Gillian
La oscuridad va descendiendo sobre el vecindario, así que es hora de que comience la película. Cody y Lisa están en la caravana, controlados por la madre de Vincent por medio del aparato de escucha. Sé qué están a salvo, y también que ella está más que contenta con ayudarme, sobre todo porque cree que Vincent y yo terminaremos juntos, algo que parece hacerla muy feliz. Y lo cierto es que es un buen plan, si no fuera porque acabo de ver a Dallas en la otra punta de la línea de bancos, mirándome, y mi cuerpo ha reaccionado como siempre: temblando, deseando, latiendo… Aparto la mirada y trato de concentrarme en la pantalla, delante de la cual Joe saluda:
—Amigos, comienza nuestro cine de verano. Hoy con una petición de un amigo para una chica muy especial. No quiere que diga su nombre, así que solo diré: «¡Que disfrutéis de la película!».
Sonrío imaginando que alguno de los chicos ha pedido una película para su novia. Sin embargo, casi se me congela la sangre cuando veo el título: Rebeldes. Mi libro favorito, mi película favorita. Mi mirada se clava en la de Dallas, y el hielo que se me había instalado en el corazón se derrite por completo. No he querido hablar con él en toda la semana, de modo que supongo que esta es la manera que se le ha ocurrido de pedirme perdón. Una forma que me enternece, que me hace desear perdonarlo, correr a sus brazos, explicarle la verdad de cómo me siento. Nos miramos intensamente varios segundos, hasta que una voz chillona masculla:
—Rubia, ¿no te han dicho nunca que es de mala educación venir al cine con un chico y mirar a otro de ese modo?
Me centellean los ojos cuando veo a Christel. Lleva un corsé tan apretado que sus exuberantes pechos están a punto de salírsele, y si se mueve un poco más de la cuenta, su minifalda dejará ver sus bragas. La miro con desprecio, pensando en lo que hizo con Dallas, y le suelto sin poder controlarme:
—¿Y a ti no te han dicho nunca que es propio de putas acostarse con todos los chicos que se te ponen delante?
Christel se abalanza sobre mí, pero antes de que pueda tocarme, Vincent se interpone entre las dos. No se lo ponemos fácil, pero Dallas aparece y grita a Christel:
—¿Qué haces aquí?
—Puedo venir al cine si me da la gana, Dallas, tú no me das órdenes. Y no tengo la culpa de que tu zorra sea también la de Vincent.
El tono es tan alto que yo enrojezco. Para mí es muy importante mantenerme alejada de la atención de la gente, por no hablar de que, aunque nunca he sido violenta, ardo en deseos de golpear a esa zorra que se atreve a insinuar que soy como ella. Vincent está a punto de decir algo, pero Dallas se le adelanta y con voz de profundo desprecio remarca:
—Punto número uno: ya te he dicho varias veces que Gillian no es una zorra. Punto número dos: ahora mismo te quiero fuera de este parque de caravanas. Y punto número tres y más importante: si vuelves a acercarte a ella, convertiré tu vida en un maldito infierno.
Christel lo mira herida e indignada, pero veo que eso a Dallas le da igual; lo único que parece importarle es defenderme. Sin bajar el tono de la voz, añade:
—Y ahora lárgate y no vuelvas.
La indignación de Christel se ha convertido casi en desafío, pero comienza a caminar en dirección a la salida. Dallas me observa, avergonzado, y promete:
—Me aseguraré de que se vaya. Vosotros disfrutad de la película.
Los dos se lo agradecemos con la mirada, y cuando nos sentamos, yo cuchicheo:
—Lamento mucho lo ocurrido.
—No es culpa tuya. Christel siempre ha sido la reina del drama.
—¿Te has acostado con ella alguna vez?
Las palabras me salen de la boca rápidamente y como sin querer, pero a Vincent no parece molestarle, porque contesta sin dudarlo:
—No, es demasiado intensa para mí.
Lo obsequio con una mueca irónica y susurro:
—No sé lo que Dallas pudo ver en ella.
Vincent suspira, como si tuviera un debate interior, y al final me dice lo que suena a la verdad:
—Debo reconocer que yo tampoco he sido muy exigente hasta la fecha. No lo sé, supongo que ambos hemos estado demasiado acostumbrados a chicas fáciles que no valen la pena.
Desvío la mirada. Puedo adivinar lo que Vincent está preguntándose: el motivo por el que Dallas se acostó con ella aquella noche en lugar de venir a buscarme. Pero no es algo que yo quiera explicarle, y menos hoy. La película comienza y se hace el silencio en la sala. Yo trato de concentrarme en ella, pero cuando termina, las lágrimas que me surcan el rostro están ahí por algo más que por la muerte de dos de los protagonistas. Vincent alarga una mano y las me seca con delicadeza, en una suave caricia. Yo tiemblo, y él bromea:
—No se suponía que la cita acabara contigo llorando.
