Capítulo 6

Los villanos de Disney

Todas las películas de los estudios Disney fueron hechas con un encuadre ideológico-político. Walt Disney era un conocido macartista que colaboró con el Comité de Actividades Antinorteamericanas y su imperio se convirtió en una de las armas de penetración ideológica más importantes de Estados Unidos. La familia, la religión y la propiedad son los valores presentados como universalmente válidos en todas sus historias. Tan universales, que hasta los animales los sostienen.

Las películas de Disney proponen un mundo de fantasía en el que las soluciones son mágicas, el triunfo es individual y la conciliación de clases es posible. Sin dudas, es un mundo maravilloso, siempre y cuando los héroes terminen con los villanos.

Hoy, nos concentraremos en esos villanos que siempre pierden, pero que todos recordamos. Y quizás allí radique el mayor triunfo del imperio Disney en cuanto a transmisión de valores: la paranoia. Los villanos pierden, pero el peligro persiste. Y es constante.

Disney se dio cuenta de esto desde su primera producción de dibujos animados, Blancanieves, que tiene un villano formidable. Todos vimos las películas de Disney. Muchos las habremos visto más de una vez, cuando éramos chicos o cuando fuimos padres o madres. En la primera ocasión las disfrutamos; en la segunda, nos aburrimos porque ya teníamos ojos adultos. E intentábamos responder algunas preguntas incómodas, arduas, como cuando nuestro hijito nos preguntaba: «Papá, ¿por qué murió la mamá de Bambi?». Y uno no sabía —ni sabe— qué responderle. Pudo haberle dicho: «Bueno, nene, la muerte existe y las madres se mueren en cualquier momento». Pero no se puede decir algo así, porque el pibe queda destruido y neurotizado para toda la vida. Es muy duro para los chicos enfrentar la muerte de la mamá de Bambi desde casi el comienzo te la historia. Y, encima, el que la mata es el hombre. ¡El hombre es el villano!

Pero en este capítulo analizaré a otros villanos. Uno de ellos es el propio Disney. En los años 70, en los combativos años 70, dos escritores que militaban en la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, Ariel Dorfman y Armand Mattelart, publicaron un libro famoso que se vendió a raudales: Para leer al Pato Donald. Su nombre estaba tomado de un libro, también célebre, del filósofo francés Luis Althusser, que se llamaba Para leer a Marx. Para leer al Pato Donald tuvo mucho éxito en ese momento, pero ahora está, creo yo, decididamente pasado de época. El párrafo final de la investigación es contundente: «Así, a la acusación de que este libro sería meramente destructivo [es decir, que destruye todo Disney], sin proponer una alternativa que reemplazara al derribado Disney [o sea que en 1972, Dorfman y Mattelart, daban por derribado a Disney, cosa que ustedes perfectamente saben y ha sido así: Disney ha caído, ha caído el imperio norteamericano, ha caído todo…] hay que responder justamente que nadie puede “proponer” desde su voluntad individual una solución a estos problemas, no hay expertos en reformulación de la cultura». Y concluye: «Lo que vendrá después de Disney surgirá, o no, desde la práctica social de las masas que buscan su emancipación. Las vanguardias, organizadas en partidos políticos, deberán justamente recoger y facilitar la expresión de toda esta nueva práctica social». Lamentamos que las masas que han buscado su emancipación no la hayan logrado. Desgraciadamente, Disney venció.

Para este capítulo seleccioné Blancanieves, La Cenicienta, La dama y el vagabundo, 101 dálmatas y El Rey León, porque busco el mal en Disney. Y trataré de responder una pregunta central: ¿Qué es el mal y quiénes lo representan en estas películas?

Blancanieves es el primer largometraje que hace Disney, en 1937, una animación cinematográfica en la que sobresale la ambición artística. Hay un gran villano, la Reina, que tiene un espejo buchón, alcahuete, para decirlo en porteño. Es un sometido que siempre le está diciendo «tú eres la más bella, tú eres la más bella», para que no lo tire. Pero un día, el espejo tiene un ataque de sinceridad y le dice la verdad a su dueña: «Oh, Reina mía, ya no eres la más bella del reino, lo es Blancanieves». A partir de este momento, una obsesión se apodera de Su Alteza: matar a Blancanieves. No puede tolerar esa desproporción de belleza. Yo no tengo más remedio que tolerarlo, porque si me comparo con Harrison Ford o Brad Pitt… tendría que matar a tanta gente que he decidido tolerarlo. Y la Reina ordena a uno de sus sirvientes que ejecute su deseo:

REINA —Llévala lejos, muy lejos, a un lugar apartado del bosque, donde pueda cortar flores.

