14
El piloto del TIE llevó a sus cautivos a punta de pistola de vuelta al claro en el que se alzaba el pequeño y tosco refugio en el que había vivido durante algún tiempo.
—Así que por esto viniste corriendo —le dijo Jaina a su hermano—. Descubriste dónde vive.
Jacen asintió.
—¡Silencio! —ordenó secamente el soldado imperial.
Jaina tuvo que hacer un esfuerzo para que su reseca y tensa garganta tragara saliva y recorrió con la mirada el pequeño espacio despejado bajo las cada vez más oscuras sombras del anochecer. Un arroyuelo corría junto a ellos. No podía imaginar cómo se las había arreglado el piloto del TIE para sobrevivir durante tantos años estando solo y sin tener ningún contacto humano.
El clima de Yavin 4 era cálido y acogedor, y no imponía muchas exigencias al hogar que el piloto del TIE se había creado. Había obtenido un refugio lo bastante grande a partir del tronco de un árbol massassi medio quemado, delante del que había sujetado un pequeño techo de ramas. El conjunto le proporcionaba un alojamiento sencillo pero cómodo, como una pequeña caverna. Jaina intentó imaginarse cuánto tiempo había necesitado el imperial para ampliar la zona despejada debajo del nudoso saliente de madera utilizando una herramienta afilada, posiblemente un trozo de metal de su nave estrellada.
El piloto del TIE había improvisado un sistema de fontanería con juncos huecos unidos que tomaban agua del arroyo cercano y la llevaban hasta recipientes de recogida colocados dentro de su choza. Había fabricado toscos utensilios con madera, calabazas del bosque y losas de hongos petrificados. Aquel hombre había mantenido una existencia solitaria y libre de desafíos, y se había limitado a sobrevivir y esperar nuevas órdenes con la esperanza de que alguien vendría a rescatarle..., pero nadie había venido jamás.
El soldado imperial se detuvo delante de la choza.
—Al suelo —dijo—. Venga, los dos. Poned las manos encima de la cabeza.
Jaina miró a Jacen mientras yacían sobre el estómago en el suelo del claro. No se le ocurría ninguna forma de escapar. El piloto del TIE se adentró en el espeso follaje y hurgó entre las ramas con su mano buena. Sus dedos se curvaron alrededor de unas delgadas lianas purpúreas que colgaban de unas orquídeas nebulosas de colores deslumbrantemente intensos esparcidas en las ramas por encima de su cabeza. El imperial dio un tirón y arrancó las lianas.
Los zarcillos de vegetación se retorcieron entre sus dedos como si estuvieran vivos o intentaran escapar. El piloto del TIE los usó rápidamente para atar las muñecas de Jaina, y después hizo lo mismo con las de Jacen. Las contorsiones de las plantas se fueron volviendo más lentas a medida que la savia de un violeta oscuro rezumaba de los extremos rotos, y las lianas flexibles de una consistencia gomosa se contrajeron y se apretaron formando nudos que eran imposibles de romper.
Jacen y Jaina se miraron el uno al otro y sus líquidos ojos castaños se encontraron mientras un torrente de pensamientos circulaban entre ellos sin necesidad de ser expresados mediante palabras. Pero no dijeron nada, temiendo irritar a su captor.
El lento y difícil avance a través de la húmeda jungla había hecho que acabaran acalorados y pegajosos, y Jaina todavía estaba cubierta de la suciedad acumulada durante sus reparaciones en los motores del caza TIE. El fresco anochecer de la selva fue enfriando su transpiración, y la hizo estremecer. Las manos le latían y le cosquilleaban, y las tensas lianas que se incrustaban en su carne hicieron que se sintiera todavía más incómoda y dolorida.
Durante la hora que había transcurrido desde su captura, ninguno de los gemelos había visto u oído nada que pudiera indicarles que Bajie o Tenel Ka estaban cerca. Jaina temía que les hubiera ocurrido algo, que sus dos amigos estuvieran perdidos e indefensos en algún lugar de la jungla. Pero un instante después comprendió que su situación probablemente era mucho más peligrosa que la de ellos.
