Gillian
Una semana. Solo siete días han pasado desde que llegué y por fin he conseguido tener la sonrisa que muchas veces solo finjo. Y eso es porque acabo de conseguir trabajo. Después de recorrer la ciudad cada día varias horas, he encontrado un puesto perfecto para mí: la biblioteca pública. No solo porque me encanta estar rodeada de libros, sino también porque es el lugar idóneo para cuidar de mis hermanos. Cody puede estar horas en silencio siempre y cuando tenga material que estudiar, y también hay varios ordenadores con conexión a internet que puede utilizar. Respecto a Lisa, hay una zona infantil acondicionada. Cody y yo podemos turnarnos para echarle un ojo y, por suerte para mí, es una niña que se porta muy bien. Dicen que los hijos de enfermos aprenden cuándo tienen que portarse bien para que sus padres no empeoren; en nuestro caso Lisa sabe que la única forma de mantenernos juntos es alejándonos de los problemas. Sé que es una pesada carga para ella, pero si llama la atención, si alguien llega a cuestionarse por qué nunca hay un adulto a nuestro alrededor, podrían avisar a los servicios sociales. Eso nos pasó en la última ciudad y es lo que motivó que saliéramos corriendo de ella; ahora los tres tenemos muy claro que no dejaremos que vuelva a suceder.
Estoy deseando volver a la caravana para contarles que he encontrado trabajo, pero antes me falta una última tarea pendiente: arreglar la camioneta. Lleva tiempo fallando, pero no podía arriesgarme a gastar mis últimos ahorros hasta haber conseguido un empleo. Con la esperanza de que el dinero que tengo disponible sea suficiente para repararla, me dirijo a un taller mecánico que vi hace un par de días. Me he planteado la posibilidad de preguntarle a Dallas, ya que él me explicó que trabaja junto a Vincent de mecánico. Sin embargo, he decidido que prefiero no hacerlo. Se ofrecería a ayudarme, y no quiero abusar de su amabilidad conmigo. Es verdad que cuando nos conocimos me ayudó con mi hermana y con el alquiler. Y todo eso ha sido genial, pero no puedo seguir aceptando su ayuda. Más cuando mi forma de agradecérselo fue con un beso, que pretendía ser inocente, pero que se convirtió en la cosa más caliente y fuera de lugar que he hecho en toda mi vida. Supongo que para alguien como Dallas nuestro beso no fue nada especial, pero tuvo el poder de remover partes de mí que ni siquiera sabía que existían. Aunque trato de evitar pensar en ello, cada vez que lo veo surge en mi interior el deseo de repetir; y lo malo es que lo veo con frecuencia. Nuestras caravanas están bastante cerca, y él siempre pasa al menos una vez al día para asegurarse de que todo va bien. Lo cual es encantador, pero también peligrosamente tentador. No quiero ser la chica de una noche de Dallas, y mucho menos enamorarme de alguien que no me corresponderá. Pero esto es mucho más fácil de decidir que de hacer, así que mi táctica es que mis hermanos estén siempre presentes cuando él está cerca. Delante de ellos no tendré jamás un arrebato, de modo que son mi seguro. Y por eso voy a solucionar yo sola la reparación de mi camioneta.
Cuando llego al taller mecánico, aparco la camioneta delante de su puerta y un hombre de unos cincuenta años sale a saludarme. Tiene el rostro orondo y amable a pesar de su imponente figura. Se presenta como Eric, y utilizo con él mi mejor sonrisa, la que me ha servido para que me den el puesto de trabajo. Él me devuelve la sonrisa, pero esta se congela cuando abre el capó y, después de varios minutos de revisar, me dice sin tapujos:
—Esta camioneta necesita una gran reparación, niña. Deberías plantearte comprar otra.
—Eso está completamente fuera de mi alcance —confieso.
—En ese caso, esta reparación también lo está.
No puedo evitar que el rostro muestre mi desilusión, pero antes de que pueda pensar en algún tipo de negociación, el corazón me da un vuelco cuando oigo la voz de Dallas a mis espaldas saludándome:
—¡Gillian! ¿Qué haces aquí?
