Capítulo 21

Kant y Gary Cooper

Un día, inesperadamente, el peligro viene hacia nosotros. ¿Qué decisión tomamos? ¿Lo enfrentamos? ¿Huimos? ¿Pedimos ayuda? Y si pedimos ayuda y no la conseguimos, ¿qué sentimos por los otros? ¿Sentimos que quienes creímos nuestros amigos ya no lo son? ¿Sentimos que nos están traicionando? ¿Podemos escapar? El peligro es tan grande que todos nos aconsejan que escapemos. Pero ¿qué pasa si no escapamos? ¿Qué pasa si nuestra mirada es tan dura que decimos «no, no quiero escapar, no quiero pasarme la vida escapando»? En definitiva, si el peligro lo acecha, ¿huye o se queda?

Este capítulo girará alrededor de una sola película. En realidad se podrían escribir varios capítulos o un libro entero sobre esta película. A la hora señalada, de 1952, cuyo título original es High Noon, fue dirigida por Fred Zinnemann, con un protagónico espectacular de Gary Cooper.

El tema es la moral. Cooper es un marshal que ha enviado a prisión a un asesino, quien luego es beneficiado con un indulto y regresa al pueblo para vengarse. Todos le piden al marshal Will Kane que huya, pero él decide quedarse. Podría haber escapado. «Si huyo ahora voy a vivir huyendo. Entonces prefiero pelear». Es una decisión difícil. Cuando el mal, aquello a lo que tememos, que nos puede herir o matar, viene hacia nosotros, optar es complicado. Uno puede enfrentarlo, o hacer como Cooper, pedir ayuda a los habitantes del pueblo. Quienes lo dejan solo.

Esta película fue rodada en pleno macartismo y su guionista, Carl Foreman, que estaba en las listas negras, denuncia entre líneas que aquellos que eran perseguidos por el senador McCarthy bajo el rótulo de «comunistas» —casi toda la gente de Hollywood— eran dejados solos por el pueblo, cómo el marshal que interpreta Cooper.

—¡Marshal! Telegrama para usted. Es terrible. Es indignante.

—Indultaron a Frank Miller.

—No puedo creerlo. Hace una semana. Qué bueno que te avisaron.

—Eso no es todo. Miller está ahora en la estación con Pierce y Colby. Preguntaron por el tren del mediodía.

—¿El tren?

—Will, márchate del pueblo. Márchate ya mismo. Saquémoslo de aquí.

—¿Qué sucede?

—No te detengas hasta Clarksburg.

—¿Qué sucede, Sr. Howe?

—No se preocupe. Todo saldrá bien. Nos encargaremos de todo.

—Debo quedarme.

—¿Estás loco? Piensa en Amy.

—Adiós.

—No se preocupen. Todo saldrá bien.

Cooper está «solo ante el peligro», como se llama la película en España. Su conducta será moral, en el sentido kantiano. En la Crítica de la razón práctica, Kant establece lo que llama el imperativo categórico: «Obra de tal modo que tu acto pueda ser elevado a norma universal de conducta». Si obro como un cobarde, estoy diciendo que todos los hombres deben ser cobardes. Si obro como un despiadado asesino, estoy diciendo que todos los hombres deben ser despiadados asesinos. Estoy estableciendo con mi conducta, dice Kant, aquello que creo que debe ser la conducta de todos. Uno tiene que ser consciente y responsable de sus actos, porque cada uno de ellos debería poder ser elevado a la categoría de norma universal de conducta, de norma moral.

En solo 85 minutos el film hace uno de los planteos morales más complejos que se vio en el cine. El marshal está casado con una chica cuáquera, interpretada por Grace Kelly, que rechaza cualquier tipo de violencia. Cuando él recibe la noticia del indulto del delincuente todos lo instan a que se vaya con su esposa. Al principio acepta que mejor es irse, pero cuando está partiendo detiene su carreta porque se da cuenta de que no puede hacerlo. Frank Miller y sus cómplices lo van a perseguir a donde vaya, y si no, se perseguirá él mismo, porque actuó como un cobarde ante sus propios ojos. Es muy importante esta idea. Éste es un hombre que se mira a sí mismo. Y al mirarse a sí mismo esa mirada tiene un gran poder, el poder de su conciencia. Y su conciencia le dice que aunque huya y salve la vida, vivirá atormentado por su acto de cobardía. «Tengo que volver», le dice a su esposa, que no lo entiende. «Debo hacerlo», le insiste. Este es el lenguaje seco de la película, típico de una de cowboys. Tengamos en cuenta, además, que no había films de cowboys con esta temática.

—¿Por qué te detienes?