El piloto del TIE les obligó a levantarse sin decir ni una palabra, y después hizo que fueran hacia los grandes peñascos de roca de lava que se alzaban cerca del pozo para las hogueras que había cavado delante de su refugio. Los tres se sentaron allí. Las sillas de piedra habían sido alisadas, y sus afilados rebordes y aristas habían ido siendo desgastadas lenta y pacientemente a lo largo de los años por el imperial perdido.
Los últimos rayos de luz color cobre procedente del inmenso planeta anaranjado Yavin desaparecieron cuando la rápida rotación de la luna cubrió la jungla con el manto de la noche. Espesas sombras se fueron acumulando a través del grueso dosel que formaban las copas de los árboles, haciendo que el suelo de la selva estuviese más oscuro que en la noche más negra de Coruscant, el resplandeciente planeta donde vivían Jacen y Jaina.
El piloto imperial fue hacia los restos medio astillados de madera seca y cubierta de musgo que había ido recogiendo lentamente con su único brazo útil y que estaban amontonados junto a su refugio. Cogió unos cuantos y fue dejando caer rama tras rama en el hoyo, acumulando la madera meticulosamente para poder encender una pequeña hoguera.
El piloto sacó un viejo y bastante maltrecho cilindro de ignición de un pequeño compartimento que guardaba dentro de su refugio y dirigió la punta hacia la hoguera. La carga ya casi estaba agotada, y el cañón plateado sólo emitió unas cuantas chispas calientes sobre el combustible; pero el piloto parecía acostumbrado a esas dificultades. Trabajó en silencio, sin una sola queja o maldición, sencillamente concentrado en la tarea de encender la hoguera. Cuando lo hubo conseguido, no mostró satisfacción ni alegría.
Una vez que la hoguera por fin estuvo llameando, el piloto del TIE volvió a meterse en su choza, hurgó dentro de un cesto confeccionado con lianas y volvió con un gran fruto esférico que tenía una fea piel amarronada recubierta de verrugas. Jaina no lo reconoció. No se parecía a ninguno de los que comían en la Academia Jedi.
El piloto lo sostuvo con el guantelete de su mano lesionada y usó una piedra afilada para rajar la piel, y después la fue pelando con los dedos. La carne del interior era de un pálido verde amarillento puntuado por motitas color escarlata. El piloto rompió el fruto en varias partes, fue hasta los dos cautivos y sostuvo uno de los trozos delante del rostro de Jaina.
—Come.
Jaina apretó los labios durante un momento, temiendo que el soldado imperial pudiese estar tratando de envenenarla. Después comprendió que el piloto del TIE podía haber matado a cualquiera de los dos en cualquier momento..., y también se dio cuenta de que estaba extremadamente hambrienta y sedienta.
Se inclinó hacia adelante, con las manos todavía atadas por las lianas resecas, y abrió la boca para dar un mordisco al fruto multicolor. La explosión de jugo con sabor cítrico demostró ser sorprendentemente vigorizante y deliciosa. Jaina masticó lentamente, paladeando aquel sabor, y tragó.
Jacen también comió el trozo que le fue ofrecido. Los dos agradecieron al piloto del TIE el que les hubiera dado de comer con un asentimiento de cabeza, al que el imperial respondió lanzándoles una mirada pétrea.
—¿Qué va a hacer con nosotros, señor? —preguntó Jacen, percibiendo una posibilidad de averiguar algo más sobre su situación.
Intentó restregarse el mentón con el hombro para limpiar el jugo que goteaba de sus labios.
El piloto del TIE siguió contemplándole en un silencio inquietante durante unos momentos más antes de acabar volviendo la cara hacia los arbustos.
—Todavía no está decidido —dijo por fin.
Jaina sintió una repentina opresión en los músculos del pecho. Todo aquello había sido un accidente, un error. El piloto del TIE probablemente estaba oculto entre los frondosos arbustos, y había visto cómo trabajaban durante días en su nave estrellada. Pero el descubrimiento accidental de su primitivo refugio por Jacen le había obligado a reaccionar.
¿Qué podía hacer el soldado imperial con ellos? No parecía tener muchas opciones.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Jaina.
El piloto del TIE se irguió bruscamente y bajó la mirada hacia el guante de cuero negro que cubría su brazo retorcido. Después se volvió lentamente hacia ella, como un androide que tuviera los servomotores gastados.
—CE3K-1977.
Recitó los números como si se los hubiese aprendido de memoria. Se había limitado a darles su rango y su número de servicio operacional.
