Capítulo 14
Las comedias son eternas
Las comedias son eternas porque el sufrimiento siempre acecha. Aquí hablo de la historicidad de la condición humana. A través de las épocas, el hombre ha necesitado reír para tolerar un mundo, con frecuencia, intolerable. Hasta de la muerte nos podemos reír. Hasta de lo macabro. La alegría es lo más alto que el ser humano puede conseguir, pero solo conoceremos la alegría si antes conocemos el sufrimiento. Si hemos sufrido de verdad, jamás incurriremos en una estética del sufrimiento, sino en una exaltación de la vida. De la historia como un camino hacia el fin. Pero un camino pleno, gozoso, en el que hemos dejado atrás los padecimientos y descubrimos lo más alto que los seres humanos pueden alcanzar, la alegría, esa ligazón con la totalidad de lo real de la que somos parte jubilosa.
¡Qué bueno, lectores, que estén ahí y que hayan llegado hasta este capítulo, porque si no estuvieran ahí, yo no estaría aquí! Esta estupidez la decía un cómico en una película de Woody Allen. Y le explicaba a Woody: «Usted es el guionista. Escúcheme bien cómo inicio mi show, así me va conociendo». Después de oírlo, Woody pensaba: «¡Dios mío, qué estúpido! ¿Cómo voy a poder escribir para este idiota? ¿Qué chiste podré inventar?». «Ahora les voy a mostrar», decía el tipo, «cómo me presento: ¡Hola amigos! Qué suerte que estén ustedes ahí porque si ustedes no estuvieran ahí, yo no estaría aquí». Y Woody seguía pensando: «Es un idiota completo. Es totalmente tarado». ¡Esa es la comedia! Nos reímos cuando pasa eso, porque, efectivamente, lo que dice ese cómico es un cliché, una tontería. Y Woody, un tipo brillante, logra una escena graciosísima.
Las comedias son eternas porque así como el hombre tiene una tendencia a matar, también posee una tendencia a divertirse. La vida solo es tolerable si la tomamos con cierta alegría. Hay un concepto de alegría que quiero explicitar, que no tiene nada que ver con la risa, sino que es una alegría de estar en la vida, de estar en el mundo, una alegría profunda que me liga a la totalidad de lo que existe y que me permite estar abierto a la risa, al sentido del humor, a lo que llega a mi corazón, abriéndolo a la felicidad. Por eso las comedias nos ayudan a reír, y benditas sean por ello. Ojalá nunca dejemos de hacer comedias.
La primera que analizaré presenta a un actor excepcional que, seguramente, tendrán en su memoria. Debutó y protagonizó Lawrence de Arabia, en 1962: Peter O’ Toole. Así como Richard Widmark tuvo su gran debut en El beso de la muerte (1947), tirando a una paralítica por la escalera, Peter O’ Toole lo consiguió con Lawrence de Arabia. Veinte años después protagonizó una gran comedia, Mi año favorito, inspirada en la decadencia del actor Errol Flynn, una estrella de Hollywood que fue dirigida en varias ocasiones por el gran Raoul Walsh. Peter O’ Toole interpreta el personaje de Alan Swan (Alan Cisne), una actor en el ocaso que había rodado un sinnúmero de films románticos y de aventuras. El mundo de la televisión lo sorprende en aquel 1954, año en que se desarrolla la historia. Un ataque de pánico lo acosa:
—Se ve estupendo. ¿Cómo se siente?
—Sorprendentemente bien. Y haré una predicción. Necesito un par de tomas de cámara. Hoy… la primera perfecta.
—Aquí la primera es la única. Es televisión en vivo.
—¿En vivo? ¿Qué quiere decir eso?
—En el momento que usted salga a escena lo verán 20 millones de televidentes.
—Espera un momento. ¡Espera un momento!
—Se ha puesto pálido.
—¿Del lente de la cámara a las casas de esos millones? ¿Por qué no me lo explicaron antes?
—No tema. ¡Nuestro público es muy bueno!
—¿Qué público?
—¿Para qué cree que son esas butacas?
—No actúo ante un público hace 28 años. ¿Público? Tengo que pensarlo.
—¿Pensarlo? ¡Ay, madre mía!
—¿Qué hace?
—Bebo y me voy.
Errol Flynn era alcohólico, al punto que iba a las reuniones pasado de copas, y el personaje que hace Peter O’Toole sigue ese camino. Mereció ganar un Oscar por esta película, pero, como ya dije en otro capítulo, la historia grande del cine norteamericano no pasa por la Academia. La actuación de O’Toole es gloriosa, como también la de un actor que lo acompaña en algunas escenas violentas, Joseph Bologna. O’Toole toca el cielo con las manos: está sublime, divertido, demuestra que puede hacer una película épica, como Lawrence de Arabia, y una comedia como Mi año favorito.
