Dallas
Solo han pasado tres semanas desde que Gillian vino a vivir al parque de caravanas, pero a veces me cuesta recordar cómo era todo antes de que ella llegara. He tratado de convencerme de que paso cada día a saludarla únicamente porque me preocupa que esté sola y es mi amiga, pero lo cierto es que jamás había disfrutado tanto hablando con alguien como con ella. Tan cierto es como que se me acelera el pulso cuando su mirada azul se hunde en la mía, o cuando se ríe de esa forma melódica y suave; aunque trato de no darle demasiada importancia. Conforme pasan los días, no puedo dejar de sorprenderme por la naturalidad con la que lleva su extraña vida. Si yo estuviese en su lugar, si debiera hacerme cargo de dos niños, me habría vuelto loco hace tiempo. Pero ella siempre lo hace con una sonrisa y con tanta eficacia que ha conseguido que a nadie del parque de caravanas parezca preocuparle que nunca haya un adulto cerca de ellos. Los que residimos aquí no hemos tenido una vida fácil, así que tendemos a valorar los esfuerzos que cada uno hace con lo que tiene. Y Gillian ha demostrado que sabe cuidar a la perfección de sus hermanos, lo cual hace que los adultos la admiren y la respeten. La parte mala es que no solo ha captado su atención, sino también la de todos los chicos de las proximidades. Es lógico. Es la novedad, es bonita y, a diferencia de la primera noche que la conocí, cada día destaca más su belleza. Así, a pesar de que cuando trabaja sigue utilizando la ropa que la hace parecer la chica angelical, la verdad es que en el parque de caravanas viste con tan poca ropa como cualquier adolescente de por aquí en uno de los veranos más calurosos que recordamos. Por suerte, mi palabra todavía se respeta, así que he conseguido que, por su propio bien, todos se mantengan alejados de ella. Bueno, no todos. Me queda convencer a Vincent, lo cual es harto difícil por dos motivos. El primero es que su caravana está al lado de la de Gillian y sus padres la adoran; así que es frecuente que estén uno en la caravana del otro, sobre todo cuando a Vincent le toca quedarse con su hermana pequeña porque sus padres trabajan. El segundo es algo más peliagudo. Vincent y yo hemos sido amigos desde que en primaria nos castigaron juntos. Jamás nos han gustado las mismas chicas y, aunque hubiera pasado, tenemos un viejo pacto según el cual el primero en conocerla se la queda. Sin discusiones ni dramas. De tal manera que si yo le hubiera dicho que quería estar con Gillian, ahora Vincent no estaría rondándola continuamente. El problema es que yo no quiero salir con ninguna chica, y menos con una que lleva una vida tan difícil, por mucho que me guste besarla y que una parte de mí se muera por repetirlo. Pero, como ella misma insistió, solo podemos ser amigos. Cuando no está trabajando, está cuidando de sus hermanos. Puede que parezca una adolescente normal, pero en realidad es como si fuera una madre, y ¿quién quiere salir con una madre? Pero Vincent no parece opinar igual que yo, y eso me saca de quicio. Gillian no es para él, eso lo tengo claro, como también que solo la estoy protegiendo como amigo. Pero no puedo obligarlo a alejarse de ella si no es mi novia, así que la única gran idea que se me ha ocurrido es tratar de controlar que su amistad no vaya a más. Como hoy… No sé qué radar interior me ha hecho venir a su caravana, pero cuando llego frunzo el ceño al ver parada delante de su puerta la camioneta del padre de Vincent. Este está con su hermana Mary, Cody y Lisa. Todos llevan atuendos de playa, y también una sonriente Gillian, que sale de la caravana justo en ese momento. Intrigado, me acerco a ellos, y la vocecita cantarina de Lisa me explica:
—¡Vincent nos lleva al lago a pasar el día!
El aludido me mira con una sonrisa traviesa, y yo pregunto sarcásticamente:
—¿Desde cuándo te gusta pasar el día en el lago?
—Desde que hace un calor asfixiante y tenemos tres niños ahogados de calor en las caravanas.
—Además, es nuestro día libre; es genial que estemos coincidiendo. —Remata Gillian.
