29
Porto
Novo, Octubre de 1.936
El cuerpo sin vida de Bruto permanecía
extendido sobre la mesa en el interior del cobertizo. Al final,
Carlos decidió descolgarlo del árbol y darle un entierro decente.
Aunque ya era cerca de las diez de la noche Bernat, Miquel y Josep
acordaron estar presente en aquel terrible trance en la vida de
Carlos, otro más, haciendo caso omiso al toque de queda impuesto
por las fuerzas nacionales. Permanecerían en casa de Carlos toda la
noche si era preciso. Lo importante era estar a su lado. Nadie en
el cobertizo se atrevía a decir una sola palabra de consuelo porque
nada hubiera aliviado el intenso dolor que inundaba el corazón de
Carlos. El silencio fue el único dueño de aquel recinto durante más
de media hora hasta que Carlos decidió romper con él.
— Acabemos con esto de una vez —dijo cogiendo
la pala que estaba apoyada sobre el canto de la mesa.
De repente alguien aporreó la puerta del
cobertizo desde el exterior con fuerza. Todos permanecieron quietos
como estatuas, atónitos y sin pronunciar una
palabra.
— Abridme por favor soy yo —gritó alguien desde
fuera con voz trémula.
— ¡Es Pere! —dijo Josep que se dirigió hacia la puerta.
— ¿Qué haces? —Le susurró Carlos entre dientes sujetándolo del brazo— ¿No ves que es uno de ellos?
— Abridme por favor —volvió a gritar Pere – Necesito ayuda.
Bernat, que estaba junto a la puerta, la abrió
con un rápido movimiento sin esperar consentimiento alguno de los
allí presentes. Pere entró tambaleándose hasta caer de bruces sobre
el mohoso suelo del cobertizo. Miquel y Josep agarraron a Pere y lo
sentaron en una silla junto a la mesa.
— ¡Cierra la puerta! —ordenó Miquel a Bernat
que obedeció al instante.
Todos se quedaron mirando el cuerpo magullado y
ensangrentado de Pere que respiraba con dificultad. Su rostro,
totalmente desfigurado, estaba cubierto completamente de tierra
seca y el hombro izquierdo presentaba una herida que no dejaba de
manar sangre. Lentamente alzó la vista y se fijo en el animal
inerte que estaba frente a él sobre la mesa.
— ¿Bru…Bruto? —pronunció tragando saliva con
dificultad— ¿Qué le… ha pasado?
— ¿Qué te ha pasado a ti? —dijo Josep mirándolo con sorpresa.
— Mi… familia —contestó Pere a duras penas arrancando a llorar como un niño.
— ¿Qué le ha pasado a tu familia? —preguntó Bernat.
— Están todos muertos —dijo Pere entre sollozos— Los han matado a todos.
— ¿Pero quién? —volvió a preguntar Bernat.
— Los dragones… los dragones —confirmó Pere.
Todos los allí presentes se miraron extrañados
unos a otros. Era de sobra conocido en el pueblo que Pere se había
unido a los temidos “Dragones de la Muerte”. Entonces, ¿cómo era
posible que fueran los causantes de la muerte de su
familia?
— Pero… Tú eres un “dragón” ¿No? —dijo Miquel—.
¿Por qué te iban ellos a hacer esto?
— Dijeron… que yo era culpable de traición —contestó Pere.
Josep se fijó en que Carlos no había
pronunciado ni una palabra durante todo el rato. Ni siquiera miraba
a Pere; parecía como si no estuviera allí presente. Siempre culpó a
Pere de la muerte de Xisca, aunque todos sabían, incluso Carlos,
que el destino de su mujer estaba sentenciado desde hacía
tiempo.
— Nos informaron que… se estaba organizando un
complot comunista… en Porto Novo contra las tropas nacionales… una
quinta columna oculta —continuó explicando Pere con dificultad— Se…
habían producido varios robos en nuestras dependencias…militares.
Lo de Jaume se utilizó como escarmiento… para atemorizar a los
posibles golpistas. Pero… no sirvió de nada. La… semana pasada
robaron una caja con armas… que estaban siendo custodiadas… en “La
torre dels Falcons” y… alguien acusó de ello a… mi
familia.
