30


Un ensordecedor trueno despertó a Bernat de la terrible pesadilla en la que estaba sumido. Aunque ya se encontraba en el mundo de lo material, los aterradores gritos de Pere clamando piedad desde la negrura de su profunda prisión seguían resonando como un eco perdido en el silencio sobrecogedor de la sala. No era la primera vez que aquellos recuerdos le perseguían en sueños desde que los cuatro tomaran la terrible decisión de traicionar a Pere; y seguro que tampoco sería la última. En ocasiones había soñado que era él quien gritaba en la oscuridad eterna de aquella reducida caja ocupando el sitio de Pere mientras escuchaba las ahogadas risas de sus compañeros en la superficie. Muchas veces se había preguntado si los demás también tendrían las mismas pesadillas que él, algo que nunca averiguaría pues, desde aquel lejano momento, sus vidas se distanciaron cada día más, igual que las ondas originadas por una piedra arrojada a un lago. Durante todos los años transcurridos Bernat había coincidido varias veces con ellos, pues en un pueblo tan pequeño era muy difícil no toparse alguna vez por la calle. En estos casos habían actuado como si no se hubieran conocido nunca.

La primera vez que coincidieron los cuatro juntos fue en 1.941, durante el funeral de Biel. La muerte del hijo de Carlos conmocionó fuertemente a todo el pueblo, no solamente por la corta edad del chico, sino también por las extrañas circunstancias que acompañaron al suceso. Todo el mundo en Porto Novo sabía que el lugar donde murió Biel formaba parte de las tierras que habían pertenecido a Carlos, lo que ignoraban es que había sido encontrado muy cerca de donde ellos habían abandonado a Pere. Junto al chico se encontró un trozo de junco seco muy parecido al que habían utilizado años atrás en el plan ideado por Carlos para ocultar a Pere. Tanto Bernat como los demás estaban seguros de que se trataba del mismo junco. 

Años más tarde tendría lugar el desafortunado accidente de María. Sólo Bernat asistió al “Hospital de la Sang” para estar al lado de Miquel en tan dramático trance. Desde aquel momento se produjo un leve acercamiento entre ambos pues Miquel agradeció profundamente a Bernat el apoyo brindado al ofrecerle un hombro sobre el que llorar. Lo que Bernat no sabía era que Miquel vio en su presencia la oportunidad perfecta para fingir ante todos el dolor que le producía el ver a su querida mujer en aquel estado tan deplorable. Lágrimas de cocodrilo manaban frecuentemente de sus ojos en cada visita que recibía en el hospital durante el tiempo que María estuvo ingresada. Una vez más Miquel pudo demostrar a la gente lo mucho que quería a su mujer. Seguían considerándolo el marido perfecto.

La última vez que se encontraron fue seis años atrás, en el funeral de Carme. La iglesia estuvo bastante concurrida, hasta el punto de que mucha gente tuvo que quedarse fuera del templo. Dentro no cabía ni un alma más, nunca mejor dicho. Bernat pudo ver a Miquel y Josep entre los asistentes a la misa, aunque sólo Miquel se acercó, junto a María en su silla de ruedas, para ofrecerle el pésame. Al único que no divisó fue a Carlos; “seguramente estará durmiendo la mona en algún rincón”, pensó Bernat. Pero no fue así. Carlos estuvo entre la multitud fuera de la iglesia. Aunque no se atrevió a entrar, permaneció allí durante todo el funeral.

La fuerte amistad que se había forjado entre ellos durante la infancia se había desquebrajado en mil pedazos como una frágil vasija de barro al caer contra el suelo. Habían pasado más de cuatro décadas desde la última vez que se dirigieron la palabra y fue precisamente para romper definitivamente el firme lazo que les unía. Bernat siempre había pensado que algún día lograrían superar aquel horrible recuerdo y que las cosas volverían a ser como antes. Pero los trágicos acontecimientos que ocurrieron en los años siguientes menoscabaron cualquier remota posibilidad de que así fuera. Sentado en la butaca y en la penumbra de aquella habitación, Bernat especuló con la idea de que hubieran sido objeto de alguna extraña maldición por lo que pasó con Pere.  

