Preguntas y Respuestas.

CUATRO personas muy importantes en mi vida, Dámaso Gómez, Vanesa Vigil, Luisa Argueta y Hermán Belisario, me preguntan lo que más les ha intrigado de esta historia. Y me hacen pensar, plantearme cosas y re—ordenarlo todo.

 

Dámaso: ¿Qué sentiste al darte cuenta por primera vez que lo que a priori era una mala noticia (el diagnóstico) podía acabar conduciéndote a una mejora tan grande en tu calidad de vida?
No quiero resultar pedante, e insisto en que cada persona es un mundo, pero en medio de toda la desesperación del momento vi un rayo de luz. Estaba en un punto muerto tan grande en mi vida desde hacía unos años antes de ese momento, estaba tan inmovilizado y tenía tantos quilos de mierda encima, que sentí que, aunque fue una voz muy pequeña dentro de mí, tenía dos opciones: o dejarme llevar por la desesperación y por lo que se suponía que iba a pasar o “elegía vida” y me rehacía, lo rehacía todo, aunque tuviese que enfrentarme, sobre todo, conmigo mismo. A medida que iba aplicando cambios y veía que las cosas iban mejorando, incluso a un nivel superior del que habían estado nunca, me iba sintiendo con más confianza, con ganas de empujar más, a pesar, insisto, de todas las dudas que siempre van apareciendo durante el camino. Sentí que, por fin, podía, debía decidir qué hacer en mi vida. Las decisiones ya no podían ser más “porque sí” o “esto mismo”, no, tenían que ser mis decisiones, las que yo sintiese como correctas y las que jamás había llevado a cabo en mi vida antes.

 

Dámaso: ¿Qué te pasa por la cabeza cuando la gente viene a contarte problemas insignificantes (aunque en realidad los problemas propios nunca nos lo parecen) cuando tú y tu familia habéis tenido que superar retos tan y tan gordos?
Yo no creo que tenga que pensar que mis problemas son más importantes que los de otras personas. Simplemente los míos son los míos y me afectan y los de cada uno son los suyos. Cada cual tiene su película de vida y lo que está viviendo en cada momento creo que es exactamente lo que tiene que enfrentar. Pero sí que es verdad que cuando hablo con personas que tienen una actitud muy victimista ante la vida me siento cansado o como si me chuparan un poco de energía. No me quiero nutrir de eso durante mucho tiempo. Así que intento escucharles un poco, pero no meter el dedo en la llaga, no creo que sea sano para nadie. Incluso cuando personas de la familia han hecho comentarios del tipo “¿por qué nos ha tenido que pasar esto a nosotros?”, cualquiera que sea el motivo, siempre pienso que hay personas o países en los que realmente se vive mal y que yo ya me puedo dar con un canto en los dientes, ser agradecido por todo lo que tengo, que es mucho, y seguir hacia adelante.

 

Dámaso: ¿Cómo luchas contra la sensación de injusticia (por qué yo)?
La verdad es que no tengo ya esa sensación. La tuve al principio, muy al principio, pero ya no forma parte de mí. Y si en algún momento me pasa por la cabeza, porque a veces pasa, cómo no, la deshecho rápidamente porque sé y siento en mi cuerpo que es muy dañina. Yo ahora simplifico mucho y creo que los pensamientos, sensaciones y acciones de uno sólo pueden ser dos cosas: o buenos o malos, o positivos o dañinos, o curan o dañan. Y esa sensación de injusticia es mala, muy mala. ¿Injusticia? Injusta es la vida para millones de personas que están en la pobreza absoluta o para la gente que no tiene ninguna opción o para las personas que pierden a toda su familia, sólo por mencionar algunas de las situaciones horribles que se me ocurren. Esto, lo que me ocurrió, no es una injusticia, ahora lo veo más bien como una bendición porque me hizo despertar.

