Capítulo 24

La vida que arde

Cuando hablamos del sexo decimos que «la vida arde», porque el sexo es la expresión ardiente de la vida. Cuando nos entregamos al sexo, ardemos. Pero ¿qué es el sexo? ¿Es la comunicación más profunda entre dos personas? ¿Es la vehiculización del amor? ¿Es el dominio de una persona sobre otra? ¿Es un comercio, una mercancía? ¿Es calentura? ¿Es una patología? El sexo es la comunicación de dos cuerpos que se atraen, porque sus almas se están amando y se aman tanto que necesitan expresarse también corporalmente.

Las tres películas que elegí son muy distintas entre sí. Nueve semanas y media (1986), del director Adrian Lyne, que se decía que era para valijeros. El amante (1992), dirigida por Jean Jacques Annaud, una exquisitez. Y Pascualino siete bellezas (1975), de Lina Wertmüller, un terrible alegato sobre la supervivencia humana.

En Nueve semanas y media, un hombre y una mujer, Mickey Rourke y Kim Basinger, tienen sexo durante 112 minutos, con algunos descansos. Alguien podrá asociarla con El último tango en París, pero se equivoca. Es infinitamente inferior. La trama: un yuppie de los años 80, para quien el sexo es un juego, se enreda en una relación que, a medida que avanza la historia, va ganando en perversión. Una escena que sintetiza la superficialidad del film. Hay una heladera abierta. La única iluminación proviene de ella. Y Rourke saca distintos elementos y se los va poniendo en la boca de Basinger. Por ejemplo, un pepino picante. Poner un pepino en la boca de una mujer no es cualquier cosa. Todos sabemos la simbología que tiene. Como cuando ella bebe un vaso de leche y parte del líquido se chorrea por los costados de sus labios. La sutileza no es la característica de este film. Finalmente, Rourke la llena de miel, algo desagradable. No sé si ustedes han hecho esa experiencia. La mujer debería escaparse si el hombre intenta embadurnarla con ese producto pegajoso. El personaje de Rourke es bastante tonto, no para de hacer banalidades. Hasta le da un jarabe para la tos, que de erótico tiene poco y nada.

Lo más erótico es la boca de Basinger, con su larguísima lengua. Es una glorificación del sexo oral. En 1986 ella tenía una boca natural, juvenil, llena de sensualidad. Aún no había estallado la moda del colágeno y el pedido de las mujeres a los cirujanos para que les hicieran la «boca Basinger». Horacio Altuna también empezó a dibujar bocas así en una tira cómica de un matutino porteño.

Una escena rompe la mediocridad de la película, gracias al talento de Basinger. Es, sin dudas, la más recordada: el striptease, acompañado con el tema de Joe Cocker «You can leave your hat on». Ella se luce con su cabellera rubia, sus piernas perfectas y su cuerpo excelente. En el plano visual, éste es un punto a favor de la película; ella está muy iluminada desde atrás, se la ve a trasluz. Y lo único lamentable es que hay contra planos de Rourke poniendo caras ante la belleza de Basinger. Convengamos que cualquiera hubiese quedado ridículo en el rol de observador. ¿Qué cara pondría uno? Pero Rourke se las ingenia para poner las peores. Como contraste, recuerdo los gestos de Marcello Mastroianni en Ayer, hoy y mañana (1963), cuando Sofía Loren hace un striptease totalmente distinto. Acá el sexo es juguetón, no tiene dramatismo.

Nueve semanas y media es muy publicitaria, con una estética bien de los 80. La escena de la heladera podría ser la publicidad de cualquier comestible. Alguien con sensibilidad social podría quejarse del derroche de comida cuando hay tanta hambre en el mundo, y sobre todo para hacer esa escena tan tonta. Lo más estúpido que hace Rourke, y esto revela la idiotez sexual del protagonista, es ponerle a Basinger —créalo o no, pero es así; a mí siempre me pareció increíble— un cubito de hielo en el ombligo. Yo de sexo no sé mucho, lo elemental, tuve dos hijas…, pero ¿ponerle un cubito de hielo en el ombligo a una mina? ¡Es una locura! Estas situaciones muestran al personaje de Rourke, que labura en Wall Street. De alguna manera, la película nos quiere revelar cómo hace el amor la gente del mundo de las finanzas. Tendría que haberle puesto 15 000 dólares en la boca también, porque era un tipo al que le debía sobrar la guita. Al final hay un poquito de perversión porque lleva a otra mina y ya son tres. Basinger se ofende y se separan. ¡Y eso es toda la película!

