Dallas

El tornillo que llevo diez minutos tratando de poner vuelve a caerse al suelo. Eric, que lleva media mañana observándome, se acerca a mí y me ofrece:

—Es hora de que nos tomemos un descanso. ¿Te apetece un café?

Yo asiento y él vuelve unos minutos más tarde trayéndolo. Estamos solos; hoy Vincent está fuera de la ciudad recogiendo material por encargo de Eric. Lo cual agradezco, porque ya estoy bastante perdido en mis propias dudas como para tenerlo a él asegurándome que va a por todas con Gillian.

Eric y yo nos sentamos en un par de montones de ruedas viejas y él pregunta sin rodeos:

—¿Que estés en las nubes toda la mañana tiene algo que ver con la guapa rubita capaz de arreglar su propia camioneta y de pegar a Jason?

Suspiro. Normalmente es Nancy la de los interrogatorios, y Eric no se inmiscuye en nada que no sea el estado de mi Harley. Y no sé si quiero abrirme a él, así que contesto con desgana:

—Conozco a muchas chicas; ¿qué te hace pensar que se trata de ella?

—Hijo, te recuerdo que por este taller pasan casi todos los coches y motos de la ciudad, lo que significa que conozco a todas las chicas con las que deduzco que has estado por la forma en que te miran. Y si por culpa de cualquiera de ellas estuvieras perdiendo horas de trabajo, te las descontaría de tu sueldo.

El tono me hace sonreír, pero pregunto intrigado por ese doble rasero:

—¿Qué hace que Gillian sea diferente?

—Sencillo: ella es diferente. Me recuerda a mi Nancy.

Nuestros ojos se encuentran, cómplices. Lo cierto es que ambas tienen un aspecto similar, bajas de estatura y con cuerpos esbeltos. Pero hay algo más, que Eric refleja muy bien al decir:

—Ambas son pequeñas, parecen frágiles, pero tienen más fortaleza que tú y yo juntos. Son supervivientes natas, brillan y hacen que los que estamos cerca también lo hagamos.

Trago saliva. No habría podido describir mejor a Gillian, y susurro:

—¿Por eso te enamoraste de Nancy?

—Por eso y porque cada vez que subía en mi Harley me volvía loco —añade guiñándome un ojo.

Seguro que un brillo travieso me asoma a los ojos al recordar cómo me reacciona el cuerpo cada vez que Gillian se ha subido a mi Harley y ha apretado la pelvis contra mí, sujetándose con fuerza a mi cintura. Eric ríe y comenta:

—Por lo que veo también te pasa a ti, así que, ¿cuál es el problema?

«Que soy idiota» sería la respuesta más sencilla, pero por una vez decido compartir mis sentimientos y comento:

—Le dije a Vincent que no quería tener novia, y él lo ha interpretado como que puede ir a por Gillian.

—Comprendo.

Se hace un silencio en el que Eric parece tratar de buscar las palabras más adecuadas. Finalmente, dice:

—Dallas, yo también he tenido diecinueve años y sé lo que es buscar solo la carretera, sin pararte en ningún sitio. Pero si algo tuve claro cuando conocí a Nancy es que nadie iba a quitármela.

—Ojalá tuviera esa seguridad con Gillian —susurro moviendo nervioso las manos.

—Si es la adecuada, la tendrás. Las mujeres como Nancy o Gillian son como las Harleys. Alguien podría decir que son solo una moto más, pero para los que las conocemos, para los que las amamos, sabemos que no hay ninguna moto comparable a ellas. Su sonido, su diseño, la forma en que las conducimos…, las hace incomparables. Así que tómate una hora libre, ve ahora mismo a la biblioteca en la que trabaja e invítala a un café.

—Y ¿qué arreglo con eso?

—Para empezar, no dejas el camino tan abierto a Vincent. Y para terminar, yo solo necesité un par de citas para saber que Nancy era mi chica, así que ve y averigua si Gillian es la tuya.

—No sé cómo agradecértelo —reconozco con sinceridad.

—No hace falta. Le contaré a Nancy lo que ha pasado y ella me compensará —contesta guiñándome de nuevo un ojo.

Su comentario me hace reír, y me subo rápidamente a mi Harley, casco incluido, para que Gillian vea que sigo sus sabios consejos. Llego a mi destino en pocos minutos y me detengo un momento para coger un café. Cuando entro en la biblioteca, Gillian me observa con un brillo en los ojos que hace que el corazón me lata apresuradamente, pero antes de que pueda siquiera saludarme, la señora Cooper, con el impacto y la incredulidad grabados en el rostro, masculla:

—¡Que el infierno se congele! Dallas, ¿qué haces en mi biblioteca? ¿Acaso te has perdido?

