Dallas

Ha pasado una semana desde que rompí el corazón de Gillian y el mío rugió como no lo había hecho nunca. Acudí a su caravana para explicarle la verdad, pero cuando le vi el rostro apresado por el sufrimiento y la decepción palpable en él, supe que no sería capaz de sincerarme. Lo mejor que puedo hacer por ella es alejarme, o encontraré la forma de hacerle daño otra vez, incluso cuando es lo último que quiero. Además, cada vez que nos hemos cruzado en el parque de caravanas, la expresión de su cara me ha indicado con claridad que no está de humor para continuar la conversación. Toda la intimidad que se había creado entre nosotros se ha hecho añicos, y parece que solo podemos estar en caminos distintos y alejados. Y eso me lleva a preguntarme por qué Vincent ha pensado que sería una gran idea traer a Gillian a la fiesta del páramo. Desde aquella noche no me ha preguntado nada, pero ahora me desconcierta que esté aquí con ella. No es su lugar, ya no solo porque Gillian no está acostumbrada a lo que aquí sucede, sino porque Vincent tiene que intuir que su presencia me altera. Y más cuando está tan preciosa. Dolorosa e inconvenientemente preciosa y fascinante. Se ha maquillado, de forma que los ojos destacan con fuerza bajo las sombras rosadas y la máscara de pestañas negra. Se ha recogido el cabello en una coleta alta, de la que se deslizan algunos bucles que me hacen desear poder acercarme a ella y colocárselos en su sitio. Lleva unos pantalones cortos como los que yo, idiota de mí, le recomendé que se comprara, que dejan las esbeltas piernas desnudas casi en su totalidad. Se ha puesto unas sandalias de tacón que la hacen parecer más alta. También ha destacado el busto con un top ceñido que cuando camina deja a la vista una pequeña porción del estómago, plano, liso y que despierta ideas de lo más fuera de lugar en mi cabeza. Jason me mira burlonamente y me tiende una cerveza mascullando:

—Parece que Vincent ha ganado el duelo por la princesita. Aunque sigo pensando que yo debería enseñarle un par de cosas…

—Acércate a ella y eres hombre muerto —lo amenazo, y acepto la cerveza que me ofrece sin tener muy claro si quiero bebérmela o tirársela encima por lo que ha sugerido.

—No deberías tomártelo tan a pecho: es asunto de Vincent lo que diga de ella. Además, nuestro código me impide meterme con la novia de uno de los miembros de la pandilla, así que tranquilízate, la pequeña rubita está a salvo.

Vuelvo a fulminarlo con la mirada. A Jason le encanta provocar a todo el mundo y no ha olvidado que Gillian lo humilló públicamente lanzándolo al suelo cuando intentó propasarse con ella; tampoco que yo la defendí. Pero es cierto que no se meterá con ella mientras salga con Vincent. El problema es que yo no puedo soportar que lo haga. Tengo la sensación de que varios amigos me observan con disimulo, esperando mi reacción. Muchos de ellos viven en el parque de caravanas y han visto lo unidos que Gillian y yo estábamos, y también que últimamente no nos hablamos. Nadie sabe la maldita verdad, y tampoco es incumbencia de nadie. Pero ahora tengo que soportar verla sentarse al lado de Vincent, mientras este le cubre la espalda con su chaqueta para protegerla de la brisa nocturna y la obsequia con una ridícula expresión de adoración que un chico como él no debería tener. Trato de concentrarme en otra cosa, pero no puedo. Vincent le dice algo en voz baja que provoca una suave risa en ella, esa que captó mi atención desde el momento en que la conocí. No es la única vez. El chico que siempre habla en tono alto parece que en una noche ha aprendido a hacerlo en susurros. Lo cierto es que odio verla con el cuerpo pegado al de Vincent, con una cerveza que no debería estar bebiendo en la mano y con la sensación de que, si no lo impido, Gillian puede terminar haciendo algo de lo que luego se arrepentirá. O de lo que yo me arrepentiré si dejo que suceda. Así que antes de ser consciente de lo que hago, me dirijo hacia ella y le suelto desabrido:

—¿Ahora sales de noche para ir al páramo a emborracharte? ¿Dónde quedó lo de cuidar de tus hermanos?

Un halo de tristeza inunda los ojos de Gillian, y Vincent me mira de forma amenazadora avisándome:

—Cuida tus palabras, Dallas. Sus hermanos están con mi madre, y puede beber lo que quiera, exactamente igual que tú a su edad.

—No es buena idea que ella haga nada de lo que yo hacía a su edad.

El silencio se ha adueñado del grupo y todos nos miran curiosos. Gillian protesta:

—¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera? Y, Dallas, déjame tranquila, no te concierne nada de lo que yo haga.

La ira le parpadea en los ojos, lo cual me indigna. Le guste o no, voy a protegerla. Además, puede que haya renunciado forzosamente a ella, pero estoy lejos de dar la bendición a que termine en los brazos de Vincent. Así que pregunto:

—¿Podemos hablar un momento a solas?

Vincent arquea una ceja, pero Gillian odia montar espectáculos y ya hemos captado bastante la atención, así que susurra:

—Está bien, pero solo un momento.

Nos alejamos del grupo, y cuando estoy seguro de que nadie nos escucha, reclamo:

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Ya sabes que he venido con Vincent —dice con ironía cargada de ira.

—No quiero que lo hagas.

—¿Me estás diciendo con quién puedo y no puedo salir?

Su voz es incrédula, y su mirada, dura.

—Solo trato de protegerte —insisto.

