Dallas
Si hay algo que me gusta en una mañana de domingo es despertarme relajado y tranquilo con la certeza de que no tengo que madrugar. Así pues, cuando alguien aporrea con fuerza la puerta de mi caravana y me obliga a abrir los ojos mucho antes de lo que mi cuerpo tenía planeado, me enfurezco. De mala gana, me pongo un pantalón corto de deporte y me dirijo a la puerta sin siquiera perder el tiempo en ponerme una camiseta. Antes de que lo haga, Gillian aparece. Está ataviada únicamente con mi camiseta, lo cual me distrae por un momento de cualquier otra cosa que no sean las piernas que la prenda deja bastante a la vista. Por no hablar de que no lleva sujetador y los pechos, aunque pequeños, se marcan tentadores bajo la delgada tela de la camiseta. Ella también parece algo impactada por verme semidesnudo, por lo que durante unos segundos ambos nos miramos entre incómodos y fascinados. Antes de que alguno de los dos pueda reaccionar, los golpes se reanudan en la puerta, y Gillian protesta:
—¿Quién está llamando de ese modo? Despertará a Lisa…
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo. Aunque sea quien sea, le agradezco que te haya asustado, mi camiseta te sienta mejor que tu vestido.
Gillian enrojece e intuyo que, al despertarse con los golpes, no ha tenido tiempo de pensar en cubrirse. Lo cual me gusta, me hace pensar que bajo su apariencia controlada se encuentra una chica mucho más espontánea. Así que le guiño un ojo y abro la puerta, de lo cual me arrepiento en el mismo momento en el que Christel me mira agresiva desde los escalones y protesta:
—¿Por qué no volviste? Te estuve esperando.
Yo no contesto, básicamente porque no le debo ninguna explicación, pero eso no hace sino alterar más a Christel, que entra como una exhalación en mi caravana. Los ojos se le inyectan en sangre y grita:
—¿Qué hace esta zorra aquí? Me dijiste que nunca traías a chicas a tu caravana.
Su tono de pito tiene el poder de enervarme. Jamás he soportado hablar mucho con Christel, y menos aún tolerarle sus bravatas. Ama el drama tanto como yo lo odio, así que le contesto en el tono más frío y duro del que soy capaz:
—Punto número uno: Gillian no es una zorra. Punto número dos: no es de tu incumbencia a quién traigo a mi caravana. Y punto número tres y más importante: ¿por qué has venido aquí cuando te he dicho mil veces que no quiero que lo hagas?
—No volviste al bar y habíamos quedado. Te estuve esperando hasta que cerramos e incluso media hora más.
Sus requiebros me sacan de quicio y mascullo:
—Aceptar tu cerveza gratis no es quedar. Además, si tan necesitada estabas de echar un polvo, podrías haber invitado a cerveza a Jason, que te habría dicho que sí.
Mis palabras la ponen tan furiosa que se lanza para golpearme mientras me grita:
—¡Eres un capullo!
Yo le detengo la mano y la obligo a salir de mi caravana:
—Lárgate, no estoy de humor para tus chorradas.
Christel se marcha lanzando insultos en voz alta. Yo cierro la puerta tras de mí y me apoyo sobre ella. Después busco la mirada de Gillian en solicitud de apoyo, pero lo que encuentro es reproche tanto en sus ojos como en sus palabras:
—¿Cómo has podido hablarle así?
Boquiabierto, le pregunto, incrédulo:
—¿Es buen momento para recordarte que te ha llamado «zorra»?
Gillian suspira, escogiendo las palabras adecuadas, y finalmente me explica:
—Si mi novio desapareciera toda la noche y lo encontrara con otra chica, yo tampoco reaccionaría bien.
—Christel no es mi novia. Es solo…
—Otra chica con la que te has acostado sin importarte sus sentimientos. —Me interrumpe Gillian recuperando ese aire de suficiencia que tiene el poder de crispar mis nervios.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando. Christel no tiene sentimientos por mí.
—Parece que los tenía cuando me miraba como si quisiera matarme.
Yo suspiro y me paso la mano por los cabellos. Gillian siempre dispone de una réplica a punto, pero esta vez tengo razón, así que insisto:
—Eso es porque es una gata territorial. Pero te puedo garantizar que no hay nada más.
