Gillian

Hoy he recibido una gran noticia. El tipo de los carnés falsos está en la ciudad, así que Dallas me ha pedido que nos reunamos esta noche en su caravana para prepararlo todo. Algo nerviosa, he acostado a mis hermanos, he cogido toda la documentación y por fin estoy en la caravana de Dallas, que no había vuelvo a pisar desde que la otra noche la aparición de Vincent evitó que nuestro beso terminara en algo más que unas caricias y mi camiseta por el suelo. Hoy será diferente, porque me he prometido que mantendré las hormonas controladas y los labios, las manos y el cuerpo en general alejado de esa tentación andante que es Dallas. Llevo evitando estar a solas con él desde aquella noche, lo cual es inmaduro por mi parte: no puede ser tan difícil conseguir mantener la calma delante de él.

Llego diez minutos tarde y me disculpo diciendo:

—Me he encontrado con Vincent y me he retrasado; lo siento.

Dallas me dedica una mueca y me pregunta sin tapujos:

—¿Qué pasa entre tú y Vincent?

El tono tiene un marcado rasgo de celos, lo cual me sorprende. Es cierto que últimamente, cuando estamos los tres juntos, observo sus miradas desafiantes que me recuerdan a dos gallos de pelea disputándose la atención de las gallinas, o, en este caso, la mía. Por eso contesto restándole importancia:

—Es un buen amigo. ¿Por qué?

—Porque le gustas.

Las palabras me ponen nerviosa. Es cierto que Vincent me mira de una forma muy halagadora, pero también que solo es un amigo, así que susurro:

—Eso no es verdad.

—¿En serio crees eso?

Me encojo de hombros y repito:

—Es un buen amigo, y me gusta estar con él y con su hermana. Nada más.

Él suspira ante mi explicación, como si no terminara de agradarle que compartamos esa amistad tan especial. Yo trato de volver al asunto para el que habíamos quedado y le entrego un sobre con la documentación comentándole:

—Aquí está todo lo que te pidió. Por cierto, en caso de que te pregunte, dile que tanto mis hermanos como yo hemos estado utilizando el apellido de soltera de nuestra madre en lugar del de nuestro padre. Y aunque en los papeles que te he entregado salgan los datos de este, prefiero continuar con el de mi madre. No lo hemos vuelvo a ver desde que nos abandonó, y tiene antecedentes, así que prefiero que no lo relacionen con nosotros.

—Lógico.

Cuando se hace cargo del sobre y lo deja sobre la mesa, siento como si me quitaran un peso de encima. Agradecida, lo tomo de la mano y le aseguro:

—No sé cómo agradecerte lo que has hecho por mí.

—Sigo pensando que te arriesgas demasiado por tus hermanos, pero si es lo que quieres, te ayudaré siempre que lo necesites. Voy a estar a tu lado, Gillian.

Las palabras me impactan, y cuando nuestros ojos se encuentran, cedo al impulso y una mirada hambrienta se apodera de los míos. Él susurra:

—No deberías mirarme así.

Yo sigo haciéndolo, no puedo evitarlo. Necesito canalizar todo lo que me hierve en el interior: deseo, agradecimiento, ¿amor? Dallas tampoco parece poder reprimirse, porque toma mi rostro entre las manos y me besa con fiereza. Hunde la lengua en mi boca, buscando la mía, y yo me estremezco, dejándome llevar. Sus dedos se entrelazan en mis cabellos, mientras su boca y su lengua siguen sumiéndome en una corriente de deseo mucho más profunda que en las anteriores ocasiones. Mi responsable planteamiento de ser solo amigos va dejando de existir conforme aumenta la intensidad de los besos. El latido de mi corazón, tan rápido y fuerte que parece que vaya a salírseme del pecho, ahoga cualquier resquicio de cordura. Sus manos se deslizan desde mi cabello hasta mi espalda, y cuando me atrae contra el pecho, el aire me falta. Una de sus manos pronto abandona mi espalda y llega hasta mi rostro. Recorre suavemente mi mejilla con la yema del dedo pulgar, hasta llegar a mi labio inferior. Mi respiración se hace más entrecortada y él aleja el dedo de mi boca para poder posar la suya de nuevo. Su mano vuelve a mi espalda, ciñéndose sobre la piel que queda desnuda cuando mi camiseta se levanta al abrazarlo. Su toque se hace menos sutil y me recorre la cintura hasta el vientre desnudo. Cada roce provoca en mí un estremecimiento que él ahoga con un beso más profundo. Subo las manos hasta sus cabellos, hundiéndolas en ellos, atrayéndolo más hacia mí. Dallas arde y aferra de nuevo las manos a mi cintura para que me siente a horcajadas sobre él. Su boca abandona entonces la mía para crear un camino de húmedos besos que descienden hasta mi pecho. Mi camiseta tiene un escote ancho, así que no encuentra dificultad para llegar al borde de los senos. Su mano pasa por debajo de mi camiseta y aparta con suavidad las copas de mi sujetador, sin desabrochármelo. Los pechos liberados se alzan y él toma uno de ellos con la boca, succionándolo. El calor se hace más fuerte, casi insoportable. Dallas, sin dejar de devorarme el pecho, tantea con las manos mi cuerpo y las desliza hasta mis muslos, subiéndolas por debajo de la falda. Los besos frenéticos en el pecho me tienen enloquecida de pasión, y una parte de mí daría lo que fuera por eternizar este momento. Pero cuando sus manos se deslizan hacia la cara interna de mi muslo y roza la parte externa de mi ropa interior, me tenso de repente. Su boca abandona inmediatamente mi pecho y alza la mirada. Sé que me lee en los ojos lo asustada que estoy cuando me dice con suavidad:

—Gillian, ¿estás bien?

