TIRANIA UNIVERSAL

"Ahora, conquista" (o, "Con esto, conquista.")
Palabras que acompañaron a la visión de la cruz
vista por Constantino en la víspera de su victoria
sobre Maxentius, en el año 312.

Capítulo I

 

ESTO no sucedió en el año 312, sino en agosto de 1971.
Un hombre llamado Harry Breitfeller, retirado de su cargo de vicepresidente de Banco, que vivía en una confortable casa para dos familias en Santa Mónica, con su esposa y otros parientes, cierta mañana, después de las nueve, salió al porche de cemento para recoger la correspondencia. Había media docena de sobres, facturas en su mayoría, en el buzón y bajo éste, en el suelo, una enorme caja de cartón.
Breitfeller recogió la caja, pensando que se trataba de algún objeto comprado por su esposa, pero vio que en la etiqueta constaba su propio nombre.
No figuraba la dirección del remitente. Según el timbre de correos, la caja fue enviada a última hora de la tarde anterior en Clearwater, que está a unas treinta y cuatro millas al nordeste de Los Angeles.
Breitfeller no recordó que tuviera ningún conocido en Clearwater. Acordándose, empero, de las historias que había oído contar acerca de bombas depositadas por correo, agitó la caja con suma cautela. Era demasiado ligera para contener una bomba y sonaba como un sonajero.
Llevó la caja dentro y la dejó en el suelo, acercó una silla y puso el puro que estaba fumando en un cenicero.
Madge, su esposa, salió de la cocina secándose las manos.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—No lo sé. —Breitfeller había abierto su navaja y estaba cortando la faja de papel de estraza que sellaba la caja.
—Bueno, pero ¿quién lo envía?
—Tampoco lo sé —repitió Breitfeller. Retiró cuidadosamente las dos mitades de la tapa de la caja. Debajo había un pedazo de periódico arrugado y bajo el mismo algo hecho de madera. Lámparas para una casa de campo fue su primer pensamiento, pero no estaban pintadas, carecían de pantallas y de porta lámparas.
Sacó los dos objetos de la caja colocándolos encima de la mesa. Su esposa miraba por encima del hombro de Breitfeller, y lo mismo hizo Ruth, la hermana de ella, que acababa de salir de la cocina. Los objetos eran dos cruces de madera idénticas. Tenían aproximadamente un pie y medio de altura. Cada una tenía una gruesa base de madera y una especie de alambre unido al brazo vertical y transversal. En la base de cada objeto había, sujeto con grapas, un papel escrito a máquina que decía:

 

Esto es un Gismo, un aparato duplicador... Todo lo duplica, incluso otro Gismo.
Para su funcionamiento, sujétese un ejemplar del objeto que se desee duplicar al brazo izquierdo del Gismo, según se indica.
(Al margen había un esmerado boceto a pluma.)
Luego oprímase el conmutador y aparecerá una copia sujeta al brazo derecho del Gismo.
Advertencia: Debe evitarse que el objeto copiado entre en contacto con otra cosa.

 