—Debo regresar.

—¿Por qué?

—Es una locura. No llevo armas.

—Entonces sigamos. De prisa.

—No, en eso he estado pensando. Me están obligando a huir. Nunca hui de nadie.

—No entiendo.

—No tengo tiempo de explicártelo.

—Entonces no regreses.

—Debo hacerlo. De eso se trata.

Y el marshal Kane vuelve al pueblo a enfrentar su destino. Tiene una esperanza: la gente. Él limpió ese pueblo de delincuentes, entre ellos a Frank Miller. Todos pudieron vivir en paz gracias a su acción. Cooper-Kane considera que tiene todo el derecho a pedir ayuda. Los habitantes se la niegan por distintos motivos, que se resumen en uno fundamental: «Si usted se va, aquí no pasa nada. Nosotros no tenemos por qué pagar su orgullo, su arrogancia o su valentía. Váyase y acá vamos a estar todos tranquilos». De alguna manera, le están diciendo que no quieren enfrentar esa realidad, porque esa pelea es su pelea y debe librarla él solo. Él tuvo esa pelea tiempo atrás y echó a los delincuentes para que el pueblo viviera tranquilo. Como A la hora señalada es una tragedia, todos tienen razón. La gente del pueblo piensa: «Habrá una pelea cuando Kane y Miller se encuentren. Y alguien saldrá herido, eso es seguro. La gente en el Norte piensa en este pueblo. Piensa enviar dinero para abrir tiendas y fábricas. Sería muy importante para este pueblo. Si se enteraran de los tiroteos y asesinatos, ¿qué pensarían? Pensarían que es solo otro pueblo más del desierto y todo por lo que trabajamos desaparecerá. En un día, este pueblo retrocederá cinco años. No podemos permitir eso». Los motivos de los habitantes son atendibles. En realidad, Kane no tiene muy en claro por qué se queda, pero sabe que debe quedarse. No quiere huir toda su vida ni mirarse a sí mismo como un tipo que ha escapado cuando el mal lo cercó.

El marshal Kane tuvo una amante mexicana, Helen Ramírez (Katy Jurado). En su desesperación, Grace Kelly va a verla, porque sabe que ella ha sido su amante y supone que lo conoce bien. Y le va a preguntar por qué su marido decidió quedarse. Kathy Jurado le contesta: «Si usted no lo sabe, yo no puedo decírselo». Una forma de decirle: «Si no sabe por qué se queda, no merece ser su mujer».

Todos tienen razones. «¿Qué clase de mujer es usted? ¿Cómo puede dejarlo así? ¿Tanto la asusta el ruido de las pistolas?», increpa la mexicana a la mujer del marshal, que está a punto de abandonarlo a su suerte. Pero ella le contesta: «No, señora Ramírez, he oído ese ruido. Con pistolas mataron a mi padre y a mi hermano. Estaban del lado bueno, pero no importó cuando comenzó el tiroteo. Mi hermano tenía 19 años. Lo vi morir. Entonces me convertí en cuáquera. No me importa quién tenga o no razón. Tiene que haber una mejor manera de vivir». Grace Kelly ha conocido la violencia. No está en contra de la violencia porque le tiene miedo, o porque es una mujer frágil. Vio morir a su padre y a su hermano. Por eso odia la violencia. Ella ha estado en situaciones duras, en las que, posiblemente, haya manejado armas, pero le dice a Katy Jurado que está harta de eso, que no puede respaldar a su marido porque no quiere más muertes en su vida.

La película cuenta con una escena excepcional: el encuentro entre Cooper y su vieja amante. Ella le desliza: «Un año sin verte…». Y se lo dice en castellano. Él le responde, también en castellano: «Yo también te extrañé». Esta es una genialidad del guionista Foreman. En la intimidad, cuando hacían el amor, hablaban el idioma de ella.

Ahora, ¿qué tiene que ver esto con el macartismo? ¿Qué tiene que ver esto con todos nosotros? Es que cuando el mal viene hacia nosotros, generalmente, estamos solos. Y quienes nos rodean, la comunidad, el pueblo, nos dejan solos. Lector, usted puede asociar estas reflexiones con el nazismo, por ejemplo, o con Primo Levi cuando dice: «¿Cómo? ¿Nadie escuchaba los gritos en la noche? ¿No escuchaba el pueblo alemán los gritos en la noche?». O con la Argentina de la última dictadura. ¿Nadie sabía lo que pasaba? Sí, sabían. Como el pueblo de A la hora señalada, que no escucha al marshal, porque es a él a quien vienen a matar. Y no quieren saber nada porque tienen miedo por sus vidas, por eso no salen a defenderlo. Y las dos mujeres, que sí podrían haberlo defendido, una parte porque ya no es su mujer y la otra quiere irse porque está en contra de la violencia.