El amante es otra visión del sexo. Está basada en un libro de memorias de Marguerite Duras, en el que narra su relación con un muchacho chino, a los 15 años, cuando vivía con su familia en Saigón, una relación que lo menos que podemos decir es que es intensa.

Hay escenas que hablan de la exquisitez de una película. En El amante la presentación de los personajes habla de la cuidada elaboración del vestuario. Annaud nos muestra a la joven con un vestidito liviano, de gran calidad, pero que se nota zurcido. Con esos detalles nos dice que la chica viene de una familia que ha descendido en la escala social. También muestra sus zapatos, caros en su momento, ahora deteriorados. En contraste, el chino luce un calzado brillante, que se observa cuando se apoya en el estribo de un auto. Estos personajes comienzan a vincularse a partir de una simple conversación. Él la invita a llevarla en su auto hasta donde tiene que ir. Y aquí comienza una de las escenas más eróticas del cine. Nadie se desnuda, no hay un beso, ni una palabra. Ella va del lado derecho del auto; él, del izquierdo. Él acerca su mano a la de ella y ese acercamiento es una posesión. Estamos viendo una posesión carnal. Pero es un acercamiento delicado, lento, cuidadoso, de la mano de él hacia la de ella, que sabe que la mano de él se está acercando. Al no retirar su mano, ella acepta la relación. Entonces, la mano de él llega y se posesiona de la de ella. Ahí la relación se realiza. Es una relación sexual, expresada cuando la mano de él penetra entre los de dedos de ella. Y ella siente su primer orgasmo, porque se trata de una chica virgen. Y él siente que la posee. Eso es erotismo. El erotismo consiste en sugerir más que en mostrar. Y justamente esta es una escena que sugiere. Lo único que muestra es esta pequeña exquisitez, esta línea narrativa de una mano que se acerca a otra y la toma. Y quizá sea una de las escenas más volcánicas que uno haya visto, repleta de sutileza. No tiene nada que ver con Nueve semanas y media. Aquí lo que existe es una interpretación de la sexualidad a través del minimalismo. Un minimalismo sexual, que nos está diciendo todo. Él se le acerca, ella lo acepta, la posee, la penetra. Y todo esto visto a través del acercamiento de una mano a otra.

Luego, la película pierde sutileza. Son dos seres que no saben sus nombres, que se citan en un lugar todos los días a la misma hora y tienen sexo desaforadamente. Ahí el sexo es una especie de comunión entre ellos, pero es la búsqueda solo del placer. No buscan otra relación, no hay ningún interés, nadie quiere casarse, ni salir, ni ir a cenar, nada. Lo único que desean es la posesión. La película es explícita en esto, hay pocas películas más explícitas que El amante. Es notable que luego de aquella escena sutil la historia transcurra por un torrente sexual desbocado.

Pascualino siete bellezas, en cambio, es una película sobre la supervivencia. Acá el sexo es utilizado como herramienta para sobrevivir en el ámbito más catastrófico en que puede estar un ser humano, un campo de concentración, donde los nazis someten a sus prisioneros a vejaciones que, en la mayoría de los casos, llevan a la muerte. Pascualino (Giancarlo Giannini) es un Don Juan napolitano. Y para salvarse decide entregar lo más genuino que tiene, su capacidad de seducción, a la mujer que comanda el campo (Shirley Stoler). Y aunque es un despojo humano, ella lo toma como un objeto propio y le pide que la posea. Pero a la vez lo humilla. Él ya ni puede ejercitar aquello para lo cual estaba capacitado: «Te amo, pero estoy muy débil». Ella encarna la dominación más brutal que el nacionalsocialismo pueda expresar en una mujer. Es horrible, violenta, lo llama «napolitano de mierda», le recrimina que lo único que quiere es estar con ella para que le den de comer. Y ese momento es culminante, porque ella se da cuenta de que Alemania no podrá ganar la guerra, aunque no se diga de manera explícita: admira con rabia la capacidad de sobrevivencia de Pascualino. Ella lo somete y lo convierte en un traidor. Lo separa del resto de los prisioneros y le otorga un status de superioridad. Cualquiera en su lugar, salvo que fuera una basura humana, se sentiría muy mal por entregar a sus compañeros a la muerte. Pero Pascualino, con tal de sobrevivir, los entrega. Eso lo destruye.

