Capítulo 11

Ámame o déjame

La comedia musical fue inicialmente una respuesta al derrumbe de Wall Street y la crisis de los años 30. Dos décadas más tarde, en plena Guerra Fría, Cantando bajo la lluvia establece, desde su título, el sentido final del género: aunque los tiempos sean malos, aunque sean oscuros e impiadosos, no dejemos de cantar, de buscar la alegría y compartirla con los otros. Es por la alegría que toleramos las desdichas de este mundo. Por eso… las comedias son eternas.

Voy a tratar de no ser agresivo, pero todavía hay gente que detesta la comedia musical. No lo entiendo. Esas personas deberían hacer terapia y salir de ese estado de alteración mental —perdón por ser políticamente incorrecto—, ese estado de bobez, para hacer un intento por apreciar este género, al que podríamos llamarlo «ámame o déjame». Y si lo amamos, nos gratificará la vida, porque tiene cosas excepcionales.

Una de las críticas que se le hace a la comedia musical es que, en cualquier momento, los personajes sueltan una canción, suena una melodía y todos dicen «¿dónde está la orquesta?». Pero ¡qué importa dónde está la orquesta! Usted sabe dónde está la orquesta: en la banda de sonido. En una ópera, los personajes también empiezan a cantar en cualquier momento. Sus detractores me dirán: «yo no voy ni loco a ver una ópera». En el tercer acto de La Traviata, cuando la protagonista se vuelve loca y muere de tuberculosis, se canta todo. Y uno dice: «¿Cómo? ¡No puede ser que se esté muriendo de una tuberculosis y cante así!». Cada género tiene sus convenciones, y la comedia musical también: los personajes, en cualquier momento, empiezan a cantar. Y cuando empiezan a cantar, para que la escena esté completa, suena una orquesta.

Brindis al amor (The Band Wagon, 1953) tiene como tema principal el teatro, mientras que Cantando bajo la lluvia, que se había estrenado un año antes, trataba sobre el cine. Brindis al amor no se vio en la Argentina, porque en ese entonces —esto es para el lector gorila— ese dictador de Perón no la dejo exhibir, porque había prohibido la llegada de películas extranjeras para favorecer al cine nacional. ¡Una medida horrible, antiimperialista! Pero la opinión pública prefiere ser un país sometido, a que le prohíban ver Brindis al amor. ¡Ahora sí podemos ver Brindis al amor! Aunque sean tiempos en que debatimos si nos liberamos o nos sometemos…

Ella, Cyd Charisse, una de las más muchachas más lindas que ha dado el cine, luce un vestido rojo espléndido; él, Fred Astaire, es un bailarín glorioso, de un blanco impecable. Él camina por la calle: «La ciudad dormía. Los antros estaban cerrados. Las ratas, los hampones y los asesinos estaban ocultos. Me sentía bien, pero algo me faltaba». Y ella aparece, le da fuego: «Era mala, era peligrosa. No podía confiar en ella más allá de mi nariz. Pero era mi tipo de mujer». Y se van juntos.

Elegí esta película porque los protagonistas son dos de los íconos mayores de la comedia musical norteamericana. Fred Astaire y Cyd Charisse hicieron, además de Brindis al amor, Muñeca de seda (1957), una versión de la anticomunista Ninotchka, protagonizada por Greta Garbo en 1939. En esta producción funcional a la Guerra Fría, fueron dirigidos por Rouben Mamoulian y, en su primer trabajo juntos, por el célebre Vincente Minelli, el marido de Judy Garland, el papá de Liza Minelli. Así salió, pobrecita… con esos padres uno no sale muy bien.

Astaire y Charisse poseen una excepcional complementariedad para bailar, a tal punto que Fred, y esta declaración debe haber herido a unas cuantas, afirmó que su mejor compañera de baile había sido Cyd. Ella era una excelente bailarina clásica, formada en los ballets rusos, que se volcó a la comedia musical. No hacía tap, bailaba un jazz de formación clásica. Y él tiene la generosidad de bailar para ella, para hacerla lucir. Por si quedan dudas: además de una descomunal bailarina, Cyd era una descomunal mujer. Y Fred, según pude constatar con varios integrantes de ballets clásicos, fue el mejor bailarín del siglo XX.

