Epílogo
Tres años más tarde
Dallas
Siempre he necesitado un despertador para levantarme, pero hoy no. Es el día más importante de mi vida, y me he pasado media noche repasando todo, esperando que sea tan perfecto como lo he planeado. Durante estos tres años Gillian ha sido la que ha planificado todo en la familia. Se le da bien organizar, y yo dejo que lleve las riendas. Pero esta vez me toca a mí. Permanezco largo rato mirándola, perdiéndome en su belleza. En estos tres años el cabello le ha crecido todavía más, y el rostro sigue manteniendo las formas dulces que la hacen parecer mucho más joven. La piel continúa teniendo la mayor suavidad que he visto nunca, y siento deseos de acariciarla, pero no quiero despertarla, así que tomo uno de los bucles y la sigo mirando hasta que ella abre los ojos perezosamente.
—Buenos días, amor. —Me saluda con la sonrisa perfecta que me enamora cada día un poco más.
La abrazo con fuerza en respuesta y ella se recuesta sobre mí, pero antes de que pueda ni siquiera besarla oigo gritar a mis hermanos desde el otro lado de la puerta:
—¡Gillian, Dallas!
Una parte de mí gruñe al pensar en alejarme tan pronto de ella, la otra sabe que están tan deseosos como yo de que el día comience.
—¡Gillian, Dallas! —gritan de nuevo.
—¡Ya estamos despiertos! —les contesto.
Los dos entran y se lanzan sobre la cama. Incluso Cody, que por norma es comedido, sonríe casi tanto como Lisa mientras los tres felicitamos a Gillian. Hoy cumple veintiún años y voy a conseguir que sea el día más feliz de su vida.
Dejo que Gillian disfrute de nuestros hermanos un rato y yo me voy a la ducha, donde trato de que el agua caliente me apacigüe la mente. No lo consigo: el agua no hace sino activarme todavía más. Me envuelvo en la toalla y salgo del baño. Cody no para de mover las gafas, y no lo culpo, pues sé que guardar el secreto le está costando. Lisa, en cambio, está disfrutando con ello, y no para de guiñarme un ojo, deseando que llegue el momento de que pronuncie las anheladas palabras. Pero, como todos, tendrá que esperar. Me ha supuesto mucho planear la velada de esta noche hasta el más mínimo detalle y no puedo permitir que algo falle.
Paso el resto del día con un nudo en el estómago, esperando que la ansiedad disminuya, pero en realidad es justo lo contrario. Hoy voy a tratar de cumplir no solo mis sueños o los de Gillian, sino los de toda la familia. Cuando por fin llega la hora de la cena, Gillian está tan increíblemente hermosa que apenas si puedo pensar en nada que no sea volver con ella a nuestra habitación. Lleva el vestido que Nancy le regaló ayer por adelantado. Es corto y ceñido, así que los pechos quedan apretados de una forma que llama a centrar la atención en ellos. Ella me lanza una mirada y, por su expresión lujuriosa, veo que sus pensamientos van en la misma dirección que los míos. Por suerte, Cody, tan pragmático como siempre, nos saca de nuestro recíproco ensimismamiento al preguntar acerca de sus altos tacones:
—¿Puedes caminar sobre eso?
—Espero que Dallas me deje en la puerta del restaurante y no tener que moverme mucho después.
Cody intercambia una mirada conmigo y yo le dejo claro con el ceño fruncido que confío en que no meta la pata. Él vuelve a jugar con las gafas y Lisa esboza una sonrisa traviesa, así que decido que ha llegado el momento de irnos, antes de que alguno de los dos chafe la sorpresa. Nos metemos en la camioneta que compramos el año pasado, cuando la de Gillian decidió que ya había hecho demasiados kilómetros y ni la pericia de Eric ni la mía fueron capaces de recuperarla. Es de segunda mano, pero Eric me ayudó con las piezas y Gillian con la mano de obra. A Eric sigue asombrándole que Gillian se interese por la mecánica, pero lo cierto es que ahora incluso me ayuda con mi vieja Harley. Y debo decir que es de lo más sexy verla con poca ropa y llena de grasa, sobre todo porque después toca una inevitable batalla de agua. El pensamiento arranca en mí una oleada de deseo entremezclado con ternura, así que deslizo la mano sobre la de Gillian, pero Cody incide con ese tono formal que empeora con los años:
—Estadísticamente es muy peligroso conducir solo con una mano.
El Dallas de hace tres años habría replicado. El Dallas de la actualidad sabe que por mucho que Cody solo tenga trece años, no cede con facilidad cuando se trata de seguridad y porcentajes de accidentes. Solo lo consigo cuando estamos paseando en barca por el lago: he descubierto que navegar es el punto débil de mi inteligente hermano. Así que devuelvo la mano al volante mientras guiño un ojo a mi novia. Gillian sonríe, pero arruga el ceño y dice:
—El restaurante está en el otro sentido.
