Gillian
Hoy hace un mes que Dallas y yo estamos juntos. Un mes increíble en el que he experimentado más amor del que quizá muchas personas tengan en años. Dallas no me mintió cuando me dijo que haría todo por demostrarme que había cambiado. Ha sido un hermano perfecto para Lisa y para Cody, y el novio comprometido que jamás creí que podría tener. El chico de la Harley de quien tanto desconfié al principio ha resultado ser mi hombre perfecto, y por eso esta noche me acerco a su caravana deseando celebrar el acontecimiento. Él ya me está esperando, sentado en las escaleras. Los latidos de mi corazón ante su imagen, tan perfectamente bella como siempre, son tan fuertes que temo que puedan oírse en todo el parque de caravanas, sumido en el silencio a estas horas. Se levanta en cuanto me ve y me recibe entre los brazos, dándome un largo y cálido beso. Cuando me suelta, le explico:
—Nancy se queda con Lisa y Cody.
—¿Hasta qué hora?
—Toda la noche —susurro sin saber muy bien si quiero que parezca que estoy insinuando que ya estoy preparada, porque no sé si lo estoy.
Los ojos de Dallas centellean y, abrazándome de nuevo, pregunta:
—¿Le has pedido a Nancy que se ocupe de ellos para nuestra celebración?
—Adoro a nuestros hermanos, pero de vez en cuando necesito una noche libre con mi novio. Y celebrar nuestro noviazgo de un mes con el aparato de escucha encendido no parecía muy romántico.
Él sonríe y me toma por la cintura. Mis mejillas se encienden y sé que necesito acordarme de respirar, así que sugiero:
—¿Me invitas a una cerveza?
Los ojos de Dallas se encuentran con mi mirada y el pulso se me acelera, y más cuando me toma de la mano y entra conmigo en la caravana. Yo me siento en el sofá y él se acerca a la nevera, coge una cerveza y me la ofrece proponiendo:
—¿La compartimos?
—Hoy no estoy de guardia. —Le recuerdo.
—No, pero yo sí.
Lo miro sin comprender, y él me explica:
—No voy a volver a estropear las cosas contigo nunca más, Gillian. Y me encanta que estés en mi caravana y que no tengas que volver a la tuya, pero me aseguraré de que ninguno de los dos esté afectado por el alcohol esta noche.
Yo acepto con una sonrisa: sé a lo que se refiere. Pase lo que pase, quiere que sea porque realmente lo deseo, no porque el alcohol me desinhiba. Suspiro agradecida y él me dice, pasando la mano por la parte del sofá más cercana a él:
—¿Vienes aquí?
Yo me acerco, hasta que mi muslo está contra el suyo. Me pasa una de las manos por el hombro; la otra la utiliza para darme la cerveza. Dejamos transcurrir así un largo rato, sin hablar, solo con él trazándome pequeños círculos en el hombro desnudo que me provocan como pequeñas descargas eléctricas, bebiendo de la misma botella, mirándonos como si ninguno de los dos se atreviera a romper la magia del momento. Finalmente, Dallas se atreve a decir:
—No puedo creer que estés aquí conmigo.
—Yo tampoco, pero es lo que quiero.
Dallas suspira y su caricia se hace más intensa acompañándola con estas palabras:
—No sé cómo decir esto, pero con todo lo que ha pasado, únicamente quiero que sepas que yo solo quiero estar contigo, y no voy a presionarte jamás. Incluso si quieres quedarte a dormir conmigo, podemos hacer solo eso, dormir abrazados. ¿Te gustaría?
Yo tiemblo ante lo que me propone. Durante este mes, Dallas se ha mostrado siempre muy controlado conmigo, y de forma deliberada ha evitado que permaneciéramos solos mucho tiempo en su caravana. Sé que lo ha hecho para no asustarme, para darme tiempo, como me está ofreciendo ahora. Y sin embargo, toda yo me muero de ganas por besarle, así que le contesto con sinceridad:
—Quiero quedarme contigo, aunque no sé lo que quiero que suceda.
Dallas suspira: está buscando la forma de relajarme, y lo logra cuando me dice:
—En ese caso, quédate conmigo y solo avísame cuando dejes de sentirte cómoda y pararemos.
Yo sonrío y él posa la botella vacía sobre la repisa, mientras me apoya la mano con suavidad en la pierna. Yo tiemblo de nuevo y él me sugiere:
—¿Quieres que vayamos a mi cama?
—¿Esa en la que nunca dejas entrar a chicas? —bromeo para intentar aliviar la tensión.
Dallas me mira con ojos enamorados y me asegura:
—Tú eres la única chica a la que quiero en ella, aunque solo sea durmiendo como cuando nos conocimos. Quiero abrazarte toda la noche y hacerte sentir que puedes confiar en mí, que te amo y que no voy a volver a hacerte daño nunca más.
