15. Almas bajo la lluvia
Siobhan estaba de pie, mirando al infinito, cuando Jake llegó a su lado. La había observado desde lejos, parecía triste y preocupada, y eso no hacía más que aumentar su culpabilidad. Sin embargo, comentó en tono marcial:
—No deberías estar aquí afuera, sola. Se supone que hago guardia para protegerte, pero no puedo hacerlo si te escapas de la casa.
—He decidido tomar nuevas costumbres. A partir de ahora, dejaré de obedecer órdenes y no me acostaré con capullos.
Las palabras se le clavaron en el corazón, pero Jake permaneció en silencio, así que Siobhan le gritó:
—Al menos podrías protestar.
La voz de él sonó amarga al contestar:
—Soy un capullo. Por eso no debería haberme dejado llevar anoche. Pero eso no justifica que salgas corriendo y te pongas en peligro solo porque estés enfadada conmigo. Eres una Sanadora.
Siobhan le miró, hastiada y contestó duramente:
—Sé lo que soy. Pero resulta que tienes el dudoso honor de conseguir que reaccione de forma descontrolada. Así que, si quieres que vuelva a la casa, más vale que tengas algún argumento mejor para haberte escabullido de mi cama que la excusa de que no podemos estar juntos por algo que ni siquiera sé.
Él permaneció en silencio, pero Siobhan podía leer el dolor en sus ojos, así que le preguntó:
—¿Por qué tienes que torturarte tanto?
Antes de darse cuenta de lo que hacía, llevó su mano a la mejilla de él y la acarició suavemente. Jake se quedó quieto mientras le rogaba:
—Por favor, no lo hagas.
—¿Pasamos una noche increíble y ahora te molesta que te toque? —protestó ella, profundamente dolida.
La voz de Jake sonaba rota cuando contestó:
—Tus caricias jamás me molestan, pero me hacen perder el sentido. Por favor, no tienes idea de lo que me cuesta mantenerme alejado de ti…
Siobhan le miró. Sus ojos le suplicaban que se apartara, pero la reacción de su cuerpo a sus caricias era completamente diferente. Resuelta a zanjar sus dudas, se acercó a él aún más, mientras con las dos manos atraía su rostro hacia el suyo. Gotas de lluvia comenzaron a caer sobre ellos, pero ninguno de los dos se movió ni un centímetro. Siobhan acercó aún más su rostro, los ojos de él clavados en los suyos, su aliento al borde de su boca. Y, entonces, le besó. Comenzó ella, en busca de respuestas, pero continuó él, necesitado de preguntas. Sus labios se posaron con fuerza sobre los suyos, sus lenguas entremezcladas. Siobhan pegó el cuerpo al de él, sintiendo sus abdominales contra su estómago, y el gesto terminó de hacerle perder el sentido. Se dejó caer sobre el suelo con él, cuyas manos recorrieron ávidas su espalda hasta descender por las nalgas debajo del pantalón, para después quitárselo por completo. Después volvió a besarla, mientras ella pasaba sus manos por debajo de su camiseta, hasta llegar al borde del pantalón. La lluvia caía ahora con fuerza, empapando su ropa con la misma fuerza con la que se desprendían de ella. Siobhan le ayudó a desabrocharse el pantalón, dejándose llevar por la fuerza de la pasión descontrolada. Las manos hábiles de Jake recorrieron su cuerpo, mientras se acercaba más y más a ella, llevándola de nuevo a una dimensión a la que solo él podía transportarla. Era increíble. Con cada caricia, con cada contacto con su interior, era como si ella pasara a formar parte de él, como si todo lo demás desapareciera y, por un limitado espacio de tiempo, no hubiera nada más que ellos dos. Ni dictadura, ni muertes, ni dolor, solo su amor.
Cuando terminaron, Jake se dejó caer a su lado, sin dejar de mirarla. El cabello empapado caía sobre sus ojos brillantes y sus labios estaban hinchados por los besos. Siobhan le devolvió la mirada, preguntándose si por fin se abriría a ella, si por fin podría descubrir sus sentimientos. Sin embargo, Jake volvió a retomar su semblante atormentado mientras le decía:
—Yo…
—Por favor, no me digas que lo sientes —le suplicó Siobhan.
Jake respondió tristemente:
—Iba a decir que está lloviendo.
—Ya me había dado cuenta de ello —comentó ella más aliviada.
Sin embargo, él añadió seriamente:
—Deberíamos volver.