Yo suspiro. Aunque ahora se encarga de la biblioteca, antiguamente la señora Cooper era profesora en el instituto y fue mi tutora. Sobra decir que no es precisamente una de mis fans, aunque no la culpo, pues jamás le di ningún motivo académico para que lo fuera. Aunque tengo que reconocer que cuando murió mi abuela fue un apoyo importante y se aseguró a base de tutorías y reprimendas de que terminara el instituto. Trato de que la voz me suene a buen chico cuando contesto sonriendo:

—Buenos días, señora Cooper. Yo… traía un café para Gillian.

Ella suspira, mira a Gillian y después vuelve los ojos a mí comentando irónicamente:

—Bonito gesto, si no fuera porque está prohibido beber café dentro de la biblioteca, algo que sabrías si hubieras estado más interesado en los libros y menos en tu moto.

—No es una moto, es una Harley —protesto.

—¿Y acaso una Harley no es una moto? —pregunta ella pacientemente.

—En todo caso, sería «la moto» —matizo.

Para mi asombro, sonríe traviesa, como si mi respuesta le hubiera gustado, y sugiere:

—Gillian, tómate un descanso. Ya que Dallas se ha comportado con galantería por una vez en la vida, no vamos a rechazarle el gesto.

—Muchas gracias, serán solo unos minutos —responde ella.

En silencio, Gillian me sigue hasta la calle, donde nos sentamos en uno de los bancos cercanos. Yo le tiendo el café, al que ella da un sorbo antes de preguntarme:

—¿Qué haces aquí?

—Traerte un café y ganarme una reprimenda de la señora Cooper, que ya lo echaba de menos.

—¿Solo eso?

—Quería hablar contigo. Anoche te marchaste corriendo…

Ella baja los ojos, e intuyo que la escena de la noche anterior la pone nerviosa a la luz del día. Lo cierto es que con su vestido rosa, las bailarinas y el cabello perfectamente recogido en un moño no parece la misma chica del biquini escueto a la que hace unas horas acariciaba y que me volvió loco cuando deslizó las manos por mis abdominales como si no pudiera resistirse a mi cuerpo. Con voz contenida, responde:

—Llegó Vincent.

—¿Y si no llega a haberlo hecho? —No me contesta, pero evita mirarme a los ojos, visiblemente incómoda por la conversación. Yo sugiero—: ¿Por qué no quedamos después del trabajo?

—No puedo. —Replica con una rapidez que me hace daño—. He quedado con Vincent. Tiene que cuidar de Mary, así que nos haremos mutuamente compañía.

—Parecéis la familia perfecta —mascullo.

Como había intuido, Vincent no pierde el tiempo.

—Somos amigos. —Ratifica ella encogiéndose de hombros.

La miro y compruebo que, al parecer, hablar de Vincent también la pone nerviosa, así que tanteo:

—¿Como tú y yo?

Alza los ojos a la altura de los míos, y esta vez contesta con sinceridad:

—No, con él puedo quedarme a solas sin acabar quitándome la camiseta.

—¿Debo decir que lo lamento por él? —pregunto irónico sintiendo que el corazón me da un vuelco ante sus palabras.

Ella permanece en silencio y finge concentrarse en su café. Yo le acaricio con suavidad la mejilla y le propongo:

—¿Por qué no vienes a verme cuando se duerman tus hermanos?

—No es buena idea. —Rechaza de palabra mientras sus ojos muestran lo que realmente quiere.

Yo intensifico la caricia, dejando que mi pulgar se deslice por su mentón. Puedo sentir su respiración entrecortada y cómo se le tensa el cuerpo. Sé que me desea de nuevo, y por eso le pregunto:

—¿Por qué me alejas sistemáticamente de ti?

—Ya lo sabes —susurra.

Retiro la mano de su rostro. Y bien que lo sé: ese es el problema. No soy el único que tiene dudas. Puede que Gillian me desee, pero sigue pensando que no soy el chico adecuado para ella. Por mi mente pasan retazos de la conversación con Eric, y una parte de mí quiere tratar de convencerla de que puedo ser lo que ella busca. Sin embargo, las palabras se me atragantan en la boca. Ella suspira, no sé si porque pensaba que yo tendría la respuesta a sus dudas o porque detecta las mías, y se despide:

—Tengo que volver al trabajo, pero gracias por el café, estaba delicioso.

La dejo marchar y vuelvo al taller, donde mucho me temo que mi capacidad laboral seguirá mermada por la imagen de Gillian colándose en mi mente y recorriéndola de arriba abajo.