Cuando me vuelvo, observo que está con Vincent, así que deduzco que es el taller en el que ambos trabajan. Y también que tengo que encontrar la forma de que ninguno de los dos advierta lo que su simple visión acaba de provocarme. Que ambos son chicos guapos y sexis está fuera de duda. Pero en este momento parecen salidos de un anuncio destinado a volver locas a las adolescentes, o al menos conmigo lo han conseguido. Ambos llevan una estrecha camiseta negra de tirantes que les marca los bíceps y los abdominales. Tienen manchas de grasa en las manos, en sus ajustados jeans y en los brazos; y todo ello no hace sino darles un aspecto mucho más salvaje y atrevido. Cuando se acercan a mí, me quedo sin respiración unos segundos, pero me las arreglo para saludar fingiendo aplomo:
—Hola, chicos. No sabía que trabajabais aquí.
—¿Tienes problemas con la camioneta? —me pregunta Dallas solícito.
—Júzgalo tú mismo. —Le indica Eric mostrándole el motor.
Tanto él como Vincent le echan un vistazo y leo en su mirada que Eric no mentía sobre el estado del vehículo.
—Estábamos comentando que no puede permitirse otra camioneta, pero la reparación es cara —explica Eric.
—¿Y si hacemos solo lo imprescindible? —pregunto rogando que eso implique poco dinero.
Eric hace una mueca y toma un bloc. Hace varios cálculos y, cuando me lo muestra, me siento desfallecer. Con la voz rota hago un último esfuerzo:
—¿No hay nada que se pueda hacer para bajar ese presupuesto?
—Las piezas son imprescindibles, y luego está la mano de obra. Hay varias horas de trabajo aquí…
Los ojos se me nublan y trato de serenarme. Necesito la camioneta: no puedo arrastrar a mis hermanos caminando a todas partes, pues las distancias son demasiado largas. Una idea me pasa por la cabeza y pregunto:
—¿Y si yo ayudo?
Eric me mira como si estuviera loca, y sé lo que está pensando. Todavía llevo el vestido que he utilizado para la entrevista: un modelo vintage rosa con bailarinas a juego; y mi rostro angelical y los bucles no ayudan a que parezca alguien dispuesto a llenarse de grasa reparando una camioneta. Por eso le explico:
—Aprendo rápido y ya hago los arreglos de fontanería y de electricidad de mi casa.
—Y también tumbó a Jason con un par de llaves cuando intentó propasarse con ella, así que si dice que puede ayudarnos, yo la creo. —Sale en mi defensa Dallas.
—¿A Jason? ¿Ese cretino que aún me debe cinco de los grandes?
—El mismo; yo también estaba allí cuando lo golpeó. —Se suma Vincent.
Eric me mira de arriba abajo con admiración, y Dallas le propone:
—Tú véndenos las piezas y yo me ocuparé el domingo de la camioneta de Gillian; así no tendrás que cobrarle las horas.
—Yo también puedo ayudar, y de ese modo iremos más rápido y también se ahorrará mis horas. —Se ofrece Vincent.
Su ofrecimiento me deja boquiabierta, pero no puedo permitir que pasen el domingo trabajando gratis, así que lo rechazo:
—Chicos, os lo agradezco, pero no estaría bien.
—¡Claro que no estaría bien! —Reitera Eric—. Estoy tratando de llevar un negocio, no un centro de caridad.
—¿Por qué estás gritando, Eric?
La voz de Nancy, que ha aparecido como de la nada, se oye detrás de nosotros, y Eric se explica:
—Dallas y Vincent se han propuesto arruinar mi negocio.
Nancy arquea las cejas, y Dallas le explica con uno tono de voz cautivador:
—Gillian no puede pagar la reparación de la camioneta, pero se ha ofrecido a ayudar con la mano de obra. Y Vincent y yo hemos pensado que si Eric nos vende las piezas, podríamos trabajar con ella el domingo y así se ahorraría también nuestras horas.
—Horas que yo no facturaría. —Refunfuña Eric.
