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—Ya está —dijo Jaina. Relajó el control mental que estaba ejerciendo sobre una gran masa de cables y alambres enredados, y ésta se posó en un montón más o menos compacto sobre una de las pilas de componentes electrónicos recién ordenados de su habitación—. Creo que ya es suficiente —añadió con un asentimiento de satisfacción.

—¿Eso quiere decir que ya podemos ir a comer? —preguntó Jacen—. Llevas media noche con esto.

—Quiero que papá quede impresionado —dijo Jaina, y se encogió de hombros.

Jacen se rió.

—¡Él nunca tiene tan ordenadas sus herramientas!

—Supongo que me he dejado llevar por el entusiasmo —replicó Jaina, y le devolvió la sonrisa—. Aún nos quedan unas cuantas horas antes de que lleguen.

Jacen soltó un bufido y se levantó del suelo, donde había estado sentado al lado de su hermana mientras trabajaban. Se quitó el polvo del mono que llevaba puesto y deslizó sus largos dedos por entre sus rizos castaño oscuro.

—Bueno, ¿qué aspecto tengo?

Jaina le examinó atentamente con una ceja enarcada.

—El de alguien que se ha pasado toda la noche levantado.

Jacen fue corriendo al pequeño espejo que Jaina había colgado encima de la cisterna para examinarse con cara de preocupación. Jaina comprendió que su hermano estaba tan nervioso y emocionado por la idea de ver a su padre como ella.

—No estás tan mal —le tranquilizó—. Creo que el quitarte las hojas y ramitas del pelo ayudó bastante. Toma, ponte esto. —Sacó un mono limpio del arcón que había junto a su cama—. Estarás más presentable.

Jacen fue a la habitación contigua para cambiarse, y Jaina ocupó su lugar delante del espejo. No era vanidosa pero, al igual que con su cuarto, prefería mantener una apariencia personal limpia y cuidada.

Pasó un peine por su lacia cabellera castaña y contempló su reflejo. Después, con un rápido vistazo por encima del hombro para asegurarse de que su hermano no estaba mirando, echó hacia atrás un puñado de mechones y los convirtió en una trenza. Jaina nunca se habría tomado tantas molestias por un embajador o algún estúpido dignatario, pero su padre merecía el esfuerzo. Esperaba que Jacen no se daría cuenta ni haría ningún comentario.

Cuando hubo acabado de arreglarse cruzó el umbral y metió la cabeza por el hueco del cuarto de Jacen.

—¿Has dado de comer a todos los animales? —preguntó.

—Me ocupé de eso hace horas —respondió Jacen, saliendo del cuarto vestido con su mono limpio y dejando escapar un suspiro lleno de paciente sufrimiento—. Por lo menos alguien ha podido comer a su hora.

Jaina se mordisqueó el labio mientras escrutaba nerviosamente el cielo buscando algún destello que pudiera anunciar la llegada del Halcón Milenario. Ella y Jacen estaban en el comienzo del gran claro que se extendía delante de la Academia Jedi, donde el horrendo monstruo había aparecido el día anterior. Los cortos tallos de hierba de la zona habían sido aplastados por los frecuentes despegues y descensos.

Jaina olió los potentes aromas del verdor y la humedad de primera hora de la mañana en la jungla que se extendía alrededor del claro. El follaje crujía y susurraba bajo una suave brisa que también traía consigo los trinos, cantos y llamadas que le recordaban la amplia profusión de vida animal que habitaba la luna llena de junglas.

Jacen estaba cambiando impacientemente su peso de un pie a otro al lado de ella con un fruncimiento de concentración arrugándole la frente. Jaina suspiró. ¿Por qué parecía que todo tardaba una eternidad en ocurrir cuando estabas esperando, y en cambio las cosas que no querías que ocurriesen llegaban tan pronto?

Jacen se volvió bruscamente hacia ella, como si hubiera percibido su tensión, y la miró con un brillo malicioso en los ojos.

—Eh, Jaina, ¿sabes por qué los cazas TIE gritan cuando vuelan por el espacio?

Jaina asintió.

—Claro. Sus dos motores iónicos gemelos crean una onda de choque debido a los gases que...

—¡No! —Jacen rechazó su explicación con un meneo de la mano—. ¡Porque echan de menos a su nave-madre!

Jaina gimió tal como se esperaba de ella, agradeciendo la oportunidad de dejar de pensar en la espera aunque sólo fuese por un momento.

Y entonces un reconfortante zumbido surgió de la nada y se fue intensificando a su alrededor, como si el sonido de su creciente excitación se hubiera vuelto repentinamente audible.

—Mira —dijo Jaina, señalando un puntito de un blanco plateado que acababa de aparecer por encima de las copas de los árboles.

El destello se esfumó durante unos momentos y un instante después, mientras dejaba escapar un chorro de aliento que no se había dado cuenta de estar reteniendo, Jaina vio cómo el Halcón Milenario surcaba velozmente el cielo dirigiéndose hacia el claro.

