UNAS ÚLTIMAS PALABRAS…
Las cosas, a veces, pasan porque tienen que pasar…
Decía Kent Follet en el prólogo de su libro Los pilares de la Tierra que «nada ocurre como se plantea» y no podría estar más de acuerdo con esa afirmación. Poco me podía imaginar hace veintiún meses que iba a terminar por escribir un libro como La soledad mata en silencio. De hecho, yo hubiera sido el primero en reírme de cualquiera que me hubiera, siquiera, insinuado esa posibilidad. No puedo negar que esta historia no es la que me corresponde como autor. Por trama, por argumento, por desarrollo y por personajes este cuento debería haber sido escrito por otra persona y, muy posiblemente, hubiera quedado mucho mejor. Pero en esta vida nada es como uno espera. Y a mí me ha tocado contar este relato.
Desde pequeño hadas, duendes, vampiros, castillos, reyes y batallas han ocupado mis horas de ocio y mis ratos de lectura. Podría contar por cientos las lecturas que sobre esos temas he tenido la suerte de disfrutar. Bien es cierto, que algunas no han sido de mi total agrado, pero dicen que de todo se aprende y eso es lo que yo he intentado hacer: aprender de todas y cada una de ellas. De hecho, ya hay en preparación un cuento que versa sobre todo ese universo medieval que a mí, particularmente, siempre me ha encantado. Probablemente nunca verá la luz, ya que tuve que dejar aparcada momentáneamente su composición porque sus personajes se habían convertido en algo difíciles de controlar. Además la idea de este libro, que ahora he concluido, me absorbió de tal manera que sus dos primeros capítulos descansan en el cajón de mi mesilla esperando un mejor momento para ser aumentados.
Estoy totalmente convencido de que sería justo decir que esta historia me queda grande porque entre otras cosas no creo en el amor. Aclaro: no creo en el amor como el que se demuestran Sofía y Javier a lo largo de toda la historia. En ese tipo de amor no creo, y por eso escribo sobre él, porque seguro que existe y que alguien cuando lea este cuento puede que se sienta identificado. Si es así, entonces me sentiré suficientemente recompensado por ello.
Quiero dejar claro que en ningún momento he pensado que me gustaría vivir lo que viven mis personajes en la novela, aunque sí que ciertos capítulos han sido escritos con la tristeza que embarga al autor al no poder haberlos vivido en primera persona. No puedo negar que La soledad mata en silencio tiene más cosas de mí de las que desearía, pero la historia se ha ido escribiendo a cada segundo y eso ha provocado que mi estado de ánimo se reflejara en cada momento de la escritura. Ni soy ni quiero ser el reflejo de ninguno de los personajes que aparecen en mi libro. Ni siquiera parte de ellos. Bien es cierto que todos y cada uno llevan una parte de mí consigo, pero ninguno habla ni actúa en mi nombre. Y creo que lo mejor es que sea así; que todos tengan algo que ver conmigo, pero que ninguno sea completamente yo.
Posiblemente si hubiera leído el resultado final con algo más de calma, hubiera terminado por cambiar muchas de las cosas que he contado, para evitar malos ratos a ciertas personas que puedan leer el resultado de esta locura que me propuse escribir una calurosa tarde de verano. Pero dicen que la primera intención es la que vale, así que quizá lo mejor sea que se haya quedado así, como surgió en un principio en mi cabeza. Para bien o para mal ésa fue mi primera idea, y creo que es justo que la defienda hasta el final. Repasando por encima la historia siento que me he dejado en ella una parte muy importante de mí, una parte que añoro no haber podido vivir y que gracias a este cuento he podido al menos imaginar. Supongo que no tiene comparación ninguna el haber vivido algo así con haberlo soñado, pero en mi caso es mucho más de lo que podría aspirar nunca; así que, por lo menos yo sé de la importancia que tiene el haber terminado con esta historia. No creo que nadie nunca pueda vislumbrar siquiera aquello a lo que me estoy refiriendo, al menos si no ha vivido lo que yo he vivido… Eso, como otras tantas cosas, quedarán sólo para mí…