 

Dámaso: Lo primero que me dijo tu madre al verme después del diagnóstico fue: “la vida es una lotería y a esta familia siempre le toca perder”. ¿No crees que, de alguna manera, has acabado convirtiendo esta lucha en un premio?
Varias cosas al respecto. Primero, voy a disculpar a mi madre por esas palabras, estaba en un momento de mucho dolor y desesperación y es verdad que hemos pasado por cosas fuertes. Pero insisto en que yo creo que la vida no es del todo una lotería y en cierto modo podemos elegir. Si bien es verdad que no podemos elegir todo lo que nos pasa, sí que podemos elegir cómo reaccionar a lo que nos pasa, cómo vivirlo. Segundo, la palabra “lucha” no me gusta, la detesto. Oigo mucho que la gente dice que los que han pasado o pasan por una enfermedad están “luchando”. Yo creo que debe ser lo diametralmente opuesto. No hay que luchar contra nada, hay que ir a favor de la vida. Siento que mucho de lo que nos pasa es por querer encajar, por esforzarnos mucho, por agotarnos y no estar alineados con nosotros mismos, con nuestra esencia. Por lo tanto, lo más inteligente es volver a llevarte bien contigo mismo y con la vida, hacerte “amigo de”, no luchar contra nada. En ese sentido, sí, esto se convirtió en un premio.

 

Dámaso: ¿Por qué crees que otras personas enfrentan su situación de forma tan pasiva cuando son testigos de las mejoras tan grandes que se pueden conseguir tomando las riendas como tú lo has hecho?
A veces me ha hervido la sangre con eso, pero he decidido soltar. Me lo pregunto muchas veces, la verdad, pero de nuevo vuelvo al pensamiento de que cada persona es un mundo y está viviendo su propia historia, su propia película. No se puede forzar a nadie a creer o a hacer algo. Yo he tomado ahora las decisiones y los caminos que creo que más me convienen, pero es verdad que lo he hecho cuando he sentido que lo tenía que hacer. Mucha gente me decía años antes que hiciese esto o lo otro y yo seguía llevando la vida que llevaba entonces. También ellos me podrían echar en cara que no lo hubiese hecho antes. Lo he hecho cuando he decidido hacerlo, o cuando he podido o lo he sentido. Creo que lo único que puedo hacer es plantar mi semilla y poner esta información lo más al alcance posible de quien la quiera recibir. El resto depende cada uno.

 

