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Porto Novo, dos días antes.

Eran las diez de la mañana cuando Javier Castillo circulaba con su nuevo Mercedes 190 por las calles de Porto Novo. Hacía un cuarto de hora que Álvaro, su jefe de obra, le había llamado por teléfono a su despacho para pedirle que se pasara a verle con urgencia. Al parecer habían surgido algunas “dificultades técnicas” y requería de su presencia antes de tomar cualquier decisión. 

— ¡Joder! —exclamó Javier dando un golpe con el puño sobre el volante mientras enfilaba el “carrer Migjorn”.

Desde que comenzara el proyecto de construcción del hotel a finales de 1.984, Javier ya se encontró con varías dificultades que provocaron el retraso de la obra. El primer problema fue la consecución de las licencias pertinentes para construir en los terrenos anexos al dique de “Es Martell”. Le costó sudor y lágrimas, y sobre todo alguna que otra compensación económica, poder edificar en los antiguos terrenos de “C’an Llompart”. Una vez conseguidos los permisos tuvo que lidiar con varias protestas de asociaciones ecologistas, sobre todo con los de “Terra Nostra”, que reclamaban proteger la zona por su gran valor medioambiental. Incluso llegaron a plantarse dentro de los terrenos de construcción atándose con cadenas a las retroexcavadoras. 

Al año siguiente Javier fue objeto de una investigación judicial por haber recibido supuestamente de manera ilegal por parte de Marc Vadell las licencias de construcción a través de falsos informes favorables cometiendo prevaricación y falsedad documental. Gracias a la poderosa influencia de la familia de Marc y al flamante bufete de abogados que contrató Javier la causa fue archivada por falta de pruebas. Aún así, durante el tiempo que duró la investigación, la obra estuvo paralizada a causa de las medidas cautelares que dictaminó el juez, provocando un nuevo retraso en su ejecución. A todo ello se unió las inundaciones causadas por el mal tiempo durante el último trimestre de 1.985. Los terrenos de construcción quedaron completamente anegados de agua lo que supuso una nueva postergación inesperada.

Debido a todos estos problemas, Marc tuvo que solicitar por escrito varias prórrogas a la Dirección Facultativa explicando las causas que habían provocado los sucesivos retrasos impidiendo terminar la obra en el plazo previsto. No hubo, en ningún momento, ningún impedimento en autorizar las prórrogas solicitadas por parte de Javier. De nuevo su gran amigo Marc se ocupó de conseguir todo aquello que le hiciera falta. Javier sostenía que “En la política y en los negocios, al igual en la física, nada se destruye; todo se transforma. Tú me transformas esto y yo te transformo aquello”.

Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se fijó en el peatón que se le cruzó inesperadamente delante del vehículo. Instintivamente pisó el freno hasta el fondo notando el temblor producido por la actuación del sistema antibloqueo a través del pedal en todo su cuerpo. El Mercedes se paró justo a un par de centímetros del afortunado peatón que miró de soslayo a Javier y prosiguió su camino como si no hubiera pasado nada. Sobresaltado todavía por el susto, Javier se quedó mirando como Carlos se alejaba dando tumbos de un lado para otro. 

— ¡Míralo! —Se dijo Javier a si mismo— Y se va tan campante. La verdad es que hay algunos a los que sería mejor que Dios los acogiera en su seno.

Lo observación de Javier era correcta a medias, pues no sería Dios precisamente el que se ocupara de amparar a Carlos.

Cinco minutos más tarde, Javier aparcó su lustroso Mercedes a la entrada de la obra y se dirigió al contenedor-oficina donde Álvaro le estaba esperando. 

— Bueno. —dijo Javier sin más demora— ¿De que diablos se trata esta vez?

— Será mejor que lo veas por ti mismo —contestó Álvaro – Acompáñame.

Ambos salieron de la oficina y se dirigieron hacia la parte trasera, justo donde la valla perimetral separaba la obra del extenso y frondoso pinar que se desplegaba por la ladera de la montaña. Dos obreros estaban conversando alrededor de lo que parecía una zanja de apenas tres metros longitud. Uno de ellos estaba subido a los mandos de una excavadora y el otro, de piel negra, estaba a los pies de la excavación con un pico en la mano. Javier y Álvaro se asomaron y miraron hacia el interior. 

— Ha sido meter la pala y encontrarnos con esto —señaló Álvaro.

La brillante luz del sol iluminaba lo que parecían los restos óseos de un animal y una persona junto con varios fragmentos de madera pertenecientes a una caja que había sido destrozada por la acción de la pala perteneciente a la excavadora.

