Gillian
Han pasado dos días desde que llegamos a esta ciudad, y todos mis planes siguen torciéndose una y otra vez. Llevo horas intentando cuadrar los números en mi habitación, pero por mucho que lo intente no hay forma de que podamos quedarnos en esta casa. Y no es lo único en lo que debo pensar. Tengo que encontrar trabajo antes de que se terminen mis escasos ahorros y también arreglar mi vieja camioneta, que apenas ha aguantado este último traslado. Desesperada, hundo la frente entre las manos, pero por suerte el timbre suena con fuerza sacándome de los cinco minutos de autocompasión que no me puedo permitir. Bajo a la puerta temerosa, rogando que no sea el casero, pero se trata de Dallas, que, con aquella sonrisa tan arrebatadoramente sexy como recordaba, me saluda diciendo:
—La respuesta a tu boca abierta y sorprendida es que quiero saber cómo está Lisa.
—Gillian, ¿qué problema tienes? El primer chico que llama al timbre en toda tu vida viene a ver a tu hermana pequeña.
Dirijo la mirada hacia mi hermano, que habla desde la escalera con tono repelente jugueteando con sus gafas, y con voz de hastío digo:
—Dallas, te presento a mi hermano Cody. Superinteligente, superbrillante y también supermetomentodo.
—No soy metomentodo. Solo exponía una realidad —contesta Cody con esa tranquilidad habitual que tiene el poder de sacar de quicio al resto de la humanidad.
—¿Y no podrías ir a exponer la realidad a otra parte?
Cody se encoge de hombros ante mi petición, y Dallas sonríe divertido y lo saluda:
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo, Dallas. Y gracias por cuidar de mis hermanas ayer.
—No ha sido nada —le asegura con una sonrisa—. Por cierto, ¿puedo pasar?
—Gillian nunca deja pasar a nadie —explica Cody.
Yo aprieto los puños tratando de controlarme y le pregunto irónica:
—¿Qué parte «ir a decir la verdad a otra parte» no has entendido?
Lisa aparece en el vestíbulo y se lanza a los brazos de Dallas, saludándolo de nuevo con un abrazo. Yo lo miro compungida y la regaño:
—Lisa, te dije que no lo molestaras.
—No lo hace. —Me corrige Dallas—. De hecho, tu hermana es un encanto. Podrías aprender de ella.
Esta vez es a él a quien masacro con la mirada, mientras Lisa sonríe halagada en sus brazos. Dallas la deja con cuidado en el suelo y se me ocurre una idea. No entraba en mis planes volver a verlo, ni tampoco inmiscuirlo en mis asuntos, pero lo cierto es que no conozco a nadie más en la ciudad, así que mascullo:
—Muy gracioso. Pero ya que estás aquí, me gustaría hablar un momento a solas contigo. Cody, ¿podrías cuidar de Lisa un rato mientras Dallas y yo hablamos en mi habitación?
Mi hermano me obsequia con esa temible mirada que significa que está intentando buscar la lógica a la situación y, cuando su mente encuentra la respuesta que busca, me pregunta sin pudor:
—¿Es una señal de que quieres estar en la intimidad con él para magrearte?
—¡Cody! —le grito ruborizándome.
Mi hermano suspira con paciencia y toma a Lisa de la mano comenzando a decir:
—Ven conmigo, Lisa: hoy te explicaré lo que es el síndrome premenstrual. Así entenderás por qué a veces Gillian parece desquiciada…
Mi expresiva mueca lo dice todo, y subo las escaleras corriendo, pensando que cuanto más rápidamente ascienda, más oportunidades tengo de que Dallas olvide lo que ha escuchado. Sin embargo, no tengo tanta suerte, porque apenas llegamos a la habitación me susurra:
—¿Tu hermano siempre es así?
Con un suspiro reconozco:
—No, a veces es peor. Digamos que tiene diez años, un brillante cerebro superdotado y una brutal incapacidad social de entender que no puede decir lo que piensa en todo momento. Aunque sea verdad.
Los ojos de Dallas chispean y se acerca peligrosamente a mí indagando:
—Entonces ¿la verdad es que quieres quedarte a solas conmigo para magrearnos?
—No, por supuesto que no. No vamos a magrearnos, nunca —le aclaro apoyándome en el escritorio.
—«Nunca» es una palabra muy fuerte. Y estamos en tu habitación… —Me recuerda él, y me coloca las manos estratégicamente sobre los lados de las piernas, dejándome convenientemente bloqueada.
