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Jaina se metió a toda prisa en su habitación para cambiarse de ropa mientras Jacen iba corriendo a dejar la serpiente de cristal dentro de su recipiente. Se echó en la cara agua fría de la nueva cisterna instalada en la pared de su dormitorio.

Después salió al pasillo con el rostro todavía mojado y sintiendo el cosquilleo del frío en la piel.

—Date prisa o llegaremos tarde —dijo mientras Jacen se apresuraba a reunirse con ella.

Los gemelos fueron corriendo hasta el turboascensor, que los llevó a los niveles superiores del templo en forma de pirámide. Entraron en el enorme espacio lleno de ecos de la gran cámara de audiencias. El aire vibraba con los ruidos producidos por los otros candidatos a convertirse en Caballeros Jedi, que ya se estaban reuniendo en la gigantesca estancia donde Luke Skywalker hablaba cada día.

Haces de luz matinal rebotaban con un sinfín de destellos en las lisas superficies de piedra. La luz estaba impregnada por un tono anaranjado reflejado del planeta Yavin, el gigante de gas color naranja que flotaba en el cielo y alrededor del que orbitaba la pequeña luna cubierta de junglas.

Docenas de estudiantes Jedi de distintas edades y especies fueron encontrando su lugar en las hileras de asientos de piedra esparcidas a través del largo suelo que formaba pendiente. Jaina pensó que era como si alguien hubiera lanzado una piedra gigantesca sobre el estrado, despidiendo olas paralelas de bancos que se iban perdiendo en ondulaciones hasta el final de la gran cámara.

Una mezcla de lenguajes y sonidos llegó a los oídos de Jaina junto con el rico olor a intemperie que procedía de las junglas inexploradas del exterior. Jaina olisqueó el aire, pero no pudo identificar los distintos perfumes de las flores, aunque probablemente Jacen se los conocía todos de memoria. Lo que Jaina podía oler con más claridad en aquellos momentos era la mezcla de olores corporales almizclados de los distintos estudiantes Jedi alienígenas, desde los pelajes apelmazados hasta las escamas recalentadas por el sol pasando por los aromas agridulces de las feromonas.

Jacen la siguió hasta unos asientos vacíos, y los gemelos dejaron atrás a un par de corpulentas criaturas cubiertas de pelos rosados que estaban intercambiando gruñidos. Mientras se sentaba sobre la fría y un poco resbaladiza piedra del asiento, Jaina alzó la mirada hacia los cuadrados del techo del templo y contempló las muchas formas y colores distintos dispuestos en mosaicos que formaban dibujos extraños e incomprensibles.

—Cada vez que venimos aquí —dijo—, pienso en esos viejos vídeos de la ceremonia en la que mamá entregó sus medallas al tío Luke y a papá. Estaba tan guapa... —añadió mientras se llevaba una mano a su lacia cabellera, que se limitaba a estirar con un peine.

—Sí, y papá parecía todo un pirata —dijo Jacen.

—Bueno, en aquellos tiempos era un contrabandista —replicó Jaina.

Pensó en los soldados rebeldes que habían sobrevivido al ataque lanzado contra la primera Estrella de la Muerte, los que se habían enfrentado al Imperio en la gran batalla espacial para destruir la terrible superarma. Habían transcurrido más de veinte años desde entonces, y Luke Skywalker había convertido la base abandonada en un centro de adiestramiento para quienes esperaban poder convertirse en Jedi, y estaba reconstruyendo la Orden de los Caballeros Jedi.

El mismo Luke había empezado a adiestrar otros Jedi cuando los gemelos aún no tenían dos años. Últimamente Luke solía estar lejos ocupado con sus propias misiones y sólo pasaba una parte de su tiempo en la Academia Jedi, pero ésta seguía abierta bajo la dirección de otros Caballeros Jedi a los que había adiestrado.

