Capítulo XIII
DICK pegó la espalda contra
las plomadas para no caer. Le flaqueaban las piernas, la
respiración entrecortada le hacía daño en el pecho y todas las
azoteas parecían girar en torno suyo, como en un inundo de
náusea.
Cuando todo se estabilizó, Dick miró el mar
desolado de tejados: angulares, puntiagudos, romos; aquí un
chapitel parecido al de una iglesia, allá dos minaretes gemelos, y
una cúpula achatada algo más lejos. Pero ni un sola luz en toda
aquella extensión; incluso el resplandor de la cima de la Torre
estaba apagado. Dick estaba solo.
Ahora comprendía lo que Keel se proponía
hacer al llegar al final del viaje: alcanzar el balcón y
desaparecer por su puerta, dejándole solo en este saliente donde
tendría miedo de dar el salto y no sabría volver por el camino que
habían recorrido. Su estratagema pudo haber resultado; había resultado... Dick apartó la mirada del
balcón. Ocurriera lo que ocurriera, aunque muriese de frío, jamás
tendría el valor de saltar.
¿Qué otra alternativa tenía? El tejado que
había detrás suyo era demasiado escarpado, infranqueable. Quedaban
los tres laterales del saliente. De rodillas, Dick miró al fondo
desde el borde de cada uno de ellos. A la derecha, una pared de
mampostería completamente lisa por la que no podría bajar ni una
mosca. Más adelante sólo consiguió distinguir una cantería
ornamental a unos doce pies más abajo. Debajo, nada que permitiera
abrigar alguna esperanza, si la había, de descolgarse sin los
adecuados avíos de alpinismo.
A la izquierda el edificio confinaba con el
hastial de un tejado algo más bajo. El edificio contiguo era igual
de alto y su tejado piramidal; parecía que allí había un hueco.
Ambos tejados tenían canales, y Dick pensó que podía rodear el
tejado piramidal por ambos lados, yendo hacia el este. Si conseguía
alcanzar el primer tejado, eso al menos significaría el comienzo de
algo.
Pero la pared de este lado era tan escarpada
como la otra, una prolongación del caballete de adorno de la pared
frontal, angosta y demasiado baja.
Sí, Keel sabía lo que hacía. Sólo había un
camino para llegar y salir de este saliente. Dick estaba
atrapado.
Enderezó el cuerpo, y miró, escuchando. Nada
había cambiado; ni un movimiento, ni un sonido, salvo el distante
silbido del viento. Con un esfuerzo, se volvió despacio para
examinar minuciosamente cada pared visible. Podía haber algo que se
le hubiera pasado por alto y significara su salvación. Pero todo
seguía igual que antes; las ventanas permanecían herméticamente
cerradas.
Tenía el cuerpo entumecido por el frío. De
pronto se dio cuenta de que esto era el principio de su
muerte.
Ese pensamiento aceleró con violencia los
latidos de su corazón; imposible negar la vida que le fluía por la
garganta. Se arrodilló otra vez en el lado izquierdo del saliente,
miró los tejados distantes y después la pared lisa de debajo con
una fijeza desesperada, como si el esfuerzo lograse abrirle un
camino.
La luz de la luna caía sesgada sobre la
pared resaltando hasta la más mínima irregularidad. Observándola,
Dick fue convenciéndose de que aquellos puntos oscuros eran hoyos.
Precisamente debajo había algunos agrupados y hacia la izquierda
otros a intervalos. Había una ranura a mitad de camino hasta el
tejado contiguo. Si lograse llegar hasta ella... Había una remota
posibilidad, pero salvar aquella corta distancia debajo de la cual
se abría el abismo. Era horrible.
La luz de la luna era engañosa, siendo
imposible calcular la profundidad de los hoyos. Los más oscuros
eran inaccesibles. Inclinándose hacia adelante, Dick sondeó los más
cercanos con las puntas de los dedos y descubrió que eran simples
huecos en la cantería.
Sentado en cuclillas en el frío saliente, se
quitó los guantes —lo que volvió a recordarle a Keel— y, tras una
breve vacilación, se quitó también las botas y los calcetines.
Tendría que llevarse las botas porque las necesitaría si conseguía
llegar al otro lado... Las tiró una tras otra al tejado contiguo,
donde cayeron al canal con un desagradable ruido. Arrodillándose
primero, descolgó luego las piernas que quedaron suspendidas. Era
bastante fácil tantear y localizar las grietas con los pies
desnudos que empezaban a dolerle a causa del frío. Lo más difícil
era dejar caer su propio peso sostenido solamente por sus
antebrazos, y buscar grietas para apuntalarse. Llegó el momento en
que únicamente, aferrado con las puntas de los pies y las manos,
tenía que soltar su punto de apoyo de lo alto de la pared: Y eso
era imposible. Sin embargo, lo hizo, soltando primero una mano y
luego la otra. Se apretó contra la pared, sosteniéndose con los
pies y los dedos. En una ocasión, cuando apartó una mano para
apuntalarse en otra grieta, sintió que la otra mano se escurría. A
tientas, buscó de nuevo el punto de apoyo y al encontrarlo,
permaneció inmóvil, jadeando, mientras las gotas de sudor le
producían escozor en los ojos.