Y por si alguien después de leer mi libro se ha hecho la pregunta clave, aquí va la respuesta: sí, todavía creo en Dios, pero cada vez menos… Ya no creo en ese ser omnipotente y omnipresente que cuida de todos nosotros según nos han contado siempre. Sería una chufla creer en eso después de leer un periódico o ver un telediario cualquier día de la semana. En su defensa debo decir que es verdad que, a veces, ayuda en ciertas cosas que le pides, me consta… Pero cuando no eres uno de sus preferidos, más vale que te hagas a la idea de que tu vida va a ser un camino sin ningún tipo de privilegio por su parte… De nada me vale lo que algunos dicen del Amor Divino que tiene Dios por los hombres y todas esas historias; el movimiento, dicen, que se demuestra andando y me parece que en mi caso ambos estamos parados y sin ninguna intención de reiniciar la marcha. Conmigo, en ciertos temas, creo que se ha estrellado… algún día espero que me dé explicaciones de porqué me ha hecho esto, de qué mal he podido cometer para no haber tenido suerte en ciertas cosas… Él sabe, o por lo menos eso dicen los que creen incondicionalmente en Él… veremos si es verdad…
No quiero olvidarme de pedir perdón a todas las terceras personas que cuando lean lo que he escrito se sentirán identificadas con ciertos personajes y con ciertas situaciones. No he querido, ni he podido, evitar que las historias que viví junto a ellos formaran parte de mi manuscrito; y sé positivamente que algunos no se alegrarán de verlas plasmadas en un papel… si es que llegan a leerlas alguna vez. En cualquier caso he procurado que ningún personaje se pareciera a su posible homónimo en la vida real. Definitivamente se podría decir que La soledad mata en silencio es un gran puzzle con muchas historias que he ido recordando de las que han sucedido a lo largo de mi vida. Yo, simplemente me he dedicado a colocar cada pieza en el lugar adecuado para formar la historia que precede a estas palabras. Y doy fe de que ha sido más complicado de lo que yo mismo me podía esperar antes de comenzar esta aventura.
Este libro surgió por pura casualidad. Hace muchos años llegó hasta mí la carta de un hombre que pedía perdón a su hija por haberle arruinado la vida. El contexto era la Guerra Civil española, y reconozco que las palabras que pude leer llegaron a marcarme demasiado. Años después, cuando me propuse escribir la novela, aquellas líneas renacieron de algún lugar oscuro de mi mente, donde permanecían ocultas, y me marcaron el camino a seguir.
Desde el principio de la composición tuve claro que mi cuento estaría ambientado en Madrid, mi ciudad. Yo soy madrileño y madridista, ambas cosas a mucha honra. Y creo que no había sitio mejor para contar la aventura de Sofía y de Javier.
Coslada es el lugar donde vivo y por eso también merecía salir reflejada en alguna parte de la historia.
La inclusión de Sanabria viene condicionada por la promesa que le hice a una amiga al principio de escribir el relato. Me aseguró que era un lugar fantástico y al final me convenció para que apareciera. Por cierto que ya no hace falta que me traigas ningún libro con su historia, porque como comprobarás ya he terminado con la mía… ja, ja, ja…
Desconozco si en Salamanca, o en cualquier otra ciudad, existe un convento con el nombre de Santa María Redentora. Yo lo utilicé porque necesitaba una excusa para el viaje obligado de Sofía.
Quiero decir que he intentado poner todos los datos que aparecen en mi historia como reales, pero el lector habrá detectado que he tenido que tomarme alguna licencias para que el relato fuera coherente con lo que quería expresar. Espero que me perdonen, lo hacía por el bien de la novela.
Cambiando de tema quiero dejar claro que la inclusión de la novela de Carlos Ruiz Zafón en mi historia obedece única y exclusivamente a que es la mejor manera que se me ha ocurrido de rendirle admiración a ese gran libro que me hizo cambiar mi forma de ver la literatura hasta ese momento. Por casualidad llegó hasta mis manos una revista en la que se anunciaba la 50ª edición del libro. Algo en ese momento me dijo que ese libro sería bueno, y no me equivoqué. Al día siguiente me compré un ejemplar (sólo Dios y yo sabemos lo que tuve que hacer para conseguirlo) y reconozco que la historia me atrapó desde el principio. No tardé prácticamente nada en terminármelo y desde ese momento siempre he dicho que ése es «el libro más bonito que he leído en mi vida». Así que sólo quiero darle las gracias a Carlos por haber escrito una obra maestra… gracias maestro…
Quiero también dar las gracias a Sergio y a Vanessa (La Vane), porque ellos fueron de los primeros que leyeron los primeros capítulos. Nunca les escuché una crítica mala y no he llegado a saber si era por hacerme la pelota o porque de verdad les gustaba lo que leían… ja, ja, ja… En cualquier caso muchas gracias chicos.