Vanesa: ¿Cómo cambiaron tus prioridades en la vida después del diagnóstico?
Me encanta esta pregunta. Mis prioridades cambiaron radicalmente. De la noche a la mañana. Es como si, por cojones, le tuviese que dar importancia a las cosas que desde hacía mucho tiempo, quizás durante toda mi vida, sabía que eran importantes, vitales para mí. A partir del 27 de Mayo de 2014 sólo había dos opciones: o algo era bueno para mí o era malo. Cada vez creo más que la vida no tiene tantos grises. Y que son opciones y elecciones de cada uno. O una cosa me suma rayitas de vida o me las quita. No hay mucho más para mí. Comer mal me quita rayitas, fumar también. Hacer cosas en las que pongo toda mi pasión me recarga, meditar también. No es tan difícil. De hecho, es fácil. Es fácil verlo, pero muchas veces es difícil hacerlo. Para mí fue como un despertar. Como una hostia muy, muy fuerte que me hizo tomar una decisión. O elegía vida o elegía muerte. Tuve esa intuición muy clara casi desde el primer momento, algo dentro de mí me dijo que era una decisión personal, aunque fue muy difícil tener las ideas claras en esos primeros momentos cuando un tsunami de ideas negativas y funestas bombardeaban mi cabeza sin cesar. Me hubiese gustado que no hubiese sido tan radical, pero también tengo que decir que, de una manera u otra, había tenido avisos desde hacía mucho tiempo de que tenía que cambiar cosas en mi vida. O, mejor dicho, que tenía que darle un giro radical a mi vida. Hacía mucho tiempo que me sentía mal. Un dolor de cabeza por aquí, un dolor de espalda, las cervicales que no paraban de chillar. Creo de todo corazón que el cuerpo te va dando avisos. En inglés, enfermedad es “dis—ease”, que no va bien, que no funciona “fácilmente”. Creo que es una definición muy acertada de lo que pasa. ¿Por qué tenemos que pensar que encontrarse mal es normal? No creo en absoluto que tenga que ser así. Lo normal tendría que ser, hasta nuestros últimos días, estar bien física, emocional y mentalmente. ¿Por qué no? ¿Por qué tenemos que dar por hecho que no es así? Y ahora me doy cuenta de que tenemos la gran suerte de tener esa brújula interna, esa intuición que tenemos de serie y que nos dice por dónde vamos bien y por dónde vamos mal. Ahora me arrepiento de no haberle hecho caso mucho tiempo antes, porque siempre me ha funcionado muy bien. Simplemente no le hacía caso. Pero esto no va de arrepentimientos, va de tomar acciones en el momento presente. Y creo que siempre estamos a tiempo, siempre podemos tomar acciones que cambien cómo nos encontramos. Sin culpas, sin presiones, tranquilamente pero sin parar. Así han cambiado mis prioridades, 360 grados. Mis prioridades ahora son la salud, los amigos, la familia, el amor, el ser feliz, el hacer lo que me apasiona y el aportar a la sociedad. En ningún orden en especial, todo a la vez. Creo que todo está relacionado con todo y que todo afecta a todo. Todas esas “patas” tienen que estar presentes y bien cuidadas porque si no, para mí, algo comienza a chirriar. Y menos mal que chirría, porque así lo podemos solucionar. Como cuando la moto comienza a hacer ruido al frenar, que sabes que hay que cambiar las pastillas de freno. Qué suerte que tengamos un GPS emocional.

 

Vanesa: ¿Te ha coartado a la hora de conocer a nuevas personas, de tener nuevas relaciones?
Pues la verdad es que no, más bien al contrario. Cuando conozco a alguien nuevo, tal vez no en la primera cita, pero sí en la segunda o en la tercera, empiezo a contar lo que me ocurrió, cómo eso me empujó a tomar las riendas de mi vida y cómo hizo que mi vida cambiase radicalmente. No me da vergüenza ni dudo de si lo debo contar o no, es que ahora es una parte tan importante de mi vida que no concibo conocer a alguien nuevo y no contarlo. Es como si alguien me fuese a conocer y no le dijese cómo me llamo, o hablásemos sólo por Whatsapp y nunca quedásemos para que me viese la cara. Al contrario, me explayo, lo cuento todo. Y si veo que me sigue el rollo, que le interesa lo que cuento, que muestra algún tipo de afinidad, es una buena señal de que la cosa puede ir bien. Si no le importa nada de lo que cuento o le suena a ruso, inmediatamente me viene a la mente un gran: “No sigas, next”.

 