— ¿Cómo…? —Se extrañó Josep.
— Recibieron un… escrito anónimo. —continuó Pere con dificultad— Pero el caso… es que fue… verdad. Encontraron una caja… repleta de armas en el cuarto de aperos… detrás de nuestra casa. Aunque mi padre juró… que él no había sido… no le creyeron… pensaron que yo era un infiltrado… y ahora están todos muertos.
Josep volvió a dirigir la vista hacia Carlos
que esta vez le miraba fijamente con ojos de culpabilidad. Ahora lo
entendía todo. Ellos habían robado aquel cargamento de “La torre
dels Falcons” y luego Carlos lo había escondido en casa de Pere
enviando aquel anónimo acusatorio a las fuerzas nacionales. No
podía creer que Carlos se hubiera aprovechado de su amistad para
perpetrar aquel plan contra Pere. Le había engañado como a un niño.
Carlos le hizo creer que lo que habían robado eran alimentos para
su familia ¿Tan fuerte era el odio que sentía por Pere? O ¿Quizás
no pensó que el asunto fuera a llegar tan lejos? Josep lo dudaba.
Estaba seguro de que Carlos lo había organizado todo desde el
principio.
— ¿Y tus hermanos? —preguntó Miquel - ¿Llucia?
¿Toni?
— Muertos… están todos muertos —gritó lleno de ira sin dejar de llorar—. Pude escapar por…suerte. Cuando salí de… la casa estaban… quemando a mi padre.
— ¿A que has venido aquí? —se pronunció al fin Carlos.
Todos se quedaron sorprendidos por la
indiferencia con la que Carlos se tomó las palabras de Pere que
alzando la vista se fijó en su inexpresiva mirada. Todavía podía
sentir el odio en ella; igual que la última vez que se
vieron.
— Carlos… —dijo Pere – No fue culpa mía que
Xis…
— Ni te atrevas a pronunciar su nombre hijo de puta —le cortó Carlos lleno de ira.
— Necesito vuestra ayuda. Vienen… por mí.
— ¿Cómo? —dijo Miquel, acercándose a la ventana y escudriñando el paisaje en la oscuridad de la noche—. ¿Te están siguiendo?
— Sí… No sabía donde ir. No tengo a nadie.
— Tenemos que ayudarle —propuso Bernat.
— No voy a mover un solo dedo por él —repuso Carlos—. Ya te dije que cuando no te necesitasen se desharían de ti. —prosiguió dirigiéndose a Pere.
— Pero yo no pude hacer nada. —se excusó Pere - Entraron en casa y me pusieron un arma en las manos. No pude escoger.
— ¡Y una mierda! —le recriminó Carlos – Podías haber entregado tus tierras. A mi me van a expropiar las mías por cuatro perras chicas. Josep ha hipotecado sus siguientes cinco cosechas de almendras y Bernat va ha tener que trabajar para ellos desde la herrería.
— Se le van a pelar las manos de hacer herraduras para sus caballos —dijo Miquel riendo con nerviosismo.
— ¡Tú mejor te callas! —le reprendió Carlos – Eres el que más suerte has tenido de todos. Tu suegro te ha enchufado en la fábrica de zapatos de la familia Vadell que son un atajo de falangistas. Como ves Pere los demás hemos escogido de una manera u otra no coger ese fusil.
— Pero si entrego mis tierras ¿Qué me hubiera quedado?
— ¡La dignidad! —repuso Carlos – Y sobre todo las manos limpias. Ahora… están llenas de sangre. La sangre de gente inocente. Como mi mujer. Como tu familia. Tu egoísmo te ha llevado a esto. Creíste que uniéndote a ellos llegarías a ser alguien importante; a estar por encima de lo demás. Pues erraste. Y ahora lo pagarás.
— Pero le matarán —dijo Bernat
— No es mi problema. —continuó Carlos – Él ya sabía lo que hacía cuando se unió a esos asesinos.
— ¡Carlos! —dijo Pere levantándose de la silla con dificultad y apoyándose sobre la mesa— Sabes cierto que si yo hubiera podido hacer algo por detener la matanza del hospital de Manacor lo hubiera hecho. No hay un solo día que no piense en ello. Pero no podía hacer nada más que evitar que tú también murieses.