Brindis al amor muestra en una de sus escenas que ambos dudan de que puedan bailar juntos, porque ella es muy alta y de formación clásica, y el estilo de él es opuesto. Deciden ir al Central Park para averiguarlo. Bailan. Y lo hacen de manera magnífica. Me detengo en algunos aspectos que quizá pasen inadvertidos. Durante esa danza de prueba, el vestido de ella sigue sus movimientos como si bailara solo. Ella baila y el vestido la acompaña. Es un gran trabajo del diseñador de vestuario. Y la canción que los acompaña es «Bailando en la oscuridad», un clásico de Arthur Schwarz.

Otro dato. Los guionistas de Brindis al amor son Arthur Freed y Betty Comden, los mismos de Cantando bajo la lluvia. En cierta oportunidad, Freed y Comden cenaban en un restaurante de París y vieron que Alain Resnais y François Truffaut entraban al lugar. Como humildes guionistas norteamericanos se codearon: «¡Mirá quiénes entraron, Resnais y Truffaut!». Los recién llegados se fueron a sentar a una mesa un poco apartada. Freed y Comden siguieron comiendo; no se animaron a mirarlos. Pero al rato escucharon: «Perdón. ¿Podemos tener el honor de saludarlos? Ustedes son los guionistas de Cantando bajo la lluvia». ¡Resnais y Truffaut estaban fascinados por el encuentro! «Nosotros nos morimos por Cantando bajo la lluvia. Nos parece una de las películas más grandes de la historia del cine. Fírmennos un autógrafo, por favor». Es una hermosa anécdota, porque revela hasta qué punto la comedia musical es arte. Y Cantando bajo la lluvia figura siempre entre los diez mejores films de todos los tiempos. Creo que Brindis al amor también podría figurar. Aunque Cantando bajo la lluvia tiene un argumento más desarrollado, la presencia de Charisse es más plena (en Cantando bajo la lluvia solo hace el número de ballet «Broadway Melody», que Gene Kelly elabora hacia el final).

Pasemos ahora a una película desdichada, Golpe al corazón (One from the Heart, 1982). Fue un golpe al corazón de Francis Coppola. Después de Apocalypse Now, un éxito artístico y conceptual descollante, a pesar de la Academia de Hollywood, que premió a Kramer vs. Kramer (si uno pretende conocer el gran cine de Hollywood a partir de los premiados con el Oscar, estará perdido; más bien hay que seguir el camino inverso), Coppola monta una escenografía onírica y ahí ubica a sus personajes. La película está protagonizada por un actor que tampoco tuvo suerte, el que hacía de Chef en Apocalypse Now: Frederick Forrest. Él había debutado en Cuando mueren las leyendas (1972), con la dirección de Stuart Millar y el protagónico de Richard Widmark (nos dejó en 2008, a los 93 años, con gran dolor para todos los cinéfilos que lo hemos venerado a lo largo de nuestras vidas). Después hizo Hammett (1982), de Wim Wenders, que también fue un flop. Golpe al corazón es una película valiosa, a pesar del fracaso comercial. Nunca hay que creer que un film es malo porque fracasa. ¡No! A veces fracasa porque es muy bueno.

Apreciemos ahora uno de los diálogos de la película de Coppola, entre Raúl Juliá y Teri Garr:

JULIÁ —Tu peinado está distinto.

GARR —Sí, me lo he enrulado.

JULIÁ —Estás muy linda.

GARR —Gracias. Tú también.

JULIÁ —Gracias.

GARR —Esto es una pista de baile, ¿verdad? Me encanta bailar. Antes bailaba mucho.

JULIÁ —Por favor, siéntate.

GARR —Bien.

JULIÁ —Creo que voy a decir adiós a Las Vegas.

GARR —¿En serio? ¿Vas a marcharte?

JULIÁ —Sí. ¿Ves este escenario?

GARR —Sí.

JULIÁ —Podía haber montado un gran espectáculo.