«Tenemos», «nuestro», «estemos»… ¿Desde cuándo esos dos han comenzado a hablar en la primera persona del plural? Observo la escena, dándome cuenta de que me he debido de perder algo desde el arreglo de la camioneta: no sabía que habían llegado al nivel de intimidad de pasar el día en el lago con sus hermanos. Podría pensar que solo se están ayudando mutuamente con los niños, pero es obvio que Vincent está disfrutando de la vista de Gillian en pantalón corto. ¡Maldita sea! Hasta yo la estoy disfrutando. Le dije que debía enseñar más las piernas, y no dudo de que lleve el atuendo perfecto para un día en el lago, pero no se me había ocurrido que Vincent quedaría tan impactado por ella como para comportarse como si no hubiera estado nunca con una chica. El tipo duro que ha recorrido infinidad de kilómetros conmigo, subidos a nuestras Harleys, ahora parece un galán de telenovela cuando, después de subir a los niños a la camioneta y asegurarse de que tienen puesto el cinturón de seguridad, abre la puerta del asiento del copiloto para que entre Gillian. ¿Quién hace eso a día de hoy? Supongo que alguien que quiere conquistar a una chica como ella, que le sonríe complacida. Los celos se me instalan en el estómago y sé que estoy harto de las sonrisas que Gillian le dedica a Vincent. También de que, aunque ella no se dé cuenta, él se la está comiendo con los ojos. El corazón se me acelera cuando veo que la camioneta se aleja en dirección al lago y tomo una decisión. Gillian no es para Vincent, y es mejor que me encargue de que ambos lo sepan antes de que la peligrosa combinación de agua y poca ropa genere algo que me cueste más romper. Así que voy a mi caravana, hago una llamada y tomo rápidamente lo que necesito.
* * *
El lago está como recordaba del verano anterior, si acaso algo más concurrido de lo habitual. Con la ola de calor que ha llegado después de las tormentas, es el único refugio para los que vivimos en el parque de caravanas. Ruidosamente, para hacerme notar, aparco al lado de la camioneta de Vincent.
—Dallas, ¿qué haces aquí?
No hay que ser un genio para advertir la decepción en la voz de Vincent, lo que me confirma que planeaba quedarse en algún momento a solas con Gillian, algo que no va a conseguir. Con una sonrisa victoriosa comento:
—También es mi día libre y tengo calor.
—¿Desde cuándo libras los martes? —protesta.
—Desde hoy.
La mirada de Vincent se cruza con la mía, y sé que intuye que he pedido el día libre a Eric. Pero no dice nada; su intento de parecer el chico perfecto a los ojos de Gillian no incluye una pelea de gallos conmigo. Así que se limita a decir:
—Perfecto, cuantos más seamos, mejor.
Gillian no parece detectar el tono de velado sarcasmo de su voz, porque sonríe mientras nos indica que caminemos hasta la zona del embarcadero en la que podemos colocar nuestras toallas. Vincent vuelve a cruzar la mirada conmigo, y una punzada de culpabilidad se me instala en el estómago. No estoy siendo mal amigo, me repito, solo tengo que encontrar la forma de que Vincent entienda que Gillian está fuera de su alcance y todo resultará perfecto. Al pensarlo, una vocecita interior me recuerda que también está fuera del mío y que ella no es mi responsabilidad. Pero otra vocecita me recuerda que es mi amiga, que confía en mí y que voy a seguir ayudándola. Y parte de esa ayuda consiste en evitar que los chicos se acerquen a ella. El problema es que hay aún una tercera vocecita que me dice que quizá haya un motivo mucho menos altruista por el que quiero alejar a Vincent de Gillian, pero me niego a aceptarlo. Es preciosa, pero he conocido a muchas chicas bonitas y con cuerpos mucho más espectaculares. Aunque también es inteligente, divertida, amable y cariñosa. Y estas cualidades ya son algo más difíciles de encontrar. Ella es distinta a todas las chicas a las que hemos conocido, y quizá por eso Vincent actúa de modo tan diferente cuando está a su lado, tal vez por eso he cambiado mi turno solo para impedir que estén solos en algún momento del día. Esta idea hace que apriete la mandíbula y maldiga entre dientes que el interés de Vincent en ella haga resurgir el mío. No puedo tratar de verla como a una amiga mientras leo en la mente de Vincent lo que está pensando, que es exactamente lo mismo que estoy pensando yo: lo irresistible que es cuando camina por el embarcadero. Luce como un ángel, pero tiene el poder de sacar todo lo oscuro y ardiente que hay en mi interior. Cuando se vuelve para señalarnos un posible lugar y sus dientes atrapan el labio inferior en ese gesto tan característico de ella, siento el deseo de besarla durante horas hasta que esos labios carnosos estén hinchados por el roce con los míos. Ella, ajena a mis pensamientos, se quita la escueta camiseta y la guarda ordenadamente en la bolsa. No tiene una gran talla de pecho, pero debo reconocer que el biquini deja entrever unos senos firmes y bonitos, que me estimulan de forma muy poco conveniente la imaginación sobre lo que mi boca haría con ellos. Cuando se quita los pantalones, la parte superior de los muslos queda a la vista, mientras que la braga del biquini muestra lo firme que es el trasero. Este sería un buen momento para ser educado y dejar de mirarla, pero no puedo hacerlo; tampoco lo hace Vincent. Y encima me susurra:
—¿Podrías controlarte? No es la camarera de un bar para que la mires así.
