Capítulo 23
Cuéntame tu vida
Para empezar, un despliegue de interrogantes que intentaré responder: ¿Por qué hay tanta gente que teme ir a un psicoanalista y, en especial, recostarse en un diván? ¿Por qué hay tanta gente que teme bucear en su interior? ¿Por qué hay tanta gente que teme averiguar su verdadera identidad? ¿Por qué los psicoanalistas cobran tan caro? ¿Por qué la idea del inconsciente nos asusta? ¿Será porque estamos más seguros con nuestra segura conciencia de nosotros mismos que con aquello de lo que no sabemos nada?
El ser nacional, o mejor dicho, el ser porteño, tiene un componente constitutivo desde hace varias décadas: el psicoanálisis. Otros elementos son el tango, la madrecita buena, la mina que abandona, el rock de Charly García… La mayoría de los porteños se ha psicoanalizado al menos alguna vez en la vida, lo cual es muy bueno, sobre todo para los psicoanalistas, porque es una profesión altamente rentable, y locos no faltan nunca. Digamos que es una materia que abunda en Buenos Aires.
Este capítulo está centrado en tres películas: Cuéntame tu vida (1945), de Alfred Hitchcock, con Gregory Peck e Ingrid Bergman; Annie Hall (1977), de Woody Allen, quien también actúa con Diane Keaton; y Analízame (1999), de Harold Ramis, con Robert De Niro y Billy Crystal.
En Cuéntame tu vida, Ingrid Bergman es una psicoanalista que trabaja en un instituto psiquiátrico. Si uno busca un terapeuta y se encuentra con Ingrid Bergman, convengamos que está frente a una situación maravillosa. Algo infrecuente, pero las películas son así. También es cierto que el paciente es Gregory Peck. Otro hecho inusual.
Hitchcock y el productor David Selznick se empecinaron para que en la película hubiera unos dibujos de Salvador Dalí, muy surrealistas, que hacen a la trama y que intentan expresar el trauma del protagonista.
«El psicoanálisis es la ciencia que cura la mente», se afirma al comienzo del film, una aseveración naif que encierra un pensamiento: se pretende que una persona le cuente su vida a un profesional y que al verbalizar sus problemas salga del consultorio con todas las soluciones.
En la escena inicial, Peck y Bergman se ven y se enamoran a primera vista. Truffaut le dice a Hitchcock, durante la extensa entrevista que el francés le realizara al británico en los 60 y que luego fue publicada como libro, que esa es una de las más grandes escenas de amor a primera vista. Lo que ocurre es que Peck está un poco loco y Bergman se da cuenta. Pero lo más sorprendente de la película es que ella está enamorada de él y pretende curarlo. Es muy hermoso cuando ella ve luz debajo de la puerta de él y entra con el pretexto de pedirle un libro: «¡Qué excusa tan ingenua! Vine a buscar un libro, pero en realidad vine a verlo a usted». «No es nada extraño, es algo que pasa entre nosotros», le responde y le da un beso. En ese momento Hitchcock hace algo genial: un montón de puertas empiezan a abrirse. Nos está diciendo que cuando se besan es tanto lo que se abre dentro de ellos que se libera todo aquello que la sociedad frena en las personas. Esas puertas que se abren son los tabúes que se caen. Pero es 1945 y viene el fade out. No vemos lo que sigue. Pero seguro que con tantas puertas que se abren tiene que haber ocurrido algo más que un beso. Lástima que no lo vimos. Freud tiene una teoría de los instintos sofocados por la sociedad. En El malestar de la cultura, afirma que si sofocamos nuestros instintos, se puede hacer cultura; pero si los liberamos, nos matamos entre nosotros.
