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Jacen Solo ya llevaba casi un mes en la Academia Jedi de Luke Skywalker cuando por fin consiguió que su habitación estuviera tal como quería.

Los alojamientos de los estudiantes, que se encontraban dentro de un viejo templo en la luna selvática de Yavin 4, eran oscuros y húmedos y se enfriaban mucho cada noche. Pero Jacen y su hermana gemela Jaina habían pasado días enteros frotando y limpiando los bloques cubiertos de musgo de sus cuartos contiguos, y colocando paneles luminosos y calentadores portátiles en los rincones.

El hijo de Han Solo y la princesa Leia estaba inmóvil bajo la anaranjada claridad matinal que entraba por las angostas ventanas abiertas en los gruesos muros del templo. En la jungla, los grandes pájaros chillaban mientras se peleaban por los insectos que les servirían de desayuno.

Como hacía cada mañana antes de acudir a las lecciones del tío Luke, Jacen dio de comer y echó un vistazo a todas las criaturas extrañas y exóticas que había ido encontrando en las junglas inexploradas de Yavin 4. Le encantaba coleccionar nuevas mascotas.

La pared del fondo estaba llena de recipientes y recintos, jaulas transparentes de exhibición y acuarios burbujeantes. La mayor parte de los recipientes eran ingeniosos artefactos inventados por su hermana, que tenía grandes dotes para todo lo relacionado con la mecánica, jacen apreciaba los inventos de Jaina en lo que valían, aunque no podía entender por qué estaba más interesada en las jaulas que en las criaturas que contenían.

Una jaula crujió al ser sacudida por dos ruidosos estintariles, unos roedores que vivían en los árboles y tenían ojos protuberantes y largas mandíbulas llenas de dientes muy afilados. Los estintariles se movían en manadas que viajaban a gran velocidad por los caminos arbóreos, sin detenerse nunca y devorando todo lo que permaneciera inmóvil el tiempo suficiente para que pudieran darle un bocado. Jacen lo había pasado en grande capturando aquel par.

En un recinto transparente saturado de humedad, varios diminutos cangrejos nadadores estaban utilizando barro pegajoso para construir complejos nidos con pequeñas torres y baluartes curvados. En un cuenco lleno de agua nadaban las siluetas amorfas de unas cuantas salamandras mucosas, que eran criaturas diluidas e informes de color rosado hasta que trepaban a alguna repisa. Entonces endurecían sus membranas exteriores, adquiriendo un aspecto de medusa con pseudópodos y una boca que les permitía cazar insectos entre la maleza.

Otra jaula en la que había tendidos gruesos cables muy resistentes contenía un iridiscente enjambre azulado de pirañas-escarabajo que se arrastraban de un lado a otro, haciendo chasquear sus mandíbulas y tratando continuamente de abrir un agujero a base de mordiscos para poder escapar por él. En la jungla, un enjambre de pirañas-escarabajo podía llover del cielo con un estridente zumbido letal. Cuando caían sobre su presa, las pirañas-escarabajo podían convertir un animal de gran tamaño en un montón de huesos mordisqueados en cuestión de minutos. Jacen estaba orgulloso de que su colección tuviera los únicos especímenes en cautividad existentes.

Frecuentemente lo que le daba más trabajo no era mantener a sus animales exóticos dentro de sus jaulas, sino averiguar qué comían. A veces se alimentaban de frutos o flores. A veces devoraban trozos de carne fresca. A veces los de mayores dimensiones incluso lograban escapar de su confinamiento y se comían a los otros especímenes, para gran consternación de Jacen.

A diferencia de los estrictos profesores que Jacen y Jaina habían tenido en su hogar de Coruscant, el planeta cubierto de ciudades, Luke Skywalker no se guiaba por un curso de estudios rigurosamente programado. El tío Luke les había explicado que para ser un Jedi había que comprender muchos fragmentos del tapiz de la galaxia, y no meramente una pauta inmutable fijada por otros.

Eso permitía que Jacen pasara una gran parte de su tiempo libre vagando por la densa vegetación, apartando las flores y la maleza de la jungla para recoger hermosos insectos y recolectar raros hongos exóticos. Siempre había tenido una extraña y profunda afinidad con las criaturas vivas, de la misma manera que su hermana tenía un talento natural para entender la maquinaria y los aparatos. Jacen podía atraer a los animales con su talento especial de la Fuerza, haciendo que vinieran hasta él para poder estudiarlos a placer.