—Me controlaré cuando tú lo hagas.
Los ojos le centellean, pero no replica nada, así que deduzco que llevo razón. Con rapidez se despoja de la camiseta, dejando a la vista unos abdominales espectaculares, pero aun así no tanto como los míos. Parecemos dos gallos de pelea cuando nos lanzamos al agua en un salto a cual más impresionante. Lástima que Gillian, que permanece ajena a lo que provoca en nosotros, haya estado demasiado concentrada en los niños para fijarse en ninguno de los dos. Con pulcritud ayuda a todos a cambiarse, les pone crema protectora para el sol y hasta que se asegura de que todo está correcto y de que están a salvo jugando en la orilla no se lanza al agua. Lo dicho: es como una madre perfecta, con el inconveniente para mí de que jamás he visto una madre que resplandezca como ella y tampoco que tenga diecisiete tentadores años. Bucea varios minutos y, cuando asoma la cabeza, el corazón me comienza a golpear con fuerza contra el pecho. Los ojos le brillan todavía más azules por el efecto del agua y los cabellos se le adhieren al rostro marcando esas facciones que antes me parecían aniñadas y ahora simplemente perfectas. En estos momentos daría lo que fuera por estar a solas con ella, pero eso es algo que Vincent tampoco va a permitirme. Pasados unos minutos, Gillian nada hasta el muelle, y nosotros la imitamos. Cuando se sienta en la orilla me doy cuenta de que hay algo más sexy que Gillian en biquini: Gillian en biquini con el cuerpo mojado. Vincent me golpea disimuladamente bajo el agua, y cuando protesto con la mirada me vuelve a decir:
—Deja de mirarla así.
—¿Vas a dejar de hacerlo tú?
—Es mi cita, no la tuya.
—¿Tu cita? ¿Acaso no es una inocente excursión con sus hermanos al lago?
Gillian nos escucha susurrar y se vuelve preguntando:
—¿Sucede algo? —Los dos negamos con la cabeza, y ella vuelve a centrarse en su hermano, al que le recuerda con voz dulce—: Cody, me has prometido que intentarías pasártelo bien.
—Me lo estoy pasando bien. —Replica el reprendido moviendo el libro que tiene en la mano en el aire.
Gillian suspira e insiste:
—Puedes leer en casa, pero ahora el agua está excelente y te sentaría bien un baño.
Cody hace una mueca y observo que Gillian está a punto de darse por vencida. También que es una ocasión excelente para ganar puntos ante ella, puntos que ni siquiera sabía que quería ganar hasta que Vincent se ha convertido en el chico perfecto a sus ojos. Así que me subo al embarcadero y comento:
—¿Quieres que te enseñe a tirarte de cabeza?
—Eso es peligroso.
Mi mirada se desvía hacia Gillian, que se ha sentado en el embarcadero y me explica:
—Perderás esa batalla. Cody tiene la afición de memorizar estadísticas de accidentes.
Yo arrugo las cejas y el aludido protesta:
—No es una afición, es una necesidad para tomar las decisiones más adecuadas.
—¿De verdad tiene solo diez años?
Una sonrisa asoma en las comisuras de los labios de Gillian y asiente. Una idea me cruza por la cabeza y pregunto:
—Y ¿qué me dices de ir en una barca a pedales? Es divertido…
—Estadísticamente…
—Espera, no quiero saberlo —lo interrumpo—. Y tú tampoco, o nunca podrás hacer nada divertido, créeme.
Cody duda unos instantes, pero después contesta:
—Para mí es divertido leer este libro.
—Lo dudo mucho.
—No espero que lo entiendas; nadie lo hace.
Por el tono en que lo dice puedo intuir que se siente incomprendido, y ese es un sentimiento que no me es ajeno, así que lo tiento:
—Espera, te propongo algo. Si tú subes a esa barca conmigo, yo a cambio leeré tu libro. ¿Qué me dices?
—Dallas, no hagas ese pacto. —Se apresura a decir Gillian.
—¿Por qué no? —protesto ofendido—. ¿Acaso no crees que sea capaz de leer un libro?
Ella se encoge de hombros, y yo insisto:
—¿Qué me dices, Cody, tenemos un trato?