Algunos de los que se sometían al adiestramiento no tenían prácticamente ningún potencial Jedi, y se conformaban con ser meros historiadores de las tradiciones Jedi. Otros poseían un gran talento, pero todavía no habían iniciado su auténtico adiestramiento. Aun así, Luke se guiaba por la filosofía de que todos los Jedi en potencia podían aprender los unos de los otros. Los fuertes podían aprender de los débiles y los viejos podían aprender de los jóvenes..., y viceversa.

Jacen y Jaina habían ido a Yavin 4, enviados por su madre para que fuesen adiestrados durante parte del año. Anakin, su hermano pequeño, se había quedado en casa en el mundo capital de Coruscant, pero no tardaría en reunirse con ellos.

Durante su infancia, Luke Skywalker ya había ido ayudando de vez en cuando a los hijos de Han Solo y la princesa Leia a ir conociendo su poderoso talento. En Yavin 4 lo único que podían hacer era estudiar, practicar, adiestrarse y aprender, y hasta el momento eso había resultado ser mucho más interesante que el programa de estudios que los solemnes androides educativos habían desarrollado para ellos en Coruscant.

—¿Dónde está Tenel Ka?

Jacen recorrió la multitud con la mirada, pero no vio ni rastro de su amiga del planeta Dathomir.

—Debería estar aquí —dijo Jaina—. Esta mañana vi cómo salía para hacer sus ejercicios en la jungla.

Tenel Ka era una estudiante Jedi enérgica y concienzuda que trabajaba muy duro para convertir sus sueños en realidad. Estaba muy poco interesada en los libros, las historias y las meditaciones; pero era una atleta excelente que prefería la acción al pensar. Luke Skywalker le había dicho que ésa era una habilidad muy valiosa para una Jedi..., siempre que Tenel Ka supiera en qué momentos era adecuado utilizarla.

Su amiga era impaciente y tozuda, y parecía no tener el más mínimo sentido del humor. Los gemelos habían convertido en un desafío personal el averiguar si conseguían hacerla reír.

—Será mejor que se dé prisa —dijo Jacen mientras el silencio empezaba a hacerse en la sala—. El tío Luke no tardará en empezar.

Jaina captó un movimiento por el rabillo del ojo y alzó la mirada hacia una de las claraboyas incrustadas en lo alto de una pared de la gran cámara. La esbelta y flexible silueta de una muchacha acababa de aparecer en el angosto alféizar de piedra.

—¡Ah, ahí está!

—Debe de haber escalado el templo por la parte de atrás —dijo Jacen—. Siempre estaba hablando de hacerlo, pero nunca pensé que lo intentaría.

—En esa zona hay montones de lianas —respondió Jaina, siempre muy lógica, como si el escalar aquel monumento tremendamente antiguo fuese algo que los estudiantes Jedi hacían cada día.

Mientras la contemplaban, Tenel Ka utilizó una delgada tira de cuero para recoger su larga melena color rojo oro detrás de sus hombros e impedir que la estorbara. Después la musculosa joven flexionó los brazos. Sujetó un gancho de escalada plateado al extremo de la repisa de piedra, y fue desenrollando un delgado fibrocable de su cinturón de herramientas.

Tenel Ka se fue bajando a sí misma como una araña en una tela, caminando en un precario descenso a lo largo de la lisa superficie de la pared interior.

Los otros estudiantes Jedi la observaron. Algunos aplaudieron, y otros se limitaron a reconocer la habilidad de la muchacha. Podría haber utilizado sus poderes Jedi para acelerar su descenso, pero Tenel Ka confiaba en su cuerpo siempre que ello era posible y sólo utilizaba la Fuerza como último recurso. Tenel Ka creía que depender excesivamente de sus poderes especiales era una muestra de debilidad.

Se posó sin ninguna dificultad sobre el suelo de piedra y las suelas de sus botas de escamas relucientes tocaron el suelo con un leve «clic». Tenel Ka volvió a flexionar los brazos para relajar sus músculos y después agarró el delgado fibrocable. Desprendió el gancho de escalada con una sacudida de la Fuerza haciendo que cayera de la repisa de piedra, y lo pilló limpiamente al vuelo con la mano al final de su caída.