El familiar óvalo con el morro achatado que era la nave de su padre flotó sobre sus cabezas durante un momento de torturante espera que pareció alargarse hasta ser toda una eternidad. Después se posó suavemente sobre el suelo delante de ellos con un último estallido de energía de sus haces repulsores. El casco del Halcón Milenario empezó a zumbar y crujir a medida que se enfriaba mientras el estrépito de los motores se iba debilitando hasta convertirse en un zumbido casi imperceptible. El olor del ozono hizo que Jaina sintiera un cosquilleo en las fosas nasales.

Jaina conocía hasta el último detalle las rutinas de desconexión del carguero ligero corelliano, pero deseó que hubiera alguna forma de acelerar el proceso aunque sólo fuera aquel día. Estaba pensando que ya no podría esperar más cuando la rampa de descenso del Halcón Milenario se posó sobre el suelo con un gemido y un golpe ahogado.

Y un instante después su padre bajó corriendo por la rampa y rodeó a los gemelos con sus brazos, revolviéndoles los cabellos e intentando abrazar a los dos a la vez, como había hecho cuando eran pequeños.

Han Solo retrocedió un paso para poder ver mejor a sus hijos.

—¡Bueno! —exclamó por fin, con una de esas sonrisas torcidas por las que era tan famoso—. Dejando aparte a vuestra madre, yo diría que éste es el mejor comité de bienvenida con el que me he encontrado jamás.

—No somos un comité, papá —dijo Jacen, poniendo los ojos en blanco.

Su padre se echó a reír, y mientras lo hacía, Jaina le estudió durante un momento y sintió un gran alivio al ver que no había cambiado en el mes que habían pasado fuera de casa. Han Solo llevaba pantalones negros y unas botas muy ceñidas, una camisa blanca con el cuello desabrochado y un chaleco oscuro; un conjunto de prendas cómodas y resistentes al que se refería humorísticamente algunas veces como su «uniforme de trabajo». La silueta familiar y siempre un poco abollada del Halcón Milenario tampoco había cambiado.

—¿Qué tal estamos, papá? —preguntó Jaina—. ¿Ves alguna diferencia?

—Bueno, ahora que lo mencionas... —dijo, y su mirada pasó de un gemelo al otro—. Has vuelto a crecer, Jacen, y apuesto a que incluso has alcanzado a tu hermana. Y Jaina —añadió con una sonrisa maliciosa—, si no pensara que me tirarías una llave hidráulica a la cabeza en el caso de que me atreviera a decírtelo, afirmaría que estás todavía más guapa que hace un mes.

Jaina se sonrojó y soltó un resoplido nada digno de una dama para demostrar lo que opinaba de semejantes cumplidos, pero secretamente se sintió muy complacida.

Un prolongado rugido envuelto en ecos que resonó dentro de la nave le evitó la vergüenza de tener que dar una respuesta. Una silueta enorme bajó estrepitosamente por la rampa de descenso, y unos descomunales brazos cubiertos de pelaje se extendieron para agarrar a Jaina y lanzarla por los aires.

—¡Chewie! —chilló Jaina, riendo mientras el gigantesco wookie la pillaba al vuelo cuando descendía—. ¡Ya no soy una niña pequeña! —Después de que Chewbacca hubiese repetido aquel saludo ritual con su hermano, Jaina por fin dijo lo que ella y Jacen estaban pensando—. Nos alegra mucho volver a verte, papá, pero ¿qué te trae a la Academia Jedi?

—Sí —añadió Jacen—. Mamá no te habrá enviado hasta aquí para que te aseguraras de que teníamos suficiente ropa interior limpia, ¿verdad?

—No, nada de eso —les aseguró su padre con una carcajada—. La verdad es que Chewie y yo teníamos que pasar por aquí para ayudar a mi viejo amigo Lando Calrissian a iniciar un nuevo negocio.

Jaina siempre había sentido un gran cariño por Lando, el elegantísimo amigo de su padre, pero también le conocía lo suficientemente bien para saber que su «tío adoptivo» Lando siempre andaba metido en algún loco plan para hacer dinero.

—Espera, deja que lo adivine —dijo, alzando una mano para interrumpir a su padre—. Ha..., ha decidido abrir un nuevo casino en su estación espacial y necesitaba que le trajeras un cargamento de cartas de sabacc.

—No, no, ya lo tengo —dijo Jacen—. Va a montar un nuevo rancho de nerfs, y quiere que le ayudes a construir un corral.

Sus palabras hicieron que Chewbacca echara la cabeza había atrás y dejara escapar una ruidosa carcajada wookie.