Yo trato de que ni su gesto ni su cercanía me alteren, o al menos de que el elevado sonido de los latidos del corazón no sean detectados por él al tiempo que insisto:
—Estamos en mi habitación porque es el único lugar de la casa en el que podemos hablar sin que mis hermanos nos oigan. Así que deja de mirarme de ese modo…
—Y ¿cómo te miro?
Su mirada se clava con más intensidad sobre la mía, y por primera vez sé lo que es dejar de respirar por la forma como te mira un chico. Cuando consigo volver a hacerlo, musito con la voz algo entrecortada:
—Como si me observaras…
—Te estoy observando. —Me confirma—. Deberías tirar los vestidos de flores como el del otro día y llevar siempre pantalón corto. Estás realmente sexy. Podrías conseguir muchas citas con esas piernas.
Su ardiente mirada me desencadena un escalofrío de deseo en la espina dorsal, pero no voy a caer en sus comentarios, que seguro que hace a todas las chicas, así que ironizo:
—No necesito ir medio desnuda por la calle para conseguir citas.
Su sonrisa se hace más sexy cuando se inclina hacia mí y me pregunta directamente:
—Entonces ¿has tenido muchas citas?
—Eso no es asunto tuyo —respondo en tono airado.
—Tú sabes que yo sí.
—Pero eso es porque allí donde voy me encuentro con una chica con la que has estado, no porque yo te haya preguntado —replico con voz cansada, recordando los episodios con las dos camareras.
Dallas alza una ceja, por lo que intuyo que trata de reconducir la conversación a su terreno, porque me contesta:
—Sí, eso es cierto. Parece que tienes un don… De hecho, ya había estado antes en esta habitación. Aquí vivía una compañera del instituto que me invitó a hacer los deberes con ella. Se parecía a ti un poco, rubia y con esos vestidos de flores que os hacen parecer salidas de una película. Aunque no tenía tus ojos, ni tampoco era tan bonita como tú… Ella estaba apoyada en este escritorio también. Fue divertido, jugaba a ser una chica buena, pero en cuanto hice este mismo gesto y la tuve entre las manos, supe por qué me quería en su habitación…
Su tono es erótico y sensual, pero cuando se acerca más a mí, yo lo empujo por el pecho y le aclaro:
—Yo no soy esa chica, y el único motivo por el que estás en mi habitación es porque necesito un favor de índole no sexual.
Dallas me mira a los ojos y estoy segura de que intuye que su cercanía me está provocando un calor y unas tentaciones completamente fuera de lugar. Así que le aparto los brazos y me voy a la otra punta de la habitación antes de que decida intentar cualquier cosa; más que nada porque en mi estado no puedo garantizar que rechazarlo físicamente me sea tan fácil como verbalmente. Él levanta las manos con inocencia y acepta:
—Está bien, hablemos. ¿Qué sucede?
Su tono de voz vuelve a ser el del chico que me ayudó con Lisa, así que tranquilizo mi respiración, mi corazón y mis hormonas y, cuando consigo volver a ser la Gillian controlada de siempre, comienzo a explicar:
—Llegamos a la ciudad el día que Lisa tuvo el ataque, por la mañana. El dueño de esta casa se compadeció de mí y me dejó alquilársela mientras buscaba trabajo. Pero he hecho números y, aunque lo encuentre, no podré pagarla. Pero sí que puedo permitirme una caravana, y he pensado que quizá conocías a alguien que tuviese una disponible.
—La vida es una caravana no es fácil, y menos con dos niños —me dice con el ceño fruncido, como si la idea no le gustara.
Yo arqueo una ceja. No sé por qué la gente cree siempre que las vidas de los demás son más fáciles que la suya, así que le aclaro:
—Lo sé: he vivido en ellas la mayor parte de mi vida. Y ahora necesito con urgencia encontrar una que pueda alquilar.
Los ojos de Dallas se clavan en los míos; algo sigue sin convencerlo. Finalmente, me pregunta:
—¿Dónde está tu madre? ¿No debería encargarse ella de esto?
Yo dudo antes de responder, pero retomo la expresión que utilizo con todo el mundo cuando hablo de mi madre y contesto en una letanía largamente aprendida:
—Se ha tenido que marchar un par de días de la ciudad esta mañana, por trabajo, y me ha dejado a mí a cargo del traslado mientras está fuera.
—¿De la mudanza y también de tus hermanos?