—No me refería a tu número, sino a tu nombre —insistió Jaina—. Yo me llamo Jaina. Éste es mi hermano Jacen.
—CE3K-1977 —repitió el piloto del TIE sin ninguna emoción.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Jaina por tercera vez.
Su pregunta por fin pareció producir un efecto sobre el piloto, y le dejó perplejo. Clavó la vista en el suelo y contempló su uniforme hecho jirones. Su boca se abrió y se cerró varias veces, pero ningún sonido surgió de ella hasta que acabó logrando hablar con una voz que parecía un graznido.
—Qorl... Qorl. Me llamaba Qorl.
—Nosotros vivimos en la Academia Jedi de los antiguos templos —dijo Jacen.
Sus labios se habían curvado en una débil sonrisa, la misma que siempre acababa desarmando a su madre cuando se había enfadado con él. Pero la sonrisa no parecía estar dando ningún resultado con el piloto del TIE.
—La base rebelde —dijo Qorl.
—No, ahora es una escuela —replicó Jaina—. Todos los que están allí han ido a aprender. Ya no es una base. No ha sido una base desde hace... veinte años o más.
—Es una base rebelde —insistió Qorl en un tono tan seco y decidido que Jaina decidió que sería mejor no seguir hablando del tema.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó, intentando encontrar una postura más cómoda sobre la lisura reluciente de la roca. La hoguera crujía y chisporroteaba entre ellos—. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en la jungla?
Las tensas lianas que le cortaban la circulación estaban haciendo que sus manos se entumecieran. Jaina flexionó los dedos mientras se inclinaba hacia el fuego. La madera de la jungla impregnaba el humo de la hoguera con un agradable aroma.
El piloto del TIE abrió y cerró sus pálidos ojos y clavó la mirada en las llamas. Parecía como si hubiera sido transportado hacia atrás en el tiempo y estuviera contemplando una grabación de sus propios recuerdos enterrados.
—La Estrella de la Muerte... —dijo—. Estaba en la Estrella de la Muerte. Vinimos aquí para destruir la base rebelde después de que el Gran Moff Tarkin destruyera Alderaan. Era nuestro siguiente objetivo.
Jaina sintió una punzada de dolor al acordarse de su madre hablando del hermoso planeta cubierto de hierba de Alderaan, las apacibles canciones de los vientos y las enormes torres que se alzaban por encima de las llanuras. El hogar de la princesa Leia había sido el corazón de la cultura y la civilización galácticas..., hasta que fue barrido de un solo golpe por la increíble crueldad del Imperio.
—Debemos aniquilar a los rebeldes a cualquier precio —siguió diciendo Qorl—. Los rebeldes causan daños al Imperio.
Después recitó una letanía de lo que parecían frases aprendidas de memoria, pensamientos que le habían sido inculcados mediante el lavado de cerebro.
—El Nuevo Orden del Emperador salvará a la galaxia. Los rebeldes quieren destruir ese sueño, y por lo tanto debemos erradicar a los rebeldes. Son un cáncer para la paz y la estabilidad.
—Estabas a bordo de la Estrella de la Muerte —le recordó Jacen—. De eso ya hace más de veinte años. ¿Qué ocurrió?
Qorl siguió con la mirada clavada en el fuego. Su voz enronquecida apenas llegaba a ser un susurro.
—Los rebeldes sabían que veníamos. Lucharon. Enviaron sus defensas contra la estación de combate. Todos los escuadrones TIE fueron lanzados al espacio.
»Volé con mi escuadrón. Todos mis compañeros fueron destruidos por el fuego defensivo de los cazas X. El fuego cruzado hizo que sufriese averías, y un panel solar quedó fuera de servicio. Perdí el control y mi nave empezó a dar tumbos, y se fue alejando de la Estrella de la Muerte.
»Tenía que volver para efectuar reparaciones. Todos los canales de comunicaciones estaban saturados, llenos de docenas de peticiones de ayuda. Mi órbita se iba reduciendo cada vez más, y caí hacia la cuarta luna de Yavin. Seguí intentando hablar con alguien por los canales de comunicaciones. Cuando por fin lo conseguí, me dijeron que tendría que esperar a ser rescatado. Me dieron instrucciones de hacer un descenso forzoso si podía..., y de esperar.