Los intensos destellos de luz azul que provocaban los relámpagos en la tempestuosa noche, iluminaban intermitentemente la sombría habitación a través de las persianas abiertas que daban a la parte trasera de la casa. Bernat se levantó de la butaca y, acompañado de Karina, se acercó al umbral de la puerta acristalada que daba al patio posterior. Observó que el pequeño huerto estaba anegado de agua y pensó que si seguía lloviendo de aquella manera no sería extraño que la riada incluso llegara a entrar en la vivienda. Tras encender la luz del pasillo se dirigió a la entrada principal de la casa y se aseguró de que tanto las ventanas como la puerta estuvieran bien cerradas. Luego subió al piso superior y realizó las mismas comprobaciones. La última habitación que revisó fue la de Alex. Antes de salir de ella se sentó sobre el borde de la cama y cogió una fotografía que estaba en un marco sobre la mesilla de noche. En ella se podía ver a Alex junto a María y Anita deseándole un feliz 1.984 en una nota escrita por su nieta al pie de la misma. No había visto a su nieta desde que tenía dos añitos. Había hablado con ella por teléfono en las veces que lo hizo con Alex. La verdad es que lo hubiera tenido muy fácil bajando a Palma para visitarla, pero no quería que Alex se sintiera incomodo con su presencia. Lo mejor era dejar que él diera el primer paso. Bernat se sintió nuevamente culpable por no haberle contado la verdad a su hijo. Quizá no tuviera nada que ver lo que pasó hace años con las muertes de Carlos y Josep, quizá fuera una simple coincidencia, pero algo en su interior le decía totalmente lo contrario. 

Cuando descendió de nuevo a la planta baja con la fotografía en la mano, Karina le estaba esperando al pie de la escalera. Bernat le había enseñado que no debía subir nunca a las habitaciones de l planta superior.

— ¿Tienes hambre preciosa? —le preguntó Bernat sin esperar contestación, aunque la mirada del animal le bastó para saber que, si hubiera podido hablar, la respuesta hubiera sido afirmativa.

Ambos se dirigieron a la par hacia la cocina, aunque Karina le ganó rápidamente bastante terreno. No había abandonado todavía el pasillo que conducía hasta la sala principal, cuando Bernat divisó algo que le llamó tremendamente la atención. Su corazón comenzó a acelerarse ante la incredulidad de lo que estaba viendo. Era imposible que aquel objeto estuviera sobre el mueble del recibidor. Bernat lo cogió y  lentamente se lo acercó hasta tenerlo a un palmo de la cara. No cabía duda, era el mismo barco de madera que le había tallado su padre cuando era niño. Lo más lógico hubiera sido pensar que quizás se tratara de alguno similar, sobretodo porque Bernat depositó el verdadero barco dentro del ataúd con el que enterraron a su padre. Pero él sabía cierto que aquella figurita era la auténtica. Si una cosa le quedó grabada en la mente en aquél amargo momento de su infancia, fueron las enrevesadas formas de color rojo oscuro que formaban aquellas manchas. 

Súbitamente las luces de la casa se apagaron a la par que un potente trueno hizo vibrar enérgicamente los cristales de los ventanales. Todo quedó completamente a oscuras y Bernat, tras guardar la pequeña figura de madera en el bolsillo de su pantalón, se dirigió hacia la sala palpando la pared del pasillo para guiarse en la oscuridad. Cuando llegó al final del pasillo pudo observar un leve haz de luz parpadeante proveniente de la cocina que se insinuaba débilmente en el centro de la sala dibujando sobre el suelo una especie de alfombra de luz fluorescente sobre la que se encontraba Karina. Bernat se acercó hasta la perra que miraba fijamente hacia la cocina gruñendo como si no le gustara lo que estaba pasando allí dentro. Después de dejar el marco de plata sobre la mesa le acarició el lomo para tranquilizarla. 