Se detiene y la respiración se le vuelve entrecortada. Yo le acaricio con suavidad la mejilla y le susurro:
—Llévame a la cama…
Una sonrisa le inunda el rostro. Después de besarme con delicadeza, Dallas me coge en brazos con sumo cuidado y me lleva hasta su cama, en la que me tumba con extrema delicadeza. Yo también sonrío, pero un escalofrío de nerviosismo me recorre la espina dorsal. Él lo advierte y me sosiega:
—Solo voy a quitarte los zapatos.
Yo estiro las piernas y dejo que él me descalce, de forma que cuando termina puedo acurrucarme sobre la cama, mirándolo. Él se descalza también y, antes de tumbarse a mi lado, apaga la luz y deja que la habitación se quede iluminada solo por la tenue claridad de las estrellas y el farolillo de la entrada. Es perfecto: podemos vernos y a la vez la penumbra me da sensación de seguridad. Apoyo la cabeza en su pecho, intentando serenarme. Cuando por fin alzo la mirada, el corazón me late con furia cuando su boca se posa en la mía. Hay algo en sus labios cuando rozan los míos que vuelve a crear esa conexión brutal que provoca que todo mi cuerpo se descontrole y me incite a apretarme contra él hasta que siento su excitación en los muslos. El calor me invade y sus manos se deslizan desde mi espalda hasta mi trasero, aunque sin atreverse a levantar por completo el vestido. Yo también le acaricio y los besos se hacen más intensos, hasta que él por fin se decide a pasar la mano bajo la ropa, acariciándome las piernas hasta que, incapaz de contenerse más, comienza a quitármela. Yo trago saliva y él se detiene de inmediato preguntándome:
—¿Estás bien?
—Tengo miedo.
—¿De mí? —me pregunta entristecido.
Su preocupación me conmueve y le contesto con sinceridad:
—No, de ti no. Solo es que nunca he hecho algo así y me asusta hacerlo mal y que tú…
—No hay nada que puedas hacer que provoque que me vaya con otra chica, si eso es lo que temes. —Me interrumpe—. Porque te amo tanto como tú a mí y por eso yo también tengo miedo.
—¿Tú? ¿Por qué? Has estado con muchas chicas… —pregunto incrédula.
—Ninguna a la que amara. Y por eso me aterra hacer algo que te impulse a que vuelvas a alejarte de mí.
El corazón se me derrite ante sus palabras y propongo en un susurro:
—Entonces, quizá podamos eliminar juntos tanto miedo.
La sonrisa le ilumina el rostro y vuelve a besarme, pero esta vez abandona pronto los labios para descender por el cuello, provocando que suelte varios gemidos que parecen enardecerlo. Con suavidad me quita el vestido, me desabrocha el sujetador y desliza con un cuidado infinito las bragas hasta los pies de la cama. Yo no puedo sino temblar: nadie me ha visto así jamás; pero cuando contemplo la forma que tiene de mirarme él, que está llena de pasión, pero también de amor mientras observa mi cuerpo desnudo, sé que es lo que quiero. Acerco las manos a su pecho para quitarle la camiseta, pero Dallas hace un último conato de autocontrol y me pregunta:
—¿Estás segura? Porque puedes parar esto en cualquier momento.
Sé que está hablando en serio, que haría eso por mí, pero también que no quiero que esta sensación que late en mi interior se detenga, así que contesto:
—Sí. Confío en ti, Dallas.
Hay fulgor en sus ojos y él mismo se desprende de la camiseta, de los vaqueros y de la ropa interior. Rebusca en la mesita y saca un preservativo que deja cerca. No parece tener prisa cuando se tumba de nuevo a mi lado y vuelve a besarme, agitando mi respiración porque ahora, cada vez que nuestros cuerpos se rozan, lo hacen piel con piel. Nos besamos largo rato y, cuando la pasión se adueña de nosotros, coge de nuevo el preservativo y me susurra al oído:
—Voy a ir muy despacio. No quiero hacerte daño.
Yo asiento con un gesto, incapaz de pronunciar palabra, y él me besa de nuevo una y mil veces mientras se coloca sobre mí y, con cuidado y ternura, se desliza en mi interior. No puedo evitar un pequeño grito entrecortado, pero le aseguro:
—Está bien. Sigue, por favor…
Él parece dudar, así que elevo las caderas y permito que se deslice más adentro, hasta que siento cómo mi virginidad se rompe dolorosamente. Dallas se detiene y vuelve a besarme una y otra vez, hasta que olvido el dolor y le suplico:
—Sigue, sigue…
Mis palabras lo relajan y vuelve a adentrarse en mí una y otra vez, con suavidad, haciéndome olvidar el dolor, sintiendo solo el contacto increíble en mi interior. Cierro los ojos y entrelazo mi mano con la suya, mientras nos convulsionamos juntos en una maravillosa e intensa sensación que deseo repetir con él eternamente.