SIRVIENTE —Sí, majestad.

REINA —Y ahí, mi fiel sirviente, la matarás.

SIRVIENTE —Pero ¡majestad!, es la princesa.

REINA —¡Silencio! Bien sabes cómo castigo al que me desobedece.

SIRVIENTE —Sí, sí, majestad.

REINA —Pero para asegurarme de que cumpliste mi mandato me traerás su corazón aquí dentro (y le da una caja).

Para sus películas, Disney adapta cuentos clásicos de Perrault y los hermanos Grimm, que contienen una alta dosis de crueldad. Todos recordamos, por ejemplo, que en Hansel y Gretel echan a la olla de agua hirviente a la malvada. Y Disney insiste en mantener esas situaciones terribles, porque sabe muy bien que a los niñitos hay que entretenerlos, pero también asustarlos. Si un niñito no se asusta en una película, seguramente no le va a gustar. Hay un cuento de Saki en que un adulto empieza a contarle un cuento a un niño, que seguía el relato sin mucha atención hasta que escucha «la niña era terriblemente hermosa». La palabra «terriblemente» abrió la curiosidad en el niño. Disney sabe que este es el resorte de las historias y por eso la Reina de Blancanieves es tan mala.

Fijemos la atención en dos cuestiones. En primer lugar, la Reina es mala y viste de negro. Ese color representa el mal. Porque Blancanieves podría haber sido «Negranieves», pero no, era tan blanca como la nieve. Hay algo que a Malcom X, a los Panteras Negras o a Sammy Davis Jr. no les hubiera gustado nada. Para Disney es así: Blancanieves es buena y la Reina es malvada. No voy a contar la historia. Ya la conocen: la transformación en bruja, la manzana envenenada, la aparición del Príncipe… porque siempre aparece un príncipe, maravilloso, hermoso, que besa a la dormida Blancanieves, y se acaba todo. Y viven felices para siempre, igual que todos nosotros.

En La Cenicienta (1950), hay una villana, la madrastra de la pobre muchachita condenada a limpiar la casa. El padre de Cenicienta había sido un hombre bueno que amaba a su hija y no le dejaba faltar nada. Al ver que necesitaba el cariño de una madre, se volvió a casar. La elegida fue una viuda adinerada, que tenía dos hijas, Anastasia y Drizella. Entre tantas mujeres, había un villano, el gato Lucifer, una evidencia incontrastable de que a Disney no le gustaban los felinos, aunque haya hecho Los aristogatos (1970).

Como todas las madrastras de las películas, la señora Tremaine era malísima, obligaba a trabajar a Cenicienta a destajo, mientras Anastasia y Drizella, que tenían la misma edad que la muchacha, se burlaban de ella. Demás está decir que Cenicienta era bella y sus hermanastras horribles. Cenicienta trabajaba, trabajaba y trabajaba. Un día se enteraron de que había un baile en el castillo. La madrastra y sus dos hijas feas no iban a faltar, pero ¿y Cenicienta? Y en caso de que fuera, ¿con qué vestido? Por más que su belleza luciera, si iba vestida con humildad le impedirían la entrada.

¿Qué interpretación podemos dar de La Cenicienta? Tim Rice, el guionista de la ópera Evita, conocida por la película de Madonna que dirigió Alan Parker, decía que Eva Perón había sido la trepadora más grande después de la Cenicienta. Es decir que Rice consideraba a la Cenicienta como una arribista mayor que Evita, y eso que no tenía un buen concepto de la esposa de Perón. Pero ¿por qué ese concepto sobre la Cenicienta? Era una chica que se había dado cuenta de que si lograba calzarse el zapatito, conseguiría al Príncipe. La diferencia entre la Cenicienta y Evita es que la primera quería llegar a ser Princesa solo para disfrutar del poder, mientras que la segunda siempre conservó su esencia: «yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle», afirmó en su libro Mi mensaje. En mi modesta opinión, esa apreciación fue cierta. Eva Perón se diferencia de la Cenicienta en que, en efecto, trepó y trepó, pero cuando llegó al poder no lo disfrutó como la protagonista del cuento junto al Príncipe, sino que utilizó su nueva condición para beneficiar a las clases necesitadas, a la clase obrera argentina. Es una interpretación un poco peronista o, mejor dicho, «evitista», pero creo que es justa.

