6

El cálido sol del atardecer destellaba en el aire húmedo y pegajoso cuando Bajocca acompañó a su tío y a Han Solo de vuelta al Halcón Milenario. Los gemelos Solo parloteaban alegremente junto a él, sin que parecieran enterarse del opresivo calor de la jungla. Pero aun así Bajocca pudo percibir una tensión subyacente: Jacen y Jaina echarían de menos a su padre tanto como él echaría de menos a su tío Chewbacca, su madre y el resto de la familia que había dejado en Kashyyyk.

Los ojos dorados de Bajocca se movieron nerviosamente de un lado a otro recorriendo el claro que se extendía delante del Gran Templo. Seguía sintiéndose incómodo en los espacios abiertos estando tan cerca del suelo. En el mundo natal de los wookies todas las ciudades estaban construidas en lo alto de las copas de los gigantescos árboles que se entrelazaban entre sí, y eran sostenidas por las gruesas ramas. Incluso los wookies más valerosos rara vez se aventuraban por los nada hospitalarios niveles inferiores del bosque, y mucho menos llegaban al suelo, donde abundaban los peligros.

Para Bajocca las alturas significaban civilización, comodidad, el hogar y la seguridad. Y aunque los enormes árboles massassi tenían veinte veces la altura de cualquier otra planta de Yavin 4, comparados con los árboles de Kashyyyk no eran más que enanos. Bajocca se preguntó si encontraría alguna vez un sitio en aquella pequeña luna que estuviera lo bastante arriba para permitirle sentirse realmente a gusto.

Bajie estaba tan absorto en sus pensamientos que se sobresaltó un poco al ver que habían llegado al Halcón Milenario.

—Nunca he tenido la oportunidad de hacer un examen preliminar al despegue cuando nos estaban disparando —dijo Han Solo—, pero si disponemos de tiempo siempre es una buena idea hacerlo. —Se detuvo al pie de la rampa de subida y les dirigió su mejor sonrisa—. Si no estáis demasiado ocupados, chicos, a Chewie y a mí no nos iría nada mal un poco de ayuda para hacer las comprobaciones previas.

—Estupendo —dijo Jaina antes de que nadie más pudiera responder—. Yo me ocuparé del hiperimpulsor. —Subió corriendo por la rampa, deteniéndose sólo un milisegundo para depositar un rápido beso en la mejilla de su padre—. Gracias, papá. Eres el mejor.

Han Solo pareció inmensamente complacido durante un largo momento antes de devolverse a las tareas que les esperaban con una sacudida de la cabeza.

—Bien, chico, ¿tienes alguna preferencia? —preguntó mirando a Bajie, que se lo pensó durante unos instantes y acabó gruñendo una réplica.

Han Solo indudablemente le había entendido a la perfección, pero el siempre servicial androide traductor se apresuró a cumplir su función.

—El amo Bajocca desea inspeccionar los sistemas de ordenadores de su nave para poder decirle adonde ha de ir —dijo con su estridente vocecita metálica.

Han Solo lanzó una rápida mirada de soslayo a Chewbacca.

—Creía haberte oído decir que habías arreglado ese trasto —murmuró señalando a Teemedós—. Necesita unos cuantos ajustes en la actitud general.

Chewbacca se encogió de hombros de una manera muy elocuente, soltó un gruñido amenazador y administró el procedimiento de reparación de emergencia número uno: sostuvo el óvalo plateado con una enorme manaza y sacudió al pequeño androide hasta que sus circuitos crujieron y tintinearon.

—¡Oh, cielos! Tal vez podría haber sido un poquito más preciso —graznó el androide hablando a toda velocidad—. Eh... El amo Bajocca expresa su deseo de llevar a cabo las comprobaciones preliminares en su ordenador de navegación.