Cody me lanza una mirada temerosa, pero finalmente acepta:
—Está bien.
El ceño frustrado de Gillian es remplazado por una sonrisa de satisfacción. Vincent alza la vista y sé que está pensando que debería habérsele ocurrido a él. Aun así, no parece del todo enfadado, y deduzco que es porque al encargarme de Cody le dejo vía libre para estar con Gillian a solas, ya que sus hermanas están demasiado entretenidas con sus muñecas para prestarles atención. Sin embargo, es demasiado tarde para echarme atrás, así que le indico a Cody que me siga hasta la zona en la que alquilan las barcas, esperando que Gillian se dedique a ver cómo su hermano navega y no a aceptar los halagos, susurros y miradas ridículas con las que no dudo que Vincent la va a obsequiar en mi ausencia.
* * *
Cuando regresamos una hora más tarde, mojados, sudorosos y con una sonrisa en los labios, Cody exclama:
—¡Ha sido genial!
—¿Mejor que el libro? —indago algo ansioso por obtener su respuesta.
Cody sopesa su respuesta antes de decir:
—Lo dejaremos en empate. ¿Podemos volver otro día?
—Sí, por supuesto que sí. —Le garantizo.
Lo cierto es que eso no supone un inconveniente para mí. Aunque solo me he ofrecido a estar con él para ganar puntos ante Gillian, lo cierto es que me lo he pasado estupendamente. Conversar con Cody es excitante, ya que su brutal inteligencia y sinceridad me obligan a estar continuamente alerta.
Pasamos el resto del día entre baños de agua y de sol. Gillian y la madre de Vincent se han encargado de preparar un pícnic, y todos dormimos un poco después de comer bajo la sombra de algunos árboles. Cuando el sol comienza a caer, concluimos que es la hora de marcharnos. Gillian se acerca a mí, que me he alejado un poco del grupo para lanzar una última mirada al lago, y con esa voz dulce que me llega muy hondo me dice:
—Te agradezco mucho que hayas ido en barca con Cody.
—No ha sido nada —contesto encogiéndome de hombros.
—Lo ha sido para mí —me contradice—. Cody es para muchas personas el niño perfecto, porque es tranquilo y puede pasarse horas aislado del mundo con sus libros. Pero quiero que haga algo más que estudiar y pensar en complicas teorías físicas.
—Quieres que sea un niño —resumo.
—Sí, pero eso me suele costar conseguirlo. De ahí que te esté tan agradecida.
Su toque afectuoso me emociona, y le garantizo fijando mi mirada en la suya:
—Lo de repetirlo iba en serio.
Ella suspira y finalmente se atreve a preguntar:
—¿Por qué me miras así?
Yo alzo la mano y le acaricio un momento la mejilla, contestando con sinceridad:
—Estaba pensando si eso merecía otro beso de agradecimiento.
Una sonrisa se le escapa de los labios y algo en el brillo de los ojos me dice que no soy el único que ha pensado en lo que pasó la otra noche, pero me dice:
—No voy a besarte delante de mis hermanos y de Vincent.
De acuerdo, tiene sentido, pero le propongo con mi mejor sonrisa:
—Podrías venir a verme después a mi caravana…
Mi mirada se enlaza con la suya y puedo leer que la idea le resulta al menos tentadora. Ella duda y abre la boca para decir algo, pero se arrepiente al ver acercarse a Vincent. Daría lo que fuera por saber lo que iba a decirme, pero nuestro momento de intimidad se ha terminado. Y mi propuesta ha quedado en el aire, así que miro al lago de nuevo mientras Vincent le pregunta:
—Ya estamos listos. ¿Nos vamos, Gillian?
—Sí, por supuesto. Hasta luego, Dallas, conduce con cuidado.
Sus palabras me recuerdan de nuevo las de una madre, pero es muy agradable que se preocupe por mí. El dolor se me instala en el corazón cuando observo que Vincent pone la mano en la espalda de ella para acompañarla hasta la camioneta, donde repite el gesto galante de abrirle la puerta. Aprieto los puños y deduzco que, definitivamente, voy a tener una conversación con él, aunque ni siquiera tengo idea de lo que voy a decirle. Porque, esta vez, sé que Vincent no aceptará un simple «aléjate de ella». Y no sé si estoy preparado para darle un motivo válido, no sé si lo estoy para lo que Gillian me hace sentir, para lo que creo que ella necesita. Suspiro, me subo a mi Harley y decido dar un rodeo hasta llegar al parque de caravanas. Necesito pensar, y para ello nada mejor que echarme a la carretera con el único ruido del motor de mi Harley alrededor y con el viento golpeándome la cara.