Otra escena formidable, muy a lo Hitchcock, muestra un primerísimo primer plano, un super close out, de la navaja de Peck, y frente a él está el viejo psicoanalista, el maestro de Ingrid Bergman, que lo observa. ¿Qué hará? ¿Qué haría usted? ¿Le diría «tranquilo con la navaja, Gregory, no me mate, no le hice nada»? Este hombre, como es un psicoanalista sabio de una película de Hitchcock, le ofrece un vaso de leche y, de manera bastante tonta, Peck lo acepta (esto hace recordar al vaso de leche de Cary Grant en La sospecha): adentro hay un somnífero disuelto. Y Hitchcock nos regala otra de sus escenas, que para esa época eran impresionantes: pone la cámara «dentro» del vaso de leche y, a medida que Peck toma la leche, sube y tapa el cuadro.
La película tuvo un éxito enorme, aunque, en cuanto a su visión del psicoanálisis, es totalmente endeble. Por supuesto, Peck se cura. En realidad, el mensaje es que el amor fue su cura. Él la ama tanto a Bergman, está tan enamorado que se cura. Y Bergman demuestra que, además de buena psicoanalista, es una buena detective: revela que Peck es inocente del crimen del que se cree culpable y descubre al verdadero asesino.
No se puede escribir sobre la relación entre el cine y el psicoanálisis sin abordar alguna película de Woody Allen, que ha hecho humor de alta calidad sobre esta temática. En este caso tomé Annie Hall.
Woody Allen tiene una relación muy intensa con el psicoanálisis. En Manhattan le dice a una joven y bellísima Meryl Streep: «Sos tan bella que cuando mi psicoanalista me dijo que tenía que abandonarte por los problemas que tenía con vos, lo abandoné a él». También cuenta que era paciente de un psicoanalista ortodoxo, que le cobraba la sesión aunque no hubiera ido: «En un tiempo pensaba suicidarme, pero me daba mucha rabia que aun muerto me iba a seguir cobrando las sesiones; entonces no me suicidé». Y otra de sus frases geniales: «Tengo un enfoque un tanto pesimista de la vida. Para mí la vida se divide entre lo horrible y espantoso».
Annie Hall se vio por acá poco después de su estreno, en plena dictadura, seguramente muy cortada, pero así y todo alegró la vida de los que estábamos en estas tierras. Fue la consagración de Woody Allen como director. Diane Keaton, muy adorable, hace de una chica de Philadelphia, de modales conservadores, pero que se viste de un modo muy particular. En realidad, el estilo Keaton comienza en esta película: sombrero, chaleco, corbata:
—Me encanta lo que usas.
—¿De veras? La corbata es un regalo de Abu Hall
—¿De quién? ¿Abu? ¿Abu Hall?
—Sí, mi abuela.
—¿Te criaste en un paisaje de Norman Rockwell?
—Es muy tonto, ¿verdad?
—Mi abuela nunca dio regalos. Siempre estaba ocupada porque los cosacos la violaban.
Ella le cuenta que fue a terapia:
—Fue muy raro, pero ella es muy simpática. No tuve que acostarme en el sofá. Me tuvo sentada. Le conté de mi familia, de mis sentimientos hacia los hombres… Y de mi relación con mi hermano. Luego, mencionó la envidia del pene. ¿Sabes de eso?
—¿Yo? Soy uno de los pocos hombres que sufre de eso. Continúa.
—Dijo que yo sentía culpa hacia el matrimonio y los hijos. Luego recordé que de niña, vi a mis padres haciendo el amor.
—¿Todo esto en la primera hora? Sorprendente. Hace quince años que yo voy y nunca me ocurrió algo así.
Keaton escucha de su terapeuta una teoría muy seria de Freud, que sostiene que una de las características psicológicas de la mujer es «la envidia del pene». A mí esto me hace morir de risa, porque les envidio a ellas un montón de cosas, pero ¡no quiero tener lo que me gusta de ellas!
