Capítulo XVI

 

LAS puntas de las flechas de los primitivos estaban envenenadas. No hubo dificultad en extraerle la flecha del hombro al soldado herido, pero una hora después el infeliz moría entre tetánicas convulsiones. Eso brindaba una oportunidad. Acamparon al anochecer sobre un declive elevado de difícil acceso en caso de ataque. El cielo estaba limpio. Dick sintió oscilar pesadamente la tierra bajo sus pies; el aire aún olía a savia. En la oscuridad y el silencio, Dick se sintió paradójicamente cerca de Buckhill. Evocaba otras escenas con gran intensidad: los prados verdes, las sombras de la mañana bajo los aleros de los establos, los reflejos del sol sobre el lago. Creyó comprender por primera vez cuánto valía Buckhill, el precio que por él pagó su padre y antes de él su propio padre.
Por el contrario Eagles tenía una importancia transitoria en sus recuerdos: era como un campo de torneo, lleno de acción turbulenta, importante mientras duraba. Era preciso sobrevivir, mantenerse porque ese era el precio que se pagaba y no porque fuera un objetivo. Era la prueba de que uno estaba en plena forma.
La punta del cigarrillo encendido de Lindley brillaba en la oscuridad; después formó arco en la noche y desapareció.
—Buenas noches, Jones —dijo Lindley—. Mañana a esta hora estaremos en casa y con un nuevo triunfo personal.
Pero ya llevaba el veneno en el cuerpo. Dick cambió las cantimploras cuando las llenaron al mediodía.
—Esto —había explicado Clay, mostrándole a Dick un frasquito— es de efectos lentos, pero seguros. Hay que esperar cuatro horas, pero gracias a que es incoloro y de sabor insípido, es posible mezclarlo con cualquier cosa.
Por la mañana, el cuerpo de Lindley apareció todo azul en su saco de dormir. Cuando lo examinaba, Dick le produjo un arañazo junto al cuello con su sortija, dejando que los soldados sacaran sus propias conclusiones al ver la pequeña herida. Le enterraron debajo de un túmulo de piedras. Y Dick regresó a Eagles con nuevas líneas en su rostro.

 

 

 