Después enrolló el fibrocable en su cinturón y giró sobre sí misma con el rostro muy serio, se quitó la tira de cuero de los cabellos y meneó la cabeza para hacer que las trenzas pelirrojas se desplegaran y cayeran sobre sus hombros.

Tenel Ka llevaba la vestimenta habitual entre las mujeres de Dathomir, unas sencillas prendas atléticas confeccionadas con las pieles escarlata y verde esmeralda de los reptiles nativos. La túnica flexible y ligeramente blindada y los pantalones cortos le dejaban los brazos y las piernas al descubierto. A pesar de llevar tanta piel al aire y hacer numerosas incursiones por la jungla, Tenel Ka nunca parecía tener problemas con los arañazos o las picaduras de los insectos.

Jacen la saludó con un gesto de la mano y sonrió. Tenel Ka inclinó la cabeza para indicarle que le había visto, fue hasta donde estaban sentados los gemelos y se deslizó sobre la fría piedra del banco al lado de Jacen.

—Saludos —dijo secamente Tenel Ka.

—Buenos días —dijo Jaina.

Sonrió a la joven amazona, que a su vez la miró con sus grandes y gélidos ojos grises pero sin devolver la sonrisa, no por grosería sino porque no era propio de su manera de ser. Tenel Ka rara vez sonreía.

Jacen le dio un suave codazo.

—Tengo uno nuevo para ti, Tenel Ka —dijo en voz baja—. Creo que te gustará. ¿Cómo llamas a la persona que le trae su cena a un rancor?

Tenel Ka puso cara de perplejidad.

—No lo entiendo.

—¡Es un chiste! —exclamó Jacen—. Vamos, a ver sí lo adivinas.

—Ah, un chiste —dijo Tenel Ka, asintiendo—. ¿Esperas que me ría?

—En cuanto acabe de contártelo no podrás parar de reír —dijo Jacen—. Vamos, ¿cómo llamas a la persona que le trae su cena a un rancor?

—No lo sé —dijo Tenel Ka.

Jaina habría apostado cien créditos a que la joven ni siquiera haría un intento de adivinar la respuesta.

—¡El aperitivo! —dijo Jacen, y soltó una risita.

Jaina gimió, pero el rostro de Tenel Ka siguió tan serio como antes.

—Necesitaré que me expliques por qué es divertido..., pero veo que la lección está a punto de empezar. Ya me lo explicarás en otro momento.

Jacen alzó los ojos hacia el techo y no dijo nada.

Luke Skywalker acababa de subir a la plataforma de los oradores cuando un Raynar muy acalorado emergió del turboascensor. El muchacho, que resoplaba y tenía el rostro enrojecido, avanzó casi corriendo por la larga avenida que se extendía entre los asientos, intentando encontrar un sitio lo más adelante posible. Jaina se dio cuenta de que llevaba un traje totalmente distinto que era tan impresionante como el anterior, y cuyos colores armonizaban igual de mal unos con otros. Raynar se sentó y alzó la mirada hacia el Maestro Jedi, con el obvio deseo de impresionar a su profesor.

Luke Skywalker permaneció inmóvil sobre el estrado y contempló la abigarrada multitud de sus estudiantes. Sus ojos agudos y brillantes parecieron atravesarlos. Todos se quedaron callados de repente, como si una manta cálida y suave hubiera descendido sobre ellos.

Luke seguía teniendo el aspecto juvenil que Jaina recordaba de las cintas históricas, pero el paso del tiempo había hecho que su esbelto cuerpo contuviera un poder tranquilo, una tempestad aprisionada en un recipiente de dulzura tan dura como el diamante. Luke había conseguido superar muchas pruebas y salir de ellas envuelto en una brillante aureola de fortaleza. Había sobrevivido para formar la clave de bóveda de los nuevos Caballeros Jedi, que protegerían a la Nueva República de los últimos vestigios del mal existentes en la galaxia.

