35. Almas esperanzadas
El coronel había pasado la mayor parte de la tarde en la sala principal, sentado frente a la chimenea, con la vista perdida en el fuego. Nadie se había atrevido a molestarle, hasta que Soon se acercó a él lentamente y le preguntó:
—¿Qué le preocupa, coronel?
Este sonrió y preguntó a su vez:
—¿Tan fácil es leerme?
—He tenido un buen maestro. Pero, si no quiere contármelo, lo entenderé, aunque si lo desea puedo prepararle una infusión relajante. Podría ayudarle.
—En realidad prefiero que te quedes conmigo, tu presencia siempre es reconfortante.
Soon se sentó a su lado agradecido por sus palabras y el coronel curioseó:
—¿Cómo ves al equipo?
—Creo que puede funcionar.
El coronel sonrió y comentó:
—Es un alivio escuchar eso. Ahí fuera no tendréis mucho margen para el error.
—Las circunstancias adversas sacan lo mejor de las personas —le recordó Soon.
—Es curioso que digas eso, la mayor parte de la gente afirmaría lo contrario.
El Sanador sonrió enigmáticamente ante su afirmación y luego preguntó con suavidad:
—¿Le ha explicado alguna vez el maestro Liu mis orígenes?
—Únicamente me dijo que tus padres habían muerto y que una Sanadora te llevó hasta él cuando eras pequeño.
—Aquella Sanadora hizo mucho más que eso, me salvó la vida, me enseñó a tener siempre esperanza en las personas que me rodeaban y en la madre Gea.
—¿Quién era? —le preguntó el coronel, curioso. Soon siempre se mostraba ecuánime y tranquilo, pero sus ojos mostraban dolor al hablar de aquello.
—Se llamaba Evey, y se encargaba del orfanato en el que crecí. Era misionera y ocultaba que era Sanadora, pero nos reconocimos el uno al otro en cuanto llegó, quizás por eso conectamos aún más —respondió Soon con nostalgia.
—Parece que fue muy importante para ti.
—Lo fue, lo es. La señorita Evey era un ángel. Desde que llegó al orfanato, nos cuidó como la familia que nunca tuvimos, ya que la mayor parte de nosotros habíamos perdido a nuestros padres a causa de la guerra. Teníamos otros cuidadores, pero fue gracias a ella que el orfanato se convirtió en un lugar de luz y de esperanza en el que por primera vez en nuestra vida nos sentíamos felices, a salvo, en casa. Como Sanadora se encargó de que la tierra volviera a dar frutos y de que los niños recuperáramos la salud y las ganas de vivir.
—¿Te hizo de madre?
—Lo cierto es que era demasiado joven para verla como tal, pero siempre la sentí como parte de mi familia, como una hermana mayor de la que aprender, que me protegía y a la que yo también quería proteger. Éramos inseparables y vivíamos en paz y armonía junto el resto de los niños. Teníamos un hogar.
Su voz se quebró por el dolor del recuerdo un momento, pero en seguida recuperó su habitual tranquilidad para explicar:
—Sin embargo, a medida que la situación en todo el mundo fue recrudeciendo, supimos que pronto nos alcanzarían las milicias o los desaprensivos que quedaban en las zonas destruidas por las bombas; que nuestra casa ya no era un lugar seguro.
—¿Qué pasó?
—Todo el personal que nos cuidaba se marchó, huyendo lo más rápido que pudieron en busca de un lugar menos peligroso. Todos menos ella. No se imagina lo que llegó a hacer y a arriesgar para salvarnos… Entre nosotros había niños muy pequeños, pero jamás dudó en que conseguiríamos huir, ni dejó que nosotros dudáramos.
—¿Dónde está ella ahora? —preguntó el coronel, temiendo lo peor.
Soon miró hacia la ventana tristemente y contestó:
—No lo sé. Cuando encontró al maestro Liu, me entregó a él y me dijo que estaría bien, que había tenido la visión de que a su lado yo viviría siempre en libertad. Le rogué que viniera con nosotros, se lo supliqué cientos de veces, pero me explicó que había tenido otra visión, según la cual aún quedaban muchas personas a las que debía rescatar, que esa era su misión en este mundo que desaparecía. Yo seguí rogando que no me dejara, pero ella me prometió que algún día volveríamos a encontrarnos, que había tenido una visión sobre nuestro reencuentro.
—Pero nunca volviste a verla… —adivinó el coronel.
—No… El maestro Liu y yo tuvimos que seguir huyendo a causa de la guerra, hasta que conseguimos llegar a esta zona. Viajamos durante mucho tiempo y nos alejamos de las zonas destruidas… a las que precisamente la señorita Evey había vuelto para continuar rescatando a los niños de otros orfanatos. Sabía que nadie se preocuparía de ellos, así que lo hizo ella. Y no sé qué pasó: si consiguió salvar a más personas, o si ella misma lo hizo. Por eso cada vez que usted o sus hombres vuelven de una expedición, bajo corriendo a la puerta del castillo y espero ansioso su llegada, por si ella está con el grupo, por si la han encontrado.