—El punto es crucial —dijo Melker, cuya frente aparecía cubierta de sudor. El aire estaba estancado; el humo azulado flotaba por encima de la luz—. Es preciso convertir rápidamente un grupo reducido en una fuerza capaz de tomar Eagles. Digo "rápidamente" porque prolongar el asunto significaría correr el riesgo de que alguien nos traicionara. La máxima seguridad estriba en actuar con la máxima rapidez: reunir fuerzas, atacar y mantener la posición conquistada. Tengan presente que la "seguridad" es relativa. Nos exponemos a un grave riesgo.
—¿Insinúa que abandonemos el proyecto? —preguntó el coronel Rossen sin alterarse.
—¡No! —A Melker le temblaba la barba—. No... eso sería un suicidio, porque una conspiración suspendida es inútil, sin valor excepto como arma de traición y chantaje. Quiero dejar bien sentado que todos nosotros estamos comprometidos en esto, que lo llevaremos adelante pase lo que pase.
Todos le observaban: el comandante Holt, la señora Maxwell, la señorita Flavin, cuyas manos descansaban recatadamente en su regazo, el doctor Belasco, Collundra, Kishor y dos hombres importantes: Cruikshank y Palmer, a quienes Dick aún no había conocido. Era un grupo selecto, el círculo íntimo de la conspiración en el que Dick se encontraba desplazado: ¿Por qué estaba allí?
Melker se echó hacia atrás, suspirando:
—También quería ver a cuántos podría intimidar. Por fortuna, la respuesta es a ninguno de ustedes.
Algunos sonrieron.
—Somos gatos viejos, Melker —dijo el coronel.
—Tal vez, tal vez, pero soy un hombre suspicaz.
—Bien, como todos ustedes saben, Dick Jones recibió la orden de liquidar a Lindley. Eso fue un experimento en varios aspectos.
Rossen inquirió vivamente interesado:
—¿Sí?
—Lindley tenía una misión clave. Haremos mover los hilos convenientes y mañana tendremos aquí a nuestro hombre. Ahora bien, opino que en una situación de anormal alerta, un hombre como Lindley hubiera estado en guardia. Dick, cuente cómo eliminó usted a Lindley.
Dick explicó:
—Eché el veneno en mi cantimplora y procuré coger la suya cuando el soldado nos trajo las dos.
Melker enarcó las cejas.
—Corrió usted un gran riesgo, joven.
—No, en absoluto —dijo Dick—. Lindley no recelaba nada, y eso era lo que queríamos saber.
—También hemos obtenido valiosa información... respecto a Jones y al propio Lindley.
Melker dirigió una mirada significativa a Dick.
—Jones, permítaseme decir que le hubiéramos prevenido acerca de este aspecto del asunto si ello le hubiera ayudado de algún modo.
—Creo comprender, señor —dijo Dick, cuya curiosidad era ya superior a su resentimiento. Todo eso eran preliminares, ¿adonde querían ir a parar?
Melker prosiguió diciendo:
—De común acuerdo decidimos la conveniencia de estar seguros de Oliver antes del Cambio.
—Pero en desacuerdo con respecto a los métodos —intervino Collundra.
—Cierto —Melker respiró profundamente; le brillaban los ojillos astutos—. Pero ahora puedo comunicarles el éxito en lo que considerábamos una deseable aunque improbable posibilidad.
Excitados, los demás se inclinaron hacia adelante.
—¿Ha conseguido...? —preguntó Belasco.
—En efecto —dijo Melker—, hemos obtenido el "prote" de la joven en cuestión, duplicándola como una de las criadas de la requisición rutinaria. Ahora está en estas habitaciones. Después de prepararle durante toda la mañana, cuando Clay estime que Oliver está a punto para el encuentro... ¿Sí?
Un hombre de ojos negros, vestido con la librea de la servidumbre de Melker, se le acercó murmurándole algo al oído.
—¡Magnífico! —exclamó Melker—. Señoras y señores, ha llegado el momento. Colóquense ante la TV, porque dentro de unos instantes verán algo sumamente interesante.
Dick se encontró al lado de Melker cuando el grupo se situó al otro extremo de la habitación. La TV estaba encendida, mostrando una de las habitaciones más pequeñas de la suite. En ella no había nadie. Según el ángulo de enfoque de la cámara, el pickup debía estar oculto en algún mueble, acaso debajo de una mesa.
Melker le sonrió con una contagiosa jovialidad:
—Es posible que todo eso le desconcierte un poco, Jones.
—¿Un poco? —exclamó Dick.
—Se trata de una extraña historia. Tal vez quede tiempo para contarle lo más importante. Thaddeus Crawford, el fundador de Eagles, se casó con una esclava. Eso no era insólito en aquellos tiempos, cuando las discriminaciones sociales eran menos rigurosas. Ella le dio un hijo y después enfermó, muriendo al poco tiempo. Pero Thaddeus había tomado la precaución de duplicarla desde el principio. Después de todo, era una esclava.
—Pero, ¿su esposa? —dijo Dick.
—Oh, sí, desde luego. Bien, en sus últimos años de vida, a Thaddeus empezó a obsesionarle el temor de que Eagles fuese a parar a manos de advenedizos. Quería asegurar la sucesión de Thaddeus, de forma que indujo a su hijo a casarse con la "gemela" duplicada de su propia esposa.
Dick no pudo reprimir un respingo de asco.
—Sin embargo, dése cuenta de que técnicamente no fue un incesto, ya que el duplicado era una chica de veinte años. La madre del muchacho murió a los veinticinco, quince años atrás. Bien, pues se casó con ella y tuvieron un hijo: el actual Jefe de Colorado. Pero la chica murió también, al parecer a causa de una debilidad congénita. Existía ya una cierta tradición, y usted sabe lo que significa la tradición en una gran propiedad. Según creo, incluso hay la extendida superstición de que todo hombre que posea Eagles tiene que casarse con la esposa del Jefe. En cualquier caso, nuestro Jefe actual, Thaddeus II, a los 24 años le duplicó y se casó con ella, quien tuvo un hijo ese mismo año —Oliver— y murió en 2032. Lo irónico es... —Melker, haciendo muecas de gárgola, puso su mano huesuda sobre el brazo de Dick— ...Lo irónico es que la idea era un error genéticamente. El hijo de Thaddeus, Edmond, tenía la mitad de los genes de su madre, naturalmente. El hijo de Edmond, Thaddeus II, tenía tres cuartos de los genes de su madre, y Oliver siete octavos. Si nada cambia, dentro de algunas generaciones la casta sólo consistirá en los genes heredados de la madre... —Melker agitó la mano—. A Thaddeus más le hubiera valido aparejar a su mujer con el mayordomo.
Dick observó que a su alrededor todos enderezaban el cuerpo. Melker desvió la mirada hacia la pantalla.
Se volvió. En la pantalla, Oliver y Clay acababan de entrar en la habitación. Oliver llevaba un atuendo más llamativo que de costumbre, en blanco y oro, sus cabellos estaban bien peinados y estaba pálido. Sus labios se movían, pero el susurro de pasos no permitía oír sus palabras.
—¡Chisst! —dijo la señorita Flavin, con enojo. El grupo se calló.
—Espera un momento —dijo la voz de Clay—. Ordenaré que la hagan pasar en seguida.
Cuando Clay le dejó solo, Oliver miró alrededor nerviosamente, empuñando en una mano el bastón tallado de metal que llevaba, y con la otra mano se tocaba la chorrera de encaje. Después, tumbándose en un diván, fijó la mirada en un cuadro colgado de la pared, un lateral del cual era visible en la pantalla: su tema era "Caballero riéndose", de Frans Hals. Seguidamente, se puso en pie y empezó a andar de un lado a otro.
Melker, junto a Dick, respiraba ruidosamente, tenía los ojos brillantes y la boca húmeda entreabierta:
—Su madre murió cuando él tenía seis años —susurró—. ¡Mírele bien ahora, mírele bien!
Al oír un sonido inaudible en la pantalla, Oliver dio media vuelta. Un instante después alguien entraba en la habitación.
Como todos los demás, Dick estiró estúpidamente la cabeza para ver más allá del lateral de la pantalla. La muchacha apareció entonces, con paso vacilante, y se detuvo, mirando en silencio a Oliver.
Llevaba puesto un vestido de falda ancha, a la moda de veinte años atrás en Eagles. Sus cabellos rubios estaban peinados con un estilo más anticuado aún. Era delgada y torpe, sus ojos verdes alargados contemplaban atónitos a Oliver. Le temblaron los labios, como si se le hubiera olvidado hablar.
Oliver cayó de rodillas, alzando los brazos:
—¡Oh, mamá! —exclamó—. ¡Mamá Elaine!