Capítulo XXI
CUANDO descendía desde el
patio hasta el laberinto de corredores, Dick vio a los Frankies
caminando con aire decidido entre las multitudes apáticas, y se dio
cuenta de que en toda la noche y la mañana no había reconocido ni
una sola vez el rostro familiar. Parecía como si los Frankies se
hubieran sumergido en la mente de la masa, como lo hizo él mismo, y
sólo ahora, cuando se mostraban de nuevo los rostros individuales,
fuera posible distinguirles de los demás.
En la esquina donde el corredor pequeño se
unía al Pasaje del Norte, había dos Frankies colocando en el suelo
macizos bultos de rifles. Cada uno llevaba un "Winchester 375"
colgado del hombro, del mismo tipo y calibre que los rifles que
estaban desempaquetando. Cuando Dick se detuvo a mirar, los
Frankies empezaron a parar a los que pasaban, entregándoles un
rifle a cada uno y apartándoles después a empellones, no sin antes
decirles algo.
Dick se aproximó un poco y al momento le
agarraron por el brazo, pusieron un rifle en sus manos y el Frankie
repitió en tono mecánico:
—Sitúese en una azotea o una ventana. De
prisa.
Sonaban gritos lejanos en otros corredores;
los que empuñaban rifles se alejaban apresuradamente, seguidos por
otros menos activos.
Después de entregar la última arma, los
Frankies repitieron la orden y se marcharon. Tratando de ponerse en
guardia, Dick echó a andar, tomando el camino por el que
vino.
Los Frankies organizaban su defensa: eso
quería decir que se preparaba un ataque contra Eagles y desde el
aire. Eagles siempre fue considerado inexpugnable, pero Dick
comprendió algo más despierto el cerebro, que estando en ruinas la
ciudadela, destruidas las defensas del pie de la montaña y
desguarnecida, la situación cambiaba sobremanera.
El gigante de la montaña estaba mutilado,
desvalido: ahora vendrían las arpías.
Subió de nuevo al patio descubierto.
Entonces vio las formas esbeltas de alas dobladas, sacudidas por la
violencia de las corrientes de aire. Tenía cada uno una cola de
fuego; Dick pudo distinguir la diminuta carlinga y la cabeza del
piloto. Eran aparatos dos plazas de un tipo desconocido para él,
unos helicópteros modificados que llevaban un cohete acoplado en la
cola. Los cohetes les daban potencia suficiente para maniobrar
contra las violentas rachas de viento de la cima montañosa. Aun
así, los aparatos oscilaban bruscamente cuando quedaban copados por
las traidoras corrientes ascendentes.
Dick vio una rueda de fuego que al chocar
contra la ladera montañosa, estallaba en un vivido resplandor, para
desplomarse seguidamente hacia el fondo, convertirse en una chispa
que se empequeñeció hasta desaparecer.
Pensó, algo aturdido aún, que cada aparato
debía llevar un Gismo que permitía a un avión de estas dimensiones
utilizar la constante potencia del cohete. Nadie se hubiera
atrevido a tanto en época normal, ni siquiera el Jefe.
Probablemente se había intentado sin la debida reflexión...
Tuvo la vaga sensación de que a su izquierda
sonaba un disparo. Al volverse, vio un grupo de figuras armadas con
rifles que se hallaban en una plataforma, segundos antes de que
alrededor de ellas saltara la mampostería. Uno de los aviones
sobrevoló el lugar y remontó el vuelo; Dick vio claramente el fuego
del cohete cuando el aparato viró para descender nuevamente.
Otros aparatos se entrecruzaban sobrevolando
las azoteas de Eagles, un paisaje tan esquelético como el de la
luna, con torres de tejado abierto como las bocas del cañón.
Al paso de los aviones, se levantaban nuevas
columnas blancas. Dick no vio caer ninguna bomba y supuso que los
aviadores disparaban proyectiles explosivos. Se desplomaron más
tejados. La grisácea corrupción pareció agitarse, bajo el cielo
cándido, como algo vivo aún que se retorciera de dolor.
Al oír unas pisadas fuertes, se volvió
descubriendo que tres hombres trepaban por la escalera, jadeando,
llevando una ametralladora. Ignorando a Dick, apoyaron la
ametralladora contra el parapeto. Por encima pasó un avión, rápido
como un pájaro mosca. Los hombres le apuntaron en vano con el arma.
Acto seguido, la desviaron hacia otro avión más distante, y
comenzaron a disparar.
Ensordecido, Dick vio que los proyectiles
expulsados por la ametralladora destellaban en el aire puro. Más
ametralladoras hacían fuego desde el otro lado de las azoteas.