Tengo que aclarar algo antes de avanzar: las películas de Disney tienen su encanto y él, sin lugar a dudas, fue un gran artista. En La dama y el vagabundo (The Lady and the Tramp, 1955), aborda un problema social: la relación de una perrita aristócrata con un perro de la calle. Presenta una desigualdad social profunda, que finaliza —obvio— con un feliz final, es decir, con la conciliación de clases. Disney nos propone que las clases pueden conciliarse, aun las más altas con las más bajas. ¿Y los villanos? Dos gatos siameses. Un día los dueños ricachones de Lady, la perrita, llevan a la mansión a dos gatos siameses —otra vez, los gatos son malvados en el mundo de Disney—, que provocan más de un problema a la protagonista. Lady decide huir y en su escape es perseguida por perros callejeros. Y aquí aparece la figura salvadora del perro atorrante, Tramp, o Golfo en la traducción española. Él conoce la calle, se las sabe todas y le enseña a Lady cómo es la vida: «Mirá, Lady, la vida es dura. Hay perros malos que no te corren con buenas intenciones, no confíes en ellos porque es posible que te muerdan, pero también que te hagan algunas otras cosas… Lady, tenés que cuidarte. Quedate conmigo y te voy a cuidar. También te voy a hacer algunas otras cosas, pero con más ternura…».

Lady se encuentra con una rata siniestra, uno de los villanos más repugnantes y desagradables que ha concebido Disney. Esa rata se para sobre la cuna de un bebé y está a punto de saltar sobre él cuando aparece Golfo y lucha fieramente con el roedor. Lo vence, aunque sale un poco herido. Este hecho heroico hace que los dueños de Lady acepten al perro callejero. Por haber arriesgado su vida y derrotado a la rata, Golfo entra en la familia respetable, pudiente, blanca, de Lady. Golfo no estaba destinado a casarse con ella, pero Disney nos lo sugiere: aun un perro atorrante de la calle puede llegar a convivir en una casa de la alta aristocracia. La conclusión es feliz: todas las clases pueden llegar a unirse, en especial si son las clases bajas las que arriesgan sus vidas. Lady no arriesga nada, lo tiene todo; pero Golfo tuvo que hacer algo para ser aceptado en las clases altas.

En 101 dálmatas (1961) la villana es humana, Cruella de Vil, que en la versión actuada fue interpretada con maestría por Glenn Close. Su perversidad es ilimitada. Finge amar a los cachorros de dálmata para conseguirlos y con sus pieles ¡hacer tapados!

—¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde los tienes?

—¿Dónde tengo qué, Cruella?

—Los perritos, los cachorros. ¿Dónde tienes esos malditos perros?

—Aún faltan tres semanas. Estas cosas no se pueden apresurar.

—Anita, tú eres un encanto. A ver, perro, ven. Ven acá, te digo.

—Cruella, ¿ya llevas otro abrigo nuevo?

—Ya sabes que las pieles me vuelven loca, querida. Son mi único amor. Adoro las pieles. Dígame, ¿qué mujer hay en este horrible mundo que las odie?

Cruella se alegra cuando tiene ante sus ojos quince cachorritos, pero su entusiasmo se oscurece pronto. Con asco los desprecia: «Al diablo con ellos, son perros corrientes. ¡Sin manchas! Sin manchas negras, parecen ratas blancas». Le explican que los dálmatas son puros y la piel se les mancha cuando crecen. En ese momento, recobra la alegría.

La aristocracia es malvada en esta película de Disney. Todos sabemos que los valores aristocráticos han ido retrocediendo, aun en Estados Unidos, y es la clase media urbana la que triunfa, también en este film. La pareja protagónica, llena de bondad, será la triunfadora. Él es un evidente pavote, un buenazo, que toca el piano y algo parecido a un clarinete; y ella es una santa. Cruella de Vil tiene tanto dinero que cree que puede lograrlo todo. Pero no conseguirá convencer a estos dos seres angélicos para sus propósitos indumentarios con los cachorritos.