Inquieta, repiqueteo las uñas contra la pared en la que me he apoyado. Las preguntas me ponen nerviosa. Nunca me ha gustado mentir, pero últimamente no parece que tenga otra opción. Así que me encojo de hombros por toda respuesta, y Dallas intuye que no quiero seguir hablando del asunto, así que me propone:
—La semana pasada se quedó libre una caravana al lado de la que tienen los padres de Vincent. Voy a llamarlo para comprobar si todavía lo está.
Antes de terminar de decirlo, toma el teléfono del bolsillo de su pantalón y habla con su amigo durante varios minutos, explicándole mi situación. Cuando cuelga, una sonrisa le asoma a los labios y me explica:
—La caravana sigue libre. Es propiedad de Joe Rundell: lo conozco.
—¿Podemos hablar con él hoy mismo?
Dallas eleva una ceja, y yo le explico:
—Necesito una solución para esta misma noche. Mañana a primera hora debo irme de aquí o el casero me pedirá que le entregue el dinero de toda la semana.
—No tengo su teléfono, pero sé quién puede dármelo.
En unos minutos que se me hacen angustiosos, Dallas intercambia varios mensajes, hasta que consigue el número y llama. Cuando termina la conversación me explica:
—Joe me ha dicho que podemos ver la caravana esta noche, sobre las nueve.
—¿Tan tarde? —pregunto inquieta por la posibilidad de dejar a mis hermanos a solas.
—Sí, pero no tardaremos mucho. Si quieres puedo llevarte en mi Harley: es más rápida que una camioneta. Así podrás volver pronto a casa con tus hermanos.
Yo asiento y sonrío agradecida de que haya pensado en ellos, pero matizo:
—No hace falta que me acompañes; consiguiéndome la cita ya has hecho bastante.
—Será mejor que lo haga, pues Joe puede ponerse difícil a veces.
El miedo me domina el rostro, y él se apresura a aclararme:
—No me refería a violento ni nada por el estilo. Simplemente es el tipo de hombre que prefiere negociar con otro hombre.
Yo esbozo una mueca de indignación, pero no estoy en condiciones de ponerme exigente con mi futuro casero. Tengo una noche para encontrar vivienda, y si para eso tengo que dejar que Dallas me acompañe, lo haré. Con voz suave comento:
—Te lo agradezco mucho.
Los ojos le vuelven a brillar, y me pregunta:
—¿Cómo sabes que no voy a pedir nada a cambio?
Trago saliva, deleitándome para mis adentros con la idea de él pidiéndome algo, aunque me arrepiento enseguida. Por suerte para mí, Lisa aparece en mi habitación y comenta antes de que pueda recordarle que debía quedarse en la parte inferior de la casa:
—Cody me ha dicho que si la puerta está abierta podía entrar porque es señal de que estabas vestida y no estabais en la cama. Aunque yo le he dicho que es muy pronto para irse a dormir y que tú duermes con camisón.
—Nota mental número tres del día: matar a Cody —digo en alto y suspiro con frustración.
Normalmente, acepto con más tolerancia las ideas de mi hermano, pero ya tengo bastante con lidiar con mis hormonas como para que él ponga de manifiesto cada cinco minutos la tensión sexual entre Dallas y yo. Este, por cierto, me mira divertido y pregunta:
—Por curiosidad, ¿cuáles eran las otras dos notas?
—No preguntes, pero todas tenían relación con Cody.
Él me sonríe de esa forma que estoy segura que hace que todas las chicas de la ciudad se le derritan a los pies. La noche en la que nos conocimos me dije que era inmune a ese tipo de sonrisas, pero no es así. Supongo que es imposible serlo, así que solo debo tratar de centrarme en que es un amigo que va a ayudarme a conseguir alojamiento. Nada más. Sin embargo, Lisa no me lo pone fácil cuando pregunta:
—¿Vas a quedarte a cenar, Dallas? Gillian ha hecho su pastel de patata especial.
—No sabía que las chicas de diecisiete años supiesen hacer pasteles de patata especiales. Y es difícil resistirse a probarlo… Si a Gillian le parece bien, claro.
Los ojos de Dallas se me clavan de una forma que hacen imposible un «no» por respuesta. Sin embargo, no voy a ponérselo tan fácil, así que comento:
—Está bien, es lo más lógico si después tenemos que ir al parque de caravanas.
—¿Siempre haces lo más lógico?
—Lo intento.
—Interesante.
Sus palabras se hunden en mi mente y algo me dice que no es buena idea ir con él sola al parque de caravanas, pero para ir con los niños es demasiado tarde. Así que me hago otra nota mental, esta vez en silencio, que resume lo que tengo que hacer: «controlar mis hormonas».