Dallas

Llego al hospital tan rápido como me lleva mi Harley. El mensaje de Gillian era escueto: le ha sucedido algo a Cody y me pide que vaya. No he necesitado más. Quiero demostrarle que, pase lo que pase, estoy ahí para ella y para nuestros hermanos. Como una exhalación entro en la sala de espera, donde sus ojos azules me atraviesan con una intensidad que me sacude el cuerpo de una forma que sigo viendo extremadamente inconveniente dada la situación. Tengo miedo de enfrentarme a ella, al enfado que debe de sentir después de lo sucedido la otra noche, pero solo encuentro miedo y tristeza en sus ojos. Algo se rompe en mi interior al verla en ese estado y pregunto en un susurro:

—¿Qué ha sucedido?

—Cody sufrió una caída tonta en el parque de caravanas. Pero en el suelo había cristales y uno de ellos le sesgó una vena. Ha perdido mucha sangre y prefieren que el donante sea de la familia.

—Sí, por supuesto, lo que necesites.

—¡Dallas! Me alegro de que hayas llegado tan rápido, aunque espero que no hayas acumulado demasiadas multas por ello.

A pesar de la situación, una sonrisa me asoma a los labios. Si hay alguien que siempre está en todo, incluso en los momentos de urgencias, esa es Nancy. Es ella quien me indica a continuación:

—Acompáñame, te llevaré a la sala de extracciones.

Mi mirada se desvía hacia Gillian, y le pido:

—¿Me acompañas? Odio las agujas.

—Creía que eras un tipo duro —responde ella incrédula.

—Lo soy, pero siguen sin gustarme.

Gillian duda, pero Nancy sale en mi ayuda aclarando:

—Te está diciendo la verdad, querida; la última vez que donó sangre para su abuela se desmayó.

—Tampoco era necesario llegar a ese nivel de explicación, Nancy —protesto avergonzado.

Sin embargo, sus palabras causan el efecto deseado en Gillian, que acepta mi petición:

—Me quedaré contigo. Es lo menos que puedo hacer. Total, no me dejan estar con Cody…

Una vez en la sala de extracciones, con la rapidez que la caracteriza, Nancy me toma una muestra de sangre, que resulta ser compatible. El proceso me resulta tan desagradable como cuando doné para mi abuela, pero por suerte Gillian, cuando siente que voy a desmayarme, me acaricia con suavidad la mano y me da fuerzas diciéndome:

—Gracias.

Suspiro al oírlo. Quizá vale la pena encarar mi miedo a las agujas solo por volver a ver su rostro exento de enfado hacia mí. Así que sonrío y le garantizo:

—No hay de qué. Aunque odio donar sangre. ¿Y tú?

—No lo sé, no lo he hecho nunca. No soy compatible con Cody, por eso te he enviado el mensaje. —Me informa.

—Pero eres su hermana…

Gillian baja los ojos y le noto un ligero temblor en las manos cuando me dice:

—Ahora no es un buen momento para hablar de esto.

—¿Hablar de qué?

—Será mejor que estés tranquilo mientras te sacan sangre. Hablaremos después.

Hago lo que me dice, básicamente porque no me encuentro muy bien. Cuando termino, Nancy me trae un zumo y unas galletas, y nos indica que aguardemos al médico en la sala de espera. Todavía estoy intrigado por lo que Gillian se reserva, pero sé que ahora está demasiado preocupada por Cody como para poder hablar, así que permanecemos en silencio en la habitación, hasta que el médico deja la sala de intervenciones, viene hasta nosotros y nos explica:

—Cody está mucho mejor. Es una suerte que al menos uno de los dos fuera compatible, pues al compartir solo uno de los progenitores es más probable que el grupo sanguíneo sea diferente entre los hermanos —explica el médico.

—Pero Gillian comparte con Cody los dos progenitores… —protesto.

El médico mira extrañado a Gillian, que zanja musitando:

—Hablaremos de ello luego. —Y añade en dirección al médico—: ¿Puedo pasar a ver a Cody?

—Más tarde; ahora necesita descansar. Le hemos administrado un sedante bastante fuerte y lo tendremos toda la noche en observación. Puedes irte a casa si lo deseas.

—No, no, me quedaré en la sala de espera por si pasa algo. —Se apresura a confirmar.

Yo también quiero quedarme con ella, pero no solo por Cody. Hay algo en la mirada de Gillian que me inquieta. Es la misma mirada de culpa que tengo yo cuando he dicho una mentira. Una gran mentira. El médico advierte la tensión entre nosotros y se va a atender a otros pacientes. Gillian, como si me leyera el pensamiento, propone:

—Será mejor que salgamos un momento a hablar afuera.