—No necesito protección. Vincent es atento y amable, y sé que jamás se acostaría con otra chica la misma noche que estuviera conmigo, que ya es mucho más de lo que puedo decir de ti.

Las palabras se me clavan como una daga en el corazón y protesto:

—¿Es por eso por lo que estás aquí con él? ¿Por despecho?

—Estoy con él porque me apetece un poco de diversión sin drama. —Me corrige—. Así que ¿por qué no te vas a buscar a Christel y me dejas tranquila?

—No puedo hacer eso. —Nuestras miradas se encuentran, desafiantes, y yo remarco—: Hoy vistes muy diferente…

—Ya deberías saber que lo de la ropa seria es para impresionar a los adultos. Hoy voy vestida para impresionar a la gente de mi edad. —Replica con una mueca repleta de sarcasmo.

—Lo has conseguido. Tienes a todos desnudándote con la mirada.

—¿A ti también? —Los ojos le centellean, y yo soy incapaz de contestar. Entonces ella, para mi sorpresa, añade—: Dallas, ¿qué es lo que quieres de mí? ¿Qué volvamos a enrollarnos y que cuando te diga que no puedo acostarme contigo de forma inmediata salgas corriendo a buscar a otra?

—No quiero enrollarme contigo —declaro con tanta rapidez y dureza que le detecto en la mirada que se siente insultada.

Ella traga saliva y, tratando de mantener su ego, levanta la barbilla y replica:

—Bien, entonces, dado que no te intereso, déjame tranquila.

—No puedo hacer eso.

—¿Por qué no? No quieres estar conmigo, pero tampoco que esté con nadie. ¿Tiene eso sentido para ti? Porque a mí me está volviendo loca esa actitud tuya.

Lo tiene, pero no tengo la valentía de contestar, así que cuando ella, desesperada por mi silencio, está a punto de marcharse, la sujeto con fuerza por el brazo para retenerla. Gillian intenta zafarse, y Vincent aparece rápidamente a nuestro lado gritando:

—¡Suéltala! —Yo hago lo que me pide, y él trata de controlar su tono cuando le pide a Gillian con suavidad—: ¿Te importa esperar junto a mi Harley? Tengo que hablar con Dallas. Después nos iremos a otro sitio más tranquilo.

Ella acepta con más rapidez de lo que me gustaría y, cuando estamos solos, Vincent me alza la voz otra vez:

—¡Maldita sea, Dallas! ¿De qué va todo este espectáculo? ¿Desde cuándo te has convertido en la reina del drama?

—Va de que no sé a qué juegas con Gillian, pero no voy a dejar que sigas haciéndolo —afirmo rotundo.

—¿Por qué crees que estoy jugando con ella? ¿No puedes comprender que me interesa de verdad?

—Deja la pose de chico bueno para cuando estás con ella. ¿Te olvidas de que ninguno de nosotros sabe lo que es una relación, que nos costaría recordar el nombre de las chicas con las que hemos estado?

—Nada de eso implica que no pueda ser diferente con Gillian. Como tú lo eras antes de estropearlo todo. —Fija su mirada en la mía y, en tono más bajo, añade—: Dallas, no te entiendo. Cuando Gillian llegó a la ciudad, tú cambiaste. Os veía hablar hasta altas horas de la noche en el porche de la caravana, y el vínculo que se había establecido entre vosotros parecía mágico, como si ella te hubiera hecho ver la vida de un modo diferente. Pero cuando te pregunté me dijiste que no querías salir con ella, y después te acostaste con Christel, dejando a Gillian esperándote, algo que no entenderé nunca. Pero lo hiciste, y seguramente soy egoísta, pero voy a aprovecharme de ello. Porque Gillian es especial y, dado que tú no la quieres, yo sí.

—No voy a permitir que estés con ella.

—¿Por qué no? ¿Acaso quieres recuperarla? —me pregunta con un profundo acento de preocupación.

—No —contesto, sabiendo que eso no ayuda a mi causa.

—En ese caso, esta conversación ha terminado.

—No —replico amenazadoramente.

Vincent suspira y, con la voz cansada, masculla:

—Dallas, sé realista. Si jamás me he peleado contigo no es porque no pueda ganarte en un cuerpo a cuerpo. Es porque somos amigos. Así que ahora me voy a ir con Gillian y tú no vas a hacer nada para impedirlo.

Hace ademán de marcharse y, después de la tensión acumulada en los últimos días, intento retenerlo con violencia y, al hacerlo, Vincent cae al suelo. Gillian aparece corriendo y me chilla con una mezcla de desprecio e ira:

—¿Estás loco? No vuelvas a acercarte a mí.

Los dejo marchar con un suspiro de derrota y me felicito. No solo he conseguido que Gillian termine yéndose con Vincent, sino que por si fuera poco ahora me odia más. Aprieto los puños y me dirijo hacia mi Harley. Por mucho miedo que me inspire, la hora de la verdad ha llegado. Porque puede que sea un idiota la mayor parte del tiempo, pero acabo de darme cuenta de que no puedo renunciar a Gillian. Y dado que no puedo tenerla como anhelo y que me avergüenza lo que siento por ella, al menos la tendré de la única forma posible. Si le hubiera dicho la verdad la otra noche, ahora ella no estaría tratando de olvidarme en brazos de Vincent. Si lo hubiese hecho, ahora ella no me odiaría. Sin dejar de suspirar, tomo fuerzas y me dirijo al parque de caravanas, donde la esperaré hasta que regrese para que escuche todas y cada una de las palabras que me he estado guardando estos días.