La maldad de Cruella impresiona al espectador. El espectador sale con la cabeza llena de Cruella de Vil, porque se convierte en la protagonista. Siempre que hay un villano descollante, el que hace de bueno tiene que trabajar muy bien para ganarle. Esta situación se ha reiterado a lo largo de la historia del cine. Cruella de Vil, efectivamente, se roba la película. Y no solo eso, sino que la continuación de la historia, filmada en 2000, fue protagonizada por la Cruella de Glenn Close. Los dalmatitas se salvan, los villanos pierden, pero son los que más nos quedan grabados. Será porque nos fascina el mal y porque, de algún modo, como esbocé en el primer capítulo, el mal está en nosotros, tanto como el bien.

El Rey León (1994) es una jugada muy arriesgada de Disney, que ensaya una relectura del Hamlet de Shakespeare. No voy a dedicar mucho espacio a fundamentar esto, espero que ustedes se den cuenta, al menos quienes han leído Hamlet o lo han visto alguna vez en las célebres interpretaciones que ha dado el cine o el teatro. Pero va a ser bastante fácil. El Rey León presenta a un villano, de los mejores y sobre todo de los mejores de Disney, pero, como habrán notado, todos los villanos de Disney son muy buenos. En este caso, el villano, Skar, está doblado por Jeremy Irons, un actor con muy british accent, que le da al personaje una maldad refinada, no tosca.

El Rey León muere y Skar sabe que Simba, su pequeño sobrino, va a heredarlo. Como es de conocimiento público, para que alguien no herede, lo mejor es matarlo. También lo sabe Skar, que quiere matar a Simba para ser él el heredero. Esta historia se repite continuamente en la vida real, entre herederos que son herederos y herederos que lo quieren ser y deben matar a los herederos para ser ellos los herederos. Skar habla con Simba, lo trata mal, lo flagela:

SIMBA —Oye, tío Skar, ¿adivina qué?

SKAR —Odio los juegos de adivinanzas.

SIMBA —Voy a ser el rey de Roca Manada.

SKAR —Ah, qué maravilla.

SIMBA —Mi papá me acaba de enseñar todo el reino. Y yo lo voy a gobernar.

SKAR —Sí, bueno, perdóname si no me pongo a saltar del gusto. Ando mal de la espalda.

SIMBA —Tío Skar, cuando yo sea rey, ¿qué vas a ser tú?

SKAR —Un tío cualquiera.

SIMBA —Eres tan extraño.

SKAR —No tienes idea. ¿Conque tu padre te enseñó todo el reino?

SIMBA —Todo.

SKAR —¿Hasta lo que hay detrás de la frontera norte?

SIMBA —No, me dijo que no podía ir allá.

SKAR —Y tiene toda la razón. Es muy peligroso. Solo los leones más valientes van allá.

SIMBA —Pues yo soy valiente. ¿Qué hay allá?

SKAR —No te lo puedo decir.

SIMBA —¿Por qué no?

SKAR —Simba, yo solo estoy velando por el bienestar de mi sobrino favorito.

SIMBA —Yo soy tu único sobrino.

SKAR —Con más razón debo protegerte. Un cementerio de elefantes no es lugar para un principito. ¡Ay!

SIMBA —¿Un qué de elefantes?

SKAR —Ay, Dios mío, ya dije demasiado. Te hubieras enterado tarde o temprano con lo listo que eres. Solo hazme un favor. Prométeme que jamás visitarás ese espantoso lugar.

SIMBA —No hay problema.

SKAR —Eres un buen chico. Ahora vete y diviértete. Y recuerda. Queda entre nosotros.

Skar está acompañado por villanos paralelos, unos animales detestables, las hienas, cuyas risas insoportables no pueden ocultar que comen carroña. Alguien podrá argumentar que mucha gente, millones, comen carroña en el mundo de hoy. Concedo esa apreciación, pero ésta es una película de Disney y solo las hienas comen carroña. Por comer esos desechos se transforman en unos bichos malísimos, que se ponen al servicio de Skar.