Algunos estudiantes Jedi —especialmente Raynar, un chico bastante insufrible que siempre estaba creando problemas— no veían con buenos ojos el pequeño zoo que Jacen tenía en su habitación. Pero Jacen estudiaba a sus criaturas y cuidaba de ellas, y aprendía muchas cosas de los animales.

Sacó agua fresca de una pequeña cisterna que Jaina había instalado en la pared y fue llenando bandejas que repartió por las jaulas. Sus movimientos asustaron a una familia de arañas saltarinas color púrpura, que empezaron a dar saltos de un lado a otro y se lanzaron contra la tela metálica que cubría su caja.

—Calmaos —les susurró Jacen mientras deslizaba los dedos a lo largo de los delgados alambres—. No pasa nada.

Las arañas interrumpieron sus piruetas y se dispusieron a beber a través de sus largos colmillos huecos.

En otra jaula los pájaros susurradores se habían quedado callados, posiblemente porque tenían hambre. Jacen tendría que coger unos cuantos embudos de néctar frescos de las lianas que crecían sobre las piedras de los templos medio en ruinas del otro lado del río.

Ya casi era hora de ir a las lecciones matinales. Jacen se despidió de sus mascotas dando suaves golpecitos en los lados de los recipientes. Se disponía a marcharse cuando se detuvo y vaciló. Volvió la mirada hacia el recipiente de abajo, donde la serpiente de cristal transparente solía estar enroscada encima de un lecho de hojas secas.

La serpiente de cristal era casi invisible, y Jacen sólo podía verla si la observaba bajo cierto ángulo de la luz. Pero mirara como mirase no vio ningún destello de escamas cristalinas, ninguna curva de luz parecida a un arco iris que se doblara alrededor de la criatura transparente. Jacen se inclinó sobre el recipiente, muy alarmado, y descubrió que una de las esquinas inferiores estaba doblada hacia arriba justo lo suficiente para que el delgado cuerpo de una serpiente pudiera salir por ella.

—Esto me huele mal —dijo Jacen, repitiendo sin darse cuenta las palabras que su padre solía emplear con tanta frecuencia.

La serpiente de cristal no era particularmente peligrosa, o por lo menos Jacen no pensaba que lo fuese. Sabía por experiencia propia que la mordedura de la serpiente provocaba un dolor agudo y penetrante que sólo duraba un momento, después de lo cual la víctima se sumía en un profundo sueño. Aproximadamente una hora después despertabas sin que hubiera ningún otro efecto perjudicial, pero aun así era la clase de peligro que alguien como Raynar podía utilizar para armar jaleo y, tal vez, obligar a Jacen a trasladar sus mascotas a un módulo de almacenamiento exterior.

Y la serpiente de cristal andaba suelta.

El miedo empezó a acelerarle el pulso, pero Jacen se acordó de utilizar una de las técnicas de relajación Jedi de su tío Luke para mantener la calma y que le ayudara a poder pensar con más claridad. Enseguida supo lo que tenía que hacer: haría que su hermana Jaina le ayudara a encontrar la serpiente antes de que nadie se diera cuenta de que había desaparecido.

Salió al pasillo sumido en la penumbra y sus oscuros ojos se movieron de un lado a otro para averiguar si había alguien que pudiera verle. Después se apresuró a meterse por la arcada de piedra contigua a la suya y se quedó inmóvil después de cruzar el umbral, parpadeando entre las sombras de la habitación de su hermana.

Una pared entera de su alojamiento estaba ocupada por recipientes meticulosamente amontonados llenos de piezas y repuestos, ciberfusibles, circuitos electrónicos y diminutos engranajes extraídos de androides ya anticuados que habían sido desmontados. Jaina había sacado células de energía no utilizadas y sistemas de control de la vieja sala de guerra rebelde instalada en las profundidades de las cámaras interiores de la pirámide del templo.

Hubo un tiempo, mucho antes de que los gemelos hubieran nacido, en que aquel viejo templo había sido el cuartel general de la base secreta rebelde escondida en las junglas de aquella luna aislada. Su madre, la princesa Leia, había ayudado a los rebeldes a defender su base contra la terrible Estrella de la Muerte; y por aquel entonces su padre, Han Solo, sólo era un contrabandista, pero había acabado rescatando a Luke Skywalker.

Pero eso pertenecía al pasado, y la mayor parte del viejo equipo de la base rebelde desierta no era utilizado y había sido olvidado por los estudiantes Jedi. Jaina pasaba su tiempo libre haciendo experimentos con él y juntando los componentes de nuevas maneras. Su habitación contenía tales cantidades de equipo de gran tamaño que Ja-cen apenas disponía del espacio necesario para moverse por su interior. Miró a su alrededor, pero no vio ni rastro de la serpiente de cristal escapada.