— ¡Luces! —avisó Miquel que estaba mirando de nuevo por la ventana— Se acercan luces.
— Tenemos que ayudarle —repitió Bernat.
— ¿Cómo? —preguntó Josep – No hay sitio donde esconderle y tal como está no puede huir.
— Por favor Carlos —rogó Pere que estaba de rodillas ante él agarrándole de una pierna.
Un incómodo silencio inundó la estancia. Todos
los allí presentes, menos Pere que seguía de rodillas, se quedaron
mirando a Carlos esperando una respuesta.
— Está bien! —dijo Carlos al fin dirigiéndose a
Pere—. Lo haré por ellos. Después de esto no te quiero volver a
ver.
Todos se quedaron callados a la espera de que
Carlos se volviera a pronunciar.
— Bernat y Josep. Enrollad a Bruto con la manta
—ordenó Carlos al instante— Miquel ayuda a Pere.
Seguidme.
Carlos agarró un par de palas del fondo del
cobertizo y, seguido de todos los demás, salió al exterior donde la
oscuridad de la noche cubría por completo los terrenos que rodeaban
su propiedad. Un manto de diminutas estrellas salpicaba la inmensa
negrura celeste que se extendía infinita sobre sus
cabezas.
— Esperad un momento —dijo Carlos dirigiéndose
hacia la parte trasera del cobertizo.
Durante varios segundos permaneció oculto a la
vista de todos, como si la oscuridad lo hubiera engullido por
completo. Un ruido seco sonó en la noche y al momento Carlos volvió
a aparecer con las palas bajo un brazo y un trozo de junco de al
menos dos metros de largo bajo el otro.
— Deben de estar a dos kilómetros de distancia.
—observó Carlos oteando las luces en la distancia—. Tenemos como
mucho un cuarto de hora antes de que lleguen aquí. Aunque con un
poco de suerte quizá pasen de largo. ¡Seguidme!
El terreno sinuoso y la poca visibilidad
dificultaban el paso provocando continuas caídas en los huidizos
caminantes nocturnos. Solamente Carlos se mantenía firme y seguro
sobre un camino que conocía perfectamente como la palma de su mano.
Finalmente llegaron al destino pretendido por
Carlos.
— ¿Qué hacemos aquí? —dijo Miquel – No creo que
ahora sea el mejor momento para enterrar a Bruto.
Durante la tarde, Carlos había cavado una fosa
de medio metro de profundidad al final de su propiedad, entre la
ladera donde comenzaba el extenso pinar y a escasos metros del bajo
acantilado que se enfrentaba al mar. A Bruto le gustaba pasar en
aquella zona las soleadas tardes de verano recostado ante la valla
de protección observando como las incansables gaviotas planeaban
contra el viento manteniéndose fijas en el aire en un alarde de
maestría inigualable. Carlos sabía que no podía haber encontrado un
sitio mejor para enterrar a su gran amigo.
— No es para bruto. —contestó Carlos.
Todos se miraron perplejos unos a otros dando
por sentado que habían escuchado perfectamente las palabras de
Carlos.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó
Josep.
— ¡Vas a matarle! —continuó Bernat - ¡Estás loco!
— No quiero matarlo —corrigió Carlos – Es la única forma de que no lo encuentren. Lo enterramos ahora y cuando el peligro haya pasado lo sacamos otra vez.
— No voy a entrar ahí dentro. —afirmó Pere.
— Tú escoges —dijo Carlos – O entras ahí dentro o te entregamos a los “Dragones”. No creo que tarden mucho en llegar y puedes estar seguro de que ninguno de los aquí presentes arriesgará su vida y la de su familia para dar la cara por ti.
Pere esperó que alguno de los allí presentes se
pronunciara en contra de Carlos, pero sólo encontró el silencio por
respuesta. El caso es que incluso él mismo reconocía en su interior
que no había otra solución. Si los “Dragones” le encontraban allí
con ellos, el castigo sería cruel para todos. Sin quererlo había
puesto a sus amigos en peligro y tenía que solucionarlo de alguna
manera. Cojeando se acercó a la fosa y advirtió que en el fondo
había una pequeña caja de madera.