GARR —Así que te vas, ¿eh?

JULIÁ —Sí.

GARR —¿Y a dónde piensas ir?

JULIÁ —No lo sé. Adonde sea. Como en la película Casablanca. ¿La recuerdas?

GARR —Sí.

JULIÁ —Humphrey Bogart. Era un gran tipo. Era el dueño de un club. Podría ser yo. Quizá.

GARR —Sí. Pero pierde la chica al final.

JULIÁ —No es verdad.

GARR —Sí, lo es.

JULIÁ —Podría haberla retenido, pero renunció por un ideal más alto.

GARR —¿Sí? ¿Cuál?

JULIÁ —Por la libertad.

GARR —¿La libertad?

JULIÁ —Sí.

GARR —¿Y tú no te habrías ido con la chica?

JULIÁ —Ya veremos.

GARR —Me gusta.

JULIÁ —¿De veras?

GARR —Sí, es bueno.

JULIÁ —Gracias. (Canta). Quedamos esta noche, llueven habanos…

GARR —¿Puros habanos?

JULIÁQuedamos esta noche, haremos el amor donde sea…

GARR —Eso ya lo veremos.

JULIÁBésame esta noche, llueve Chateaubriand…

GARR —Y Dom Perignon.

JULIÁHay magia esta noche, y enciendes mi pasión. ¿A dónde vamos?

GARR —A bailar. ¿No quieres bailar?

JULIÁ —Claro.

GARR —¿Sabes bailar el tango?

JULIÁ —Un poco. (Bailan). Oh, sí.

GARR —Puedes cantar. Bailas divinamente.

JULIÁ —Lo sé.

Un recuerdo que viene al caso. En 1987 filmamos en México una película que se ve bastante por cable, Tango Bar, protagonizada por Raúl Juliá. Era una coproducción con Puerto Rico. El elenco estaba repleto de argentinos, entre ellos, Rubén Juárez y Valeria Lynch. El problema de la producción era hacerlo bajar un poco de peso a Rubén, y al director, Marcos Zurinaga, se le ocurrió pedirle a Juliá que lo acompañara a andar en bicicleta para que hiciera ejercicio. Al terminar una de esas rutinas, Rubén se me acercó y me dijo: «¿Lo viste? ¿Lo viste al portorriqueño yanqui? Me vio la pinta y ya se cagó todo. También anda en bicicleta». Tuvimos varias semanas de convivencia; almorzábamos en el restaurante de los Estudios Churubusco, donde se tomaba muchísimo vino. Yo había cobrado mis honorarios de guionista y estaba a punto de regresar a la Argentina. Raúl Juliá y Rubén Juárez, los máximos tomadores de vino, brindaban a las tres de la mañana para que yo me quedara una semana más. Todos brindábamos, todos borrachos, y yo me quedaba una semana más. Casi no me voy nunca de México. Durante esos interminables encuentros, tuve la oportunidad de preguntarle a Juliá por aquella escena formidable de Golpe al corazón en la que baila con Teri Garr, la chica de El joven Frankenstein (1974) y la tercera en discordia en Tootsie (1982), la que busca infructuosamente el amor de Dustin Hoffman, quien prefiere a Jessica Lange. «¿Qué me podés contar, Raúl?», le pregunté. «¡Uh!», me descargó. Y después de una pausa: «Tenía un culito…».

El otro musical elegido es Dinero del cielo (Pennies from Heaven, 1981). Es más que triste, desolador. Transcurre durante la Depresión de los años 30 en Estados Unidos, después del crack de Wall Street. Desocupación, miseria, suicidios… Y la película tiene de original que nadie canta con su propia voz, sino que lo hacen con voces tomadas de grabaciones. Steve Martin, el protagonista, comienza cantando con la voz de Billie Holiday, por ejemplo.

La película es tan triste que sobre el final Steve Martin se suicida, algo inusual para el género de la comedia musical, que debe instar a la alegría o el optimismo. Quizá por eso fue un fracaso enorme en la taquilla. Sin embargo, merece más de un elogio desde lo artístico. Creo que es una de las mejores películas que hizo Steve Martin, un personaje que no es de mi agrado, junto con otra, Cliente muerto no paga (1982), que no estaba tan mal. Y Bernadette Peters, la protagonista femenina, una gran figura de Broadway, estuvo bastante bien.