La relación entre ambos está marcada por el psicoanálisis. Son una pareja lúdica, muy modernos, muy New York. Él le confiesa que no puede decirle «te amo», porque necesita inventar una palabra para expresar lo que siente: «Te amo tanto que la palabra que existe para decirlo no me es suficiente». Esta es una teoría psicoanalítica, que vincula psicoanálisis y lenguaje, y que desarrollaron los lacanianos por influencias de Heidegger. Pero ese es otro tema…
La película posee momentos adorables, como cuando tienen que cocinar una langosta y Allen, de acuerdo a su personaje neurótico de siempre, no quiere agarrarla, mientras Keaton lo asusta. Al final se separan y se encuentran mucho tiempo después, cada uno con su vida. Se saludan con afecto y recuerdan que la habían pasado bien juntos. En aquellos tiempos compartidos el inconsciente de uno encajó muy bien con el inconsciente del otro. Para mí el inconsciente es como Dios, nunca supe donde está. Algún psicoanalista serio me dirá que no está en ningún lugar, pero lo cierto es que todas nuestras conductas no conscientes surgen del inconsciente, que nos determina. El inconsciente de Allen lo determinó a unirse al inconsciente de Keaton, cuyo inconsciente la determinó a unirse al inconsciente de Allen. Es la unidad de dos inconscientes. En realidad, no estoy de acuerdo con esto. Creo que en el amor interviene mucho la conciencia, que es lo único que nos hace responsables de nuestros actos. Porque si nuestros actos respondiesen únicamente a reacciones inconscientes, no seríamos responsables de ellos. Nuestros actos responden a elecciones de vida y a elecciones éticas, morales y humanas, son actos conscientes y de ellos somos responsables. En este sentido, no estoy de acuerdo con el psicoanálisis. Claro que es cierto que nos comemos las uñas y no sabemos por qué, que llevamos adelante actos absurdos y no sabemos por qué, que hay gente que se lava las manos cuarenta veces por día y no sabe por qué…
En esta película Allen no incursiona en uno de sus temas recurrentes: los sueños. Pero sí aparece otra de sus obsesiones. «El amor y lo físico es más importante que la charla de los intelectuales», le dice a una muchacha. Efectivamente, el amor es altamente terapéutico. Queda recomendado.
La última película, Analízame, es una comedia que trata un tema transitado: el mafioso que se pone neurótico y recurre a un psicoanalista, situación que le genera una vergüenza enorme. Un mafioso es un tipo muy macho y un tipo muy macho no tiene problemas mentales. «¡¿Cómo voy a ir a un psicoanalista, un tipo que quiere arreglarme la vida, si siempre me las arreglé solo?!». Pero hay mafiosos que finalmente transan y van a terapia, como Robert De Niro.
¿Qué pasa con los mafiosos? Pertenecen a un mundo en el que el psicoanálisis no funciona. Son tipos que están seguros de bastarse a sí mismos, no necesitan a nadie. Para un mafioso, tener que recurrir a un psicoanalista es oprobioso, porque implica contarle cosas íntimas que cuestan mucho confesar. Con la serie Los Soprano estas historias se pusieron de moda. James Gandolfini y Lorraine Bracco hacen una pareja de psicoanalista y mafioso deprimido. Lorraine le dice que no tiene por qué estar deprimido y le hace una receta: una propaganda de los beneficios de tomar psicofármacos. Es como decir: «En estas épocas hay muy buenos psicofármacos; no hay por qué deprimirse». Algo bastante cierto, aunque también conviene ir, si uno esta muy mal, a un psicoanalista, tal como va De Niro al consultorio de Crystal.
—¿Qué le pasó anoche con su mujer?
—No fue con mi mujer, fue con mi amiga.
—¿Tiene problemas de pareja?
—No.
—¿Por qué tiene una amiga?
—¿Va a echarme un sermón?
—Es por curiosidad… ¿por qué una amiga?
—Con mi mujer no puedo hacer ciertas cosas.
—¿Por qué no puede?
—Es la boca que besa a mis hijos… ¿está loco?