La sigo sin rechistar hasta la entrada del hospital. Le indico la cafetería y pregunto:

—¿Quieres que hablemos allí?

—No, no me apetece enfrentarme a una de tus chicas de una noche.

Bien, parece que la tregua momentánea mientras donaba sangre ha terminado. Yo suspiro, inseguro de qué decirle. Gillian toma aire a su vez, lo suelta lentamente y, después de unos segundos que se me antojan una eternidad, me explica:

—El motivo por el que no he podido donar sangre para Cody es porque yo tengo el grupo sanguíneo de mi padre. De… de mi verdadero padre. —Tartamudea.

—No lo entiendo. —Es todo lo que puedo responder.

—Cody y Lisa son tus hermanos, yo no. Lo cierto es que no sé quién es mi padre; fui fruto de una de las noches locas de mi madre. Por eso no te di mi partida de nacimiento, la guardo escondida porque no quiero que nadie sepa que no conozco ni el nombre de mi padre. Aunque, evidentemente, no he podido ocultárselo a los médicos ni a Nancy en un caso como este.

La confesión rompe mi frágil paciencia y pregunto rápidamente:

—¿Por qué no me lo contaste la otra noche?

—Porque no quiero que llegue a oídos de Lisa y de Cody. Ya es bastante duro que sus padres los hayan abandonado como para que se enteren de que solo soy su mediohermana.

—Dejaste que creyera que estaba mal lo que sentía por ti… —protesto pensando en la culpabilidad que he acumulado por todos y cada uno de los pensamientos que se han colado en mi mente sobre ella, por todas las veces que me he repetido hasta que me ha dolido el corazón que era mi hermana y que estaba vetada.

—Que supieras la verdad no habría cambiado nada entre nosotros —contesta dejando escapar un suspiro de frustración.

Sacudo la cabeza con incredulidad y susurro:

—Lo habría cambiado todo. Lo cambia todo.

Tomo su rostro entre mis manos, acariciándole con suavidad las mejillas con las yemas de los dedos. Cruzamos las miradas e, incapaz de controlarme, poso mis labios sobre los suyos, en un movimiento que la coge totalmente desprevenida. Su boca se abre para mí, no sé si por el ímpetu de mi beso o porque siente el mismo ardor que yo cada vez que nos besamos, ese que me hace olvidar a mí que me mintió y a ella que la traicioné. Mis manos ciñen su cintura y la atraigo: necesito profundizar el contacto…; pero ella rompe con brusquedad el abrazo, apartándose de mí y casi gritándome:

—¡No puede ser!

El pecho le sube y baja violentamente a causa de la respiración agitada, y no sé si está enfadada conmigo por haberla besado o con ella misma por haber cedido a mi beso. Como si intentara borrarlo, presiona los labios y luego saca la lengua, paseándola nerviosa por ellos. No me importaría hacer lo mismo toda la noche, pienso sin sentirme culpable por ello por primera vez desde que tuve por cierto que era mi hermana. Lo que me recuerda lo que hice cuando descubrí aquellos malditos papeles, así que trato de aclarar las cosas:

—¿Todo esto es por lo que pasó con Christel? Porque fue un tremendo error: yo creía que eras mi hermana.

—Todo esto es porque aquella noche me rompiste el corazón, y no dejaré que vuelvas a hacerlo. Te agradezco sinceramente lo que has hecho hoy, y tienes razón, son tus hermanos, y si eso es lo que deseas puedo hablar con ellos cuando Cody esté bien. Pero no quiero que te acerques a mí.

Sus palabras hieren mis sentimientos. Sé lo que está pensando. Que soy como todos los hombres que han pasado por la vida de su madre, que soy como mi padre, que fui un cobarde y que me acosté con Christel, que no puede confiar en mí, que… Suspiro, confuso, y trato de tranquilizarme para poder pensar con claridad. Cuando lo hago llego a la conclusión de que tiene que haber una forma de que Gillian entre en razón, así que lo intento de nuevo:

—Déjame al menos que me quede contigo esta noche.

—Prefiero estar sola. —Me lo deniega con una expresión que no admite réplica.

Paseo varios segundos por la acera, nervioso, y finalmente le pregunto:

—¿Dónde está Lisa?

—La he dejado con la madre de Vincent.

Una idea pasa por mi mente, y me ofrezco:

—¿Puedo recogerla?

—No quiero que venga al hospital, no es adecuado que una niña pase la noche en una sala de espera.

Su tono es cansado, como si eso fuera obvio. Y lo es; por eso me explico:

—No me refiero a traértela aquí, sino a encargarme de ella. Puedo dormir con ella en tu caravana y mañana os recogeremos cuando le den el alta a Cody.

