Gillian
La biblioteca está sumida en el silencio de primera hora de la mañana. Mis hermanos se han quedado hoy en la caravana bajo la vigilancia de la madre de Vincent, que es lo mejor para el estado de Cody. Vincent se ha marchado de pesca varios días con su padre, y su madre me ha garantizado que para su hija la compañía de Lisa es perfecta. Se lo agradezco; también doy las gracias por que Vincent se haya ido. Necesito pensar en cómo afrontar la situación de Dallas. Debo explicar la verdad a mis hermanos y no quiero distraerme pensando en que todavía me siento culpable por no haber estado a la altura de lo que Vincent siente por mí, de lo que a mí me habría gustado sentir. Por no hablar de que no he olvidado el beso que Dallas me dio en el hospital, y que estaba tan lleno de necesidad que por un momento llegué a creer que le importo. Pero no es posible, me repito. Tengo que concentrarme en verlo como el hermano de Lisa y Cody, nada más. Suspiro y, mecánicamente, durante un rato, coloco los libros nuevos en las estanterías, hasta que una voz me saluda con efusión. Atrapada en mis propios pensamientos, no he notado que se acercaba, pero al verla la saludo con la misma alegría:
—¡Hola, Nancy! Precisamente hoy he pensado en ti, nos han llegado las novedades del mes y hay alguna novela romántica que te encantará.
—Eso es perfecto, querida, pero antes me gustaría invitarte a un café. ¿Te apetece? —Yo dudo, pues todavía falta mucho para la pausa del desayuno, pero Nancy insiste—: Estoy segura de que a Cassandra no le importará que te tomes un pequeño descanso. ¿Me equivoco?
La aludida asiente con una amable sonrisa, y de nuevo me pregunto si hay alguien que sea capaz de decirle que no a Nancy. Es como si llevara una corona de seguridad y confianza en sí misma que consigue que todo el mundo acceda a sus peticiones; quizá también porque siempre se preocupa por las personas que la rodean con una sinceridad palpable. En silencio, salimos de la biblioteca y nos sentamos en una cafetería cercana. Una vez que hemos pedido el café, me pregunta:
—¿Cómo está Cody?
—Teniendo en cuenta que su mayor afición es estar sentado leyendo un libro, está guardando reposo sin quejarse, así que espero que pronto esté completamente recuperado.
—Y ¿cómo estás tú?
—Bien.
Nancy me mira y repiquetea con las uñas en la mesa antes de atreverse a plantear:
—¿Eso es verdad o es lo que contestas por sistema cuando un adulto te pregunta por tu vida?
Dudo qué responder a eso, no sin una mentira. La honestidad no es tu aliada cuando tienes miedo de que un desliz pueda llevarte a los servicios sociales o, teniendo en cuenta las leyes que he quebrantado, ante la policía. Así que tomo un sorbo de café y me remuevo en mi asiento, sin tener muy claro a dónde quiere llegar Nancy. Ella suspira y me asegura:
—Te admiro, Gillian. Por todo lo que haces por tus hermanos.
—No lo hago sola: tengo a mi madre. —Opto por mentir.
—Querida, no es necesario que sigas con esa historia. Supe desde el primer momento que no había ninguna madre cerca de ti. Soy consciente de que debería haber informado a las autoridades en cuanto lo descubrí, pero preferí tenerte en observación. Y lo cierto es que dudo mucho que ir al sistema de acogida sea mejor para tus hermanos que dejar que una adolescente tan sensata como tú cuide de ellos. Lo haces francamente bien, querida; en realidad, mucho mejor que varios padres de la ciudad a los que conozco. Y en el sistema de acogida os separarían, algo que no puedo concebir. La relación que tenéis es única, increíble. Así que no seré yo la que provoque que algo malo os suceda.
El rubor me tiñe las mejillas y susurro:
—No sé cómo darte las gracias por no decir nada…
—A mí se me ocurre una manera. —Propone con un brillo pícaro en los ojos. Gesticulo mi curiosidad, y ella añade—: He estado hablando con Dallas. Me ha explicado lo que ha pasado entre vosotros.
—¿En serio?
Mi expresión debe de haber sido bastante explícita, porque Nancy contesta:
—Tranquila, se ha ahorrado los detalles personales. Pero me ha dicho que estropeó todo contigo porque creía que eras su hermana, y que ahora que sabe que no lo eres, quiere arreglarlo.
—Nancy, te agradezco tu preocupación, pero…
—Escucha, querida —me interrumpe—, no voy a decirte cómo tienes que llevar tu vida. Pero puedo imaginar que no es sencillo lidiar con todo lo que ha sucedido. Y solo quiero que sepas que tampoco está siendo fácil para Dallas. Él nunca ha sabido enfrentarse a las emociones dolorosas. Cuando murió su abuela, estuvo apartado de todos durante mucho tiempo, y ni siquiera quería hablar conmigo. Después volvió a relacionarse con todo el mundo, pero era como si no pudiera intimar con nadie. Entonces llegaste tú. Lo supe en cuanto os encontré en la cafetería. Jamás lo había visto reír así con una chica, ni siquiera con sus amigos. Le brillaban los ojos, y no me creí ni por un momento que solo te ofrecía alojamiento porque estaba siendo un buen chico. Me dijo que cuando se enteró de que Lisa y Cody eran sus hermanos tuvo miedo de comprometerse con ellos, pero que ahora está dispuesto a hacerlo, y también contigo. Y yo lo creo.