—Buena idea, chico —asintió Han Solo, y se restregó enérgicamente las palmas de las manos—. Ocúpate del casco exterior, Jacen, y mira si algún bicho ha anidado en los conductos exteriores durante las últimas dos horas. Yo empezaré con los sistemas de apoyo vital. Chewie, inspecciona la bodega de carga.

Las últimas palabras fueron acompañadas por una subida del mentón y un chispear de los ojos que Bajocca comprendió debían de significar algo para el wookie adulto, pero no tenía ni idea del qué. Un poco abatido, se preguntó si alguna vez llegaría a entender a los humanos tan bien como su tío.

El ordenador de navegación le presentó un desafío muy interesante. Bajie llevó a cabo todas las rutinas previas al despegue dos veces, no porque pensara que se le podía haber pasado algo por alto la primera vez sino porque los dos sitios en los que se sentía más a gusto eran las copas de los árboles y delante de un ordenador.

Cuando Bajie hubo completado su segundo repaso, Han Solo ya había terminado con los sistemas de apoyo vital y estaba comprobando el generador de energía de emergencia de la nave. Cuando vio a Bajocca, Han se limpió las manos con un trapo lleno de grasa, lo arrojó a un lado y alzó un dedo como si se le acabara de ocurrir una idea.

—¿Por qué no le echas una mano a tu tío en la bodega de carga mientras yo termino aquí?

Su sonrisa maliciosa estaba todavía más torcida que de costumbre.

Bajocca se preguntó qué significaría aquella sonrisa y por qué su tío debería necesitar su ayuda con la carga. A veces los humanos resultaban muy difíciles de entender. Bajocca se encogió de hombros y fue a la bodega de carga.

—Discúlpeme, amo Bajocca —trinó Teemedós—, pero me estaba preguntando si necesitará mis servicios como traductor en esta ocasión.

Bajocca respondió con un gruñido de negativa.

—Muy bien, señor —dijo Teemedós—. En ese caso, ¿le importaría que me colocara en un corto ciclo de desconexión? Si necesita mi ayuda por alguna razón, le ruego que no vacile en interrumpir mi período de reposo.

Bajie aseguró a Teemedós que el androide en miniatura sería el primero en saberlo si llegaba a necesitar algo de él.

Encontró a su tío trepando por una montaña de cajas y bultos en la que estaba comprobando las tiras de seguridad. Al parecer, Lando Calrissian necesitaba una considerable cantidad de suministros para su nueva explotación minera.

La bodega de carga no era muy grande y estaba atestada, pero aun así Bajocca respiró hondo y disfrutó de la mezcla de olores familiares: combustible para deslizadores, metal trabajado y pulimentado, lubricantes, raciones espaciales y sudor de wookie, y todo ello en cantidades suficientes para hacer que añorase las ciudades arbóreas de Kashyyyk. No tendría mucho acceso a los deslizadores aéreos y los ordenadores mientras estuviera estudiando en la Academia Jedi..., con la excepción de Teemedós, naturalmente. Pero quizá podría consolarse de vez en cuando trepando a los árboles de la jungla y pensando en el hogar.

Tal vez lo haría después de que el Halcón Milenario hubiera despegado, pero en aquellos momentos había trabajo que hacer.

Bajie preguntó a su tío qué era lo que faltaba por hacer y empezó a comprobar la red de sujeción de un montón de cargamento que Chewbacca le señaló. Las tiras y la red estaban bastante flojas, al igual que la lona que cubría el montón de carga. De hecho, todo estaba tan flojo que se cayó al suelo en cuanto Bajocca empezó a trabajar. Un instante después se quedó boquiabierto y retrocedió un paso para poder admirar lo que había dejado al descubierto por accidente.

El aerodeslizador estaba desmontado, pero seguía siendo reconocible. Era un modelo bastante antiguo, un saltacielos T-23 con controles similares a los del caza X, pero con alas trihedrales, un asiento de pasaje y un pequeño compartimento de carga en la parte de atrás de la carlinga. El casco azul metálico estaba sucio y mostraba las señales del paso del tiempo, pero el motor instalado entre las alas parecía en condiciones de funcionar.