Siobhan asintió, dejando que le ayudara a levantarse, pero le soltó la mano en cuanto estuvo en pie. Recompuso su ropa y, sin saber que pensar, le siguió con desgana hasta el castillo. Aún sentía sus manos en su cuerpo, y a la vez sabía que estaba a miles de quilómetros de ella perdido de nuevo en su tristeza. Pensó en dejarlo correr, pero necesitaba saber qué pensaba, así que, antes de entrar, le retuvo un momento y le preguntó, temerosa de la respuesta:
—¿Vas a volver a ser el comandante?
Jake esbozó una sonrisa aún teñida de melancolía y contestó mientras le acariciaba con suavidad la mejilla.
—Solo para mantenerte con vida.
—Por qué soy tu gran misión…
—No, porque te amo y no dejaré que te suceda nada malo.
Mientras lo decía, la abrazó con fuerza, como si temiera perderla. Su boca se abrió incrédula ante sus palabras, pero fue incapaz de decir nada, mientras su corazón latía a mil por hora, porque le acababa de decir que la amaba.
Entonces, Luke apareció de la nada comentando irónicamente:
—Chicos, me alegra que os hayáis reconciliado, pero yo de vosotros entraría. Básicamente porque si pilláis una pulmonía no podremos salir mañana hacia la tierra prometida.
—Soy Sanadora, puedo curarnos —se burló Siobhan, intentando borrar la expresión sorprendida de su cara.
Luke rio, pero parecía preocupado, así que entró en la casa. Jake le siguió, proponiéndole:
—Sube a la habitación, te llevaré agua caliente para el baño.
Ella intuyó por sus miradas que quería quedarse a solas con Luke. Así que hizo lo que le decía, dejando tras de sí un rastro de gotas de agua e incredulidad por su declaración. Sin embargo, antes de entrar, se quedó oculta en la escalera, escuchando. Sabía que no estaba bien, pero necesitaba saber que le escondían. La voz de Jake se dejó oír agotada, asustada de nuevo:
—No me mires así, Luke, por favor.
—Yo solo espero que hayas hecho algo más que un revolcón en la hierba —le espetó Luke.
—Eso no es de tu incumbencia —replicó Jake duramente.
—Si lo es, porque tus secretos son los míos.
—¿Te preocupa que ella se enfade contigo?
—Me preocupa que sufra, igual que tú. Sigues siendo como mi hermano, Jake, y ya sabes lo que Siobhan significa para mí.
Incluso en el silencio, pudo adivinar la tensión entre ellos, las dudas que de nuevo surgían en su propio corazón. Luke añadió:
—Mi guardia no termina hasta de aquí una hora. Yo de ti aprovecharía para hablar. Ya te lo dije antes, esto no funcionará si no le dices la verdad.
Jake no contestó, así que Siobhan se apresuró a entrar en la habitación, intentando no pensar en lo que había escuchado. Sin saber qué hacer, se quedó en el baño, aún vestida, y encendió algunas velas, ya que la tormenta había provocado una profunda oscuridad en el ambiente.
Jake entró minutos más tarde portando el agua caliente, que vertió en la bañera. Repitió la operación varias veces y, cuando estuvo llena, se acercó a Siobhan y mientras la abrazaba protestó:
—Estás tiritando… Deberías haberte quitado la ropa.
—Tú también —respondió ella alzando su rostro hacia el suyo.
Sus ojos verdes se clavaron en los de ella, mientras sus manos jugueteaban con su ropa. Y, en ese momento, Siobhan se dio cuenta de que él no quería hablar, y que ahora ella tampoco. Fuera lo que fuera lo que le ocultaba, no quería que eso la alejara de él. Aún no había asumido que acababa de decirle que la amaba, no estaba preparada para nada más. Así que le dio un beso y su corazón se desbocó de nuevo al sentir como él comenzaba a subirle la camiseta. Jake lo advirtió y le dijo:
—Será mejor que te deje algo de intimidad.
Hizo ademán de marcharse, pero ella le retuvo diciendo:
—No… quédate conmigo. Es solo que… en realidad nunca me has visto desnuda, completamente. Ya sabes… sin sábanas ni una tormenta encima. En realidad, nunca nadie me ha visto desnuda.
Jake la miró, pero no dijo nada, aunque sus ojos brillaban. Siobhan esbozó una sonrisa tímida y añadió mientras apoyaba la mano en su pecho:
—Pero me gusta que estés así, conmigo, sin perder la cabeza.