Otra escena impresionante: pasa el carro delante de él y se queda solo en el pueblo. La cámara toma un contrapicado y vemos el plano, uno de los planos para mí más conmovedores del cine, donde Cooper queda solo en el pueblo, es impresionante porque este hombre despierta una piedad tremenda porque no hay nadie, está solo y vienen cuatro tipos a matarlo. Ese pueblo no existe más. Todos han cerrado la puerta y le dicen al marshal Kane: «arréglese usted». Frank Miller llega en el tren de las doce. Quizás esto sea una de las inexactitudes de la película, pero no importa. En el tramo final de la película se ven muchos relojes que marcan el avance del tiempo. Frank Miller baja del tren, mientras sus tres pistoleros lo rodean, y mira a Katy Jurado que está a punto de partir en esa misma formación. Él también ha sido su amante. Y va a buscar al marshal:

—Hola, Frank. ¿Cómo estás, Frank?

—¿Todo listo?

—Tal como lo querías.

—Acá tenemos tu pistola.

—Comencemos entonces.

Comienza el enfrentamiento. Al oír los primeros disparos, Grace Kelly se baja del tren y va en busca de su hombre. ¿No le gustaría a usted que en el momento de mayor peligro de su vida una mina como Grace Kelly llegue a socorrerlo? A veces sueño con eso, aunque no me falta una mujer así. Ella sabe que a él lo pueden matar y deja de lado todo para socorrerlo. Es la única que lo defiende. Porque lo ama. Aquí la película podría terminar, porque lo fundamental es que él se quedó. Hasta podrían haberlo matado, ya no importa. El resultado del tiroteo es secundario. Pero el marshal Kane gana. Muestra su coraje, su valentía, su decisión de enfrentar aquello que venía a destruirlo, a negarlo. Y ella llega, toma un arma y mata al líder de los pistoleros. El final es emocionante. Ya vencedor, el marshal Kane y su esposa suben a una carreta. Él mira a todos con un enorme desprecio, como si les dijera: «No me ayudaron. Yo arriesgué mi vida por ustedes y cuando vine a pedirles que me respaldaran me dejaron absolutamente solo… Me voy de aquí y les devuelvo la estrella que representa la ley… hagan con ella lo que quieran, pero yo de este pueblo no soy más su defensor». Arroja la estrella sobre la calle polvorienta y se va.

Cuando John Wayne vio A la hora señalada dijo: «Pobre Gary Cooper, se dejó engañar por esos comunistas que hicieron esa película». John Wayne, que fue un gran delator de la Comisión McCarthy, hizo años después, en 1959, Río Bravo, con Howard Hawks. Allí el sheriff no le pide ayuda a nadie. «Un sheriff es un profesional. Y no tiene que andar por ahí como un maricón». No son las palabras exactas que usa John Wayne, pero podrían serlo. Si A la hora señalada tiene tanta importancia es porque destruye el mito del sheriff individualista y valiente. Gary Cooper enfrenta a los que vienen a matarlo, pero se pasa toda la película con miedo. Esto es insólito para el formato tradicional. Y el mito termina de destruirse con el rol de la mujer. El marshal Kane triunfa porque lo ayuda su esposa. Esto indigna a Wayne, que defiende en Río Bravo un esquema totalmente contrario, con un sheriff profesional, valiente, sin miedo. Un dato: Gary Cooper ganó el Oscar como Mejor Actor Protagónico por su trabajo en A la hora señalada, pero no asistió a la ceremonia; John Wayne recibió el premio en su nombre.

A la hora señalada cuestiona esa valentía a toda prueba del cowboy norteamericano. El marshal es humano, tiene miedo. Y porque tiene miedo es más valiosa su acción. Si no lo tuviera, ¿qué grandeza habría en lo que hace? Todos tenemos miedo. Y justamente nuestras decisiones son más valiosas cuando tenemos miedo. Y lo que hace a la grandeza de Will Kane es que aun teniendo miedo se queda y enfrenta lo que viene. Está solo ante su conciencia moral. Por eso hablo de Kant. Él está solo. La mirada que lo mira es la propia mirada. La mirada más implacable que hay sobre él es la propia. Esto es lo que hace a la grandeza de este solitario personaje.