No cabía la menor duda; había alguien dentro de la cocina. ¿Pero como había podido entrar en la casa? Bernat estaba seguro de que había comprobado que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas. Dando varios pasos hacía un lado, intentó tener una mejor perspectiva del interior de la cocina. La débil luz que emanaba del interior seguía parpadeando en largos intervalos de tiempo dejando, por momentos, la casa sumida en la más absoluta oscuridad. Un súbito escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando distinguió la mitad izquierda del cuerpo de un hombre que estaba de espaldas. Parecía estar manipulando algo sobre la mesa de la cocina, que estaba situada junto a la nevera. Una sensación nauseabunda le revolvió el estómago al percatarse de que abundantes ríos de sangre caían de la mesa y manchaban el suelo alrededor de los pies de aquel extraño personaje.

¿Quién… es usted? —Acertó a decir Bernat invadido por el miedo.

Tras escuchar su voz aquel hombre se quedó completamente paralizado como si fuera una estatua de hielo. Un instante después, realizando un rápido movimiento, se colocó una especie de pequeño saco sobre la espalda. Bernat reconoció de inmediato aquel fardo oscuro manchado de rojo que dejaba regueros de sangre sobre la chaqueta de pana marrón que vestía aquel desconocido. Sin duda alguna se trataba del hatillo que su padre utilizaba cuando se ausentaba de casa varios días para ir a trabajar. Un desagradable crujido de huesos fracturándose se elevó sobre el continuo repiqueteo de la lluvia en los muros de la casa mientras el cuerpo de aquel extraño individuo se retorcía de una manera imposible para una persona que presumiera de estar viva. Sin darse cuenta Bernat agarró más fuerte a Karina que olió sobradamente el miedo que emanaba a través de la sudorosa piel de su amo.

Poco a poco, aquel extraño personaje se fue dando la vuelta mientras la mitad de su torso superior se contorsionaba monstruosamente como si su columna vertebral estuviera partida por la mitad. Antes de que se pudiera girar por completo, la luz de la cocina se apagó por un breve lapso de tiempo; el suficiente para que Bernat no llegara a averiguar quién era realmente aquella persona. La luz cegadora de un nuevo relámpago iluminó la oscura sala y Bernat pudo reconocer a duras penas aquel despojo humano que se erguía con dificultad ante el umbral de la puerta de la cocina. 

— ¿Dónde ezta el meu ropizt? —Pronunció con dificultad aquel ser.

Bernat observó horrorizado como aquella imagen, de lo que una vez fue se padre, se acercaba lentamente hacia él extendiendo hacia el frente unas manos que parecían afiladas garras. Por un momento aquella espantosa visión quedó oculta entre las sombras de la habitación, hasta que la tenue luz blanca de la cocina volvió a revelar su presencia. Pero asombrosamente ya no era su padre. 

Una extraña forma casi humana se aproximaba, esta vez con paso firme, hacia Bernat y Karina, que cada vez gruñía con más fuerza. Si la imagen anterior le había aterrado, ésta no iba a hacerlo menos. Como si de una figura de barro se tratara, aquel ser modificó su figura adoptando la apariencia de alguien a quién Bernat no había visto en muchos años y al que había esperado no ver  nunca más en su vida. Una voz pavorosa retumbó en la habitación.

—“¡¡Tutti i rossi fucilati!! 

En ese mismo instante Karina se abalanzó sobre aquel ente con el aspecto del Conde Rossi que, con un rápido movimiento de su brazo, la golpeó con furia lanzándola por los aires. Karina aterrizó sobre la mesa de la habitación donde rebotó para luego estrellarse contra la pared. No le dio tiempo siquiera a emitir un ladrido de dolor. 

— ¡¿Karina?! —gritó Bernat sin obtener respuesta.

Aquel ser se acercó de nuevo hacia él. Bernat pudo dilucidar un atisbo de sonrisa en aquel rostro que volvía a transformarse de nuevo. 

“¡Fucilati súbito!” —dijo aquel espectro que tenía el semblante de Pere mientras sujetaba a Bernat por el cuello elevándolo del suelo tres palmos.