—¿Jaina? —preguntó—. ¡Jaina, necesito tu ayuda!

Sus ojos volvieron a recorrer la oscura estancia tratando de encontrar a su hermana. Podía captar el olor acre de los fusibles quemados, y oyó el repiqueteo ahogado de una herramienta pesada chocando con el metal.

—Un momento.

La voz de Jaina, envuelta en ecos metálicos, procedía del interior de la masa de maquinaria corroída en forma de barril que ocupaba la mitad de su habitación. Jacen se acordó de cuando los dos, ayudados por su musculosa amiga Tenel Ka, habían utilizado un tanto torpemente sus poderes de la Fuerza para trasladar la pesada maquinaria a lo largo de los corredores serpenteantes para que Jaina pudiera trabajar en ella hasta altas horas de la noche dentro de su habitación.

—¡Date prisa! —dijo Jacen en un tono cada vez más apremiante.

Jaina salió por una abertura de la cañería de alimentación, retrocediendo de espaldas hasta quedar fuera de ella. Su lacia cabellera de un castaño oscuro estaba recogida con un cordel para mantenerla apartada de su delgado rostro, y su mejilla izquierda estaba manchada de grasa.

La melena de Jaina le llegaba hasta los hombros y era tan abundante como la de su madre, pero nunca había querido dedicarle el tiempo que habría necesitado para retorcerla y moldearla en los magníficos y complejos peinados por los que había llegado a ser tan famosa la princesa Leia.

Jacen extendió la mano hacia su hermana gemela para ayudarla a levantarse.

—¡Mi serpiente de cristal se ha vuelto a escapar! Tenemos que encontrarla. ¿La has visto?

Jaina apenas prestó atención a sus palabras.

—No, he estado muy ocupada ahí dentro —dijo—. Pero ya casi he terminado. —Señaló la sucia masa de maquinaria que latía y vibraba—. Cuando haya acabado, podremos instalarla en el río al lado del templo. La corriente de agua puede hacer girar las ruedas de paletas y cargará todas nuestras baterías, y además...

Estaba hablando cada vez más deprisa. A Jaina le encantaba dar explicaciones, y cuando empezaba siempre le costaba mucho parar.

Jacen intentó interrumpirla, pero no logró encontrar ninguna pausa en su discurso.

—Pero mi serpiente...

—Si instalamos unos conectores de salida en fase, podremos transferir energía al Gran Templo y eso nos proporcionará toda la luz que necesitemos. Añadiendo unos selectores de proteínas especiales, podremos extraer algas del agua y procesarlas hasta convertirlas en comida. Incluso podríamos alimentar todos los sistemas de comunicaciones de la Academia Jedi y...

Jacen, por fin, logró hacerla callar.

—¿Por qué dedicas todo tu tiempo a esto, Jaina? Tenemos docenas de células de energía permanentes que sobraron de la vieja base rebelde, ¿no?

Jaina suspiró, con lo que consiguió que Jacen tuviera la sensación de que se le había pasado por alto algún punto profundamente importante.

—No estoy construyendo esto porque sea útil —dijo—. Lo estoy haciendo para averiguar si puedo hacerlo. En cuanto sepa que puedo hacerlo, ya no tendré que desperdiciar más tiempo preguntándome si algo de lo que aprendo aquí es útil o no.

Jacen seguía sin estar muy seguro de haberla entendido, pero después de todo su hermana nunca conseguía entender su fascinación por los seres vivos.

—Ya sé que aún no lo has acabado, Jaina, pero me preguntaba si tendrías un momento libre para ayudarme a encontrar mi serpiente. Se ha escapado. No sé dónde buscarla.

—Muy bien —dijo Jaina, limpiándose la suciedad de las manos en su mono de trabajo lleno de manchas—. Si la serpiente se ha escapado de tu habitación, probablemente habrá ido por el pasillo.

Los dos hermanos salieron al largo corredor. Escrutaron las sombras y escucharon, inmóviles el uno al lado del otro.

La habitación de Jacen era la última estancia en uno de los pasajes del templo que llevaban a un muro de fría piedra resquebrajada. Pero ninguna de las grietas era lo bastante ancha para que la serpiente de cristal pudiera esconderse dentro de ella.

—Tendremos que mirar en todas las habitaciones —dijo Jaina.