Dinero del cielo está inmersa en el mismo clima que La rosa púrpura de El Cairo (1985), de Woody Allen. Usted, lector, recordará que el personaje que hace Mia Farrow va al cine para olvidar la miseria, el dolor y la tristeza de la realidad cotidiana. Se enajena mirando las luces, se deslumbra con la fantasía cinematográfica, hasta que la pantalla le ofrece al protagonista de una película ¡en carne y hueso! Y ya que traigo al análisis al «geniecillo de Manhattan», paso a uno de sus films.

Todos dicen te quiero (1996) es una de sus películas más optimistas frente a la existencia humana. No en vano adoptó la comedia musical para expresar una postura positiva ante la vida. «Para simplificarlo todo, éramos ricos», se dice al comienzo, y no queda mucho por explicar. Los personajes tienen dinero y no les pasan cosas trágicas. Una originalidad de Allen en esta producción, que le sirvió para promocionarla muchísimo, es que todos los actores cantan sus partes, ninguno está doblado. Por ejemplo, él canta el tema principal de la película, «He terminado con el amor», y lo hace con un hilito de voz, pero con mucho sentimiento, aunque está triste y solo.

Una comedia musical reclama la atención de Woody Allen, un cineasta que se caracteriza por abordar todos los géneros. Y en Todos dicen te quiero lo hace con originalidad. En una de las escenas finales tiene un reencuentro con su exmujer, y ustedes saben cómo son las relaciones con las exmujeres, horribles y espantosas. Sin embargo, esos cruces a veces son buenos, como ocurre en este caso entre Woody y Goldie Hawn. Ella canta I’m through with Love («terminé con el amor») y lo hace de manera excelente. Durante el rodaje Woody le había pedido: «Goldie, estás cantando demasiado bien. Todos los que cantan en esta película lo hacen mal. Vos sos una comediante excelente y como tal cantás muy bien, pero acá tratá de no hacerlo». Evidentemente, no pudo. Y el baile que hacen juntos tiene una incorporación de efectos especiales. Creo que es una honrosa y venerable parodia del baile de Astaire y Charisse en Brindis al amor. Goldie Hawn vuela todavía más que Charisse gracias a los efectos especiales.

Hay un momento muy hermoso en que él la toma y bailan juntos chic to chic. La orquesta interpreta I’m trough with Love. La escena es muy romántica, porque ellos son dos examantes que en ese momento se están reuniendo como amigos. «Finalmente, hemos sido mejores amigos que esposos», le dice ella, cuyo marido, Alan Alda, está con un resfrío en su casa y como tipo sensato y moderno los instó a ir a la fiesta. Ellos aprovechan para hacer un repaso de su vida. Y Woody lanza una frase optimista: «la vida es sorprendente». Y tiene razón, es sorprendente. Porque usted puede salir a la calle y apreciar un sol hermoso o sufrir el impacto de una maceta sobre su cabeza.

Woody Allen es un hombre angustiado por el tema de la muerte y uno de los cineastas que más ha abordado la cuestión. En la película hay una escena conmovedora en la que el abuelo de la familia protagonista está por morirse. «Bueno, me voy a encontrar con mi amigo Miguel en el Polo Grounds», les comenta a todos. «¡Abuelo! Tu amigo Miguel se murió y al Polo Grounds lo echaron abajo», le responden. Pero el abuelo contesta con tranquilidad: «Pero a mí no me importa». Y muere. Alan Alda reflexiona: «Qué mal está hecho el mundo. Si Dios existiera habría que hacerle un juicio, porque hizo mal su trabajo». De pronto, aparecen las cenizas del abuelo y de muchos otros difuntos y empiezan a bailar. ¿Y qué cantan? Un tema que dice «enjoy yourself», es decir «disfrute de usted mismo», porque «is later than you think», «es más tarde de lo que piensa». Y ese es el mensaje de esta comedia de Woody Allen: ¡disfruten!