Otro actor interesante, no tanto como O’Toole, porque me merece algunos reparos, es Dustin Hoffman. Protagonizó Tootsie (1982), una comedia divertidísima, hecha para su lucimiento personal, que siempre me hizo reír. Hoffman es multifacético. Surgió con El graduado (1967) y se consagró con Un cowboy de medianoche (1969), en el personaje de Ratso, una película dirigida por John Schlesinger. En Tootsie llega a la cumbre de su versatilidad, haciendo dos personajes a la vez: un actor desempleado, Michael Dorsey, que decide disfrazarse de mujer para conseguir trabajo. Así nace Dorothy Michaels.
Dorothy consigue un papel en una telenovela, se convierte en una estrella famosa, pero tiene que enfrentar algunas dificultades. En la tira, hay alguien que la acosa, Mister Tong, es decir, Señor Lengua. Todas las actrices que trabajan con él conocen su técnica para besar: «Mr. Tong, por favor, no. Marquemos la escena, pero usted no tiene por qué meterme la lengua; esto es una telenovela y no tiene derecho». Dorothy consigue zafar. Hoffman consigue convencer a todos de que Dorothy es una mujer atractiva o, al menos, con un atractivo tan especial que hace que los hombres se enamoren de ella. Otro que cae rendido es Charles Durning. La película fue dirigida por Sydney Pollack. Hay muchos que lo odian, pero esta película la hizo muy bien. En la escena final, ya develado el misterio, el personaje masculino de Hoffman le confiesa a Julie Nichols (Jessica Lange): «Fui mejor hombre contigo siendo mujer que lo que jamás lo fui con una mujer siendo hombre».
Retrocedamos hasta 1937, a los tiempos en que se filmaba un estilo de comedia formidable, inolvidable, en manos de notables directores, como Howard Hawks, que después dirigió westerns como Río Bravo. La screwball comedy, que puede traducirse como «comedia alocada», se impuso por aquellos años. En ella podía pasar de todo. Una de las parejas más brillantes que se dedicó a este género fue la de Irene Dunne y Cary Grant (recuerdo que mi madre pronunciaba «Irene Dun», pero sus amigas la corregían con sus conocimientos de inglés: «Airin Don». Hoy ha quedado en el olvido, pero fue una comediante notable). Juntos hicieron La pícara puritana (The Awful Truth), dirigida por Leo McCarey, un formidable director de comedias. Pero el nombre trascendió a la comedia. The Awful Truth, además, fue el título que Michael Moore dio a su programa en la TV británica entre 1999 y 2000.
En la película, Cary Grant demuestra una condición magnífica para la comedia, que más tarde será una de sus características. Durante un tiempo hubo un test para saber si alguien sabía o no de cine. Manolo Marinero, en su biografía sobre Humphrey Bogart, afirmaba que para saber si una persona conocía de cine había que preguntarle qué clase de actor era Cary Grant. Si la persona contestaba «Cary Grant es un comediante de películas ligeras», no sabía nada de cine. Pero si en cambio respondía «Cary Grant es un gran actor», había que tenerlo en cuenta. En efecto, Cary Grant es un gran actor, ¡pero un gran actor! Pudo trabajar con todos los directores, ser un comediante formidable en La pícara puritana y protagonista de películas fundamentales de Alfred Hitchcock, como Notorius (1946) y North by Norwest (1959). Hitchcock quería ser como Cary Grant, pero era demasiado gordo y feo…
En una escena de La pícara…, Irene Dunne huye enloquecida en un auto y es perseguida por uno de esos típicos policías en motocicleta que hemos visto en tantas películas. Ella se detiene y el policía le pide: «A ver, déme su licencia de conducir o, mejor, dígame el número de su licencia de conducir». Y ella le responde: «Dígame usted el número de la chapa de su motocicleta». El policía queda atónito. Aquí demuestra una rapidez y una gracia difíciles de equiparar.