—Sí, es solo que… no puedo. Lo siento —me disculpo bajando la mirada, avergonzada e incapaz de explicarme mejor.

Él me toma con delicadeza por la barbilla para que vuelva a alzar el rostro hacia él y clava su mirada verde en la mía. No parece molesto, solo preocupado por mí, y susurra:

—«No puedo» es una frase muy amplia.

Dudo antes de responder, pero finalmente confieso:

—No puedo hacer nada de lo que haces normalmente cuando estás con una chica. Al menos no tan rápido.

Él suspira, me observa con detenimiento y después me pregunta:

—Lo que te dije la primera noche que nos conocimos ¿es cierto?

Sé que se refiere a mi virginidad, de modo que asiento. Me indica que me ponga a su lado y entrelaza sus dedos con los míos, para después asegurarme dulcemente:

—Gillian, no quiero que seas como ninguna de las chicas con las que he estado. Eres perfecta, tal y como eres. Y no tiene por qué pasar nada esta noche. Aunque me encantaría seguir besándote.

Las palabras hacen que una sonrisa me asome al rostro. Podría estar besándolo toda la noche, así que me acerco a él. Sus labios se posan con suavidad en los míos, pero antes de que podamos volver a abrazarnos, su teléfono suena con insistencia. Dallas lo coge, mira el número y después de contestar queda con alguien para verse en un cuarto de hora. Cuando cuelga me informa:

—Es el tipo de los carnés. Tiene que salir de viaje, por lo que me ha dicho que le lleve la documentación al bar y que te la traerá en una semana. ¿Te parece bien?

A mi parte adolescente de hormonas desbocadas le parece fatal cualquier cosa que implique que se aleje de mí esta noche, pienso. Pero a mi parte adulta responsable de sus hermanos sabe que conseguir la documentación es más importante, así que concedo:

—Está bien, muchas gracias de nuevo.

Él me besa una vez más y me acaricia con suavidad la mejilla, garantizándome:

—Lo que te he dicho antes es cierto. Podría haberme pasado horas besándote.

Yo sonrío, me muerdo el labio y me atrevo a preguntarle:

—¿Quieres que espere a que vuelvas?

—Me encantaría, pero no sé cuánto tardaré.

—Tú cuando termines ven a mi caravana, te estaré esperando en los escalones.

—¿Con tu limonada? —bromea.

—En realidad planeaba llevarme una cerveza de tu nevera —respondo pícaramente.

Él sonríe y vuelve a besarme, aunque esta vez me ciñe con fuerza la cintura con las manos, profundizando el contacto de cuerpos y lenguas. Su cálido aliento hace que mi piel se erice, y más cuando me desliza los labios por el cuello para terminar mordisqueándome la oreja durante largo rato.

—¿Dallas?

Trato de captar su atención, pero lanzo un mensaje contradictorio cuando giro la cabeza a un costado ofreciéndole un mejor acceso al cuello. Los húmedos besos continúan y me hacen gemir, pero le recuerdo:

—Te están esperando…

—De acuerdo. —Acepta alejándose de mí de mala gana—. Pero espérame en tu caravana porque, definitivamente, quiero seguir besándote el resto de la noche.

Su voz suena a promesa, y me veo en la obligación de decir:

—Solo será eso, al menos esta noche. ¿Lo comprendes?

Él advierte mi gesto de incomodidad y me acaricia con el pulgar la línea de la mandíbula para tranquilizarme. Yo cierro los ojos unos segundos, y cuando los abro, él me asegura:

—No quiero que seas mi chica de una noche, Gillian. Aunque si he de ser sincero, no sé cómo actuar de otra forma. Pero podemos intentarlo juntos.

—¿Besándonos esta noche sin llegar a nada más? —propongo sonriendo.

—Sí, es un buen comienzo para probar mi autocontrol. —Un escalofrío me recorre la nuca y él añade—: A estas alturas, ya sabes cómo he funcionado hasta ahora con las chicas. Pero no voy a hacer nada de eso contigo, ¿y sabes por qué? Porque yo no hago daño a nadie conscientemente. Y jamás te utilizaría a ti. Así que esta noche volveré a tu lado y te besaré como un buen chico, hasta que encuentre una forma de estar contigo que merezcas. Porque quiero estar contigo, de verdad. ¿Te parece bien?

Siento cómo me brillan los ojos: es mucho más de lo que pensé que obtendría de él. No es una promesa, pero me gusta la idea de iniciar juntos un camino e intentar ver a dónde nos lleva esta pasión que salta cada vez que estamos a solas. Nunca he querido ser otra de sus aventuras de una noche y ahora tengo la oportunidad de intentar ser algo muy diferente para él, y no voy a desaprovecharla.