—Siempre lloro con las películas. —Miento.
Él me contempla, estudiándome, y después dice:
—¿Quieres que vayamos a tomar algo?
Yo suspiro. Me gustaría poder decir que quiero quedarme con él, pero lo cierto es que necesito hablar con Dallas. Y no voy a mentir a Vincent sobre ello, así que jugueteo nerviosa con sus dedos y le respondo:
—Hoy no es un buen día. Necesito hacer algo.
—¿Hablar con Dallas? —supone.
Lo confirmo, sintiendo una vez más que no estoy a la altura de lo que Vincent espera, ni siquiera como amiga. Sin embargo, no hay enfado en sus ojos, solo tristeza, como si una parte de él tuviera claro que no puedo olvidarme de Dallas. Recorremos en silencio el camino hasta nuestras caravanas y yo me dirijo hacia la de Dallas. No necesito golpear la puerta: él está allí sentado, como si supiera que iba a ir. Cuando se levanta, los latidos de mi corazón vuelven a descontrolarse como cada vez que lo veo. Ojalá no tuviera este efecto en mí. Tratando de mantenerme serena, señalo:
—Gracias por la película.
—Quería que tuvieras algo bonito; ha sido una semana dura, por mi culpa. Lamento que Christel te haya atacado. —Yo me encojo de hombros; no quiero pensar en eso ahora. Él vacila unos instantes, después continúa—: Hay algo que necesito preguntarte. Christel me ha dicho que me mirabas con deseo…
Trago saliva. A una chica no le pasan desapercibidos los sentimientos de otra, pero no estoy dispuesta a darle la razón, así que pregunto a mi vez:
—¿Desde cuándo crees que me importa lo que esa zorra opine sobre mi forma de mirarte?
Los ojos de Dallas me escudriñan y afirma:
—Ella tiene razón. La odias.
—¿Me culpas? Nos separamos porque te acostaste con ella. —Le recuerdo fuera de mis casillas.
—No, claro que no te culpo. Pero me sigue pareciendo extraño que lo que te mantenga alejada de mí sea que estuviera con ella, no que seas mi hermana.
La agitación hace que el pecho me suba y baje rápidamente, y declaro antes de que mis sentimientos me traicionen:
—No quiero seguir con esta conversación.
Hago ademán de marcharme, pero él me retiene por la mano. Yo me estremezco. Nunca he podido resistirme a su contacto, y tampoco lo hago ahora. Él parece leer mis pensamientos porque manifiesta, desesperado:
—¿Acaso no te parece mal lo que sentimos? Porque cada vez que un pensamiento inapropiado sobre ti pasa por mi mente, y puedo asegurarte que sucede con mucha frecuencia, siento asco de verte de ese modo.
—Asco también siento yo de haber estado en tus brazos y que después te acostaras con Christel —afirmo—. Supongo que estamos empatados. Al final, la conclusión es la misma: nunca volveremos a estar juntos.
Sus ojos se fijan en los míos con más intensidad y susurra:
—Eso te duele, pero de una forma diferente que a mí…
—Deja de psicoanalizarme —le ruego, y trato de soltarme.
Él no me lo permite y me pide por su parte:
—Dime que no sientes nada, que de verdad no puede pasar nada entre nosotros.
—No puede pasar nada entre nosotros.
Posa sus manos en mis hombros y las desliza hasta las mías. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. Debería decirle que pare, pero cuando sube una de las manos hasta alcanzarme el rostro y me recorre la mandíbula con el pulgar, sé que estoy perdida. Nunca he podido resistir la necesidad que me invade cuando él se acerca y siento sus labios tan próximos a los míos que mi respiración se entremezcla con la suya.
—No puedo resistirme a ti, pero sé que está mal… Aun así, sigo sin ver asco en tus ojos: solo leo deseo y miedo. Así que, Gillian, dime por qué no sientes vergüenza por querer estar conmigo… Y así quizá yo pueda encontrar la forma de estar contigo.
Los ojos se me llenan de lágrimas. No puedo contestar a su pregunta, no quiero hacerlo. Solo deseo que el cuerpo me deje de arder por ese mínimo contacto, que la mente deje de irse a otra parte cuando estoy con él. El corazón me grita que le diga lo que pienso de verdad, pero, haciendo acopio de mis últimas fuerzas, lo que le digo con el tono roto es:
—Lo único que sé es que no quiero que te acerques a mí. Aléjate de mí. Por favor…
Los ojos de Dallas brillan como si también quisiera llorar, y deja caer la frente en la mía, la mano acunándome la cara. Puedo sentir su cálido aliento cerca del mío, su cuerpo apenas separado unos centímetros; la verdad que nos separa. Y por eso rompo el contacto y resuelvo:
—Lo siento, Dallas, no puedo…
Esta vez él no me retiene, así que corro a mi caravana y ahogo mi llanto en la almohada, sintiéndome víctima de mi propia red de mentiras.