—No os habéis acercado nada. —Han Solo meneó la cabeza—. Se trata de una explotación minera para encontrar gemas corusca en las profundidades del gigante gaseoso. —Alzó una mano y señaló la gran bola anaranjada del planeta Yavin que flotaba en el cielo sobre sus cabezas—. Nos ha pedido que viniéramos y que le ayudáramos a poner en marcha la explotación.

—¡Por todos los rayos desintegradores! —exclamó Jacen, chasqueando los dedos—. Era lo que estaba a punto de decir.

Otro débil alarido wookie surgió de las profundidades del Halcón Milenario. Chewbacca se dio la vuelta y subió por la rampa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Jaina.

—Oh, se me había olvidado —dijo Han—. Cuando

Luke se enteró de que teníamos que venir hasta aquí de todas maneras, nos pidió que hiciéramos una parada en Kashyyyk, el mundo natal de Chewie, y que recogiéramos a un nuevo candidato Jedi. Va a ser vuestro compañero de estudios.

Mientras Han estaba hablando, Chewbacca volvió a bajar con sus ruidosas zancadas por la rampa, seguido de cerca por un wookie más pequeño que, aun así, era más alto que Jacen o Jaina. El joven wookie tenía el cuerpo cubierto por gruesos remolinos de pelaje color canela, con una llamativa franja negra tan ancha como la mano de Jaina que empezaba en su cabeza justo por encima de su ojo izquierdo y bajaba hasta el centro de su espalda. Sólo llevaba un cinturón tejido con una fibra reluciente que Jaina no pudo identificar.

—Chicos, quiero presentaros a Bajocca, el sobrino de Chewie. Bajocca, éstos son Jacen y Jaina, mis chicos.

Bajocca inclinó la cabeza y gruñó un saludo wookie. Era flaco y larguirucho incluso para un wookie, con los delgados brazos cubiertos de pelaje. El joven wookie se removió nerviosamente. Chewbacca ladró una pregunta a Han y movió un gigantesco brazo señalando el templo.

—Claro —dijo Han—. Adelante, llévale a que vea a Luke. Los chicos ya podrán irse conociendo después.

Los dos wookies se fueron, y Han volvió a hablar.

—Esperadme aquí mientras voy a buscar unas cosas que he traído para vosotros —dijo, y volvió a meterse en el Halcón Milenario. Regresó unos momentos después con los brazos llenos de un extraño surtido de paquetes y vegetación—. En primer lugar —explicó, arrojándoles dos pequeños discos de mensajes—, vuestra madre ha grabado sus cartas personales en holograma para vosotros. El otro es de Anakin, vuestro hermano pequeño. Se muere de ganas por venir aquí.

Jaina contempló los relucientes discos de mensajes.

Estaba ardiendo en deseos de meterlos dentro del lector, pero los guardó en uno de los bolsillos de su mono.

—Y ahora... —dijo Han, y alzó un gran ramo de plantas muy verdes entre las que había flores púrpura y blanco en forma de estrella y lo agitó con una sonrisa.

—¡Oh, papá, te has acordado! —exclamó Jacen poniendo cara de éxtasis, y corrió hacia su padre—. Son la comida favorita de mi lagartija de los troncos. Se las daré ahora mismo —añadió, cogiendo el montón de flores y plantas con el rostro lleno de gratitud—. Te veré luego, papá.

Después echó a correr hacia el Gran Templo.

Jaina se quedó a solas con su padre y contempló con nerviosa impaciencia el último bulto que sostenía en los brazos, un paquete muy grande. Han lo dejó sobre la maleza de la pista de descenso y retrocedió para que Jaina pudiera apartar los trapos que cubrían su contenido.

—Lo has envuelto muy bien, papá —dijo sonriendo.

—Eh, por lo menos sirven para taparlo —dijo Han, y extendió las manos delante de él.

Jaina acabó de apartar los trapos y dejó escapar un jadeo de sorpresa. Después alzó la mirada hacia su padre, que se encogió de hombros y sonrió despreocupadamente.

—¡Una unidad hiperimpulsora! —exclamó.

—No funciona, claro —dijo Han—. Y es bastante vieja. La saqué de una vieja lanzadera imperial de la Clase Delta que estaban desmantelando en Coruscant.

Jaina recordaba con cariño las veces que había ayudado a su padre a hurgar en los subsistemas del Halcón Milenario para mantenerlo en unas condiciones de funcionamiento óptimo..., o todo lo cerca que pudieran llegar de ellas.

—¡Oh, papá, no podrías haber escogido un regalo mejor!

Se levantó de un salto y le abrazó, rodeando su chaleco oscuro con los brazos. Se dio cuenta de que su padre se sentía complacido —y tal vez incluso un poquito abrumado— por su entusiasmo.

Su padre bajó la mirada hacia ella y enarcó una ceja.

—Bueno, hay un par de componentes más dentro de la nave —dijo—. Si quisieras ayudarme a sacarlos, tu papá podría enseñarte cómo hay que montarlos.

Jaina le siguió corriendo al interior de la nave.