Breitfeller lo leyó dos veces en silencio, ignorando la pesada respiración de las dos mujeres que se apoyaban en sus hombros. Era un hombre de rostro sonrosado, ojos bastante saltones y barbilla poco acentuada, pero tenía más fuerza de la que aparentaba.
Examinó sin prisas las dos cruces, invirtiéndolas para ver si había algo en su base, después examinó cada parte del alambre.
—Es una broma —dijo Ruth a su espalda—. Una broma estúpida.
—Tal vez —replicó Breitfeller, llevándose de nuevo el cigarro a la boca. Vio que los alambres sujetos a los travesaños de ambos Gismos eran lazos en forma de presillas y que los curiosos bloques pequeños de metal y vidrio que colgaban de los mismos estaban suspendidos de estos lazos.
Había un solo circuito enlazado a uno de los pequeños bloques de metal y vidrio del lado izquierdo que se prolongaba, también enlazado al otro del lado derecho. Lo restante, unido al soporte vertical, no era más que un par de pilas secas y un conmutador ordinario de luz de mercurio.
Breitfeller se consideró capaz de construir algo parecido en media hora, a excepción de los pequeños bloques de metal y vidrio. Jamás había visto nada semejante.
Inclinado sobre la mesa, los examinó de cerca. El vidrio era un material de singular aspecto velado, posiblemente no era vidrio, sino plástico, y a ambos lados aparecía revestido en cobre. En la base de cada bloque había un pequeño gancho de cobre.
Le parecía a Breitfeller que el vidrio o lo que fuese sería suficiente para aislar ese gancho de la débil corriente que pasaría por el lazo de alambre; de modo que el Gismo no podía hacer gran cosa y mucho menos lo que se le atribuía.
Pero ya no estuvo tan seguro cuando examinó aquellos pequeños emparedados de metal-vidrio-metal.
Pete, su hijo mayor, entró diciendo:
—Papá, me llevaré el coche para ir a Glendale, esta mañana, ¿vale? ¿Qué es esto?
—Gismos —dijo Breitfeller chupando su cigarro. Con el ceño fruncido miraba la cruz que tenía más próxima. Se cerraba el conmutador aquí, la corriente ascendía hasta aquí, a través de estos pequeños contactos y alrededor de aquí, junto al bloque de metal-vidrio izquierdo, sin atravesarlo, y luego hasta aquí, repitiendo la operación en el bloque del lado derecho y de vuelta a las pilas secas. Tuvo la sensación de que no podría suceder nada si lo intentaba. Los dedos empezaron a cosquillearle.
—Eh, déjamelo ver —dijo Pete alargando la mano.
Breitfeller se lo impidió.
—Quieto, no lo toques —dijo con voz inexpresiva.
—Papá, yo entiendo de electrónica.
—No entiendes de ésta en particular, créeme. —Breitfeller se levantó con una cruz en cada mano.
—Harry, ¿qué vas a hacer? —preguntó su esposa, alarmada.
—Yo cero que deberías avisar a la policía —dijo Ruth detrás de ella.
Breitfeller declaró:
—Voy a la parte trasera del garaje. Y voy solo.
Salió, pasando junto a su cuñado Mack que acababa de levantarse y tenía aire soñoliento, y cruzando el patio se encaminó hacia el estrecho callejón: había unos tres pies de espacio entre el lateral de su garaje y la valla sin otro obstáculo que la parte posterior de un almacén de cerveza. Breitfeller suponía que en el caso de que algo saliera mal, los daños serían mínimos.
Dejando ambos Gismos cuidadosamente asentados sobre la pila de desechos de leña, se quedó contemplándolos. "PARA SU FUNCIONAMIENTO, SUJÉTESE UNA MUESTRA DEL OBJETO QUE SE DESEE DUPLICAR..."
Enrollado al gancho de debajo del travesaño del lado izquierdo había un trozo de alambre de cobre; este detalle le convenció a medias. Pensándolo bien, también resultaban convincentes los bloques de vidrio y metal y la fibra de la madera que era idéntica en las dos cruces. El cuarto detalle, el que realmente aceleraba los latidos de su corazón, era el hecho de que hubiera dos Gismos en lugar de uno solo.
Porque, suponiendo que se tratara de una broma, ¿Por qué había dos? En cambio, si era verdad, con dos Gismos se podría conseguir un tercero, un cuarto, un quinto...
Bien, nada consigue quien nada arriesga.
Con una mirada algo sarcástica, Breitfeller extrajo un dólar de los billetes que llevaba sujetos con un clip en el bolsillo.
Después de desenrollar el alambre de cobre lo lió alrededor del billete y con todo cuidado lo sujetó al gancho pequeño del lado izquierdo del Gismo. Lentamente acercó el dedo cordial al conmutador. Lo oprimió despacio...
Sus ojos parpadearon. Suspendido del brazo derecho del Gismo, como si hubiera estado allí siempre, aparecía otro billete verde de a dólar.
—Dios Todopoderoso —dijo Breitfeller fervientemente.