—Lo sé, pero hay un pequeño cambio de planes —contesto con una sonrisa traviesa.
Ella mira alternativamente a nuestros hermanos y a mí, pero de ninguno consigue nada más que unas risitas, de modo que vuelve la mirada a la carretera, preguntándose entre murmullos a dónde la llevo. Cuando nos adentramos en la carretera del lago, no puede más y protesta irónica:
—Si quieres nadar, no llevo el vestido adecuado.
Los tres reímos de nuevo por toda respuesta y ella se encoge de hombros, claramente intuyendo que no va a sacarnos nada. Llego hasta la zona de aparcamiento, donde Gillian se sorprende. A estas horas el lago suele estar vacío, pero varios vehículos y Harleys llenan el lugar. Me interroga con la mirada, pero yo me limito a sonreír, apearme, rodear la furgoneta y ayudarla a bajar. Sus tacones no facilitan el caminar por la zona sin asfaltar, pero yo susurro tomándola por la cintura:
—Tranquila, te estoy sujetando.
Ella me sigue mirando extrañada, pero sin duda comprende todo cuando nos acercamos al muelle. Nancy, Eric, Vincent con su familia, la señora Cooper y el resto de nuestros amigos nos están esperando bajo la espectacular luz de los farolillos que anoche estuve preparando junto con Vincent y que hoy han encendido antes de que llegáramos. Gillian se detiene y me mira.
—¿Qué es esto?
—Es tu fiesta de cumpleaños sorpresa.
La sonrisa de felicidad de Gillian compensa todo el esfuerzo realizado, pero es solo el comienzo. Cuando todos los amigos ya la han felicitado, Nancy toma las riendas de la celebración y dice:
—Antes de nada, querida, Dallas tiene un regalo muy especial que darte.
Gillian la mira intrigada y Nancy le tiende la carta que le entregué para que me la guardara. Ella la interroga con la mirada y yo le explico:
—Es una carta de admisión de Harvard en el programa para niños superdotados, también acompañada del ofrecimiento de una beca completa para Cody.
Los ojos de Gillian se humedecen, y no la culpo; incluso Cody se mostró más emocionado de lo que jamás lo había visto cuando la recibió. Y respecto a mí, estoy orgulloso, no solo de mi hermano, sino del trabajo que Gillian y yo hemos hecho para llegar hasta aquí. La voz es de pura felicidad cuando grita:
—¡No me lo puedo creer! ¡Cody becado en Harvard! Por fin tendrá el futuro que se merece.
Yo sonrío ante su entusiasmo, aunque matizo:
—No es el único. Eric ha hablado con un amigo suyo y tengo trabajo en un taller especializado en Harleys cercano al campus. Y si tú quieres, puedes trabajar en una de las bibliotecas del campus, la señora Cooper se ha encargado de ello.
—Eso sería un sueño, trabajar en una biblioteca de Harvard…
Una lágrima se deja ver por la mejilla mientras mira agradecida alternativamente a Eric, a la señora Cooper y a mí. Yo deslizo la yema del pulgar por su piel para secársela y añado:
—Hay más. Como Cody es todavía un niño, la universidad nos ha ofrecido una pequeña casa. Hay una escuela cerca para Lisa. Con nuestros trabajos, la casa y siendo mayores de edad los dos, se terminaron los problemas con los servicios sociales. Podremos estar los cuatro juntos sin miedo.
Ahora las lágrimas de emoción inundan los ojos de Gillian. Nancy le acerca un pañuelo y facilito que se serene con un abrazo. Cuando nos separamos, me susurra:
—No me puedo creer que hayas conseguido todo esto.
—Iría al fin del mundo por ti y por nuestros hermanos —le aseguro—. Y por eso hay algo que quiero preguntarte. Lisa, ¿me ayudas?
A mi señal, mi hermana viene para darme la cajita con la que no ha dejado de jugar a escondidas todo el día. Cuando me la entrega, Gillian me mira incrédula, pero no tiene ninguna duda cuando me arrodillo ante ella y declaro sosteniéndole la mano:
—Gillian, te amo más que a mi propia vida, y voy a seguir amándote todos los días de mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?
Ella, emocionada, tiembla y me promete:
—Sí, claro que sí. Yo también te amo y te amaré siempre.
Me levanto y me besa con fuerza, para luego enterrar la cabeza en mi cuello. Permanecemos así unos segundos, hasta que Lisa, Cody y luego todos nuestros amigos nos felicitan exultantes, contagiados por nuestra alegría.