La comedia musical es hija de los tiempos difíciles. Su auge empieza después del crack de la Bolsa de 1929. Los compositores de Broadway son convocados por Hollywood, y es así como Richard Rogers y su letrista Lorentz Hart, George Gershwin, Ira Gershwin y Cole Porter, entre otros, viajan a la Costa Oeste. En este sentido el género puede comprenderse como un paliativo de la desgracia. Estados Unidos estaba hundido en el caos económico y financiero, pero surgió la comedia musical. ¿Para qué? Muchos dirán «el olvido», porque más les hubiese valido a los norteamericanos haber tomado conciencia de lo que les estaba pasando, alzarse contra el capitalismo y derrocarlo. Pero no querían hacer eso, no se les pasó por la cabeza, porque ¡ellos son el capitalismo! En cambio, hicieron que Hollywood contratara a los grandes compositores de Broadway y nacieron las comedias musicales del coreógrafo Busby Berkeley, con esos enormes caleidoscopios que hacía con las bailarinas. En Volando a Río (1933), protagonizada por Fred Astaire y Ginger Rogers, las chicas danzaban en las alas de los aviones.

Hija de los tiempos difíciles, la comedia musical resurgió en los años 50 como respuesta al macartismo. Aunque llueve, cantemos; aunque haya un clima político complicado, cantemos. Cantemos bajo la lluvia. Estados Unidos estaba en una situación pésima, el senador McCarthy perseguía a todos bajo sospecha de «comunistas» y la delación era frecuente. Un actor, Adolphe Menjou, llegó a afirmar que descubría a los comunistas «por el olor». El director Stanley Kubrick lo eligió, deliberadamente, para interpretar a un general despiadado en Patrulla infernal (Paths of Glory, 1957). Él entregaba a su propio camarada y lo hacía responsable de haber disparado sobre sus soldados en el ataque demencial a la posición alemana de «El Hormiguero». En una escena, Menjou llamaba «hijo» a Kirk Douglas (Coronel Dax). Y él (lamentablemente sobreactuado como casi siempre) le replicaba: «Señor, disculpe: yo podré ser cualquier cosa pero no su hijo».

Los tiempos de McCarthy fueron una caza de brujas como muy bien conocimos en Argentina durante la última dictadura. Y se filma Cantando bajo la lluvia, una codirección excepcional de Stanley Donen y Gene Kelly, que tiene el objetivo de toda comedia musical: nosotros vamos a cantar, aunque estemos tristes, aunque todo sea terrible, aunque sepamos que en esta vida estamos de paso, que todo amor termina, que todo beso puede ser peor que el anterior, que la futura pasión también va a terminar, que todo verdor perecerá. Pero, mientras recorremos nuestro camino, aunque sepamos que nos lleva a un fin, cantemos y bailemos, porque es una de las mejores cosas que podemos hacer. Los griegos rendían culto a Dionisio, se entregaban a la pérdida de su propia identidad en medio de la embriaguez. Y lo que propone la comedia musical es una embriaguez de baile y música. Embriáguense con nuestra alegría. Embriáguense con nuestra danza, con la belleza de nuestras bailarinas, con la voz de nuestros cantantes, con los decorados de nuestros escenógrafos, con los hermosos diseños de vestuario de nuestros diseñadores, y pasen un momento alegre, aunque sea un momento, en medio de tanta tristeza. ¿Por qué negárnoslo? ¿Por qué negar un género cuya esencia es entregar alegría? Entregar belleza, entregar casi siempre finales felices. Cantando bajo la lluvia es la canción que expresa la tesis —que de algún modo estoy desarrollando— de que la comedia musical es aquello que nos ayuda en los tiempos oscuros. Todos la conocen, en especial el número que hace Gene Kelly, en el cual canta «I’m singing in the rain. Just singing in the rain. What a glorious feeling, I’m happy again». Y nos quiere decir: canto bajo la lluvia, qué maravilloso sentimiento, estoy contento de nuevo; pese a que llueve estoy contento de nuevo porque he encontrado una serie de cosas que me permiten enfrentar el afuera.