LOS AÑOS VELOCES
P
ara la construcción y diseño de su palacio en Recoletos había ido tomando notas en numerosas ocasiones, cada vez que visitaba a los hermanos Rothschild, sobre la distribución e iluminación de los cuartos de sus acogedoras mansiones. Y había puesto al mando de la obra a un arquitecto de sobrada reputación y talento, Narciso Pascual y Colomer, que además tenía la virtud, rara entre los arquitectos, de dejarse convencer, de ser capaz de subordinar sus propias ideas a los planos ya dibujados previamente por quien le contrataba.
—Mire, señor Narciso, los Rothschild lo tenían así y yo lo quiero exactamente así, ¿entendido?
—Entendido, don José.
—Mis amigos vienen a Madrid la semana que viene, a comprar un tren.
Un tren...
El tren que unía Alicante con Madrid, la razón por la que los hermanos Rothschild habían velado por José de Salamanca durante varios lustros, invirtiendo dinero, tiempo y contactos. Pero la siembra era nada en comparación con lo que al final, José de Salamanca, había logrado para ellos: la aún más rentable que mítica unión de Madrid con el mar Mediterráneo.
Cuatro días después de vender la línea de Madrid a Alicante a los hermanos Rothschild, se le otorgó a Salamanca la construcción del ferrocarril hasta Toledo. Lo inauguró dos años después. En el ínterin se asoció con los principales constructores ferroviarios de Francia, Italia, Alemania y Portugal. Proyectó la creación del Banco Hipotecario. Se hizo accionista primero, y socio después, de la línea Great Western, en los Estados Unidos de América, lo que le valió conseguir que a una pequeña ciudad situada dentro de la reserva de los indios seneca, le pusieran su nombre: Oeste Salamanca; o Salamanca West. «Como en las novelas de indios y vaqueros», como solía decir cuando se refería a la pequeña ciudad hablando sobre su aventura norteamericana con sus conocidos.
Como colofón a sus años más veloces, afortunados y gloriosos, inauguró con una fiesta inolvidable su palacio de Recoletos. Y cincuenta y seis días después le compró, pagando en efectivo, a la mismísima reina Isabel II la posesión de Vista Alegre. El palacio de Vista Alegre. Donde Salamanca había conocido a Isabel de niña, también donde la había «conocido», más tarde, como mujer. Por dos millones y medio de reales. Por un puñado de dólares, que se habría dicho en Salamanca West mientras aullaban y lanzaban flechas al aire los indios seneca.
Parecía que nada podía parar a Salamanca, que ningún lugar ni persona estaba a salvo, ni podía escaparse de ser comprado por el hombre que, a la sazón, había hecho realidad la frase imposible con la que deslumbró a Alejandro Dumas.
—Me convertiré en el hombre más rico de Europa.
Y, en efecto, José de Salamanca y Mayol era ya el hombre más rico de Europa.