La tenaza que apresaba a Bernat era cada vez más fuerte, hasta el punto de que la vista se le empezó a nublar. Aquel espectro con el rostro de Pere extendió su mano libre hacia atrás disponiéndose a ejecutar el zarpazo final, hasta que de repente algo llamó su atención. Con un ligero movimiento lanzó a Bernat a varios metros. El dolor que le causó el golpe al chocar contra el suelo fue tremendo, pero el alivio que le produjo la liberación de aquella tenaza lo superó con creces. 

Bernat se medio incorporó tosiendo con dificultad a la vez que intentaba aspirar todo el aire posible para volver a llenar sus pulmones. Miró con detenimiento aquella fantasmal figura que tenía delante y no le cupo la menor duda de que se trataba de Pere. Bernat estaba seguro de que aquella aberración había sido el causante de las muertes de Carlos y Josep, y sabía cierto también que ahora venía a por él. De alguna manera Pere había logrado volver del más allá para ejecutar su venganza. Bernat observó como los años no habían pasado por él, incluso vestía las mismas ropas ensangrentadas que llevaba cuando lo abandonaron tiempo atrás en aquella caja a dos metros bajo tierra. Lo único diferente, aparte de que parecía sobrepasar los dos metros de altura cuando Pere a penas alcanzaba el metro y medio, eran aquellos ojos oscuros sin vida que ahora miraban fijamente al suelo. 

De repente Pere estiró su brazo derecho apuntando hacia el suelo y un objeto voló directamente hasta su mano como si hubiera sido atraído por un imán. Bernat pudo distinguir el marco con la foto de Alex, que había salido despedido de la mesa cuando Karina cayó sobre ella, en las manos deformes de aquel ser. Por un momento el espectro de Pere se quedó pensativo, como si hubiera algo en aquella fotografía que le hubiera llamado la atención. Después fijó su vacía mirada sobre Bernat y esbozó una ligera sonrisa mostrando unos afilados dientes que parecía imposible que cupieran dentro de aquella boca.

¡Es tu hijo! —pronunció el espectro de Pere con voz ronca— ¡Y está aquí!

Aquel ser reconoció al hijo de Bernat. Ya le había observado escondido entre las sombras, mientras Alex intentaba inútilmente taponar la herida por la que se le escapó la vida a Josep. 

Durante un breve instante la habitación volvió a quedarse a oscuras. Cuando la débil luz de la cocina volvió a enfocar al espectro de Pere, un manto de sombras había emergido de la nada rodeándolo por completo. Su cuerpo comenzó a desvanecerse transformándose en una masa neblinosa que se disolvió en el aire mezclándose entre las sombras que poco a poco fueron despareciendo igual como habían llegado.

De repente Bernat se dio cuenta de todo. Pere no se hubiera conformado con matarle; quería algo más. Por eso le había dejado con vida. Lo que aquel espectro pretendía era que conociera el dolor que provocaba la muerte de los seres más queridos igual que él lo había sufrido con la muerte de su padre y sus hermanos. Así que primero iría a por Alex. Luego ya tendría tiempo suficiente para acabar con él. 

Bernat se levantó rápidamente del suelo y tambaleándose se dirigió hacia la puerta de salida. La lluvia caía con fuerza y sus pies se hundían en el barro que cubría por completo la calle sin asfaltar frente a la casa. 

— ¡Vuelve aquí hijo puta! —gritó Bernat en medio de la tormenta— Acaba lo que has venido a hacer. Soy yo el que te traicionó. 

El sonido de la lluvia ahogaba los gritos de Bernat que se perdían en la tormentosa noche. Caminando con dificultad se adentró en la espesa lluvia sin un rumbo fijo. Bernat sólo sabía que tenía que salir de allí y llegar hasta donde estuviera Alex. Tenía que avisarle del peligro. Lo más probable es que se encontrara en el cuartel de la guardia civil. ¡Eso es!, el cuartel sería el primer sitio donde buscaría. Si Alex no estaba allí, seguro que alguien conocería su paradero. No había tiempo que perder.

Mientras Bernat caminaba bajo la lluvia en la oscura y tormentosa noche no paraba de preguntarse por qué Pere había decidido ejecutar su venganza justo ahora, después de tanto tiempo.

Puerto rojo
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