De Niro plantea un esquema tradicional de relación de pareja, que en la Argentina fue sostenido hasta los años 30 y 40 del siglo pasado por el hombre de bien argentino, el hombre de las clases altas, que solía tener una esposa y una amante. Con la esposa tenía hijos y con la amante hacía otras cosas… La felatio era patrimonio de la amante. ¡Total! Que ella se ensucie la boca que va a besar a cualquiera. Pero la sagrada esposa no estaba para eso, porque era la madre de sus hijos. ¡¿Cómo iba a poner su miembro viril en la boca sagrada de la madre de sus hijos?! La esposa era para ser madre, la amante para hacer porquerías. Y en Analízame De Niro le recuerda a Crystal que la boca de su esposa está para besar a sus hijos.
Hay otra escena en la que Crystal le quiere preguntar a De Niro si nunca le habían puesto límites, porque una de las cosas del psicoanálisis es preguntarle al paciente por los límites: «¿A usted nunca le dijeron no?». Y De Niro le contesta: «Sí, muchas veces me dicen: “no, por favor, no me mate”». El choque de registros es evidente. Hablan desde culturas diferentes. Crystal quiere indagar en la relación padre-hijo:
—¿Murió?
—No, me gusta decir «Dios le guarde».
—¿Cómo murió?
—Fue algo repentino, un infarto.
—¿Cómo se llevaban? ¿Estaban unidos?
—Sí, bastante… aunque en ese momento no.
—¿Por qué no?
—Yo andaba tirado por ahí, tenía una borgata.
—¿Qué es eso?
—Una banda juvenil… y él no quería.
—No lo aprobaba.
—No… me dio un par de tortas una vez y…
—¿Y qué?
—Y entonces se murió.
—¿Cómo se sintió?
—Estupendamente ¿Cómo iba a sentirme?
—Piense… ¿estaba enfadado, tenía miedo, estaba triste?
—Quizá todo al mismo tiempo.
—¿Culpable?
—¿Por qué? Yo no lo maté.
—Solo estaba especulando… Tal vez, de algún modo, usted quería que muriera.
—¿Por qué iba a querer eso?
—Dice que estaban peleando… que él le pegó porque se rebelaba contra él… podía tener un complejo de Edipo.
—Hábleme en cristiano.
—Un griego mató a su padre y se casó con su madre.
—¡Uff! ¡Griegos de mierda!
—Es un mecanismo de desarrollo instintivo, el joven quiere sustituir al padre, para poseer totalmente a la madre.
—¿Qué yo quería coger a mi madre?
—Es una fantasía.
—¿Usted ha visto a mi madre? ¿Está loco, carajo?
—¡Es Freud!
—Freud es un cabrón y usted también por citarlo… es… ¡¡¡puaj!!!
De Niro se exaspera cuando Crystal trata de explicarle el complejo de Edipo. Su razonamiento es que su madre es fea, vieja, y nadie puede querer acostarse con ella; menos él, con la cantidad de mujeres que pululan alrededor de un mafioso. Y en cuanto al padre, yo le hubiera dado un giro a la historia: el hijo debió matar a su padre. Después de recibir tantos golpes, el muchacho De Niro se los devuelve y tira a su progenitor por la escalera. Era un elemento más para analizar en la sesión.
El diván es un lugar donde el paciente se tira, y el psicoanalista está detrás, lo observa, pero no puede observarlo. Cuando uno mira al otro y el otro no lo mira a uno, uno lo cosifica al otro, uno hace una cosa de quien está ahí. El analista lo mira y puede decir: «Está gordo, usa unos zapatos de mierda, está mal vestido». Pero yo no puedo decir nada del analista. Hay una enorme ventaja del analista sobre el analizado; el analizado tiene que acostarse, rendirse, no puede ver al analista, que lo mira desde atrás y piensa lo que quiere.
