otro mientras garras tan afiladas como navajas de afeitar se extendían hacia ella. Tenel Ka alzó un brazo para protegerse la cara mientras la criatura se lanzaba directamente sobre ella. Las zarpas desgarraron su brazo en el mismo instante en que Tenel Ka retrocedía de un salto hacia la pared de la caverna. Unos colmillos muy afilados abrieron un tajo en su pierna desnuda y Tenel Ka lanzó una patada en la que puso toda su fuerza, golpeando una de las dos cabezas de la criatura con su bota escamosa. A la parpadeante luz de la diminuta hoguera, Tenel Ka, horrorizada, vio cómo todo un enjambre de aquellas horrendas criaturas —cuya envergadura de la punta de un ala a otra era superior a la altura de Tenel Ka— se dejaban caer desde los rincones llenos de sombras de la caverna y se lanzaban sobre ella.

Se debatió intentando encontrar un punto de apoyo en el suelo arenoso de la caverna y pegó los pies a la pared de piedra. Tenel Ka se impulsó hacia la boca de la caverna, moviéndose sobre sus manos y sus rodillas.

Lanzó las ascuas de su fuego de una patada contra las bestias aleteantes mientras pasaba junto a él, y apenas se enteró de los trocitos de rama y hojas que le chamuscaron las piernas. Una criatura reptilesca lanzó un chillido de dolor.

Tenel Ka sonrió con sombría satisfacción y se lanzó por la abertura de la caverna, volviendo a la negrura absoluta de la noche de la jungla.

Los monstruos la siguieron.