Estalló un avión en el aire, primero como una bola de fuego,
después fue una nube de humo y finalmente los restos cayeron a su
alrededor. Dick se refugió instintivamente bajo el parapeto.
Sus manos todavía sostenían el rifle. Al
mirarlo, Dick lanzó un juramento en voz monótona, sin saber lo que
decía. A corta distancia, la ametralladora seguía disparando; y a
lo lejos se veía el resplandor de los morteros emplazados en puntos
diferentes. Uno de ellos hizo fuego contra el avión que sobrevolaba
su posición; hubo un tremendo estallido, y sólo quedaron humo gris
en el lugar donde antes estuvo el arma y un remolino de
fragmentos.
Al mirar hacia arriba, Dick vio descender un
avión en picado, a una velocidad imposible; en los extremos de sus
alas parpadeaban unas luces. Agachado junto al parapeto, Dick vio
las irregulares fumaradas de balas enfrente del balcón, junto a los
artilleros. Luego salió una llamarada del morro del aparato y
simultáneamente volaron por el aire parapeto y artilleros.
Los escombros le llovieron alrededor. Cuando
al fin pudo mirar de nuevo, había desaparecido la mitad del balcón;
no quedaba rastro del arma ni de los artilleros. Le dolía la
cabeza. Se llevó la mano a ella apartándola manchada de sangre y
polvo de mampostería. No sabía si estaba malherido.
Se levantó tambaleándose, sin soltar el
rifle. Brotó una última explosión por encima del lugar donde
debiera estar la Avenida; después, el desigual racimo de edificios
quedó a oscuras y en silencio. Había cesado el fuego y los rápidos
aviones describían círculos o permanecían inmóviles en el
aire.
Advirtió con perplejidad que la escalera por
la que antes había subido, ya no existía. Se encontraba aislado en
el balcón.
Más allá de las laderas inferiores de
Eagles, uno de los aviones iniciaba una serie de extrañas
maniobras: descendía rozando los tejados, remontaba el vuelo
bruscamente, permanecía inmóvil, como suspendido en el aire, y
luego recomenzaba la operación.
Forzando la vista, Dick observó un ligero
movimiento entre los tejados y el avión cuando éste descendía hasta
el fondo. Era un hilo muy delgado, acaso un cable o una cuerda con
un diminuto objeto en su extremo que era violentamente zarandeado
por el viento. Seguidamente, Dick tuvo la impresión de que recogían
ese hilo o cable. No sabría decirlo con exactitud. El aparato se
inclinó de nuevo, brotó de nuevo el hilo o cable y esta vez quedó
tirante en el aire, entre las azoteas y el avión.
El avión estaba suspenso, embestido
violentamente por las corrientes ascendentes, pero sin alterar su
posición. Otros aparatos iniciaban la misma maniobra; un par de
ellos se situaron casi inmediatamente.
Entonces vio unas formas oscuras que bajaban
por los cables deslizándose: hombres con pesados equipos de
aviador, con casco y con los pertrechos en torno del cuerpo. Los
aviones, cual cometas, estaban suspensos por encima de toda la
extensión gris; los hombres se desparramaban en enjambre por encima
de los tejados derruidos.
Dick vio aparecer de pronto a un hombre
armado con rifle por el borde de una torre. No oyó el disparo, pero
uno de los invasores cayó desplomado, con los brazos en alto. Los
que estaban cerca de él se pusieron a cubierto y Dick percibió el
estampido de rifles automáticos. El hombre apostado en la torre,
giró sobre sí mismo antes de caer, desapareciendo de la vista. Su
arma salió despedida por el aire.
Después del feliz lanzamiento de sus
hombres, cortaban los cables y se alejaban, siendo reemplazados por
otros; por lo visto la reserva era interminable.
Los aparatos estaban más cerca. A la luz del
día brillaban las chaquetas de cuero de los invasores, y sus
anteojos despedían destellos blancos. Algunos descendían hasta el
interior de Eagles y luego desaparecían; otros, con equipos de
alpinista, se abrían paso sistemáticamente por encima de las
azoteas.
El balcón en el que Dick se encontraba se
estremeció a causa de un rugiente temblor subterráneo. Se elevó una
negra humareda, junto con un eco confuso de gritos y voces. Por
otra azotea abierta a varios centenares de metros, brotó otra
columna de humo.
Reaparecieron figuras oscuras en los
balcones, corriendo... agitando los brazos para demostrar que
estaban desarmados. Eran los esclavos. Los invasores les cercaron.
Brotaron nuevas humaredas y más esclavos. Si los invasores ya
habían descubierto que todos los hombres libres de Eagles habían
sido asesinados...