A la hora señalada es subversiva. La figura mítica que el cine norteamericano edifica es la del cowboy. Y el género que más tempranamente se desarrolla lo tiene como protagonista. En las películas de vaqueros el héroe es el hombre valiente, que no duda. «Home of the brave», dice el himno norteamericano, «la casa de los bravos». En estos films la ley está representada por el marshal o el sheriff. El guión de Foreman erosiona este mito, en el que se basa el machismo norteamericano. A la hora señalada subvierte la imagen del héroe tal como había sido edificada por las películas de cowboys. Es la primera vez que la Ley tiene miedo.

Hay otras películas de cowboys con temáticas que rompen los estereotipos del género. En El jardín del mal (1954), dirigida por Henry Hathaway, con Gary Cooper, Susan Hayward y Richard Widmark, el tema es la amistad. Los tres personajes se encuentran frente a un desfiladero, mientras son perseguidos por los indios. Deciden que uno debe quedarse para frenarlos. Si los detiene, los otros pueden huir. Los dos hombres deciden jugar su suerte a las cartas. Uno de ellos, Richard Widmark, es un tahúr. Gary Cooper se niega a jugar porque sabe que perderá. Widmark lo trata de cobarde y Cooper, tocado en su amor propio, accede. Juegan a las cartas y ¿quién pierde? El tahúr. Cooper se va con Hayward, llega al valle, escucha los tiros y dice: «¡Qué tonto! No me di cuenta. Hizo trampa». «¿Cómo que hizo trampa?», le pregunta ella. «Sí, hizo trampa para perder y que nos salváramos nosotros. Es mucho mejor hombre de lo que yo creía que era. Tengo que volver». «¿A qué vas a volver?». «A decírselo». Esto es amistad. Hoy, seguramente, sería considerado un «western gay», pero en aquel momento se llamaba «amistad viril».

A la hora señalada plantea una problemática que perdura: la falta de solidaridad. El pueblo le dice al marshal Kane: «Mire, es su problema. Si usted quiere quedarse y ser valiente, es su problema. Nosotros no tenemos por qué ayudarlo». La sociedad actual está basada en el egoísmo. Yo me ayudo a mí mismo. No tengo por qué ayudar al otro. El otro que se arregle solo con sus problemas. Cada uno vive cerrado en su propia historia y si el otro, el del departamento de enfrente, está en un problema, que se arregle. De algún modo se las tendrá que arreglar.

Durante la última dictadura argentina, cuando a alguien le decían que una persona había desaparecido, una frase muy escuchada era «algo habrá hecho». Y es en realidad lo que le dice el pueblo al marshal Kane: «Usted quédese solo. Algo habrá hecho para merecer este destino». Y el marshal podría responder: «Sí, lo que hice fue limpiar al pueblo de malvivientes y que ustedes pudieran vivir cinco años en paz». «Ah, bueno. Eso a nosotros no nos interesa. El que hizo eso fue usted. Nosotros no lo hicimos. Frank Miller viene a matarlo. No me traiga su problema. Su problema no es mi problema». Esta es la base del egoísmo, de la imposibilidad de colaborar con el otro, de sentir que el problema del otro de algún modo me incumbe, y no de algún modo, me incumbe moralmente, porque el otro no es el otro. El otro es aquel que me completa también.

Una sociedad democrática funciona cuando reconocemos en el otro a una conciencia libre, que debo respetar y cuya libertad tengo que asegurar, porque su libertad es tan importante como la mía. Cuando en una sociedad matan a un inocente, todos estamos en peligro. La tarea es que ningún inocente muera, que no haya injusticias. Hay que tener el coraje de la generosidad, sentir que la suerte del otro no me es ajena. En la actualidad, estamos muy lejos de esto. Cada uno siente que su suerte es su suerte y el otro siempre es visto como un potencial agresor. Todos luchan contra todos y no hay generosidad, no existe la idea de comunidad, prevalece el «sálvese quien pueda».

El personaje de Gary Cooper está solo y tiene que resolver el problema sin ayuda de los demás. Solo su esposa, y en el último instante, le tiende una mano. Esa mujer lo ama y para ella es muy importante que él viva, que no lo maten. Piensa en él y le interesa su suerte. Hasta deja de lado sus convicciones religiosas para ir en su ayuda. Esto ocurre en esas circunstancias excepcionales en las que una persona siente que la suerte de otra también le concierne. Entonces, esa persona no está sola, y yo tampoco estoy solo, porque estoy con esa persona. Somos dos. Y si somos dos podemos ser cuatro, seis, ocho, diez y podemos llegar a ser una comunidad solidaria, el ideal de una sociedad, en la que a todos les interese lo que les pasa a los otros. Sería la antítesis de la sociedad actual. Y si, como dice Kant, elevamos esto a norma universal de conducta, todos vamos a sentir que la suerte del otro es mi propia suerte.