—Que la Fuerza os acompañe —dijo Luke con una voz suave que aun así llegó hasta el último rincón de la gran cámara de audiencias. Las palabras de aquella frase tan repetida hicieron que Jaina sintiese un cosquilleo que se extendió por toda su piel. Jacen sonrió fugazmente junto a ella. Tenel Ka se irguió rígidamente, como en una postura de homenaje—. Como os he dicho muchas veces —siguió diciendo Luke—, no creo que el adiestramiento de un auténtico Jedi surja de escuchar conferencias. Quiero enseñaros cómo se aprende a actuar y cómo hacer cosas, no meramente a pensar en ellas. «El intentarlo no existe», como me enseñó Yoda, uno de mis Maestros Jedi.

Raynar alzó la mano en la primera fila, moviendo los dedos en el aire entre una agitación de colores chillones para atraer la atención de Luke. Un gemido claramente audible onduló por la atmósfera de la gran sala. Jacen dejó escapar un ruidoso suspiro y Jaina esperó en silencio, preguntándose qué pregunta se le habría ocurrido a Raynar aquella vez.

—Maestro Skywalker, no entiendo qué quiere decir con eso de que «El intentarlo no existe» —dijo Raynar—. Usted tiene que haberlo intentado y fracasado en alguna ocasión. Nadie puede tener éxito siempre en todo lo que quiere hacer.

Luke contempló al muchacho con el rostro lleno de paciencia y comprensión. Jaina nunca entendía cómo se las arreglaba su tío para poder mantener la compostura durante las frecuentes interrupciones de Raynar, y supuso que debía de ser una de las cosas por las que se distinguía a un auténtico Maestro Jedi.

—No he dicho que nunca fracasara —replicó Luke—. Ningún Jedi llega jamás a ser perfecto. Pero a veces lo que conseguimos hacer no es exactamente lo que teníamos intención de hacer. Concentraros en lo que habéis logrado hacer, en vez de en lo que meramente esperabais poder hacer. O en lo que no habéis conseguido hacer... Sí, admitid lo que habéis perdido, pero mirad de una manera distinta para ver lo que habéis ganado.

Luke juntó las manos y fue con paso ágil y fluido desde un extremo de la plataforma de los oradores al otro. Sus luminosos ojos no se apartaron ni un solo instante del rostro levantado de Raynar, pero aun así Luke parecía ser capaz de mirar a todos sus estudiantes y de hablarles a todos a la vez.

—Permitidme que os dé un ejemplo —dijo—. Hace algunos años tuve un candidato muy brillante llamado Hrakiss. Era un estudiante de gran talento, y con unos voraces deseos de aprender. Tenía un gran potencial para el uso de la Fuerza. Parecía bueno y deseoso de ayudar a los demás, y se le veía fascinado por todo lo que yo tenía que enseñarle. También era un gran actor.

Luke respiró hondo, enfrentándose a un desagradable recuerdo del pasado.

—En cuanto se supo que había fundado una academia para enseñar a los futuros Caballeros Jedi, no tuvo nada de sorprendente que los restos del Imperio decidieran infiltrar a sus estudiantes en mi academia. Conseguí descubrir sus primeros intentos. Eran torpes y carecían de talento.

»Pero Brakiss era distinto. Supe que era un espía imperial desde el momento en que bajó de la lanzadera y contempló las junglas de Yavin 4. Pude percibirlo dentro de él, una sombra muy oscura apenas oculta por su máscara de afabilidad y entusiasmo... Pero en Brakiss también vi un auténtico talento para la Fuerza. Una parte de su ser había sido corrompida hacía mucho tiempo. Era como una profunda tara rodeada por una hermosa fachada exterior.