Sin olvidarme tampoco de Patri, que también ayudó lo suyo desde el mismo momento en que se enteró que era verdad que había escrito esta historia. Gracias, rubia…
Y otra que no se me puede olvidar es Silvia Domínguez, la Silvi de Coslada. A ella debería darle las gracias por muchas cosas, porque desde que la conozco no puedo tener más que palabras de agradecimiento hacia ella. Quizá se sorprenda cuando lea que ella tiene mucha culpa de que Sofía sea como es, porque aunque siempre se ha preocupado por mi historia, reconozco que nunca me atreví a decírselo por si no le gustaba la idea. Me explico: cuando estaba buscando una modelo para identificar a mi protagonista, necesitaba encontrar a alguien que fuera alegre, divertida, graciosa al hablar, que fuera buena persona y que por supuesto tuviera una belleza especial. Los que tenemos la suerte de conocerla sabemos que encaja perfectamente con estas directrices. Vale que podría haber elegido a cualquier actriz o cantante famosa y haberme evitado este problema, pero Sofía no hubiera quedado tan cercana y no hubiera sido lo mismo. La amistad que creo que nos une me hizo decantarme por Silvia como modelo y aunque creo que no he llegado a describir ni un ápice de su especial forma de ser; con haber podido lograr describir a mi Sofía como la mitad de bonita que es Silvia por dentro y por fuera me siento satisfecho. No cambies nunca Silvi y muchas gracias por todo.
Muy especial también debe ser el agradecimiento que quiero expresar a mi madre. Ella es la persona en la que me fijé para crear a Isabel. Aunque estoy seguro de que mi madre hubiera hecho todavía más por mí si se le hubiera presentado la misma situación que a la mujer de mi libro. Con ella sí que estaré en deuda siempre, porque gracias a ella soy lo que soy y estoy donde estoy. Sé que casi nunca te digo que te quiero mamá, pero tú lo sabes, ¿verdad? Prometo intentar aprender a decírtelo más veces. Mientras tanto que sepas que esta historia también es tuya. Gracias mamá. Mil besos.
Y cómo no, un recuerdo muy especial para mi padre. Él no es de letras, pero siempre ha sido, y espero que lo siga siendo durante mucho tiempo, el compañero inseparable e infatigable en todos los viajes que he tenido que realizar para conseguir mi sueño. Y jamás le ha puesto pegas a nada. A él también le debo parte del éxito de esta empresa… Gracias papá…
Y también agradecer al grupo musical Chambao su música, ya que de ellos son los versos que Javier lee en la lápida de la madre de Sofía cuando realiza la segunda visita al cementerio. Debo reconocer que la primera vez que escuché la canción Pokito a poko se me quedaron grabados esos versos en la cabeza y tuve muy claro que debía encontrar el sitio donde poder colocarlos en mi historia. No tuve que pensarlo demasiado: esos versos estaban escritos aposta para que una mujer como Elisa los hubiera leído y la hubieran parecido los más hermosos. Sólo quedaba saber cómo hacer que conectaran con un personaje que ya nacía muerto en la novela. Y me pareció que disfrazarlos como poema de un autor querido por Elisa y escrito como epitafio sería lo más adecuado. Sería una especie de canto a la esperanza y a la creencia en algo mucho mejor. También es premeditado el hecho de que en la primera visita al cementerio no estuviera todavía escrito y cuando Javier acude la segunda vez lo vea: todo tiene un sentido… al menos para mí.
A partir de ahora quizá vaya a escribir el tramo más difícil, pero a la vez el más sincero, de cuanto voy a decir en esta última parte de mi escrito. Es el momento de la dedicatoria propiamente dicha:
Mi cabeza me dice que debería dedicar este cuento a muchas personas que han formado parte de él, directa o indirectamente desde que tuve la idea de plasmarlo en papel; pero mi corazón me obliga a que se lo dedique sólo a una. Él sabe porqué lo hace y yo no soy nadie para contradecirle, así que le haré caso y se lo dedicaré a la única persona que se merece realmente este dudoso honor: a «Sofía».
Esta persona estuvo, está y estará siempre por encima de todas las personas que han pasado y pasarán por mi vida, porque lo que me ha enseñado desde que la conozco supera, con mucho, cualquier remota idea que yo pudiera haberme hecho alguna vez. Ella apareció en mi vida, como un ángel, en un momento en el que todo parecía oscuro en mi existencia y me enseñó que siempre puede haber un camino para encontrar la luz que, a veces, parece perdida. Conceptos como amiga, alegría, belleza, y bondad tomaron por fin sentido desde que la conocí. Ella nunca sabrá lo realmente importante que ha sido, y será, en mi vida; y no se lo reprocho, porque ella actúa de forma natural… y lo que para ella es algo normal, para quien esto escribe son demostraciones de que no hay otra en el mundo que se pueda comparar a ella.