El coronel le miró asombrado. En todos aquellos años siempre había visto en Soon un faro para los que le rodeaban. Y, aquella noche, escuchando sus confesiones, se veía reflejado en lo que decía. Con voz rota preguntó:
—¿Nunca has perdido la esperanza?
—¿Por qué iba a hacerlo? Bajo el yugo de la dictadura viven muchas personas que ni siquiera saben que existimos, la libertad que hemos encontrado más allá de las fronteras. Siguiendo esa premisa, nosotros desconocemos lo que hay más allá de los territorios que ustedes han explorado; y yo quiero creer que la señorita Evey encontró la forma de crear un lugar como este al que llevar a la gente que rescataba, un sitio en el que esperar nuestro reencuentro.
El coronel suspiró y preguntó preocupado:
—¿El maestro Liu sabe que te sientes así?
—Sí, no hay secretos para el alma de un maestro respecto a su discípulo. Y está de acuerdo en cómo me siento.
Él le miró sin comprender y Soon le explicó:
—Coronel, la señorita Evey me enseñó a vivir en el amor y la esperanza en mitad del caos y la destrucción. Y después, a crear un frente común para salvarnos, incluso consiguió ayuda de quién menos lo esperaba. No puedo tener visiones sobre mí mismo, pero he soñado muchas veces con ella, con su fortaleza, su sonrisa de ánimos, y su promesa de que volveríamos a encontrarnos. Así que, definitivamente, mientras haya algo en mi interior que me diga que aún está viva y nadie me demuestre lo contrario, seguiré creyéndolo.
El coronel suspiró pesadamente y luego confesó:
—Hay alguien a quien amo, que creía que había fallecido, pero algo me dice que podría ser una farsa creada para proteger a los suyos. Y no sé cómo actuar respecto a eso.
Soon apoyó delicadamente su mano sobre el corazón, mientras le decía:
—Si usted quiere, podemos compartir la esperanza. Dicen que un buen sentimiento se multiplica cuando es compartido.
El coronel asintió y, lentamente, cerró los ojos comenzando a recibir la energía tranquilizadora del Sanador, mientras en su mente la visión de Delancey se hacía más y más clara.
Cuando terminaron, le preguntó:
—Soon, ¿Crees que sería muy descabellado que fuera con vosotros?
El Sanador no pareció sorprendido por la pregunta, pero respondió:
—No me corresponde a mí esa decisión, usted es el coronel.
—Lo sé, pero te pido que pienses que diría tu maestro si le preguntara.
Soon se levantó con cuidado y comentó:
—Ya sabe lo que mi maestro diría, del mismo modo que yo sé lo que le preocupa.
—No sé si puedo encerrarme en el castillo después de estos últimos días, de lo que sé que puede haber ahí fuera —reconoció él.
Soon suspiró y, finalmente, manifestó:
—Usted es el estandarte del Ejército de la Luz. Usted creó el movimiento organizado en contra de la dictadura y usted debe guiarnos en la batalla final. Su lugar está donde los demás pueden verle, saber que está allí para ellos. Y el nuestro está en ir en busca de esas piedras. Sin embargo, si realmente desea venir con nosotros…
—No, tienes razón —le interrumpió el coronel con voz amarga—. Nuestra causa ha requerido muchos sacrificios, ahora haré el último esperando por vosotros.
—Eso le honra, coronel. Sin embargo, ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
El coronel suspiró, lo pensó unos segundos y luego confesó:
—En realidad sí. Si encontrarais supervivientes, si uno de ellos fuera la mujer de esta fotografía, ¿Le dirías que Nathaniel está vivo y cómo llegar al castillo?
Soon tomó la fotografía que el coronel le mostraba e intentó bajar los ojos para que este no advirtiera lo que pasaba por su mente. Con la voz tensa respondió:
—Cuente conmigo.
—Gracias. La fotografía es de hace veinticinco años, no sé si habrá cambiado y…
—No se preocupe, si la encuentro la reconoceré.
Su mano se posó sobre la espalda del coronel mientras lo decía y, advirtiendo su preocupación añadió:
—Cuidaré de todos, hágalo usted también por los que quedan en el castillo.
—El maestro Liu no se equivocaba contigo, eres un gran Sanador.
—Solo porque tuve el mejor maestro para guiarme, y al mejor coronel para protegerme.
El coronel asintió orgulloso y salió de la habitación lentamente, mientras Soon temblaba al recordar a la mujer de la fotografía, la misma mujer que él había visto en sus sueños con la señorita Evey en tantas ocasiones. Intentó concentrarse en aquel sueño, pero como siempre le llegaba en oleadas, confundiendo pasado y presente, sin saber qué era cierto y qué fruto de sus propios deseos. Sintió que volvía a temblar, así que, con cuidado, puso su mano sobre el corazón y trató de tranquilizarse, pero algo esta vez le bloqueaba. Siguió intentándolo, hasta que la voz suave y acariciadora de Justin le interrumpió preguntando:
—¿Estás bien?
Soon le miró perplejo y Justin se apresuró a decir:
—¿He dicho algo malo?
—En realidad no. Pero es que nadie me hace nunca esa pregunta.