Suspiro y jugueteo nerviosa con la servilleta. No sé qué responder, ni qué pensar. Nancy advierte mi desasosiego y continúa:
—¿Te he contado alguna vez cómo conocí a mi marido?
Niego con la cabeza, sin comprender cómo va a ayudarme eso a dejar de sentirme menos rota. Me falta Dallas, pero soy incapaz de encontrar la forma de estar con él. Y no creo que Nancy pueda ayudarme con eso. Ella toma un sorbo de su bebida y comienza a explicar:
—Nos conocimos en el hospital. Tuvo un accidente con su Harley y yo fui la afortunada enfermera que lo atendió. Le curé las heridas y él me invitó a un café en agradecimiento. Poco después, comenzamos a salir, y antes de tres meses estábamos prometidos. Mucha gente se sorprendió. «Sois demasiado diferentes para que lo vuestro funcione», me decían. Y sin embargo, yo lo tuve claro desde el primer día. ¿Y sabes por qué? Porque jamás nadie me había mirado ni amado como él. De hecho, nunca pensé que inspiraría esa clase de amor en nadie. Eric es especial, siempre lo ha sido. Bajo su aspecto rudo, es el hombre tierno que, veinte años de matrimonio más tarde, me sigue llevando en su Harley cada domingo, y cuando nos detenemos para preparar el pícnic, me besa sobre la hierba como si hiciera meses que no me ve. Y por eso entiendo que sigamos sin parecer la pareja adecuada, pero yo sé que lo somos y con eso me basta. —Yo sonrío, emocionada por la idea de una relación tan diferente a las que mi madre ha tenido, y Nancy continúa—: Dallas me ha pedido que esta noche me quede con tus hermanos. Dice que necesita, textualmente, «un montón de horas a solas con ella para arreglar las cosas».
Su gesto me enternece, pero protesto:
—Dallas no puede pedirte eso. Si quiere hablar conmigo, podemos encontrar otra forma sin molestaros a ti y a Eric.
—No es ninguna molestia; al contrario. Nos encanta estar rodeados de niños, y no tenemos muchas oportunidades.
Parece sincera, y un resorte interior me hace preguntarle:
—¿Por qué haces esto?
—Porque en la vida las cosas son difíciles y suelen torcerse, pero al menos debes intentar luchar por ellas, porque si no estarás el resto de tus días pensando en lo que habría pasado. Querida, lo único que te pido es que des una oportunidad a Dallas de explicarse. Y si no lo quieres hacer por ti, hazlo por tus hermanos. Os necesitan…, a los dos.
Sus palabras terminan de convencerme. Tiene razón: es hora de que me enfrente a Dallas. Mientras pagamos los cafés, susurro:
—Muchas gracias de nuevo por no delatarme.
—Gracias a ti por aceptar hablar con Dallas.
—Lo quieres mucho.
No es una pregunta, sino una afirmación. Una sonrisa asoma a las comisuras de los labios de la enfermera, y confiesa:
—Es el hijo que nunca tuve.
—¿Por eso Eric lo contrató? —aventuro.
—Sí, fue la manera de asegurarnos de que no fuera por el mal camino, de que obtuviera dinero legalmente, con la pasión que comparte con Eric: las Harleys. Eso fue entonces; ahora de lo que quiero asegurarme es de que recupera a sus hermanos y a la chica de sus sueños.
—No hay una chica de los sueños de Dallas. —La contradigo.
—Siempre la hay, querida, solo que a veces ellos tardan en descubrirlo. En el caso de Eric, no fue hasta que se lesionó y apareció en el hospital poco antes de que yo terminara mi turno de guardia.
Su sonrisa pícara me hace sonreír a mí. Nunca pensé que tendría una conversación de este estilo con un adulto, pero me ha gustado, me ha gustado mucho. Espontánea, le doy un abrazo y después la acompaño hasta la biblioteca, donde me cuido de que se lleve las mejores novedades. Cuando se va, Cassandra me pregunta:
—¿Qué te ha dicho? Pareces feliz, pero también nerviosa.
—Es que tengo ambos sentimientos —contesto con vaguedad, y me encojo de hombros.
Con el rostro sonriente, supone:
—¿Por casualidad no tendrá que ver con el guapo chico de la Harley que te trae el café?
Se me acelera el pulso y pienso para mis adentros: «Sí, el mismo chico con quien me gustaría irme en un viaje sin fin si no fuera porque el miedo me tiene paralizada». Pero eso no es algo que vaya a decir en voz alta delante de nadie, así que, sin contestarle, respiro profundamente, cojo un libro y comienzo a ordenar de nuevo, sabiendo que las horas que faltan para la noche se me van a hacer interminables.