La comedia más negra que he visto en mi vida fue Malos pensamientos (Very Bad Things, 1998). Es una película poco vista, —creo yo por lo terrible—, escrita y dirigida por el debutante Peter Berg, que plantea el abismo de la moral. Leonard Maltin, el crítico más conocido de Estados Unidos, la odia, la detesta. Su trama es sencilla. Un muchacho hace su último viaje de soltero con sus amigos. Pronto se va a casar con Cameron Díaz. Son cinco amigos, que se instalan en un hotel de Las Vegas. Llaman a una prostituta, una chica oriental, que pesará no más de 50 kilos, muy sexy. Uno de ellos la lleva al baño para tener sexo. En medio del descontrol, la apoya contra una pared de la que sobresale un perchero de metal. La chica mueve su cabeza en un movimiento del placer y se clava el perchero en la nuca. El muchacho sale desesperado y les dice a sus amigos que mató a la prostituta. Arrastran el cuerpo a la sala, y el personaje de Christian Slater hace uno de los planteos morales más extraordinarios de la historia del cine. «¿Ven esto?», les pregunta señalando el cadáver. «Si sacamos toda la basura que nos metieron en la cabeza desde niños, la moral, la religión, Dios, el bien, el mal…, solo tenemos aquí un bulto de 50 kilos. Nada más». Y continuaba: «Tenemos que sacarlo del hotel, porque si no vamos a ir presos. Para sacarlo, tenemos que trozarlo en pedazos y meterlos en una valija». Cuando se disponen a esa tarea macabra, llega un policía afroamericano, que comienza a hacer preguntas incómodas. De pronto, Christian Slater le clava un sacacorchos en la espalda y lo liquida. Ahora son dos cadáveres. Los despedazan en el baño y envuelven esos trozos en bolsas de plástico. Luego, a las valijas. Para eso han tenido que bajar y comprar varios elementos. El plan es enterrar todo en el desierto. Pero uno de los amigos comienza a arrepentirse y Slater le lanza otro planteo moral: los caminos son dos, el desierto o la policía.
Finalmente, todos eligen el desierto. Una vez que enterraron los restos, uno de los amigos, de origen judío, plantea que los cadáveres no pueden estar mezclados, sino que hay que separar los pedazos de cada difunto y sepultarlos juntos para que descansen en paz:
—Esperen ahí. Esperen ahí. Esperen, esperen…
—¿Qué?
—No podemos hacer esto.
—Ya lo hicimos.
—Me refiero a las valijas. No los podemos enterrar así dentro de las valijas.
—¿Por qué?
—Porque es un sacrilegio.
—Cómo, ¿así?
—De acuerdo con la ley judía. Los miembros son considerados una parte sagrada del espíritu humano. El cuerpo debe estar unido o el alma no descansa en paz.
—Eso es lo que estamos haciendo.
—¡No, no lo es! Las partes están todas separadas. ¡No les podemos hacer esto!
—Ella es asiática. En Asia no hay judíos.
—¡Eso no es cierto! Michael, ¿en Asia hay judíos?
—Sí. Hay judíos en Asia. Él tiene razón.
—¿Qué carajo debemos hacer?
—Vamos a abrir las valijas, tirar los cuerpos y unir las partes correspondientes.
—¡Ni lo pienses!
—¡Eso es lo que vamos a hacer! ¡Tenemos que hacer esto, rayos!
—Está amaneciendo.
—¡No soy flexible con esto!
—¡Vamos a hacerlo!
—Acá tengo la cabeza de ella.
—Esto es la cabeza de ella.
—Aquí tengo todo mezclado.
—Yo tengo una…
—¡Abre esa valija de mierda!
—¿Si?
—¡Cara!
—¡Santo Dios! ¡No la tires así! ¡Ten más respeto!
—Tengo la pierna inferior de ella y la pierna superior de él.
—No te pongas histérico, Moore.
—¿Cómo es esto, Adam?
—Si no quieres hacer esto, ¡siéntate!
—Yo me encargo de esto, ¡rayos! Ustedes no son capaces, por lo tanto ¡siéntense!
—¡Esperen! ¿Esto es de ella?
—¡Eso es de ella! ¡Eso es de él!
—¡Vamos con esto!
—Unan el tronco de él, busquen el tronco de él. Traigan la cabeza. Vamos a comenzar. Empecemos por el negro y pasamos a la china. Vas a quedar conforme.
—¿Les importaría callarse?
—¡Tengo dedos de los pies! ¡Tengo los dedos de los pies! ¡Son los dedos de alguien!
«Tenemos que rezar por ellos», avisa alguien. Christian Slater acepta y dice una frase descomunal: «Bueno, Dios, esto que hicimos, de acuerdo, está mal…». ¡Humor negro puro! Hay que tener cierto estómago para tolerar algunas comedias negras, y también cierto coraje para reírse de algunas cosas, porque nada de lo que ocurre en Malos pensamientos es para reírse. No puedo evitar reírme con el humor negro. Antes hemos analizado otro tipo de humor, por ejemplo, en La pícara puritana, un humor sofisticado. También a Peter O’Toole, el comediante elegante, el gran actor británico, y a Dustin Hoffman, polifacético, disfrazado de mujer. Son otro tipo de comedias. Cada vez que vuelvo a verlas no paro de reírme.