Bajocca alzó la mirada para ver que su tío le estaba contemplando con expresión expectante. Después, para gran sorpresa suya, Chewbacca le preguntó qué le parecía el aparato.

El saltacielos era compacto, y había sido magníficamente diseñado y construido. No haría falta mucho trabajo para volver a unir todas las piezas. Bajocca elogió las líneas del viejo aerodeslizador y aventuró una conjetura acerca de su radio de alcance y maniobrabilidad. El ordenador de a bordo probablemente necesitaría una revisión completa de sistemas, desde luego, y al exterior no le iría nada mal ser objeto de un poco de trabajo manual, pero eran problemas menores. Las cicatrices y pequeñas abolladuras del casco sólo conseguían añadirle más personalidad.

Chewbacca dejó escapar un gruñido de satisfacción y extendió los brazos, y después asombró a Bajie diciéndole que el T-23 era un regalo de despedida. Si conseguía montarlo, el aerodeslizador sería de su propiedad.

Bajocca estaba inmóvil en el claro al lado de su T-23 con Jacen y Jaina, despidiéndose con la mano. Después de una agitación de abrazos, intercambio de agradecimientos y mensajes de último momento, los tres vieron cómo Han y Chewbacca volvían a la nave.

El Halcón Milenario dejó atrás las copas de los árboles y se inclinó para subir por el intenso azul del cielo, y los tres jóvenes estudiantes Jedi siguieron agitando la mano, cada uno perdido en sus pensamientos durante unos momentos mientras seguían con la mirada la nave que se iba alejando rápidamente.

Jaina acabó dejando escapar un suspiro.

—Bien, Bajie —dijo, frotándose las manos con un brillo de alegre impaciencia en los ojos mientras contemplaba el maltrecho T-23—. ¿Necesitarás ayuda para hacer funcionar este montón de tuercas y despegar con él?

Jaina era más joven que él, pero Bajocca comprendió que probablemente había tenido más experiencia en la reparación de motores de aerodeslizador y asintió con gratitud.

Pasaron las horas siguientes preparando el T-23 para su primer vuelo en Yavin 4. Jacen se entretuvo contando chistes que Bajie no entendió, o trayéndoles las herramientas a los dos entusiastas mecánicos. Jaina sonreía mientras trabajaba, muy feliz de tener la rara oportunidad de poder compartir todo lo que sabía sobre los aerodeslizadores, los motores y los T-23.

Cuando por fin hubieron terminado y Bajocca se inclinó sobre la carlinga para encender el motor, el T-23 crujió, tosió y cobró vida con un rugido. Se levantó del suelo sobre sus haces repulsores inferiores, y una brillante claridad brotó de los quemadores iónicos. Los tres amigos lanzaron dos vítores y un alarido de triunfo.

—¿Necesitas a alguien para hacer un vuelo de prueba? —preguntó Jaina con la voz llena de esperanza.

Bajie balbuceó una respuesta vacilante que no logró terminar.

—Lo que el amo Bajocca está intentando decir —intervino Teemedós, que había terminado su ciclo de descanso hacía ya mucho rato—, es que, aun encontrando inmensamente amable su oferta, preferiría con mucho ser el piloto del primer vuelo.

Bajocca soltó un corto gruñido.

—¿Y? —replicó el pequeño androide—. ¿Qué quiere decir con eso de «Y»? Oh, comprendo... Lo que ha dicho después. Pero, señor, en realidad usted no...

Bajocca gruñó enfáticamente.

—Bueno, si insiste... —dijo Teemedós—. Ejem. El amo Bajocca también dice que consideraría un honor tenerla como pasajera a bordo, ama Jaina. Sin embargo —se apresuró a añadir—, permítame asegurarle que esa última afirmación fue emitida con la máxima renuencia posible.