Jacen asintió.

—Si algo anda mal, tendríamos que ser capaces de percibirlo. Tal vez pueda utilizar la Fuerza para seguir la pista de la serpiente hasta el sitio en el que se haya escondido.

Oyeron como los otros estudiantes Jedi se vestían y aseaban, o tal vez se limitaban a dormir unos minutos, dentro de sus habitaciones. Jacen aguzó el oído y escuchó con la débil esperanza de oír gritar a alguien, porque entonces sabría adonde había ido la serpiente.

Fueron sigilosamente de una habitación a otra, deteniéndose delante de las puertas cerradas. Jacen rozó la madera con las puntas de los dedos, pero no notó ninguna sensación de cosquilleo que pudiera indicar la presencia de su mascota huida.

Pero cuando llegaron a la puerta de Raynar, que estaba entreabierta, se dieron cuenta de inmediato de que había algo que se salía de lo corriente. Los gemelos asomaron la cabeza por el hueco de la puerta y vieron al muchacho caído sobre las losas del suelo de piedra pulimentada.

Raynar llevaba unas soberbias prendas de tela púrpura, oro y escarlata, los colores de la casa de su noble familia. A pesar de las amables sugerencias del tío Luke, el muchacho rara vez se quitaba su elegante indumentaria y nunca se dejaba ver llevando las modestas pero cómodas ropas que se utilizaban para el adiestramiento Jedi.

La despeinada cabellera rubia de Raynar brillaba como motas de polvo de oro bajo la claridad matinal que entraba a chorros por las rendijas de los ventanales de su habitación. Sus mejillas sonrojadas se hundieron, y el aire escapó de su boca mientras roncaba suavemente en una postura bastante incómoda sobre el frío suelo.

—¡Por todos los rayos desintegradores! —exclamó Jacen—. Creo que hemos encontrado a mi serpiente.

Jaina cerró la puerta y se colocó junto a la rendija para que la serpiente de cristal no pudiera pasar junto a ella.

Jacen se arrodilló al lado de Raynar y dejó que sus párpados se cerraran. Estiró los dedos en el aire, y sus nudillos crujieron. Después permitió que su mente fluyera libremente y se imaginó cuáles podían ser los pensamientos de una serpiente. Como de costumbre, Jacen percibió muchas cosas al mismo tiempo a través de la Fuerza, pero se concentró y siguió buscando a su serpiente.

Percibió una delgada y perezosa línea de pensamientos, una mente que se satisfacía con gran facilidad y que en aquellos momentos se sentía cómoda y a salvo. Sus únicos pensamientos eran calor, calor..., sueño, sueño y silencio. La serpiente de cristal estaba hecha un ovillo y dormitaba debajo de Raynar, oculta entre los pliegues de su jubón púrpura.

—Ven, Jaina —susurró Jacen.

Su hermana dejó de montar guardia al lado de la puerta y se puso en cuclillas junto a él. La tela de su mono lleno de manchas siseó como otra serpiente cuando se arrodilló sobre el suelo.

—Supongo que está justo debajo del cuerpo de Raynar, ¿no?

Jacen asintió.

—Sí, donde hace más calor.

—Eso es un problema —dijo Jaina—. Podría darle la vuelta, y entonces tú cogerías a la serpiente.

—No, eso la asustaría —replicó Jacen—. Podría volver a morder a Raynar.

Jaina frunció el ceño.

—Estaría durmiendo una semana entera y se perdería todas esas clases.

—Sí —dijo Jacen—, pero entonces al menos el tío Luke podría terminar una lección sin ser interrumpido por las preguntas de Raynar.

Jaina se rió.

—En eso tienes razón.

Jacen percibió la presencia de la serpiente enroscada con su mente y vio cómo descansaba tranquilamente. Pero justo en ese momento, como si Raynar les hubiera oído hablar de él, soltó un resoplido y se removió en sueños.

La serpiente se agitó, muy alarmada. Jacen se apresuró a enviar un mensaje tranquilizador utilizando técnicas de relajación Jedi que le había enseñado Luke. Envió pensamientos tranquilizadores y reconfortantes que no sólo calmaron a la serpiente, sino también a Raynar.

—Si trabajáramos juntos, podríamos utilizar nuestros poderes Jedi para levantar a Raynar por los aires —sugirió Jacen—. Después yo podría sacar a la serpiente de debajo de él.

—Bueno, ¿a qué estamos esperando? —replicó Jaina, contemplando a su hermano con las cejas enarcadas.