Vanesa: ¿Qué sentiste o pensaste cuando no todo el mundo a tu alrededor reaccionó como tú esperabas?
En un principio, esperar, lo que se dice esperar, no esperas nada, porque nunca te hubieses imaginado antes que algo así pudiese suceder. Pero una vez metido de lleno en todo el barro sí que piensas que todos los que están a tu alrededor, a quienes consideras tus amigos, van a estar ahí incondicionalmente para no dejarte caer. Y hubo muchas cosas que me sorprendieron. Me di cuenta que tengo muy buenos amigos, pero también de que tengo muchos conocidos que pensaba que eran mis amigos. Bueno, también va bien que las cosas te queden un poco más claras. Hubo algunas personas de las que esperaba mucho y que realmente no estuvieron ahí, o que no lo estuvieron de la manera que yo quería o esperaba. Puede que el problema sea mío por crearme esas expectativas, pero tengo que reconocer que, a día de hoy, es como si algo se hubiese manchado y no tengo la sensación de que haya un buen detergente para quitar tanta mancha. También tengo la sensación de que, como mucha gente me ve perfectamente, o bien no se acuerdan de lo que pasó o bien les parece que fue algo sin importancia. Pero no fue una gripe. Muchas veces pienso que nadie es profeta en su tierra. Escribí un artículo en una página web internacional y comenzaron a llover mails de personas de todo el mundo a las que mi historia les había tocado y les había aportado luz, de la misma manera que a mí me ayudaron las historias de recuperación de personas de todas partes del mundo en los primeros momentos. Cuando todo es negro, cuando las voces oficiales te dicen que no hay salida, que no hay nada que hacer, se agradece infinitamente un vaso de esperanza. Y como yo lo encontré en su momento, aunque me costó hacerlo porque la información está bastante escondida, no había cosa que quisiese más que otras personas que lo necesitasen lo tuviesen más accesible. Yo alucino cada día, cada día cuando me levanto por la mañana doy gracias por cómo soy, por lo que tengo, y alucino, alucino mucho. Y me cuesta un poco comprender cómo es posible que a algunas de mis personas cercanas no les parezca tan increíble como a mí o cómo desde las fuentes oficiales no se le quiera dar más hincapié a todo esto. Gratis, efectivo. ¿Quizás no interese mucho?
Voy a hablar ahora de los que estuvieron ahí y me dieron una fuerza infinita que jamás voy a olvidar. Primero, Dámaso, mi mejor amigo. Pobre, lo pasó fatal. El primer día voló para estar a mi lado, simplemente estar, que es lo más importante. Y casi que le tenía que consolar yo a él, no paraba de llorar. Yo estaba hecho polvo, pero de alguna manera ya intuía que la cosa cambiaría. Ha estado a mi lado durante todo este proceso, con todo lo que hemos ido aprendiendo juntos, como lleva estando conmigo desde hace muchísimos años. “Por ti mato”, literalmente, que nadie te diga nada porque no respondo. El resto de los amigos que voy a mencionar no tienen unos más importancia que otros, todos me han ayudado muchísimo. Luisa, a la que tantas veces he hablado sin parar de mis miedos, de mis dudas, de los cambios que quería hacer en mi vida. Hemos ido pasando por procesos muy similares. Les podemos cambiar el nombre, pero fueron muy parecidos. Todo se trataba de tener cojones, de hacer lo que tenías que y querías hacer, de soltar el miedo y de ser feliz. Te quiero muchísimo. Manu, por ser tú. Me abrazaste un día y me dijiste que creías que lo que me estaba pasando era más que nada una señal o un aviso para que parase un poco y me centrase un poco. Así me lo soltaste. Y qué razón tenías. Te quiero, gitano. Marta Sarah y Nancy, no olvidaré jamás vuestra presencia durante las pruebas, vuestro apoyo incondicional, vuestra serenidad, vuestro “estoy aquí” donde quiera que estuvieseis en cada momento. Gracias. Vanesa, de alguna manera esto nos ha vuelto a re—unir. Nos conocemos desde que somos unos críos, el teatro nos juntó y hemos crecido y aprendido juntos. Esto nos ha hecho estar más juntitos, más pegaditos, que conozcas Londres. Tu escucha serena y tus palabras sabias me rompen. Te quiero mucho. Mi padre, silencioso como es él, que un día me dijo: “Esto son sólo cosas que tienes que arreglar en tu vida y poner en orden. Sé que estás y estarás bien”. Chapó, qué grande. A mi madre, por ser tan especial y estar ahí siempre. A Chescha, por las horas y horas de apoyo mutuo y de cambiar el mundo. A Hermán, por tu apoyo para pasar a la acción, salir de la mente y pasar a los hechos. Gracias por regalarme esos siete meses maravillosos y por ser una parte imprescindible para hacer realidad muchos sueños. Y perdóname por haber sido tan tonto. Y a todos lo demás amigos que, por suerte son amigos y no me llega con los dedos de las manos para contarlos, GRACIAS, entre ellos: Rocío, Albert, Maite, Rosa María, Míriam, Frank, Javi, Stefi, Laura, Patri, Sheila, Laura, Raquel, etc, etc, etc.