Además este cuento también tiene una parte de su persona en cada página. Ella le puso nombre a Sofía, e incluso la enseñó a escribir. Sin ella la historia hubiera sido distinta, no sé si mejor o peor, pero seguro que distinta. Seguro que peor, porque en cada página de esta novela puede sentirse su presencia. De hecho, este libro es suyo, y ella lo sabe porque yo mismo se lo dije mientras lo escribía. Fue la que siempre estuvo apoyándome en la fase de escritura y la que más ilusión puso por leer el libro cuando estuviera terminado. Sólo espero no decepcionarla con el resultado, aunque estoy seguro de que aunque no le gustara jamás me lo reconocería por no hacerme daño; ella es así de buena…
Al igual que Sofía para Javier, esta persona ha sido (es y será siempre) mi princesa; sólo que yo nunca podré ser su caballero. El paso del tiempo ha hecho que la vida nos ponga a cada uno en nuestro sitio. Creo recordar que una vez le comenté que las princesas no pueden enamorarse de los bufones y ella me dijo que eso era una tontería; yo sabía por lo que se lo decía… Yo sabía que, desgraciadamente, tendía razón cuando afirmaba esto. Desde ese momento me convertí en el bufón más afortunado del mundo por haber conocido a la princesa más bonita, y a la vez en el más desgraciado por no poder ser algo más. Pero, de igual forma, en mi recuerdo quedará siempre algo que siempre nos pertenecerá a nosotros dos solos.
Aún sigo pensando que nuestro encuentro no fue casual. Algo, en algún lugar, se encargó de que nuestros caminos se cruzaran y que más tarde se volvieran a separar. La Vida es cruel y dura, como digo en mi libro, y a veces nos deja disfrutar del cielo en vida para luego arrebatárnoslo sin ninguna explicación.
Ahora sé que es tarde para muchas cosas, ahora sé que no tiene sentido decir todo lo que aún no le he dicho; pero, al menos, espero que acepte este cuento como pago a una promesa que le hice hace mucho tiempo. Es poco, lo sé; ella merece mucho más. Pero espero que cuando lo lea, sepa ver que lo he hecho lo mejor que he podido y que sepa leer entrelíneas muchas cosas que están escritas sólo para ella…
Ya lo decía en las primeras páginas del libro y creo que no está de más que lo repita en las últimas:
«Gracias Sofía, gracias por todo»… Sólo espero que, estés donde estés, aún no te hayas olvidado de que tenemos pendiente una cita dentro de treinta y ocho años en la barandilla del estanque del Retiro… Ojalá ese día puedas darme las explicaciones que creo que me merezco…
Al resto de personas que por cualquier razón terminen leyendo mi historia, también quiero darles las gracias por haber perdido su tiempo en hacerlo. Espero que, al menos, alguno recuerde mi libro como algo más que una historia de un loco soñador que un día perdió la ilusión por todo.
Y, por último, quiero también dar las gracias a todos los que durante la fase de creación de este libro no creyeron en mí. Ésos que no entendieron los sacrificios que he tenido que hacer para terminar mi obsesión. Ésos que me vieron como un bicho raro por no hacer lo que hacían ellos. Ésos que se rieron de la ilusión de un fantasioso como yo… ellos, aunque no lo sepan, también me ayudaron a escribir La soledad mata en silencio. Y quiero darles las gracias porque ellos jamás podrán entender lo que significa perseguir un sueño… y conseguir hacerlo realidad.
Gracias a todos,
Hasta pronto…
P.D.: Aunque sé que es muy difícil que algún día lea este cuento, no quiero cerrar este libro sin dedicarle una parte a Sonia Ferrer. Los que me conocen saben lo mucho que admiro a esta chica. Algunos incluso han llegado a decir que es mi amor platónico… Bueno, el caso es que una tarde vi en Internet una foto suya que me pareció preciosa y desde ese momento deseé que aquélla fuera la portada de mi libro. Sé que eso será imposible, pero al menos en la copia que saque por mi impresora cuando termine de escribirlo será ella quien ocupe la portada. Ella también forma parte de la Sofía que yo imaginé.
P.D.2.: Si has llegado hasta aquí, amigo lector, permíteme que te de un consejo: vive cada segundo de tu vida como si fuera el último y no dejes que nada consiga que termines tus días solo… porque la soledad es muy triste y, a veces, mata en silencio, ya lo has visto; y cuando queremos darnos cuenta ya es demasiado tarde…
En Coslada, a 28 de abril de 2007