—Así que te estrellaste —dijo jaina.
—La jungla amortiguó el impacto. Fui arrojado fuera de mi nave y caí entre la espesura..., cuando un panel solar quedó atascado entre los árboles. Fui cojeando hasta mi caza TIE. Permanecí todo lo cerca de él que me atreví, temiendo que pudiera estallar. Mi brazo... —Alzó el brazo izquierdo envuelto en el guantelete de cuero negro—. Una lesión grave. Ligamentos desgarrados, huesos rotos.
»Levanté la mirada hacia el cielo con el tiempo justo de ver estallar la Estrella de la Muerte. Fue como si hubiera otro sol en el cielo. Restos envueltos en llamas cayeron por todas partes. Debió de provocar docenas de incendios en la jungla. Durante semanas, las lluvias de meteoros fueron como fuegos artificiales mientras los restos seguían cayendo sobre la luna.
»Y he seguido aquí desde entonces.
La luz de la hoguera bañaba el rostro de Qorl con una bailoteante claridad amarilla. Los sonidos de la jungla se agitaban a su alrededor con un zumbido hipnótico. El piloto del TIE no dio ninguna señal de ser consciente de que sus dos cautivos le estaban escuchando. Sólo sus labios se movieron cuando prosiguió su historia.
—He esperado aquí tal como se me ordenó. Nadie ha venido a rescatarme.
—¡Pero todos esos años! —exclamó Jaina—. Este lugar ha estado abandonado durante algún tiempo, pero ya hace once años que hay gente en la Academia Jedi. ¿Por qué no te has entregado? ¿No sabes qué ha ocurrido en la galaxia desde que te estrellaste?
—¡Rendirse es traición! —replicó secamente Qorl, fulminándola con la mirada mientras la ira ardía en su rostro curtido por la intemperie.
—Pero no te estamos mintiendo —dijo Jacen—. La guerra acabó. El Imperio ya no existe. —Respiró hondo, y siguió hablando a toda velocidad—. Darth Vader ha muerto. El Emperador ha muerto. La Nueva República gobierna la galaxia. Sólo quedan unos cuantos restos de viejos reductos imperiales enterrados en los Sistemas del Núcleo del centro de la galaxia.
—No te creo —dijo Qorl con voz átona.
—Si nos llevas a la Academia Jedi, podremos demostrártelo. Podemos enseñártelo todo —dijo Jaina—. ¿No te gustaría volver a casa? ¿No te gustaría poder salir de este lugar? Podríamos conseguir algún tratamiento para tu brazo.
Qorl alzó su guantelete y lo contempló.
—Utilicé mi equipo médico de emergencia —dijo—. Lo curé lo mejor que pude. Ahora está bastante bien, aunque me dolió mucho... durante mucho tiempo.
—¡Pero tenemos Jedi con poderes curativos! —exclamó Jaina—. Tenemos androides médicos. Podrías volver a ser feliz. ¿Por qué quedarse aquí? No hay nada que traicionar. El Imperio ya no existe.
—Silencio —dijo Qorl—. El Imperio siempre gobernará. El Emperador es invencible.
—El Emperador está muerto —dijo Jacen.
—El Imperio nunca puede morir —insistió Qorl.
—Pero si no nos dejas llevarte a la Academia Jedi para obtener ayuda, ¿qué quieres entonces? —preguntó Jaina.
Jacen asintió.
—¿Qué estás intentando conseguir?
—¿Qué podemos hacer por ti, Qorl?
El piloto del TIE apartó la vista de la hoguera y les miró. Su rostro arrugado y marcado por la vida al aire libre contenía un nuevo poder y una nueva obsesión que acababan de surgir de las profundidades de su mente.
—Terminaréis las reparaciones de mi nave —dijo—, y después me iré de esta luna que se ha convertido en mi prisión. Volveré al Imperio como un glorioso héroe de guerra. Rendirse es traición..., y yo nunca me he rendido.
—¿Y qué pasará si no te ayudamos? —preguntó Jacen en el tono más osado y desafiante de que fue capaz.
Jaina enseguida sintió el deseo de darle una patada por provocar al piloto del TIE.
Qorl contempló al muchacho. Su rostro volvía a estar gélidamente inexpresivo.
—Entonces no me servís de nada y tendré que eliminaros —dijo.