Schiller escribe El Himno a la Alegría y Beethoven, sordo, al final de su vida, cuando ya no podía oír lo que componía, cuando tenía que pegar su oído al piano para escuchar algo de lo que tocaba, compone la más gigantesca de todas sus sinfonías, la más profunda y la más alegre. Es la única sinfonía que Beethoven hace para coro; el coro entra en el cuarto movimiento, el último; allí canta La Oda a la Alegría. Un hombre, que es un gran músico, pero al que la vida castigó con la sordera, compone un himno que insta a la felicidad.
Para mí, la palabra «alegría» difiere de la palabra «felicidad». Alegría nos refiere a algo más profundo, a una ligazón con lo más vital. E incluso tiene un aspecto religioso. La palabra «religión» viene del latín re-ligatio, estar ligado a. Y la alegría nos liga a, por eso tiene algo de religioso. Nos re-liga con la totalidad del mundo y sobre todo con nuestros semejantes. La alegría es lo que nos permite comprender a los otros, amarlos, ser sinceros, tolerar el mundo con sus desgracias, saber que es atroz, que la gente muere, que hay guerras, asesinatos, torturas. Pero también nos permite decir: «este es el mundo que hay; en este mundo y en este mismo momento, con guerras, torturas, horrores, en algún lugar, Martha Argerich toca el concierto para piano de Schumann, un gran pintor está haciendo su mejor cuadro o un escritor está terminando su mejor novela». Esto nos lleva a una concepción plena de la vida, que nos abre a la comedia. Y la comedia nos gusta más porque valoramos la risa. La risa es una descarga, porque cuando reímos nos olvidamos por un momento de toda la desdicha del mundo. Reímos porque sabemos que parte fundamental de la existencia es alegría; reímos para disfrutar la posibilidad de estar vivos y de tener un proyecto, y de contar con un mañana, para pensar, gozar, tener sexo, escribir, hacer música o cine, ver un programa de televisión… todas las posibilidades que da la existencia nos la permite nuestra apertura a la vida. Y a esa apertura la llamo alegría.
La alegría es lo que nos permite estar en una actitud abierta hacia la plenitud del mundo. Y la comedia es eso. Al fin y al cabo no hay nada mejor, quizá, que reírse y también reírse de uno mismo, de nuestras falencias, de las tonterías que hacemos. La risa también es permisiva con los otros, para que no los juzguemos tan duramente. Somos imperfectos, los otros son imperfectos, todos somos imperfectos en un mundo estrellado. Miramos la bóveda celestial y es demasiado perfecta, inmensa como para que no nos sintamos pequeños. Y hasta de eso tenemos que reírnos, de nuestra pequeñez. Pero reírnos implica gozar de nuestra posibilidad de estar en este mundo. Porque, como dice Woody Allen en el final de Hanna y sus hermanas, sentado en un cine viendo Sopa de ganso, de los Hermanos Marx, minutos después de intentar suicidarse: «Necesitaba un instante para ordenar mis pensamientos, pensar con lógica y considerar al mundo otra vez desde una perspectiva racional. Entré y me senté. Es una película que he visto muchas veces, y siempre me ha gustado, desde niño. Y miraba a toda aquella gente en la pantalla, y empecé a entrar en la película, ¿sabes? Y empecé a reflexionar. ¿Cómo es posible que pienses en suicidarte? Vamos, ¿no te parece estúpido? Fíjate en toda esa gente en la pantalla. Son verdaderamente graciosos, y si lo peor es verdad, ¿qué importa? ¿Y si Dios no existe y solo vives una vez y se acabó? Bueno, ¿es que no quieres pasar por esa experiencia? No todo es una porquería, qué demonios. Y he de pensar en mí mismo, ¡demonio!, no amargarme más la vida haciéndome preguntas que jamás podré contestar; he de disfrutarla mientras dure. Y, bueno, después ¿quién sabe? Quiero decir que quizás exista algo. Nadie lo sabe con certeza. Ya sé, ya sé que la palabra “quizá” es un agarradero muy débil para colgar de él tu vida entera, pero es lo mejor que tenemos. Y entonces me puse cómodo en la butaca y empecé a divertirme de veras».
Woody está viendo Sopa de ganso y se está riendo, y la está pasando bien. ¿Y si fuera ese el sentido de la vida? ¿Y si el sentido de la vida fuera lo que me está pasando en este momento?, se interroga. Sentarse en una butaca y reírse con una película de los Hermanos Marx. ¿Por qué pedir más? ¿Por qué querer saber de dónde venimos, hacia dónde vamos, si hay Dios, si no hay Dios, si la muerte…? Quizá lo absoluto o lo más pleno que puede existir en mi vida es que me estoy riendo con una película de los Hermanos Marx, que eran geniales y que trabajaban para eso, para hacernos reír.
La comedia es eterna, nunca decaerá porque obedece a una necesidad del hombre. La necesidad de reír. Reír y unirse a la existencia.