— Parece ser que el esqueleto del hombre estaba dentro de la caja y que el animal estaba fuera de ella. —comentó Álvaro viendo la posición de los cadáveres.

— Lo que me faltaba —protestó Javier – Si es que no me tenía que haber metido en la construcción. ¡Vaya año!

— ¿Qué hacemos? —preguntó Álvaro.

Javier respiró hondo y miró a su alrededor. Luego dirigió su mirada hacia los dos obreros que estaban junto a ellos.

— ¿Alguien más lo sabe? —dijo Javier finalmente.

— Sólo los que estamos aquí presentes —afirmó Álvaro – Les he dado media hora a los demás para merendar. Están en el bar de Lola. Dentro de diez minutos ya estarán por aquí.

— Bueno. Pues si ancha es Castilla también grande es el bosque ¿no?

— ¿Quieres que enterremos los restos en el monte? —preguntó Álvaro con sorpresa.

— Vamos a ver si nos entendemos todos —expuso Javier juntando las manos frente a la boca como si fuera a rezar— Si las autoridades se enteran que hemos hallado restos humanos en la obra la hemos cagado. Lo primero que harán será paralizar la obra de nuevo hasta comprobar que no se trata de una fosa común. Si así fuera se abrirá una investigación para concretar de quienes son los restos. Una vez comprobados, una de dos: o se abre una investigación judicial para determinar si se trata de algún crimen no resuelto con anterioridad o se inicia una expedición arqueológica para estudiar la procedencia de los huesos. En cualquier caso para nosotros el resultado es el mismo. Yo me quedo sin obra y vosotros sin trabajo. 

— ¡Morenito coge la pala que tenemos curro! —dijo el obrero que estaba sobre la excavadora.

— Esto que no salga de aquí —apuntó Javier – Y no os preocupéis que seréis recompensados por este trabajo extra. 

Mientras los dos trabajadores entraban en faena, Javier y Álvaro se alejaron para hablar a solas. Javier sacó un paquete de tabaco Malboro de su chaqueta y tras ponerse un cigarro en la boca le ofreció otro a Álvaro que lo aceptó de buen gusto.

— ¿Es necesario hacer más excavaciones? —preguntó Javier mientras se encendía el cigarro.

— Sólo faltaba realizar esta zanja. Hemos de llevar la cañería de aguas fecales hasta unirla con  la general que está a veinte metros.

— ¡Está bien! —asintió Javier ofreciéndole fuego a Álvaro con su exclusivo Zippo—. Que se ocupen ellos dos. No quiero a nadie más aquí detrás hasta que se haya terminado la zanja y estemos seguros de que no nos vamos a encontrar con alguna sorpresa más ¿De acuerdo?

— Entendido —confirmó Álvaro – Vaya “yuyu” ¿No?

— ¡Bah! Seguramente se tratara de alguien que fusilaron durante la guerra. Este pueblo está lleno de fosas comunes ocultas. ¿Conoces el parking privado que hay junto al supermercado en el centro? Pues debajo del asfalto se dice que hay enterradas más de cien personas. A ver quién es el guapo que levanta ahora eso. ¡Bueno! No pasa nada. Lo enterraremos en el monte y seguirá descansando en paz. 

— ¿En paz? Pues yo creo todo lo contrario. —le corrigió Álvaro.

— ¿Qué quieres decir?

— ¿No te fijaste en las tablas de madera?

— ¿Qué pasa con las tablas de madera?

— ¡Estaban arañadas! A esa persona la enterraron viva.

— Bueno… —dijo Javier pensando un rato en ello mientras daba una profunda calada a su Malboro—. En la guerra se cometieron muchas salvajadas.

— Vale ¿Y lo del perro?

— ¿Qué pasa ahora con el perro? protestó Javier cansado ya de tanto misterio

— Como sabes soy gallego.

— ¿Y…? —insistió Javier sin entender a donde quería llegar Álvaro.

— Pues verás. En mi tierra la gente cree mucho en las brujas, las maldiciones y todas esas cosas. Si te has fijado, el animal, que para mí que es un perro, estaba fuera de la caja donde se encontraban los restos humanos. Pero lo más importante es que estaba sobre ellos. Cuentan las leyendas en mi tierra que cuando antiguamente enterraban vivas a las brujas, o a alguien malvado, justo encima enterraban también a un can guardián para que impidiese que el espíritu de aquel horrible ser pudiera volver a la vida para seguir sembrando el mal.

Javier se quedó mirando a Álvaro con gesto serio y después de pegar otra fuerte calada al cigarro dijo:

— ¡Joder! Pues menos mal que no estamos en Galicia. 

Puerto rojo
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