— No creo… que quepa ahí dentro – Observó
Pere.
— No eres tan grande —apuntó Carlos – Si te pones de lado con las piernas dobladas cabrás perfectamente. Da gracias a Dios que Bruto era un perro grande.
— Pero me ahogaré —repuso Pere – En una caja tan pequeña no hay suficiente oxigeno.
— ¡Deja ya de poner excusas! —le recriminó Carlos – Practicaremos un agujero en la tapa superior y encajaremos este junco hueco hasta la superficie, así tendrás todo el oxigeno necesario. Luego esconderemos el tramo que sobresalga al exterior entre la maleza.
— Pero si vienen hasta aquí verán la tierra removida —señaló Bernat.
— Por eso vamos a cavar medio metro más de profundidad. —explicó Carlos – Después Pere entrará en la caja, la cerraremos y la cubriremos de tierra por completo. Cuando hayamos ocultado la caja con varios palmos de tierra colocaremos a Bruto encima y terminaremos de sepultarlos. Si los “Dragones” vinieran y se dieran cuenta de que el terreno ha sido removido, diremos que enterramos a Bruto y si quisieran comprobarlo, si es que no nos creen, y nos pidan que lo desenterremos verán que decíamos la verdad.
— Tiene razón —admitió Miquel – No queda mucho tiempo. En cualquier momento pueden llegar.
Todos observaron a Pere que reconoció que,
aunque la idea no le gustaba nada, no había otra opción
mejor.
— Bueno. —dijo Pere dirigiéndose a Carlos –
Como me dijiste una vez, siempre podré confiar en
vosotros.
Carlos miró fijamente a Pere y después a
sus compañeros que esperaban una respuesta suya.
— ¡Claro! —afirmó secamente—. ¡Vamos no hay
tiempo que perder!
Después de sacar la caja, Josep y Carlos
cogieron las dos palas y se pusieron a cavar rápidamente para hacer
la fosa más profunda. La tierra en aquella zona era arcillosa y
poco densa, lo que facilitó bastante el trabajo. Mientras, Miquel
realizó el agujero sobre la tapa de la caja y Bernat recogió varios
matojos para cubrir el junco exterior. En menos de tres minutos
habían logrado su objetivo. Seguidamente volvieron a colocar la
caja en la fosa. Miquel y Bernat ayudaron a Pere a entrar en ella.
Al final Carlos tuvo razón y Pere cupo en aquel reducido espacio
colocándose de costado y de cuclillas, adoptando la misma
posición que antes de venir al mundo. A continuación cerraron la
caja y ajustaron el junco en el agujero de la tapa alargándolo
hacia el exterior. Cuando hubieron cubierto la mitad de la fosa con
tierra, colocaron a Bruto en el interior y terminaron de cubrirla.
Por último escondieron el tramo de junco que sobresalía del terreno
con los matojos de arbustos que Bernat había recogido.
— ¡Ya esta hecho! —dijo Miquel.
— Vámonos de aquí antes de que lleguen los “Dragones” —observó Bernat—. Mañana cuando hayan dejado de buscarlo vendremos a desenterrarlo.
— ¡No! —corrigió Carlos – ¡Mañana no!
— Bueno, pues… ¿pasado mañana? —dudó Bernat pensando que Pere no aguantaría tanto tiempo en el estado en que se encontraba.
— Tampoco —volvió a decir Carlos con tono serio.
Todos dirigieron una mirada de incomprensión
hacia Carlos.
— No creo… que aguante más de un día ahí
dentro. —apuntó Miquel confuso.
— No lo entendéis. — aclaró Josep acercándose a Carlos y mirándole a la cara— Pere no va a salir nunca de ese agujero ¿verdad?
Los cuatro esperaron inútilmente una respuesta
que Carlos nunca pronunciaría, porque el silencio de Carlos fue
suficiente respuesta.
— ¿Qué está pasando aquí? —preguntó
Bernat.
— Se lo cuentas tú o se lo… — prosiguió Josep sin poder terminar la frase tras caer al suelo después del revés que le propinó Carlos.