 

Luisa: Cómo fue la transición desde el momento del diagnóstico hasta el momento en el que decidiste tener certeza en otras alternativas?
Pues fueron tres días de una mezcla de emociones constantes. Creía que la cabeza me iba a estallar. Lo que me estaba pasando era horrible, sentía que mi cuerpo estaba completamente descontrolado, no podía leer, estaba mareado, tenía una costilla dormida y una pierna entumecida. Todo lo que leía era horrible y los médicos me daban unas perspectivas lamentables. Pero a pesar de eso tenía esa voz bajita dentro de mí que me decía desde hacía días que esto venía del caos en el que estaba metido. Por fin, después de muchos años de estudiar Kabbalah, había llegado el momento de poner en práctica lo que ya sabía. Tener certeza en los procesos que uno vive, que las cosas pasan por algo, que las acciones tienen consecuencias. Lo había ido notando poco a poco en mi cuerpo y en mi vida, pero lo había ido pasando por alto. Esta vez no había manera de ignorarlo si quería salir adelante. Así que como todos los inputs que recibía eran muy negativos, decidí creer que había otras soluciones. Fue cuando al tercer día añadí en mis búsquedas por Internet las palabras “cure” o “recovery” que comenzaron a aparecer historias de recuperación de muchísimas personas en todo el mundo, libros publicados que estaban a un click en Amazon, páginas web... Había muchísima información, un mar de alternativas aparecía delante de mis ojos, y la esperanza que ya tenía de alguna manera dentro de mi se fue haciendo más grande.
Empecé a devorar esas historias. Eran todas tan, tan parecidas. Personas a las que les iban bien las cosas, que tenían un buen trabajo, a las que aparentemente la vida les sonreía. Pero todos estaban cansados, estresados, asqueados, desconectados de ellos mismos. Ellos también empezaron a buscar, a leer, y descubrieron que podían llevar una dieta más sana, tranquilizarse, meditar, hacer deporte, abrirse más a sus amigos, vivir más la vida, dejar esa “lucha interna”, soltar, soltar, soltar lo que no les funcionaba y abrazarse a lo que sí. Cuando leí sus historias comencé a llorar porque eran demasiado parecidas a mi vida. Cada cosa que decían me tocaba la fibra, yo también estaba en esa cárcel. Hacía muchos años que sabía lo que tenía que hacer, pero lo iba posponiendo. Hasta que llega un momento en que tu cuerpo te dice que no hay más crédito, que no se puede posponer más.
Era una alegría, porque se me confirmaba que había alternativas, pero al mismo tiempo era un reto muy desafiante. Sabía que sí o sí me tenía que poner manos a la obra. Tenía que elegir vida o elegir muerte. Hay personas a las que cuando les contaba esto me decían que sonaba muy exagerado. Y es posible que muchos de los que leáis esto también lo entendáis así. Pero os aseguro que en mi caso no lo era, era elegir estar vivo o elegir apagarme. Estoy seguro de que los que hayan vivido o estén viviendo una situación similar me entenderán perfectamente. Elige Vida.