La película termina de un modo desgarrador. Él vuelve a su casa y se reencuentra con su madre y con su novia, convertida en una prostituta por la miseria que sufre Nápoles. La madre le da ánimo y le dice que nada importa porque conservó la vida. Pero Pascualino se mira al espejo y dice: «Sí, vivo». ¿Cuánto se quebró dentro de él? ¿Cómo sobrellevar la humillación que le hizo sufrir la carcelera nazi? ¿Qué sintió al entregar a sus compañeros a la muerte? Pascualino está vivo, pero quebrado para siempre. Vivo, pero muerto.

Pocas veces el sexo ha sido visto en el cine de un modo tan terrible. Pascualino usa el sexo ante esta mujer abominable para que lo deje vivir. Y las escenas sexuales son desgarradoras, porque él no tiene fuerzas para poseerla y ella le exige sin contemplaciones.

Algunas consideraciones finales. Nueve semanas y media representa el sexo como un juego banal, como lujo de una clase despreocupada, que puede derrochar comida y gozar en la frivolidad. A excepción de la parte final de la trama, el sexo no es más que el juego, un poco tonto, de dos cuerpos. En El amante la única misión de los cuerpos es darse placer. No se comprometen, no está en juego la subjetividad ni la conciencia encarnada en esos cuerpos. Es un encuentro puramente sexual. Acá prevalece una idea: gocemos con nuestros cuerpos. Pascualino es algo totalmente distinto. Es el sexo como medio de supervivencia.

Además, el sexo es un comercio, una mercancía. Todo se vende a través de él. En la actualidad, no hay nada que no se venda por su intermedio. Mujeres semidesnudas ofrecen desde un auto hasta pan dulce. La ciudad está empapelada de modelos en ropa interior para vender cualquier cosa. Es parte del paisaje cotidiano. A veces no es tan desagradable…

Pero hay una posibilidad del sexo que es relegada, como vehiculización del amor. Es decir, un hombre y una mujer, o cualquier otra variante, utilizan sus cuerpos como vehículo de sus sentimientos. «Yo te amo y con mi cuerpo te lo demuestro, te lo estoy expresando con mi cuerpo». Ahí el sexo se une a la expresión del amor. El sexo puede ser también, y frecuentemente es, una herramienta de dominio. Y en realidad el amor también es un elemento en el cual no siempre todo es simétrico. Jean Paul Sartre en su obra maestra, El ser y la nada, afirma que cuando dos personas se aman siempre hay una que ama más que la otra. La persona que ama más corre el riesgo de someterse a la que ama menos. ¿Por qué? Porque la que ama más se pierde más en la relación. «Yo te amo tanto que me enceguezco, te amo ciegamente». La que ama menos no ama ciegamente, y en consecuencia puede ejercer control para utilizar ese amor y manipular al otro. En este sentido, la visión de Sartre es pesimista. En el amor siempre habría un desequilibrio, porque una persona ama más que la otra, y la que ama más se somete a la que ama menos.

En nuestros tiempos las perversiones del sexo alimentan a la prensa amarilla. Pero el sexo lúdico, profundo, hermoso, es cuando dos cuerpos realmente se están dando amor uno al otro a través de la corporalidad. No somos almas puras, somos sujetos encarnados en un cuerpo y este cuerpo tiene que servir para expresarnos. Y cuando amamos a alguien, lo mejor que podemos hacer es expresarlo a través de este cuerpo. El sexo logra ahí su culminación, como expresión de amor hacia el otro.