—No necesito que me garantices nada, solo soy la invitada que va a irse lo más pronto posible de esta caravana, antes de que una tercera chica aparezca y esta vez decida atacarme con algo más que las palabras.
Airado, protesto:
—Estás volviendo a hacerlo.
—¿El qué?
—Mirarme con desaprobación, por encima del hombro.
—Yo no hago eso. Puedes hacer lo que quieras: no es de mi incumbencia. Pero no me gusta que las chicas sufran por acostarse con chicos que no las merecen —responde ella.
Los ojos le centellean y por un momento pienso si habla por experiencia propia. Pero no es el momento de hacer preguntas, así que simplemente termino mi defensa diciendo:
—Que quede claro que no utilizo a las chicas; soy honesto en lo que voy a dar desde el principio, aunque a veces ellas esperen lo contrario. Así que deja de juzgarme.
Mis palabras parecen hacer mella en ella, pero antes de que pueda contestarme, Lisa aparece somnolienta, también ataviada con una de mis camisetas. Gillian suaviza automáticamente su expresión y abraza a su hermana saludándola:
—Hola, preciosa. ¿Cómo te encuentras?
—Tengo hambre.
—Eso es bueno. —Le garantiza Gillian.
Lisa advierte mi presencia y, para mi sorpresa, se acerca para darme también un abrazo de buenos días. Me quedo paralizado por un instante, sorprendido ante su gesto, pero dejo que los bracitos me envuelvan. Gillian también se queda atónita y se apresura a decir:
—Lisa, no molestes a Dallas.
—No lo hace —le aseguro.
Una pequeña sonrisa asoma a los labios de la niña ante mis palabras, lo cual me parece adorable. «Adorable». Una expresión que normalmente no entra en mi vocabulario, pero que es difícil no utilizar con Lisa. Lo cierto es que es una versión infantil de Gillian. Los rasgos son muy parecidos, dulces; y también lo son sus cabellos rubios cayendo en cascada en forma de bucles. Los ojos, sin embargo, son muy diferentes, ya que los de Lisa son de un verde profundo que siempre dan la impresión de estar chispeando con una felicidad que parecer ser más esquiva a su hermana. Una corriente de ternura me invade y le pregunto:
—Y bien, pequeña, ¿qué te apetece desayunar?
—Lo que tú quieras, gracias.
En eso también se parece a su hermana: es agradecida. Intentando estar a la altura les propongo:
—Esperad aquí un momento.
Rápidamente, me pongo una camiseta y salgo al exterior, para regresar poco después con una bandeja, de la que comento:
—Chocolate para Lisa, cafés para nosotros, donuts para todos.
Una sonrisa asoma a los labios de Gillian, que toma el vaso de plástico con fruición y reconoce:
—Lo necesitaba. Tengo mal despertar si no tomo cafeína.
—Ya lo he notado…
Clava sus ojos en los míos y me dice con sarcasmo:
—Empeora cuando la «no novia» de alguien aparece gritando por la puerta.
Lo cierto es que esto podría enfrascarnos en otra discusión, pero decido que quizá sea la última vez que ella esté en mi caravana, así que hago las paces ofreciéndole un donut. Gillian lo acepta y vuelve a sonreír mientras Lisa me aclara:
—Le encantan.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez que nos despertemos juntos —comento guiñándole un ojo a Gillian.
—Eso no va a suceder nunca. —Me replica ella con suficiencia.
—¿Estás segura? Porque sigues llevando mi camiseta. Algo me dice que te gusta seguir pareciéndome sexy…
Ella hace un mohín de protesta sonrojándose, pero no corre a la habitación a cambiarse como esperaba, sino que se queda manteniendo mi mirada. Yo observo sus largas pestañas y esos labios fruncidos; y si no fuera porque sé que no quiere coquetear conmigo, pensaría que lo hace a propósito. Pero cuanto más la conozco, más me doy cuenta de que no tiene ni idea de lo tentadora que es y de que simplemente se defiende cuando alguien la irrita. Y ahora sabe que si sale corriendo estará dándome la razón; por eso se queda y mantiene su pose defensiva. Lo cual es irresistible, así que tomo nota para seguir buscando formas de molestarla. Al fin y al cabo, puedo conseguir a muchas chicas para acostarme con ellas, pero es la primera vez que encuentro una a mi altura en una discusión. Sin poder evitarlo, le guiño un ojo de nuevo. Lisa se ríe y dice:
—Me gustan tus ojos, se parecen a los míos.