Me detengo en la personalidad de Skar, un personaje muy importante dentro de la villanía a la que Disney acude para enriquecer sus películas. «Estoy rodeado de idiotas», les dice a las hienas. El villano refinado es un villano que siente que está más arriba en la escala social que el resto de los villanos. Es aquel que piensa, es el villano intelectual, como el que interpretó George Sanders en La malvada, una célebre película con Bette Davis, de 1950, en la que trabaja una jovensísima Marilyn Monroe. El malvado refinado, con clase, no tortura ni mata con sus manos, acaso puede envenenar. El toque shakesperiano en Disney es este personaje que le hace creer a Simba que él mató a su padre. Simba, al creer que Skar fue el autor, asume la culpa tremenda de un hecho semejante. La dramaturgia shakesperiana se maneja mucho con el tema de la culpa. De hecho, Hamlet vive atormentado por lo que el fantasma de su padre le dice: «Tienes que vengarme». Y todo Hamlet transcurre ante la impotencia, la duda y la vacilación del Príncipe de Dinamarca en vengar a su padre.

¿Por qué insisto en que ésta es una película hamletiana o shakesperiana? Porque trata sobre el poder, uno de los temas que Shakespeare abordó con más profundidad y quizá, sobre todo, en Hamlet. En esta obra, el padre de Hamlet es asesinado por su esposa y por su amante, para ocupar su lugar en la estructura de poder del reino. En el film, el Rey León, la máxima autoridad, es eliminada, y Skar, el villano, quiere ocupar su lugar. Pero sabe que Simba está destinado, por herencia, a ocupar el trono. Tiene que desplazar a Simba si quiere llegar a la cima. Skar convenció a Simba de que es el responsable de la muerte de su padre y accede al trono, el lugar de la centralidad, porque el poder es siempre el lugar del centro. Pero Skar gobierna mal y toda la comarca cae en las sombras, la muerte, la desesperación. Es como si la maldad de Skar se proyectara sobre el dominio del cual ha sido responsable. Cuando vuelva Simba, la felicidad retornará a ese reino del cual Skar se apropió. Porque sabemos que Simba es el heredero del Rey León y que Simba ejercerá el poder con toda la bondad con que lo hizo su padre.

A partir de aquí, ensayaré una conclusión. Comencé ironizando sobre un libro muy famoso en la década del 70, Para leer al Pato Donald. Es cierto que me burlé de su final, cuando Dorfman y Mattelart afirmaban que Disney iba a ser derrotado en cuanto las masas tomaran el poder. No es necesario algo quizás tan extremo para, si no derrotar a Disney, al menos reducir la cantidad de salas que exhiben sus películas. Ahí está el real poder de Disney. Se estrena una de sus realizaciones e inunda todas las salas. El poder que tienen sus producciones es la manifestación del poder que conserva esta compañía, y que me parece que le va a durar por mucho tiempo, tanto a ella como al cine de Hollywood.

En este capítulo me ocupé de los villanos de Disney. La reina mala de Blancanieves se transforma en una bruja que utiliza una manzana para sacarse de encima a la muchacha, pero al final un rayo acaba con ella, como si fuera una muestra o una exhibición de la justicia divina. Es la naturaleza que expresa los designios divinos.

La Cenicienta era una arribista, basándonos en la frase de Tim Rice, y dijimos que la diferencia entre ella y Evita es que la abanderada de los humildes, efectivamente, trepó, pero una vez arriba no la jugó de princesa, sino que se dedicó a ayudar a las clases proletarias, mientras que Cenicienta llegó y, seguramente, vivió con el Príncipe comiendo perdices.

En cuanto a La dama y el vagabundo planteamos que había una conciliación de clases entre la oligarquía, a la que pertenece Lady, y el proletariado, al que pertenece Golfo. Todo termina en felicidad, la familia unida y con cachorros, uno de ellos, igual a su padre.

Cruella de Vil encarna el villano humano, magistralmente dibujada por Walt Disney, quien no se caracterizó por deslumbrar con los personajes humanos. Y en El Rey León, dijimos, quizá con exageración, que era una relectura del Hamlet shakesperiano.

Queda otra historia de Disney que me gustaría contar. Todos ustedes saben, y si no lo saben lo van a saber ahora, que Walt Disney había manifestado su terror a la muerte y a la ausencia de inmortalidad. Según la leyenda, cuando murió, en 1966, fue congelado hasta que se descubriera la cura de la enfermedad que lo había llevado a la tumba. De este modo su cadáver se mantendría como el monstruo de Frankenstein en la película Frankenstein contra el Hombre Lobo (1943). Cuando hablemos de cine de terror nos ocuparemos de ese film.