Él le devolvió la sonrisa y refutó:
—Lamento contradecirte, pero no creo que exista un Universo en el que yo no pierda la cabeza si tú me acaricias.
Siobhan se ruborizó, y Jake la observó, esperando una señal. Aunque pareciera extraño, se sentía algo cohibida. Hasta ahora, su relación con Jake había sido como una tormenta, pero en aquel momento y a pesar de la lluvia incesante del exterior, era como si todo se ralentizara. Por su mente pasó como un rayo el comentario de Luke, pero lo último que quería pensar en ese momento era en la oscuridad que ella misma había visto en su corazón, en los secretos que le ocultaba y que eran suficientemente graves como para atormentar a Luke.
Pero necesitaba a Jake, al hombre que le hacía sentir viva, y sabía que, si le hacía preguntas, volvería a resurgir el comandante que únicamente pensaba en su misión. Así que deslizó su mano desde el pecho de él hasta la cintura, levantando lentamente su camiseta. Jake sonrió y, alzando los brazos, permitió que terminara de quitársela. Siobhan pasó la mano por su abdomen, perfectamente musculado, sintiendo un escalofrío de placer, ruborizándose de nuevo. Nerviosa, le susurró:
—Creo que yo también pierdo la cabeza cuando te acaricio.
—Bien, entonces será mejor que no dejemos de hacerlo nunca.
Mientras lo decía, sus labios se posaron sobre los de ella, y Siobhan sintió su ropa caer sobre el suelo. De pronto, era como si todo fuera igual de increíble entre los dos, y, a la vez, tan diferente. Sin prisas, sin discusiones previas, sin tormentas antes de que saliera el sol. Se quitaron la ropa que les quedaba el uno al otro, y entraron en la amplia bañera, tumbándose uno frente al otro, con las piernas entrelazadas y los corazones latiendo al unísono. El agua enjabonada cubría sus cuerpos y Jake sostenía su mano, jugueteando con sus dedos mientras no dejaba de mirarla. En un susurro le confesó:
—Me gusta limitarme a amarte, a desearte. Ojalá pudiera hacerlo siempre.
—¿Por qué no puedes?
—Porque todo cambiará fuera de este castillo —le respondió él con más sinceridad de la que Siobhan deseaba en ese momento.
—Entonces, quedémonos aquí —propuso ella sintiendo el corazón en un puño.
Su mano libre se deslizó sobre su mejilla, de golpe parecía volver a estar abrumado:
—Creía que no te gustaba la niebla ni el frío, ni las tormentas.
—Supongo que he aprendido a ser feliz bajo la lluvia —respondió ella mientras posaba su mano sobre la cintura de él.
Los ojos de Jake volvieron a brillar, recordando su encuentro bajo ella. Pero pronto retomó el semblante serio y le recordó:
—Aún tenemos una misión.
—Creí que yo era la tuya.
—Parte de ella… Pronto lo sabrás todo.
Siobhan bajó los ojos y afirmó:
—No sé si quiero saberlo. Yo… solo quiero estar contigo… lejos del dolor. Ya nos hemos alejado de la dictadura, no quiero ir a ningún sitio donde vuelva a haber oscuridad.
Mientras lo decía sintió el cuerpo de Jake endurecerse ante sus palabras. Con voz rota le confesó:
—La oscuridad está también dentro de mí. Anoche no hablamos de ello…
Ella volvió a mirarle, sabiendo que estaban entrando en un terreno peligroso. Por ello le interrumpió:
—Yo solo veo tu luz.
—Pero eso cambiará cuando salgamos de aquí
—No puedes saberlo —le replicó.
Jake la miró fijamente y le dijo:
—Tú me amas mucho.
No era una pregunta. La afirmación directa la descolocó, pero asintió mientras le decía:
—Más de lo que pensé que podría hacer jamás.
Él la abrazó y, juntando su cabeza con la de ella, susurró:
—Ojalá siempre sea suficiente.
Mientras lo decía, Siobhan pudo sentir como aquella capa de dolor que siempre le dominaba volvía a él. Entonces, deslizó la mano por su espalda y le aseguró:
—Lo será.
Jake sonrió y sus labios se posaron con fuerza sobre los de ella, mientras sus manos volvían a cubrir su cuerpo con aquel sentimiento de necesidad tan conocido; como si temiera que fuera la última vez que estarían juntos. Siobhan respondió a sus caricias con el mismo apremio, sabiendo que ella también anhelaba olvidar el miedo, sabiendo que ella también necesitaba creer por unos instantes que solo estaban ellos en el mundo.