—Sí, es cierto —corroboro—. Aunque los tuyos son mucho más bonitos.
La niña sonríe halagada, y Gillian tercia:
—Los dos tenéis un color precioso, pero, Lisa, que no se te suba a la cabeza como le pasa a Dallas.
—Ya decía yo que llevabas mucho rato siendo simpática conmigo… —protesto.
Ambos intercambiamos una sonrisa cómplice, y Lisa pregunta:
—¿Puedo tomarme el desayuno en las escaleras de la caravana?
—Sí, por supuesto, cariño; por suerte ha parado de llover.
A pesar de que deja la puerta abierta, no puedo evitar desear poner nerviosa a Gillian para vengarme de su último comentario, de modo que le digo:
—De nuevo a solas…
Ella me mira y deduzco que una parte de su mente está pensando en ir a ponerse su vestido en lugar de seguir marcando cuerpo con mi camiseta. Pero sabe que eso sería darme la razón, así que por toda respuesta se pone a curiosear en mi estantería, donde algunos viejos libros conviven con manuales de mecánica y otros objetos. Los ojos se le iluminan y, tomando uno de ellos, se vuelve emocionada:
—¡No puedo creerme que lo tengas! Es mi libro favorito, y también la película que Francis Ford Coppola hizo adaptándolo.
El corazón me da un vuelco. Nadie ha tocado ese libro, Rebeldes, de Sarah E. Hinton, desde que me lo regalaron; solo yo. Y sin embargo, no me molesta que ella lo haga, aunque remueve en mí recuerdos en los que normalmente trato de no pensar. Ella advierte mi desazón y lo deja en la estantería disculpándose:
—Lo siento, no quería hurgar en tus cosas.
—No es eso, es solo que… —Tomo aire: va a ser la primera vez que le cuento esto a alguien—. Fue un regalo de mi abuela; quería que supiera por qué mi madre había elegido mi nombre.
—Dallas… Uno de los protagonistas de la novela, mi favorito.
—¿Estás hablando en serio? —pregunto incrédulo.
Ella se muerde el labio de esa forma suya tan característica y me dice:
—Sí, me recuerda a un ángel caído. El chico malo víctima de sus circunstancias dispuesto a darlo todo por sus amigos, que para él eran su familia.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal, y susurro:
—Eso es lo mismo que decía mi madre. O al menos eso me contó mi abuela. —Gillian me mira detenidamente, como si tratara de adivinar qué se encuentra bajo la tristeza repentina de mi voz, y yo explico—: Mi madre murió cuando yo tenía un año. En un accidente de tráfico. Mi padre no lo soportó y se marchó, dejándome con mi abuela, que fue quien me crio.
—¿Ella también murió? —Adivina por mi expresión.
—Sí, pero en su caso agonizó dos años luchando contra el cáncer.
Los ojos de Gillian parpadean y susurra:
—Por eso conoces tanto a esa enfermera…
Yo vacilo. No me puedo creer que esté hablando de mi madre, de mi abuela y de Nancy con una desconocida. Pero hay algo en Gillian que me hace confiar en ella, desear abrirme, quizá porque anoche me contó algo tan privado como lo del ataque que había sufrido. Así que tratando de controlar mi tono explico:
—Nancy era la mejor amiga de mi madre cuando eran jóvenes, y siempre estuvo cerca de nosotros al morir ella. Y cuando mi abuela enfermó se ocupó de ella. Su enfermedad requería curas y tratamientos continuos, y nuestro seguro médico no daba para una atención adecuada, por lo que Nancy nos ayudaba, como ha hecho con Lisa.
—Lo siento muchísimo, Dallas. Debió de ser terrible para ti.
Yo estoy a punto de argumentar que hace mucho tiempo de todo eso, pero antes de que pueda decir nada me roza con cariño la mejilla con la mano, como si quisiera consolarme por mi pasado. Parece mentira que la chica que hace unos minutos me miraba con desprecio por mi actitud con Christel sea ahora todo ternura. Y no sé cómo reaccionar a eso. Puedo manejar que me insulten, las ironías e incluso una pelea. Pero no sé enfrentarme a la ternura, he creado una vida demasiado solitaria para ello. Y sin embargo, su toque es tan agradable, tan reconfortante… Hay algo en ella que me trasmite una sensación de paz y de serenidad que no había experimentado desde hace años. Una sensación que he buscado de muchas formas, pero que está en algo tan sencillo como esa caricia. Me gustaría atraerla y enterrar el rostro en su cuello, ver hasta dónde puede llevarme esa sensación; pero en ese momento Lisa vuelve a entrar en la caravana y me pregunta:
—¿Te encuentras mal, Dallas?