Remontémonos a los antecedentes del psicoanálisis. Freud fue muy influido por un filósofo tremendamente importante, Federico Nietzsche, que hacia 1890 enloqueció por completo y vivó internado los últimos años de su vida. El primer libro de Nietzsche, El origen de la tragedia, diferencia lo apolíneo de lo dionisíaco. Lo apolíneo es lo racional, lo lineal, lo correcto, lo que no se sale de su cauce; en cambio, lo dionisíaco remite a la fiesta de la embriaguez, a las fiestas báquicas. Dionisio es el dios que antecede a Baco. En las fiestas dionisíacas —dice Nietzsche— se llega a un estado de embriaguez tal que se pierde la noción del «yo», se pierde el principio de individuación, lo racional desaparece. Ya no sabe ni siquiera quién es él, de tal modo está entregado a la fiesta de los sentidos. Lo que va a decir Freud desde Nietzsche es que los hombres controlan tanto sus sentidos para poder vivir en sociedad, que eso les genera neurosis. Vivimos en sociedad, y lo que hace posible que vivamos en sociedad es que frenemos los instintos que nos llevan por ejemplo a querer matar al otro. Cuántas veces usted tuvo ganas de matar a alguien. A mí me ocurre muy a menudo, supongo que a ustedes también. Freud se ríe de preceptos como «amarás a tu prójimo como a ti mismo». ¿Por qué voy a amar a mi prójimo como a mí mismo si no lo conozco? Quizá mi prójimo es una basura de persona y no tengo ningún motivo para amarlo. En cambio yo me conozco y me amo bastante. Aquel principio es coercitivo, ata la verdadera vitalidad del hombre, que es justamente una vitalidad expansionista que tiende hacia la liberación de todos los sentidos y hacia la embriaguez dionisíaca. Al reprimir el hombre sus instintos, sobreviene la neurosis.
La neurosis se manifiesta con distintos síntomas, distintos estados de conciencia. Suele emerger con una tremenda angustia: uno está angustiado y no sabe por qué. Imagine, lector, el siguiente diálogo:
—¿Tenés miedo?
—No, no tengo miedo.
—¿Qué tenés?
—No sé, tengo miedo. Sí, tengo miedo.
—¿A qué le tenés miedo?
—No sé a qué le tengo miedo.
—¿Cómo no sabés? Uno siempre le tiene miedo a algo.
—No, no le tengo miedo a nada.
Lo que tiene no es miedo, es angustia. Supongamos que cierro fuertemente la puerta del ascensor de mi departamento y el portero es un tipo que tiene mal humor y me dice: «la próxima vez que usted haga eso le rompo la jeta». A partir de ahí yo le voy a tener miedo a mi portero, y voy a cerrar muy despacito la puerta de mi departamento. A él le tengo miedo, lo sé. Pero la angustia no es el miedo; la angustia es no saber qué me pasa. Yo me ahogo por la angustia y no sé por qué. Entonces voy al psicoanalista y trato de averiguarlo. Lo primero que les recomiendo a los psicoanalistas es que le den un tranquilizante al paciente, porque si éste se ahoga por la angustia ni siquiera puede verbalizar lo que le pasa. La idea del psicoanálisis es que el tipo no puede decir lo que le pasa porque le pasa en el inconsciente, no ha llegado al nivel de su conciencia como para que él pueda decir «sabe, lo que me pasa es que en mi trabajo… y con mi mujer… y mi madre no quiso darme la teta». El angustiado no puede decir nada de eso que en realidad está funcionando dentro de él y lo está angustiando, pero él no lo sabe porque no está en un nivel conciente. El objetivo del analista es trabajar con este personaje y llevar esas cuestiones a nivel conciente.
En Cuéntame tu vida la idea es mostrar a la doctora que hace Ingrid Bergman como una mujer racional y reprimida. Por eso cuando ella se besa con Gregory Peck se abren todas las puertas. Es salir de la represión, del encierro. Es entregarse a los sentimientos, a la pasión. Usted puede curarse gracias al talento del psicoanalista, pero si además le da una buena pastilla que tenga que ver con su sintomatología, mejorará mucho y será feliz. Porque de lo que se trata es de ser feliz. Lo más grande que el hombre puede alcanzar sobre esta tierra es la alegría que es, justamente, la puerta abierta a la plenitud.