Los gemelos cerraron los ojos y se concentraron. Rozaron las ropas multicolores de Raynar con las puntas de los dedos mientras imaginaban lo ligero que podía llegar a ser, que era meramente una pluma que flotaba en el aire y que no pesaba nada en absoluto, y que podían hacer que fuese ascendiendo lentamente hacia el techo.

Jacen contuvo el aliento y el estudiante Jedi, que seguía roncando, empezó a elevarse sobre las losas del suelo. Los holgados ropajes de Raynar colgaron como cortinas debajo de él, dejando en libertad a la serpiente adormilada.

La repentina privación de su caliente escondite hizo que la serpiente de cristal despertara sintiéndose llena de ira y con el deseo instintivo de atacar. Jacen percibió cómo se desenroscaba y buscaba un objetivo viviente, preparada para morder.

—¡Sostén a Raynar! —le gritó a Jaina.

Jacen se lanzó hacia adelante, moviéndose a la velocidad del rayo para atrapar a la escurridiza serpiente de cristal. Sus dedos le rodearon el cuello, agarrándola por detrás de la compacta cabeza triangular. Jacen envió un chorro concentrado de pensamientos tranquilizadores dirigido al pequeño cerebro reptiliano, calmándolo y extinguiendo su ira.

El rápido movimiento de Jacen y su brusca ruptura del contacto con la Fuerza sobresaltaron a Jaina, y sólo consiguió mantener en el aire a Raynar durante un par de segundos. Mientras Jacen se esforzaba por calmar a la serpiente, la presa invisible con que Jaina sostenía en el aire al muchacho flotante se fue debilitando y acabó rompiéndose.

Raynar cayó sobre el duro suelo de piedra en un confuso montón de brazos, piernas y telas multicolores. El golpe de la caída fue lo bastante fuerte para despertarle incluso del sueño drogado en el que se había sumido por la mordedura de la serpiente. Raynar se irguió con un gruñido, meneando la cabeza mientras abría y cerraba sus ojos azules.

Jacen siguió calmando a la serpiente invisible escondida en su mano. Envió pensamientos cosquilleantes a su mente hasta que la serpiente hirvió de placer. Se sentía tan satisfecha y a gusto que se enroscó alrededor de la muñeca de Jacen, apoyando su plana cabeza transparente sobre su puño. El resplandor iridiscente que despedía apenas era visible incluso en las mejores condiciones de iluminación. Sus escamas eran como una delgada película de diamantes, y sus negros ojos parecían dos motitas de carbón.

Raynar, aún bastante aturdido, alzó la mirada hacia los gemelos de cabellos oscuros inmóviles delante de él y se rascó la cabeza, visiblemente confuso.

—¿Jacen? ¿Jaina? Bien, bien, bien, ¿qué estáis...? ¡Eh!

Raynar se irguió un poco más y se sacudió el brazo izquierdo, como si lo tuviera entumecido. Después fulminó con la mirada a Jacen.

—Me pareció ver a una de tus..., tus criaturas aquí dentro durante un momento. Y eso es lo último que recuerdo. ¿Alguna de tus mascotas anda suelta?

Jacen, incómodo y avergonzado, escondió la mano cubierta por la serpiente detrás de su espalda.

—No —replicó—. Puedo decir con toda honestidad que tengo controlada hasta la última de mis mascotas.

Jaina se inclinó sobre el otro muchacho Jedi para ayudarle a levantarse.

—Debes de haberte quedado dormido, Raynar. Tendrías que haber ido a tu catre si realmente estabas tan cansado. —Le sacudió la ropa—. ¿Ves? Has conseguido ponerte perdido de polvo.

Raynar contempló con alarma el polvo y las manchas de suciedad de sus esplendorosos ropajes.

—Ahora tendré que cambiarme de traje. ¡No puedo permitir que me vean en semejante estado! —exclamó mientras se pasaba las manos por la ropa con expresión consternada.

—Bueno, entonces te dejaremos a solas para que te cambies —dijo Jacen, retrocediendo hacia la puerta—. Ya te veremos en clase.

Jacen y Jaina salieron a toda prisa de la habitación de Raynar. Jacen, que de repente se sintió lo suficientemente envalentonado para burlarse de Raynar, se despidió de él agitando la mano que seguía sosteniendo la invisible serpiente de cristal.

Los gemelos volvieron corriendo a sus cuartos para poder cambiarse también, no queriendo llegar tarde a la lección en la que Luke les enseñaría cómo convertirse en Caballeros Jedi.