—No, ¿por qué lo preguntas?
—Gillian me acaricia así cuando estoy enferma.
La aludida sonríe y retira la mano de la mejilla asegurándole:
—Está bien, Lisa. Aunque se está haciendo tarde y será mejor que volvamos a casa.
—Yo os llevaré —propongo.
—No podemos montarnos en tu Harley los tres. —Niega Gillian recuperando el tono protector de hermana mayor.
—Tranquila, le pediré la camioneta a un vecino. He oído en la cafetería que la carretera ya está abierta.
—Está bien, te lo agradezco. Y de verdad lamento haberte traído malos recuerdos al coger el libro.
—No pasa nada —contesto con sinceridad—. Además, me alegra que te guste.
—¿Tú lo has leído?
Yo asiento con la cabeza. No es que sea un gran lector, pero ese libro es uno de los escasos lazos que me quedan con mi madre y con mi abuela, así que lo he leído más veces de las que recuerdo. El dolor en el pecho se hace más fuerte y trato de disminuirlo bromeando:
—Sí, varias veces. Y cada una de ellas he pensado que tengo suerte de que mi madre se enamorara del personaje de Dallas y no del de Ponyboy. Mi etapa en el instituto hubiera sido mucho más difícil con ese nombre.
—También podrías haberte llamado Sodapop… —comenta ella con una sonrisa.
—Eso también me habría marcado bastante.
Gillian se ríe de una forma natural, amplia. Las chicas que ríen conmigo lo hacen de forma artificiosa, mientras baten sus pestañas y muestran el escote para intentar seducirme. Pero ella sigue con mi camiseta, abrazando a su hermana y riendo como si fuera… No digo la palabra en voz alta. No he tenido familia en mucho tiempo, tampoco he querido ni novia ni ataduras. Además, puede que ría de lo que he dicho, pero estoy seguro de que continúa viéndome como al chico malo de la Harley, así que trato de sonsacarle información:
—Por cierto, ¿no es curioso que tu personaje favorito de Rebeldes sea el chico malo del grupo?
Ella se encoge de hombros y dice en tono socarrón:
—Guapo, rebelde y con un punto tierno. Imposible resistirse.
—Ya… Y en la vida real, ¿también te van los rebeldes guapos?
—No lo sé, te lo diré cuando conozca a alguno —responde ella con falsa inocencia.
Está bien, me lo tengo merecido. Debería saber que Gillian es demasiado lista para caer en la trampa de mis preguntas. Así que me echo a reír y le digo:
—Te avisaré cuando encuentre a uno disponible.
Ella sonríe de nuevo y vuelven a formársele hoyuelos en las mejillas. Me sorprendo al pensar que me gustaría besarlos, lo cual es altamente inconveniente, porque su hermana pregunta con voz inocente:
—¿De qué estáis hablando?
—De mi libro favorito. Cuando seas lo suficientemente mayor, te lo dejaré leer.
—¿Y la advertirás sobre los chicos malos? —ironizo.
—En cuanto vea que uno se acerca. Más si es guapo, motero y tiene un montón de chicas cabreadas en su historial amoroso.
Su tono mordaz me hace reír ahora a mí. Puede parecer un ángel, pero lo cierto es que tiene una excelente capacidad de discusión, lo cual es novedosamente excitante. Nunca estoy tiempo con ninguna chica como para valorar su inteligencia o agudeza, pero desde luego Gillian la tiene. Ella se une a la risa, pero recuerda:
—Es hora de que nos cambiemos de ropa; se hace tarde.
Yo asiento y ella se retira con Lisa a mi habitación, pero antes leo en sus ojos un destello que no sé interpretar. Mientras la veo cerrar la puerta a sus espaldas, algo en mi interior me hace pensar que siempre afirmo que me encanta vivir solo, pero hoy no me importaría que esta visita se alargara más, mucho más.