A varios metros de distancia, en un balcón
más pequeño que el suyo, Dick vio aparecer dos figuras: un hombre y
una mujer. Él tenía un cuerpo familiar, enormes hombros y una
cabeza de revueltos cabellos grises. Al volverse de cara al cielo,
Dick le vio la cara: Era el Anciano. Sólo entonces miró a la
muchacha y vio que era Elaine.
Dick se levantó lentamente. Vestía harapos
de esclava, llevaba los cabellos en desorden y tenía el rostro
ennegrecido, pero sus ojos verdes eran inconfundibles y el gesto
tan suyo de secarse la frente con la muñeca. Ella aún no le había
visto.
El Anciano le había descubierto y pareció
reanimarse. Cogió a Elaine por el brazo haciéndola volverse en su
dirección. Desde el otro lado del boquete, Elaine exclamó:
—¡Dick...!
Era inequívoca la súplica. Clemencia por
clemencia, favor por favor. Si Dick podía salvar su vida y la de
Elaine, también debería salvar la del Anciano.
Vio que la muchacha le reconocía y que
extendía sus brazos hacia él, gritando:
—¡Dick! ¡Oh, Dick!
De pronto, un avión invasor descendió hacia
ellos. El anclote alcanzó el pico de un tejado próximo. Un segundo
avión descolgó su cable a varios centenares de metros. Dick vio los
rostros cubiertos con anteojos que les miraban desde lo alto, y las
figuras uniformadas que surgían del vientre de los aparatos, y
empezaban a descolgarse por los cables tirantes.
Dick hizo correr el pensamiento febrilmente.
Todo volvía en tropel: la rebelión de los esclavos, Elaine, el
Anciano, toda su vida en Eagles, Buckhill... y sin intención
consciente, levantó el brazo que sostenía el rifle. La culata se
adaptaba perfectamente en su hombro. Por encima del punto de mira
vio el semblante sobresaltado del Anciano.
Apretó el gatillo y cayó la figura
corpulenta.
Por un momento, Elaine permaneció inmóvil,
aterrada, después se volvió echando a correr hacia la escalera.
Desapareció al instante.
El Anciano, con una mancha de sangre en el
pecho, que se extendía rápidamente, rodó hasta quedar ladeado y
finalmente cayó hacia atrás, inmóvil.
Los invasores se apartaban de los cables de
lanzamiento, mirando hacia Dick:
—¿Quién es? —gritó uno de ellos.
—Dick Jones de Buckhill.
Se acercaban a él, con precaución, apuntando
con sus armas.
—Todo va bien, yo le conozco —dijo uno. Era
un muchacho delgado, con los colores de Puget Sound en sus galones;
el otro, algo mayor, llevaba la insignia del Jefe de Salt
Lake.
—Hizo muy bien en disparar contra ese
"cuerpo" —dijo, mientras saltaba el parapeto. Mostró su
ametralladora a Dick, sonriendo excitado—. Ya tenía mi dedo en el
gatillo.
De improviso surgió un violento borbotón
blanco en el centro del campo de azoteas, alto como un geiser,
entre remolinos de nubes de fragmentos. El impacto hizo bambolearse
el balcón.
—Dios, ¿ha visto eso? —gritó el más joven,
como si no se diera cuenta de lo que decía.
—Habrá volado en pedazos algo
importante.
—Dios, Dios —continuó exclamando el más
joven, con los ojos brillantes y febriles. De pronto, levantó el
rifle y empezó a disparar contra las figuras que aparecían en un
tejado próximo. Cayeron algunas, el resto desapareció de la
vista.
—Jamás ha existido nada parecido —dijo el
joven, mirando a su alrededor con expresión fascinada.
Dick dirigió la mirada hacia el cuerpo del
Anciano, inerte, más pequeño de lo que fue. Vio la escalera vacía
por la que Elaine había desaparecido y luego contempló el humeante
campo de azoteas, casi irreconocible: los lugares que recorrió
siguiendo a Keel bajo la luna, donde peleó contra Ruell y amó a
Vivian...
—No sé si estará enterado de lo ocurrido en
Buckhill —estaba diciéndole el oficial de más edad junto al oído.
Apenas entendió las palabras—. Hubo mala suerte... mataron a toda
su familia. Los "cuerpos" se refugiaron en los bosques, pero les
encontrarán tarde o temprano.
—Les encontraré yo personalmente —dijo Dick,
sin volverse. Quería que la imagen de Eagles en su actual estado
quedara grabada en su mente. Aquí, en lo más profundo, estaba
enterrada su juventud bajo las cenizas, sepultada bajo las azoteas
derruidas. Bien, que siguiera donde estaba.
Volvió los ojos hacia el Este, hacia
Buckhill. Ya no quedaba ninguna emoción en su interior: pero sabía
que por fin era un Hombre y que tenía una labor que realizar.
FIN