Bajocca gimió y se golpeó la frente con el canto de una mano peluda, expresando la mayor vergüenza e incomodidad que podía llegar a sentir un wookie.

—En fin, no cabe duda de que es la verdad —dijo Teemedós, un tanto a la defensiva—. Estoy seguro de que no he malinterpretado la entonación.

Jaina, que al principio había parecido desilusionada por la renuencia de Bajocca, ya parecía divertida ante su consternación.

—Lo entiendo, Bajie —dijo—. Yo también querría ir sola a bordo la primera vez. ¿Qué tal si nos llevas a dar una vuelta mañana?

Bajocca, muy aliviado al ver que los gemelos no se lo habían tomado mal, accedió estrepitosamente, subió de un salto a la carlinga y se puso el arnés de seguridad. El zumbido de los motores ahogó el intento de traducir hecho por Teemedós. Bajie alzó una mano en señal de saludo, esperó hasta que Jacen y Jaina se hubieron alejado lo suficiente y dio plena potencia a los motores, y después despegó y se dirigió hacia la vasta jungla.

El T-23 maniobraba muy bien, y Bajocca disfrutó la sensación de altura y libertad mientras surcaba el cielo a gran velocidad. Pero a pesar de ello descubrió que seguía anhelando una cosa más, algo en lo que llevaba pensando todo el día.

Los árboles. Árboles enormes, árboles gigantescos que ofrecían seguridad.

Una media hora después posó el T-23 sobre las frondosas copas a una distancia considerable de la Academia Jedi y el Gran Templo, haciendo descender el aparato sobre las ramas más altas de los árboles massassi. El dosel arbóreo no era tan alto como aquel al que estaba acostumbrado. La atmósfera era más tenue y los olores de la jungla, aunque no desagradables, eran distintos de los de Kashyyyk. Aun así, Bajocca se sintió más tranquilo y en paz consigo mismo que en ningún otro momento desde que había puesto los pies en Yavin 4.

Jacen había dicho que el sitio desde el que se veía mejor el inmenso gigante de gas anaranjado que flotaba en el cielo era la copa de un árbol massassi, y no cabía duda de que el muchacho humano tenía toda la razón. Bajie recorrió los alrededores con la mirada y contempló el cielo, los árboles y las ruinas medio desmoronadas de los templos más pequeños visibles a través de los huecos en el dosel de la jungla. Observó los ríos de perezosa corriente, la extraña vegetación y los animales que le rodeaban. Después dejó escapar un suspiro lleno de alivio. Sí, podía encontrar un lugar solitario donde sentirse a gusto en aquella luna, un lugar en el que podría pensar en la familia y el hogar mientras estudiaba para llegar a ser un Jedi.

Los rayos del sol de última hora de la tarde caían en ángulo a través de las gruesas ramas, y un destello lejano atrajo la atención de Bajocca. Se preguntó qué podía ser. No tenía el color de la vegetación ni de las ruinas de un templo. La luz reflejada por un objeto brillante y de formas regulares chocaba con un tronco y subía por él. Bajie se inclinó hacia adelante, como si eso pudiera ayudarle a ver con más claridad. Deseó haberse traído consigo un par de macrobinoculares.

La curiosidad y el asombro hicieron nacer una chispa de excitación dentro de él. Quería acercarse más, pero la cautela intervino. Estaba oscureciendo. Y después de todo, si el objeto era importante, ¿acaso alguien no lo habría visto ya hacía tiempo? Tal vez no. Bajocca dudaba que pudiera ser visto desde el suelo de la jungla, y era improbable que muchos estudiantes fueran a aquel lugar y treparan hasta lo alto del dosel arbóreo en un punto tan alejado del Gran Templo. Bajocca estaba casi seguro de que nadie más conocía la existencia de su descubrimiento.

Hizo una anotación mental de la situación del objeto reluciente con el corazón latiéndole a toda velocidad. Volvería allí a la primera oportunidad que tuviera. Tenía que averiguar qué era aquello.