—¡Ni que eso fuera tan grave! —protesta Nancy.
La miro sin comprender los motivos que la llevan a hablar así a Eric, y ella se explica:
—Querida, no te he presentado adecuadamente. Eric es mi marido y va a estar encantado de dejar que los chicos te ayuden el domingo. Y te hará un pequeño descuento en esas piezas que necesitas.
El aludido la masacra con la mirada, y ella, sin dejarse amilanar, se coloca las manos sobre las caderas y le explica:
—Es Gillian, la chica a la que Dallas ayudó la noche de la tormenta y a la que Joe ha alquilado la caravana. Supongo que no dejarás que ella y sus hermanos vayan por ahí en una camioneta rota para que tengan un accidente que caería sobre tu conciencia.
La pareja intercambia una mirada cómplice y algo me dice que ella también ha intuido mi situación real, o quizá Dallas se la haya explicado. Sea como sea, lo importante es que ella quebrantó las normas por mí en el hospital y que ahora consigue que Eric acepte con resignación:
—Está bien, pero que no corra la voz de que los dos chicos duros de la ciudad se han vuelto hermanitas de la caridad o tendremos un montón de chicas guapas haciendo cola para conseguir reparaciones gratis.
Nancy lanza una mirada reprobatoria a su marido, pero yo sé que bajo ese comentario se encuentra un buen hombre que me está ayudando, así que abrazo con suavidad a Nancy y le digo:
—Muchas gracias; ya le debo dos favores.
—No me debes nada, querida. Y, anda, tutéame.
Sonrío y la voz pícara de Dallas se oye diciendo:
—¿A los que trabajaremos gratis también nos corresponden abrazos?
—Ni se te ocurra acercarte a ella con esas manchas de grasa en las manos, jovencito —contesta Nancy por mí—. Y por cierto, Gillian, me encanta tu vestido.
—Yo prefiero los pantalones cortos y…
La mirada reprobadora de Nancy consigue que Dallas cierre la bocaza y que Vincent y Eric sonrían disimuladamente. Parece que los tres tienen algo en común: Nancy los tiene completamente dominados. Ella baja el tono y comenta en uno maternal:
—Bien, empiezo mi turno en el hospital en media hora. Os he traído unos emparedados. Gillian, ¿te apetece que nos tomemos un café hasta que entre a trabajar?
—Sí, por supuesto, me encantaría. Así te invito y te agradezco lo que has hecho por mí.
Las dos nos marchamos cogidas del brazo, y Dallas masculla:
—¿Por qué la única que no va a trabajar en la camioneta es la que se lleva el café y los abrazos?
—Te he oído, Dallas, y si no quieres quedarte sin comida mañana, será mejor que vuelvas al trabajo.
Yo me echo a reír y Eric se encoge de hombros, en lo que es una clara señal de que no va a interceder ante su esposa. Vincent palmea la espalda a Dallas y, guiñándome el ojo a modo de despedida, le aconseja:
—Haz lo que dice, porque si enfadas a Nancy los tres nos quedaremos sin comida mañana.
—Y como siempre, Vincent tiene razón. —Se suma Eric mientras su esposa le lanza un beso.
Sonrío y pienso que hacen una pareja curiosa, pero que en sus miradas veo que están profundamente enamorados; y me pregunto si alguna vez yo encontraré a alguien que me mire de esa forma. La emoción me recorre la espina dorsal y sé que eso es muy poco probable. Pero no importa, me repito. Lo único en lo que debo pensar es en que tengo trabajo, que mi camioneta estará arreglada este domingo y quizá, solo quizá, podamos establecernos aquí durante un largo tiempo antes de que alguien de los servicios sociales descubra nuestro secreto. Aunque eso suponga volver a aceptar la ayuda de Dallas, y también la de Vincent. Comienzo a deber muchos favores, y una parte de mí se asusta, ya que no estoy acostumbrada a encontrar a gente tan amable. Siempre he sido yo sola contra el mundo, sin ayuda de nadie; y aunque esta nueva situación es magnífica, no puedo dejar de pensar que las cosas buenas nunca me duran demasiado tiempo.