Finalmente reunió el valor suficiente para
intentarlo de nuevo, consiguiéndolo esta vez. Ahora apoyaba los
dedos de los pies en el caballete de albañilería. Lo peor había
pasado. Avanzó con cautela por la acanaladura, al final de la cual
descubrió la exasperante proximidad del tejado. Se acercó paso a
paso, sin abandonar su punto de apoyo hasta el momento de dar el
salto. Cayó de cara, con una rodilla y una mano en el canal del
tejado.
Hubiera sido agradable permanecer allí,
sintiendo la solidez del tejado debajo de su cuerpo, pero aún tenía
un largo camino por delante. Tenía los brazos y las piernas muy
débiles, pero consiguió ponerse las botas de nuevo y encaramarse al
caballete del tejado.
El tejado piramidal formaba una "L" entre
dos aguilones de tejado. Trepar por él hubiera sido una temeridad,
pero sólo pasó un mal momento cuando salvó la distancia entre ambos
canales dejando oscilar su cuerpo.
Desde el caballete del tercer tejado,
distinguió el lejano resplandor de una luz amarilla.
Era el patio de una azotea de cristal y la
luz procedía de una hilera de antiguos faroles callejeros alineados
en el sendero ornamental, tres niveles más abajo. Dick conocía bien
el lugar; en su parte posterior había la suite de Vivian. Sabía
incluso cuál era la ventana de su alcoba.
Tardó una hora en llegar a través de los
tejados. Estaba cansado y casi helado. Tenía los dedos
insensibilizados. Se cayó al descolgarse hasta el techo de cristal,
lastimándose el hombro. Ahora, agazapado en el cristal, sentía el
calor de abajo. Había una puerta en el rincón del tejado. Desde
aquí, Dick podía ver la escalera y la pequeña plataforma de la que
arrancaban los escalones. Pero la puerta estaba cerrada con
llave.
Las luces parecían más intensas vistas a
través del cristal. Dick tenía lúcida la cabeza, pero todo cuanto
veía adquiría ahora una belleza irreal: las lámparas, los
relucientes azulejos, las mismas piedras de la fachada de formas
originales le fascinaban. Veía claramente todas las hojas de la
plañera que surgía a su derecha, proyectada en silueta, cuyos
matices verdes y amarillos se entremezclaban con un misterio de
oscuridad. El viento no soplaba aquí y el calor procedente de abajo
le relajó los miembros. No deseaba estar en otra parte ni siquiera
incorporarse de rodillas. Parecía como si su cuerpo fuera de otra
persona.
Le asaltó vagamente la idea de que debía
hacer un esfuerzo mientras podía. Levantó un pie para golpear con
él la hoja de vidrio. Golpeó con más fuerza y la hoja exterior se
rompió, subiendo una racha de aire caliente que se enroscó a su
tobillo.
Bajó ambos pies, apartando los azulejos y
los cristales rotos a un lado. Primero dio una patada con un pie y
después con los dos. Sintió una torcedura violenta en los hombros y
entonces se vio precipitado al balcón de la ventana más alta. Se
quedó inmóvil en e! lugar donde había caído, mirando sin curiosidad
la luz tenue que salía desde el interior.
Alguien se acercó a las ventanas,
abriéndolas. Dick vio que le miraban y oyó exclamaciones. Tuvo la
sensación de que le llevaban en brazos y después, al entreabrir los
ojos, encontró a Vivian Demetriou inclinada sobre él.
Era una cama diferente en un dormitorio
diferente, pero Dick tuvo la fuerte sensación de que volvía a esa
alcoba después de su pelea con Ruell. Y también tuvo la curiosa
impresión de que Clay estuvo aquí unos instantes antes, aunque ya
no estuviera ahora. En la habitación sólo estaban Vivian y una
criada que se movían silenciosamente junto al aparador. Ahora se
acercó con una bandeja de la que Vivian cogió una copa de vino al
tiempo que le ordenaba retirarse con un movimiento de cabeza.
Vivian se aproximó a su cama y se inclinó
para levantarle la cabeza, sosteniéndole la copa para que bebiera:
Dick sintió en la lengua el calor del oporto. Apoyaba la cabeza en
la curva del brazo de Vivian. Olía su perfume seco, limpio como el
de la madera de sándalo.
—¿Estuviste paseando por los tejados?
—preguntó dulcemente.
Él cerró los ojos y asintió con la
cabeza.
—Debió ser terrible —dijo ella en un
susurro. Su salto de cama de satén marrón estaba abierto en la
parte de delante, descubriendo un destello de carne que temblaba
como líquido cuando ella se movía. El borde de la copa le rozó de
nuevo el labio inferior; Dick agitó la cabeza.
Vivian dejó la copa en alguna parte detrás
de ella y le bajó la cabeza para que descansara sobre la
almohada.
—¿Y el otro hombre...? ¿Se mató?
Él hizo un signo afirmativo con la cabeza,
consciente de la cálida curva de su cuerpo apretado contra él
cuando respiraba. El vino le había dejado los labios dulcemente
pegajosos. Ella se inclinó lentamente; y lentamente su boca
descendió sobre la de Dick.