— ¿Qué les cuente qué, Josep? —gritó Carlos— que les cuente como mi mujer murió por culpa de gente como él. Que les cuente que por su culpa mi hijo no conocerá nunca a su madre. Que les cuente que gente como él está asesinando a nuestros familiares solamente por no pensar como ellos. Que se están quedando con todo lo que tenemos, incluso con nuestras vidas.
— ¡Estás loco! —dijo Bernat—. ¡Vamos a sacarlo ahora mismo!
— Adelante —sugirió Carlos – ¿Qué le contareis a los “Dragones” cuando lleguen y os vean con él? Porque deben estar al caer ¿De verdad creíais que podríamos sacarlo en un par de días y luego mantenerlo escondido? Más tarde o temprano lo encontrarían. ¿Y luego qué? Luego lo torturarían para que contara donde había estado escondido. ¿Sabéis de lo que es capaz de hacer esa gente? No habéis salido últimamente mucho de casa ¿verdad? Donde antes crecían flores a los lados de la carretera ahora sólo hay muertos. Recordad lo que les pasó a aquellas cinco pobres enfermeras del ejército republicano en Manacor. Después de torturarlas y violarlas durante toda la noche las ejecutaron en la plaza delante de todo el pueblo. Todo porque prefirieron quedarse a ayudar a sus heridos en la batalla en vez de volver con los barcos en retirada a Barcelona. ¿Qué creéis que nos harán a nosotros por encubrir a un traidor cuando le saquen la verdad a ostias?
Aunque ninguno quería admitirlo sabían que
Carlos tenía toda la razón. Otra vez un incómodo silencio se formó
entre ellos. Solamente el susurro del suave oleaje del mar bajo el
acantilado se escuchaba vagamente en la lejanía.
— ¡Tiene razón! ¡Vámonos de aquí! —propuso al
fin Miquel.
— No quiero volver a veros por aquí —dijo Carlos.
— Tranquilo —puntualizó Bernat – De eso puedes estar seguro. Pero ni aquí ni en ningún lugar.
Un lejano murmullo pareció oírse en ese
instante.
— ¿Qué es ese ruido? —dijo Bernat agudizando el
oído para sentirlo mejor.
— Viene de… —añadió Josep – ¡Joder es Pere! Lo ha escuchado todo.
Lo que en un principio percibieron como un
ligero rumor se convirtió en un espeluznante grito de terror que no
olvidarían nunca en la vida. Actuando con presteza, Carlos sacó del
bolsillo de su pantalón un pequeño y oscuro pañuelo que colocó en
el orificio superior del junco amortiguando aquellos aterradores
alaridos.
— ¡Ahora fuera de mis tierras! —ordenó Carlos –
Si alguna vez veo a alguno de vosotros acercarse por aquí, recibirá
un tiro entre ceja y ceja. Quedáis avisados.
— Hacedme un favor —dijo Miquel - Olvidaros de que existo. Si me veis alguna vez ignoradme.
Tanto Miquel como Bernat saltaron la valla que
delimitaba las tierras de Carlos y se alejaron a través de la
ladera camuflándose entre el bosque de pinos. Josep se detuvo un
instante antes de cruzar al otro lado y se dirigió a Carlos que
todavía no se había movido del sitio.
— ¿Quién eres?...No te reconozco. —dijo Josep -
Nos has hecho participes de tu loca venganza sin que lo supiéramos
y ahora todos somos tan culpables como tú. Lo que hemos hecho hoy
nos consumirá poco a poco y algún día nos pasará
factura.
Carlos se quedó un rato más en aquel lugar
después de que Josep se marchara. Alzó la vista hacía las oscuras
colinas y pudo ver como las parpadeantes luces de los faroles que
guiaban a los “Dragones” pasaban de largo dirigiéndose hacia los
terrenos de “Can Mesies”. Como había dicho Josep, su venganza se
había completado. Al fin había conseguido justicia por la muerte de
Xisca. Una leve brisa marina acarició su rostro y Carlos recordó el
suave tacto de las manos de su mujer sobre sus mejillas. Siguió
hipnóticamente el origen de aquel soplo de vida aproximándose con
paso lento hacia el abrupto relieve que abrazaba el mar
Mediterráneo. A medida que se acercaba al acantilado, el ligero
murmullo de las olas acallaba placenteramente los agónicos gritos
de Pere en su cabeza.