»En vez de rechazarle enseguida, decidí permitir que se quedara aquí para poder mostrarle otros caminos. Para curarle... Porque si podía haber bien incluso dentro del corazón de Darth Vader, mi padre, también tenía que haber bondad en alguien tan nuevo y que había vivido tan poco como Brakiss.

Luke alzó la mirada hacia el techo, y después volvió a posarla sobre su audiencia.

—Brakiss permaneció aquí durante muchos meses y dediqué un interés especial a enseñarle, guiándole y empujándole suavemente hacia el lado luminoso de la Fuerza de todas las maneras posibles. Parecía estar cambiando, suavizándose... Pero Brakiss era más frío y todavía más engañoso de lo que incluso yo había sospechado. Durante una parte de su adiestramiento, le envié a una misión ilusoria que le parecería real, una prueba que le obligaría a enfrentarse consigo mismo. Brakiss tenía que mirar dentro de su ser, y tenía que ver el núcleo de su persona como nadie más podía hacerlo.

»Había esperado que la prueba le curaría, pero Brakiss perdió esa batalla. Tal vez sencillamente no estaba preparado para enfrentarse con lo que vio dentro de sí mismo. No sé cómo ocurrió, pero eso le destruyó. Huyó de esta luna selvática, y creo que volvió directamente al Imperio..., llevándose consigo cuanto le había enseñado sobre el Camino del Jedi.

Muchos estudiantes dejaron escapar un jadeo ahogado que resonó en toda la gran sala de audiencias. Jaina se irguió y lanzó una mirada llena de alarma a su hermano gemelo. Nunca había oído aquella historia antes.

Raynar había vuelto a levantar la mano, pero Luke le contempló con los ojos entrecerrados y tan llenos de poder que el arrogante estudiante se encogió sobre sí mismo y bajó la mano.

—Sé qué estás pensando —siguió diciendo Luke—. Estás pensando que intenté hacer volver a Brakiss al lado de la luz y que fracasé. Pero, tal como te dije hace sólo unos momentos, me vi obligado a comprender de qué manera había triunfado.

»Le mostré mi compasión. Le permití aprender los secretos del lado de la luz sin que fueran corrompidos por lo que ya le habían enseñado, y también hice que se viera a sí mismo y que comprendiera hasta qué punto había sido deformado. En cuanto hube conseguido todo eso, la tarea dejó de ser mía. La elección final estaba en manos de Brakiss, y sigue estándolo.

Luke alzó los ojos y contempló a la multitud de estudiantes Jedi. Cuando la mirada de Luke pasó sobre ellos Jaina sintió una especie de sacudida eléctrica, como si una mano invisible acabara de rozarla.

—Si queréis convertiros en Jedi, tendréis que enfrentaros a muchas elecciones —dijo Luke—. Algunas pueden ser sencillas pero duras, y otras pueden ser terribles ordalías. En mi Academia Jedi puedo proporcionaros herramientas para que las utilicéis cuando os estéis enfrentando a esas elecciones, pero no puedo decidir por vosotros. Debéis triunfar a vuestra manera.

Antes de que Luke pudiera seguir hablando se oyó el alarido estridente de las alarmas que anunciaban una emergencia.

Erredós, el pequeño androide que siempre estaba cerca de Luke, entró a toda velocidad en la gran sala de audiencias emitiendo una ruidosa serie de ininteligibles silbidos y pitidos electrónicos. Pero Luke pareció comprenderlos, y bajó de un salto del estrado.

—¡Hay problemas en la pista de descenso! —gritó, y fue corriendo hacia el turboascensor. Siguió hablando a sus estudiantes mientras corría, con los pliegues de su túnica aleteando a su alrededor—. Pensad en lo que os he dicho e id a practicar vuestras habilidades.

Los estudiantes se removieron, confusos y sin saber qué hacer.

Jacen, Jaina y Tenel Ka se miraron, con el mismo pensamiento en la mente de cada uno.

—¡Vamos a averiguar qué está pasando!