 

Luisa: ¿Cuáles son las emociones internas que te mueven a contar tu historia?
Desde que salí de la consulta del doctor con las malas noticias, aún desesperado, escuchaba esa voz interna que me decía que saldría adelante. Y desde ese momento ya quería que llegase el momento en el que tuviese más respuestas y estuviese recuperado para poder compartirlas con las personas que no las tienen. Soy un tío fuerte, creo que muy fuerte y positivo. Y sabía que había más, simplemente. Me pareció todo muy cruel. Cuando te hacen las pruebas y te dan esos horribles resultados es todo muy frío. Nadie te da soluciones, nadie te da respuestas, ¿por qué sucede esto?, ¿qué te pasará? Nadie te da pistas, no vislumbras un camino que puedas recorrer. Lo único que se ve en el futuro es destrucción. Me pareció infinitamente cruel. Yo tenía ese bagaje que me hacía saber que tenía que haber más. Pero, incluso considerándome fuerte y valiente, es tan aplastante el panorama que se te pone delante que te dan ganas de tirar la toalla, de dejarte ir. Y eso es muy triste. A partir de ese momento se convirtió en uno de mis objetivos prioritarios el recuperarme y el hacer partícipes a los demás de mi camino. A mí me ayudaron muchísimo las historias de otras personas que se habían recuperado. Cada una de ellas me daba unas pinceladas de lo que me podía servir. Quería poner todo junto lo que me había servido y compartirlo con los demás. Si ayudo a una persona solamente ya merecerá la pena.

 

Luisa: ¿Cuáles han sido tus pilares para salvarte literalmente la vida en los momentos de más oscuridad?
Ha habido momentos muy jodidos, pero sobre todo por los malditos sentimientos de duda y de incertidumbre. Me doy cuenta de que cuando tuve síntomas fue cuando no tenía la seguridad de que las cosas saldrían bien, cuando tenía miedo por el futuro o me preocupaba el no tener dinero, cuando “me rayaba”, cuando los pensamientos negativos se disparaban, cuando me ponía nervioso, estaba agresivo o confundido. En esos momentos sentía cosquilleos, mareos, partes del cuerpo dormidas. Y al rato, cuando decidía ir a tomar algo con mis amigos para tranquilizarme, los síntomas desaparecían. Así que mis pilares para acabar con todo esto han sido una mezcla de muchas cosas, como explico en el libro, aceptarme a mí mismo, seguir mi intuición y mis pasiones, estar tranquilo, saber que las cosas saldrán bien si soy coherente conmigo mismo. Divertirme, descansar, meditar, comer muy bien, los amigos. Me encanta la expresión “ser coherente”, que Enric Corbera usa mucho en sus charlas sobre Bioneuroemoción. Si tus pasiones, tu esencia, quien eres en realidad van por un lado y lo que haces en el día a día, a lo que te dedicas o cómo te comportas van por otro, hay una desconexión, hay incoherencia. Y si es muy grande, los problemas aparecen. Son muchos pilares que se podrían resumir en éste solamente: ser coherente.

 

Hermán: “Cómo te ha ayudado la espiritualidad y la Kabbalah a escuchar más a tu alma?”
El miedo hace muchas veces que despiertes. Y, de repente, el pavor que sentí ante el pronóstico que me ofrecían me hizo tomarme en serio todo lo que llevaba tantos años leyendo y asintiendo con la cabeza. Es muy interesante intelectualmente leer una vez tras otra que lo mejor para uno es hacer “restricción” y no actuar como un robot, salir del área de confort para evolucionar y que nuestras acciones tienen consecuencias, que existe la causa - efecto. En mi cabeza quedaba perfectamente registrado y, como me creía muy inteligente, afirmaba que lo tenía perfectamente interiorizado. Pero no era así. En absoluto. Solamente cuando me pasó algo así me planteé: “Ahora o nunca”. Era el momento de dejar de hablar, leer y pensar y ponerlo todo en práctica. Y lo sigue siendo. Es un trabajo que tengo que hacer a diario y que me tengo que plantear y recordar constantemente. Es muy fácil caer en lo conocido, en lo fácil, en lo que crees que “por una vez” no te va a hacer daño. Pero ahora para mí ya no se trata de un juego de niños, ahora hay que tomárselo en serio.
Ahora, por fin, la Kabbalah se hace realidad. Deja de ser unos libros y unas ideas bonitas para convertirse en una experiencia. Al fin acepto el regalo de ser responsable de mis cosas.