—¿Por qué no?
—Bueno, soy Sanador. Mi maestro sabe lo que me pasa en cuanto entra en contacto con mi energía… y el resto de personas con las que interacciono presuponen que siempre estoy bien.
—¿Y quieres que yo también lo presuponga?
Los ojos oscuros de Justin brillaban amables y Soon se sintió estremecer, por lo que suspiró y después contestó con sinceridad:
—En realidad no. Es agradable que alguien me vea falible.
—Yo no te veo falible —se explicó—. Solo creo que todos necesitamos desahogarnos. ¿No ha ido bien la conversación con el coronel?
—No puedo hablar de ello.
—Secreto de Sanador… —adivinó Justin.
—Eso me temo.
—Pero sí puedes decirme que te preocupa a ti, sin hablarme del coronel.
Soon esbozó una sonrisa y comento:
—Eres insistente…
—Salí platónicamente con una Sanadora. Aprendí alguna que otra cosa.
—Algún día tienes que explicarme eso.
—Es una buena historia. Hay aventura, diversión, peligro y por supuesto nada de sexo. Lo cual creo que ha tranquilizado al comandante y ha conseguido que no me odie antes de salir de expedición.
El Sanador rio y después comentó:
—Jake y Siobhan… creo que cuánta más insistencia ponen en decir que ya no van a volver a estar juntos más se desean el uno al otro.
—Lo cierto es que la chica que yo conocí no sabía lo que era que sus ojos brillaran cada vez que un hombre entraba en la habitación. Y eso es lo que le pasa cuando ve a Jake —le explicó Justin.
—¿Se lo has dicho a Siobhan?
—No, algo me dice que es mejor no forzar las cosas.
—Yo también opino lo mismo —confirmó Soon.
—Bien… —comentó Justin con una sonrisa — Y ahora que estamos de acuerdo en esto, ¿Me vas a decir que te preocupa tanto?
El Sanador vaciló unos segundos, pero después confesó:
—Son mis sueños. Creo que una visión se ha colado entre ellos, pero es muy confusa y no sé interpretarla. Si estuviera en el castillo podría hablar con mi maestro, pero ahora no sé qué hacer.
—¿Puedes contactar con él?
—No, debería volver al castillo, pero no creo que fuera oportuno. Además, no quiero que el coronel sepa de mi visión hasta que no tenga claro que es real.
Al escucharle, Justin se sentó a su lado y comentó:
—Tu maestro te dejó venir a la expedición, y por lo que Siobhan me ha dicho tú vas a encargarte de su aprendizaje.
—Así es, pero, ¿Qué tiene que ver eso con la visión?
—Que el hecho de que tu maestro confíe en que estés alejado de él tanto tiempo y para que guíes a la Sanadora más poderosa significa que cree que estás preparado para lo que venga.
—¿Y si te dijera que siento que ahí fuera hay muchos más retos de los que podemos siquiera haber imaginado?
—¿Quieres decir más allá de la búsqueda de las piedras?
Soon asintió y Justin afirmó:
—En ese caso te diría que, si necesitas un amigo con el que desahogarte, solo tienes que decírmelo. Aunque, espero que no te tomes esto a mal, pero prefiero que Siobhan sea mi Sanadora.
—¿Por algún motivo especial? —le preguntó Soon, preocupado.
—No quiero que sepas nada de mí a través de una sanación, sino porque yo te lo cuente, poco a poco —confesó él—. Quiero conocerte, pero no como a los Sanadores de mi castillo.
Los ojos de Soon se iluminaron al oírlo, pero repuso:
—No sé si sé conocer a nadie fuera de esa relación. Llevo años leyendo las almas de mis amigos. Lo cual a veces creo que desespera un poco a todos, ya sabes, el hecho de que siempre sepa sus verdaderos sentimientos y lo que ocultan.
Justin suspiró y por fin se atrevió a decir:
—Hace muy poco tiempo que te conozco, Soon y sé que podrías saber casi todo sobre mí con solo leer mi alma. Pero de verdad me gustaría mostrarte quién soy de una manera natural, y que cuando eso suceda no necesites una sanación para saber lo que siento.
Mientras lo decía, colocó con suavidad su mano sobre la suya y le obsequió con una dulce mirada que le hizo estremecer y contestar:
—Me parece una buena idea.
Justin sonrió e hizo ademán de soltarle la mano, pero Soon se la retuvo jugueteando unos segundos con sus dedos mientras decía:
—A mí también me gustaría que conocieras más sobre mí. Como he dicho, nadie suele preguntar…
—Creo que te cansarás de mis preguntas.
—Algo me dice que no.
Los dos chicos intercambiaron una sonrisa cómplice y estuvieron así unos minutos hasta que unos pasos en el pasillo les hicieron soltarse. Justin comentó:
—Te veo en la cena. Y después puede que empiece a hacerte alguna de esas preguntas, seguimos compartiendo habitación.
Soon asintió y, cuando se quedó solo, se dio cuenta de que su corazón, por primera vez, latía como tantas veces había visto en otros. Y una sonrisa que nadie había visto jamás se adueñó de su rostro.