Gillian me mira incrédula. Lo último que espera de mí es que me ofrezca a cuidar de nuestra hermana. Sin embargo, insisto:

—Por favor…

Mi ruego surte efecto, porque accede:

—Está bien. Pero no…

—No les diré nada a ninguno de los dos mientras tú no quieras —la interrumpo—. Pero, Gillian, entiende esto: me equivoqué al asustarme. Pero ahora estoy aquí para algo más que para donar sangre porque soy el hermano compatible.

Su rostro tiene una expresión que no sé descifrar, pero cuando empiezo a alejarme susurra lo suficientemente alto para que pueda oírla:

—Lamento haberte mentido.

Me vuelvo y concentro la mirada de nuevo en ella. Sé que lo que hizo está mal, pero también que no es culpa suya, y la tranquilizo:

—Es lo que me merezco por mi comportamiento. Debí comprobar la historia antes de actuar impulsivamente. Soy yo quien lo lamenta.

Se le humedecen los ojos y la emoción me quema la garganta al advertir su dolor. Soy consciente de cómo lo estropeé todo. Gillian confiaba en mí, y yo destruí esa confianza en un momento por no pensar, por no preguntar antes de buscar el consuelo fácil de Christel. Sé que con lo que he hecho hoy por Cody me ha perdonado, pero necesito mucho más. Necesito que confíe en mí, que vuelva a mí. Y aunque no tengo ni idea de cómo hacerlo, comenzaré por lo que debí haber hecho desde el primer momento en que descubrí la verdad: cuidar de mis hermanos. Las palabras no bastan; es hora de actuar. Por ello me despido de ella y subo a mi Harley. Conduzco rápido hasta la caravana de los padres de Vincent. Lisa está allí, con los ojos llorosos, y me pregunta en cuanto me ve:

—¿Viene Cody?

—No, cariño, tiene que descansar en el hospital.

—Pero a mí me dejaron dormir en tu caravana. —Me recuerda—. Y estuve bien.

Yo me arrodillo a su lado y le explico:

—Lo sé, princesa, pero Cody necesita quedarse allí. Y en cuanto a ti, Gillian me ha dicho que puedes venir conmigo y esperarlos juntos.

Lisa me mira sorprendida, pero la madre de Vincent le confirma:

—Gillian me ha enviado un mensaje. Si a ella le parece bien, a mí también; pero ¿estás seguro de que quieres hacerte cargo de Lisa?

—Si ella quiere, sí —contesto con aplomo guiñándole un ojo a Lisa.

Ella me lo devuelve, pero negocia antes de contestar:

—¿Me contarás un cuento para que me duerma?

—Lo intentaré. ¿Te sirve?

Ella asiente con esa sonrisa que me recuerda a la de Gillian cuando es todo dulzura, así que la tomo en brazos y la llevo hasta su caravana. Ella cambia su vestido por un camisón de corazones y me explica:

—Gillian tiene uno igual.

Sus inocentes palabras me hacen pensar en que daría lo que fuera por ver a Gillian con ese camisón…, aunque me temo que voy a necesitar mucho más que una noche a cargo de mi hermana para que eso suceda. De modo que trato de borrar de mi mente la imagen de ese deseado cuerpo en camisón y me centro en mi hermana. Esta me tiende uno de los libros de la mesita de noche, y yo comienzo a leer, pero ella protesta:

—Gillian siempre se sienta a mi lado y me abraza mientras lee.

Trago saliva pensando en las lágrimas de Gillian la noche que estuve con Christel, en cómo Cody la consoló, y comprendo por primera vez el privilegio que supone que alguien te quiera tanto como para desear que cada noche lo abraces. Con cuidado paso un brazo por los hombros de Lisa y con la mano libre sujeto el libro y vuelvo a empezar a leer. Ella se acurruca en mi hombro, y su ternura inocente alivia el dolor que se me ha acumulado en el pecho los últimos días.

Cuando me despierto, es ya medianoche, y Lisa duerme feliz entre mis brazos. Yo la aparto con cuidado, la beso en la frente y me voy al sofá que hace de cama a Gillian. Las sábanas con las que ella duerme están impregnadas de su aroma, y trae a mi mente el recuerdo de la mirada de dolor en sus ojos cada vez que le he hecho daño estos últimos días. Todavía no sé cómo, pero le demostraré que puede confiar en mí. Tengo que hacerlo, por ella, por mis hermanos y por mí mismo. Con fuerza, entierro el rostro en la almohada y, ahora sí, dejo que su imagen se cuele sin culpa en mis sueños.