Gillian
Hace más de dos horas que comenzó mi fiesta de cumpleaños, más de dos horas desde que Dallas me dio el mejor regalo del mundo. Nuestros amigos siguen bailando, y no falta la comida ni la bebida en unas mesas de pícnic que Nancy y la madre de Vincent han preparado. Me acerco a Cassandra y le digo:
—No sé cómo agradecértelo. Cody en Harvard, mi trabajo en la biblioteca… Todo ha sido gracias ti.
—Hay una forma, querida. Déjame que te acompañe a comprar tu vestido de novia.
—¡Por supuesto! Será un honor.
La abrazo con fuerza y Nancy aparece diciendo:
—¡Yo también quiero ir!
—¡Claro que sí! Además, estoy segura de que Mary y Lisa no se lo perderían por nada del mundo.
—Conmigo no cuentes. —Se apresura a decir Cody.
—Teniendo en cuenta que tú y Vincent sois los padrinos, a ti también te va a tocar comprarte un traje. —Se ríe Dallas.
Cody y Vincent comparten la mirada de horror, mientras Eric, que también se ha acercado al grupo, se ríe por lo bajo. Sin embargo, Nancy le recuerda:
—Tú tampoco te librarás de ir arreglado, querido.
Los tres hombres se miran, y Eric informa:
—Si es para ver a Dallas en el altar con esta increíble mujer, puedes contar con que no me importará.
Nancy obsequia a su esposo con un beso por sus palabras, y se retiran a bailar acompañados por Cassandra. Vincent y Cody se alejan y Dallas me ofrece una cerveza mientras observa a nuestro hermano. En tono jocoso comenta:
—Estoy pensando en si tendré que darle a Cody una charla sobre los peligros de las fiestas y las chicas en la universidad.
—¡Ni se te ocurra meterle malas ideas! —protesto.
Los ojos de Dallas brillan pícaramente y, jugueteando con la mano en la que llevo mi anillo de prometida, me dice:
—Tengo veintitrés años y me he pasado los últimos tres viviendo con mi novia y mis hermanos. Y en breve estaré felizmente casado. No soy tan mal ejemplo, ¿no?
Sus palabras me hacen sonreír y, clavando mi mirada en la suya, le pregunto:
—¿Quieres saber qué es lo que yo le diré a Lisa cuando tenga la edad para ello?
—Que se aleje de los moteros tatuados… —bromea.
—No. —Lo contradigo—. Le diré que cuando conozca a un chico mire más allá de su aspecto. Que busque en su corazón y ame sin juzgar; y espero que sea tan afortunada como lo he sido yo contigo. No puedo imaginarme a nadie mejor para mí que tú, mi chico de la Harley.
Los ojos de Dallas relumbran con más fuerza. Lleva toda la noche conteniéndose, y es que mi chico duro no llora delante de sus amigos. Dejo la cerveza y le quito la suya de la mano para poder abrazarlo con toda la ternura que me inspira. Él entierra la cabeza en mi cuello, y Lisa viene corriendo y nos pregunta:
—¿Yo también puedo abrazaros?
—Claro, pequeña, siempre —contesto, y la colocamos entre los dos.
Observo que Cody nos mira desde la distancia y lo animo:
—Faltas tú.
—Los chicos no se pasan todo el día abrazándose —contesta mi hermano con su pragmatismo habitual.
—Tienes razón, pero si el chico de la Harley puede hacerlo, el chico de Harvard también. Además, incluso a los chicos duros nos gusta que las personas adecuadas nos saquen esa ternura que todos llevamos dentro. —Replica Dallas guiñándole un ojo.
Cody sonríe divertido. En estos tres años, Dallas y él han formado un equipo perfecto, ya que ambos se complementan. Así que Cody cede y se une a nosotros en un abrazo de amor, familiaridad y seguridad que no quiero que termine nunca.
Cuando nos soltamos, Lisa, una enamorada de las bodas, me pregunta:
—¿Cómo será la boda?
Mi mirada se cruza con la de Dallas, cómplice, y sé que quiere lo mismo que yo, así que contesto sin dudar:
—Como esta fiesta. Aquí, en el lago. Una celebración sencilla pero perfecta con las personas a las que queremos y que nos quieren.
—Con la familia a la que hemos elegido —añade Dallas.
Sonrío y observo con amor a nuestros amigos. Todos ellos, durante estos tres años, han estado con nosotros disfrutando de los buenos momentos, y también nos han ayudado en los malos. Y nosotros hemos hecho lo mismo con ellos. Son, como dice Dallas, la familia a la que hemos elegido, a la que nunca abandonaremos y la que nunca nos abandonará. Incluso si ahora debemos alejarnos, tengo la certeza de que siempre volveremos a esta ciudad, en la que los cuatro hemos encontrado más amor del que jamás había podido soñar. Tomando con una mano a Dallas y con la otra a Lisa, volvemos a integrarnos en la fiesta, disfrutando de uno de esos momentos de la vida que son simplemente perfectos.